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paz de Lyon, en II de Febrero de 1504. Y como el Gran Capitan, agradecido á los bravos caudillos que habian llevado sus tropas á tantas victorias, les premiara con largueza régia, á Mendoza (hijo del cardenal de España), á Pedro Navarro, á García de Paredes, á Leiva, á Pizarro (padre del conquistador del Perú), á Benavides, á Andrade, á otros muchos, el rey Don Fernando, siempre suspicaz y receloso de la gloria y el poderío del vencedor en Cerignola y Garellano, exclamó en cuanto lo supo: <Si Gonzalo ha conquistado un reino para la corona de Castilla y Aragon, lo ha repartido entre sus familiares y soldados ántes de que llegase á mis manos (1). »

A eso habia ido el Rey Católico á Nápoles, despues de la concordia de Villafáfila: á examinar por sí mismo la situacion de aquel reino y la conducta de Gonzalo de Córdoba, cuya lealtad le inspiraba grandísimos é invencibles recelos.

II.

El dia anterior al fallecimiento inesperado del archiduque Don Felipe el Hermoso, ha

(1) Todos los historiadores, desde Paulo Giovio hasta Lafuente, consignan estas palabras.

bíanse reunido en el mismo palacio de Búrgos (la casa del Cordon) los grandes del reino que acompañaban á la córte desde Valladolid, bajo la presidencia del arzobispo Jimenez de Cisneros, el único hombre de genio que fué bastante previsor, entre aquella turba de magnates que rodeaban al moribundo monarca, para constituir un gobierno regular que pudiera hacer frente á las extrañas eventualidades que habian de surgir en el momento del fallecimiento de Don Felipe.

Y cuando llegó este caso desgraciado, el mismo Cisneros constituyó una regencia interina, y escribió al Rey Católico un Mensaje de carácter urgente, anunciándole el fallecimiento de su yerno, é invitándole á que diera la vuelta cuanto ántes, si queria que los pueblos de Castilla no se entregasen á la más execrable anarquía.

La regencia, presidida por Cisneros, estaba formada del condestable de Castilla, el duque de Alba, el almirante Enriquez, el duque del Infantado y el duque de Nájera; estos dos últimos, acérrimos partidarios que habian sido del difunto archiduque, ilegaron á proponer que se invitase con el gobierno del reino á Maximiliano de Austria, al rey de Portugal Don Manuel (viudo de Doña Isabel de Castilla, y padre del

difunto príncipe de Astúrias, Don Miguel de la Paz), al rey de Navarra Juan Labrit; aquellos otros, bajo la influencia del prelado y del duque de Alba, leales partidarios de Don Fernando, consideraban todavía como vigente la resolucion de las Córtes de Toro en favor del rey viudo de la Reina Católica, y no transigian por ningun concepto con las opiniones de los

otros.

Y cuando se trató de convocar nuevas Córtes para someter á su fallo tan delicado y grave asunto, y la reina Doña Juana se negaba á firmar las cédulas de convocatoria, alegando que <su padre proveeria á todo,» el arzobispo Jimenez de Cisneros resolvió firmarlas en nom bre del Consejo de regencia, «como en caso extraordinario y justificado por la necesidad,> convocando á los procuradores para la misma ciudad de Burgos; mas las Córtes no se reunieron, despues de todo, con pretextos más ó mé nos frívolos, y estallaron movimientos armados y sangrientos en no pocas ciudades, y Don Fernando (que procuraba dejar al país en or fandad peligrosa, para que sus mismos adversarios le llamasen con ahinco y lo deseasen como á salvador de la patria) no se apresuraba á abandonar la Italia tan pronto como sus par ciales anhelaban, para librar al reino de los

horrores de la anarquía, que ya se anunciaban en algunas comarcas castellanas (1).

Y entre tanto, la reina Doña Juana, en un ins tante de providencial lucidez, habia suscrito una cédula, en 19 de Diciembre del mismo año, por la cual revocaba todas las mercedes otorgadas por su difunto marido desde el fallecimiento de la Reina Católica; y pocos dias despues, habiendo hecho abrir la caja que contenia los restos mortales del archiduque (pues corrió por Búrgos la voz de que los flamencos trataban de robarlos, en garantía de las mercedes y promesas que se les habian hecho), y cerciorada de que allí estaban custodiados, emprendió con ellos aquel tristísimo viaje, en el rigor del invierno, que comenzó en la Cartuja de Miraflores, y no tuvo término, hasta despues de tres años, en el convento de Santa Clara de Tordesillas, caminando de noche, descansando de dia, creyendo que su pobre esposo estaba dormido, esperando la desdichada que resucitase (2) y la estrechara

(1) Estaban en armas á la sazon, prontos para llegar á las manos, el inquieto Don Juan Manuel, el almirante Enriquez, el duque de Nájera y el condestable de Castilla.

(2) Es indudable que un fraile cartujo, del convento de Miraflores, de Búrgos, tuvo la desdichad

en sus brazos, y estrechara tambien á su hija póstuma, la infanta Doña Catalina (que despues fué reina de Portugal), nacida en la tercera jornada de viaje tan fúnebre, en la villa de Torquemada... (1).

Muchos meses despues, el rey Don Fernando, que habia recibido oportunamente el Mensaje del arzobispo Cisneros, á quien contestó desde Portofino, embarcóse en Nápoles el 4 de Junio de 1507 (no sin hacerse acompañar de los veteranos de la guerra de Italia, á las órdenes del

idea de hacer creer á la reina Doña Juana, tan digna de lástima por tantos conceptos, que su marido Don Felipe habria de resucitar en breve plazo. Pedro Mártir, testigo presencial de todos estos sucesos, y de mayor excepcion, lo declara así terminantemente en su Carta (Epistola 333) al arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera, y designa al cartujo alu dido, cuyo nombre no cita, con los epítetos de mentecato y necio (follio lævior, et blasterus cucullatus). A esta ridícula esperanza que abrigaban la mente y corazon de Doña Juana, por causa de aquel indigno fraile, deben atribuirse las escenas de los viajes por Castilla, acompañando al féretro del difunto archi. duque.

el

(1) El 14 de Enero de 1507. Esta señora, que vivió con su madre en Tordesillas hasta la edad de diez y ocho años, casó con D. Juan III, rey de Portugal.

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