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derado en absoluto del ánimo del jóven príncipe, quien se rendia fácilmente á la voluntad de su favorito, con tal de excusarse de los negocios públicos, y de no turbar su alegre vida de licencia y disipacion vergonzosas con los cuidados de la gobernacion del reino; mas tam bien se alzaba ya enfrente del astuto privado, como representante legítimo de la hidalguía y la seriedad castellanas, el hombre extraordinario que estaba reservado por la Providencia para librar á la patria de la anarquía, de situacion más aflictiva y humillante que la de los postreros años del reinado de Enrique IV ese hombre era el arzobispo Jimenez de Cis

neros.

Quizá para apoderarse por completo del ánimo del Rey, para reemplazar al inmoral Don Juan Manuel en su privanza, con lo cual hubiera ganado mucho la causa del archiduque en los pueblos de Castilla, donde no era, ni mucho menos, simpática, el arzobispo Cisneros fué uno de los magnates que apoyaban la pretension del esposo de Doña Juana á las Córtes de Valladolid, reunidas en Julio del citado año 1506, para que aquella desgraciada sefiora fuese recluida en un convento, y Don Felipe, solo, procediese con entera independencia á la gobernacion del reino; pero algunos antiguos

partidarios del archiduque, entre otros el almirante Enriquez y el conde de Benavente, se opusieron resueltamente á que se cometiese tamaño desafuero con su infeliz Reina, la cual, por último, fué jurada y reconocida en las Córtes el dia 12 del mes citado; su marido, como Rey consorte, y su hijo primogénito, Cárlos de Gante, como heredero legítimo de la corona de Castilla y sucesor en el trono de Isabel la Católica.

Para conocer el ascendiente, la autoridad, mejor dicho, que el arzobispo Cisneros, antiguo jefe del partido de Don Fernando, ejercia ya en el ánimo de Don Felipe de Austria, debemos referir un hecho que consignan varios historiadores de aquellos dias, y que no hay motivo para ponerlo en duda. Del alcázar de Segovia habian sido expulsados ignominiosamente los ancianos marqueses de Moya, Andrés Cabrera y Beatriz de Bobadilla, cuya fiel amistad con Reina Católica; por espacio de diez lustros, no se tuvo en cuenta para dar la alcaidía de aquella fortaleza al favorito Don Juan Manuel; los cortesanos flamencos se habian arrojado, cual siniestra bandada de aves de rapiña, sobre las rentas y Estados de la Corona; vendíanse, para satisfacer la codicia de aquellos hambrientos extranjeros, los oficios públicos á precio vil y al

la

mejor postor, y llegó, finalmente, el caso de que el inconsiderado y frívolo archiduque, no teniendo ya qué darles, despachó una cédula á Granada para el arrendamiento de los derechos reales sobre los productos de las fábricas de seda de aquel Reino, derechos que pertenecian exclusivamente al rey Don Fernando, durante su vida, por concesion de la Reina Católica, en cláusula especial del testamento.

Jimenez de Cisneros no pudo resistir más tiempo á tan estupendas arbitrariedades: conoció el hecho por uno de los tesoreros del príncipe; buscó diligentemente, y halló bien pronto, en la misma ciudad de Valladolid, donde aún residia la córte, al poseedor del injusto despacho; apoderóse de éste y rompióle en cien pedazos á presencia del archiduque, á quien hizo ver, con elocuentes y enérgicas palabras, que por aquel camino de arbitrariedad y de injusticia sólo se podia llegar al ódio de los pueblos y al propio y eterno descrédito.

El archiduque no volvió á despachar semejante cédula, y respetó la severa y justa indignacion del prelado toledano.

A ciertos críticos modernos que han censurado á Cisneros, fundándose débilmente en este hecho, porque no ejerció su influencia para reprimir en absoluto las depredaciones y rapiñas

que cometian los flamencos, se debe contestar con la sencilla relacion de los sucesos que inmediatamente sobrevinieron: á tal punto llegó el disgusto de los pueblos y la odiosidad que se habia granjeado el esposo de Doña Juana, que muchos nobles andaluces tomaron acuerdo, en junta celebrada en Córdoba, de acudir á las armas para apoderarse de la Reina y libertarla de su marido, y libertar igualmente al reino de la tiranía y las odiosas exacciones de los fla

mencos.

¿Podia hacer más el arzobispo Cisneros, cuya autoridad estaba minada por la influencia del favorito Don Juan Manuel, cuando el malestar de la nacion y los anuncios seguros de sangrientas revueltas fueron poca cosa para inclinar el ánimo del archiduque Felipe á soluciones favorables á la prosperidad del reino y á la misma dignidad real?

II.

Disueltas las Córtes de Valladolid, trasladáronse los reyes á la cabeza de Castilla, Búrgos, cuyo concejo <echó sisa» á los vecinos, segun costumbre de la época de 900.000 maravedi

ses, para recibirlos con ostentacion y magnificencia régias (1).

¡Cuán falaces son los juicios de los hombres! A Búrgos, aquella ciudad insigne, de la cual escribia el duque de Arévalo al rey de Portugal Don Alfonso V el Africano, pretendiente al trono de Castilla y competidor de Isabel Iy Fernando V, «que le fazia saber que los reyes de Castilla, en teniendo esta fortaleza tenian título al Reino, é se pueden con buena confianza llamar reyes dél, porque es cabeza de Castilla;> á Búrgos, decimos, fué el archiduque Felipe, seguido de numerosa comitiva de nobles ambiciosos y flamencos insaciables, no precisamente para hacerse proclamar Rey, con su desventurada esposa, en los balcones de la sala del concejo, segun tradicional usanza, sino bien dispuesto á proseguir sin descanso la vida loca de disipacion y funesto abandono de los públicos negocios, vida que habia emprendido con temeraria imprudencia desde su llegada á las playas de la Coruña.

(1) Constan este y otros detalles curiosos que citaremos en el presente capítulo, en las Actas del Ayuntamiento, que se guardan en el rico Archivo de aquella ilustre ciudad.-Don Modesto Lafuente no examinó dichas Actas, y cometió errores que nosotros procuramos rectificar.

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