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pensando luego en que el arzobispado de Toledo era cargo muy alto y poderoso, para un hombre que tuviera grandes relaciones de familia entre la turbulenta nobleza de aquellos tiempos, y que fuese tan orgulloso y vengativo como el arzobispo desleal y soberbio Don Alonso de Carrillo, aquel prelado que, despues de haber trabajado con afan incesante para ayudarla á subir al trono, habia jurado hacerla tomar otra vez la rueca y el huso;» asegura la tradicion, decíamos, que la Reina agradeció el consejo del moribundo magnate, y prometió á éste que le sucederia en la Sede arzobispal de Toledo el humilde fraile Francisco Jimenez de Cisneros.

Y tan firme fué esta resolucion de Isabel I, que aunque su marido Don Fernando la suplicó repetidas veces que otorgara la mitra primacial de Castilla á su hijo natural Don Alfonso, mundano arzobispo de Zaragoza, la Reina supo resistir enérgicamente, ó con suavidad y dulzura admirables, segun eran las súplicas de su esposo, y cumplió, como luégo veremos, la palabra que habia dado al cardenal Mendoza.

II.

Don Gonzalo Jimenez de Cisneros (que así se llamaba de pila), nació en la villa de Torrelagu

na, cerca de Madrid, en 1436, no constando con exactitud el mes y el dia en que vió la luz del mundo; sus padres eran nobles, de antigua é hidalga familia, aunque sin bienes de fortuna y cargados de hijos y de necesidades; su carácter, su educacion, sus creencias, y quién sabe si tambien sus esperanzas, ó la intuicion misteriosa del génio, le inclinaron á abrazar el estado eclesiástico; sus estudios de gramática en Alcalá de Henares, y de filosofía, teología y cánones en la famosa universidad de Salamanca, terminaron al cabo de dos lustros, y cuando el jóven estudiante apénas contaba la edad de diez y ocho años, con el grado de bachiller in utroque jure, como entonces se decia.

Habiendo regresado á su villa natal, empren dió algun tiempo despues, aceptando el consejo de sus padres, un viaje á Roma, con la esperanza de lograr allí colocacion y adelantos en la carrera eclesiástica; y cuando sólo habia obtenido una Bula de espectativa, que le daba derecho á un beneficio simple de cierta renta, en el arzobispado de Toledo (que á tanto se extendian entónces las atribuciones de los Papas), tuvo que volver precipitadamente á la patria, por haber fallecido su buen padre, dejando en mala situacion los negocios de su casa y familia.

Aquí comienza ya la historia de la existencia laboriosa y agitada de Jimenez de Cisneros.

Tenía la edad de treinta y siete años, cuando falleció el arcipreste de Uceda, y sin presentarse al prelado toledano, que era el violento y altivo Don Alonso de Carrillo, y fiel guardador de los derechos que le conferia la Bula de espectativa que habia obtenido del Papa, dirigióse inmediatamente á Uceda, tomó posesion del arciprestazgo, y marchó en seguida á la capital de la archidiócesis, donde á la sazon residia Carrillo, á prestar juramento de fidelidad ante el prelado; mas éste, que habia pro. metido anteriormente la misma prebenda á un su allegado, cuyo nombre se ignora, léjos de recibir el homenaje del nuevo arcipreste, montó en cólera, quiso obligarle á que renunciara á sus derechos, halagóle despues con promesas de otro beneficio mejor y más liberalmente dotado, y concluyó, en vista de la firme entereza de Cisneros, por ordenar que fuese encerrado en el castillo de Santorcáz, una de las casasfuertes que sostenia siempre en pié de guerra aquel turbulento prelado (1).

(1) ¡Desdichado castillo de Santorcáz! Era una poderosa fortaleza señorial, que luégo fué prision para reos de Estado; atravesó incólume las revueltas

A los seis años de su prision, sin pensar un momento en renunciar á sus derechos, salió para Uceda el arcipreste Cisneros: habia vencido en entereza su carácter humilde, pero firmemente resuelto, á la arrogancia y la violencia del orgulloso prelado Carrillo. ¡Quién hubiera dicho entónces á este magnate, que aquel oscuro arcipreste habia de sentarse, ántes de tres lustros, en la misma Silla arzobispal que entón. ces él ocupaba!

Corria el año 1480, y poco despues de haberse instalado Cisneros en su arciprestazgo, presentósele ocasion de librarse en absoluto de la vengativa saña de su prelado, permutando su beneficio por el cargo de capellan mayor de la catedral de Sigüenza, cuya diócesis regia á la sazon el obispo Don Pedro Gonzalez de Mendoza: allí se conocieron por vez primera, el fastuoso prelado y el humilde cura; allí adivinó Mendoza, que bajo el exterior frio, austero, poco simpático de Cisneros, se revolvia quizás un espíritu eminentemente superior y un corazon recto, honrado y leal; mas aunque fueron creciendo de dia en dia la reputacion, y áun la

de siete siglos, y ha venido á caer, pocos años há, á impulsos de la piqueta demoledora, para construir con sus piedras el afirmado de una carretera.

fortuna del capellan mayor de Sigüenza, este varon religioso, harto de las falacias del mun-do, abandonó su cargo y distribuyó sus pocos bienes á los pobres, y fué á encerrarse en el convento de Observantes de San Juan de los Reyes en Toledo, fundado (como saben los lectores de nuestro libro Isabel la Católica), por los Reyes Católicos, en accion de gracias y cumplimiento de un voto solemne hecho despues de la batalla de Toro (1).

Ningun novicio cumplió el primer año de claustro con tanto fervor religioso como el que habia sido arcipreste de Uceda: «Dormia sobre la tierra (dice su cronista Alvar Gomez de Castro), con un pe azo de madera por almohada, llevaba cilicios en sus carnes, ayunaba todos los dias, se disciplinaba con rigor lastimoso, » ejercia todas las mortificaciones de la severa regla de los Observantes como si hubiese de morir, (escribe otro biógrafo) el mismo dia, y dar estrecha cuenta á Dios de sus actos. >

(1) Prescott dice, que el convento de San Juan de los Reyes fué levantado por los soberanos españoles "para cumplir el voto que hicieran durante la guerra de Granada; pero el convento existia ya, aunque no concluido, mucho ántes de la sorpresa de Zahara por las tropas de Muley Hacem, en 26 de Diciembre de 1481.

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