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del reino; no pensaba, por cierto, el humilde fran ciscano, en que el rey Don Fernando, á su regreso de Italia, le habia de nombrar inquisidor general del reino, en reemplazo del arzobispo Deza, y ménos aún en que el mismo rey habia de solicitar del Papa Julio II el capelo de cardenal, para agraciar con el título de príncipe de la Iglesia á aquel austero prelado, á quien, pocos meses antes, cuando volvió á importunarle para que trocara la Silla primada de Toledo por el arzobispado de Zaragoza, le oyó exclamar con decision enérgica: «Si en eso insistís, señor, no trocaré una Sede por otra; me despojaré de las vestiduras episcopales, y marcharé á encerrarme en mi colegio de Alcalá ó en mi antiguo convento de Salceda. >>

Ambicioso fué Jimenez de Cisneros — ¿quién lo duda?-pero ambicioso que tenía, en los desdichados tiempos de su influencia en Castilla, la noble ambicion de hacer más grande, más feliz, más digna y más respetada á su patria.

me suma de tres y medio millones de pesetas, de la moneda actual. Segun Navaggien, embajador veneciano en aquella época, era la más rica de la cristiandad.

CAPÍTULO IX.

Aspiracion eterna de España á la conquista de Africa. Expediciones de Fernando III y de Don Diego Fernandez de Córdoba-Conquista de Mazalquivir.-Expedicion de Jimenez de Cisneros á Oran.-Batalla y toma de Oran.Desleal conducta del conde Pedro Navarro.-Regreso de Cisneros á España.- Conquistas en Africa.-Derrota de los Gelves.

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Era el Africa Septentrional, ántes de la invasion agarena, uno de los países más florecientes de la Cristiandad, antiguo asiento de la civilizacion y de muchas y poderosas naciones: sólo cuando la bandera del islamismo, arrastrando en pós de sí con la violencia, no por la persuasion, á los pueblos africanos, el Egipto, la Berbería, las Mauritanias, y destruyendo por completo la primitiva cultura púnica, griega, romana y cristiana, aquel desdichado país cayó en la oscura sima de la barbarie (1); y siglos despues, cuando pasaron al suelo africano los almoravides y almohades vencidos en Valencia

(1) Dan testimonio de esta verdad los mismos historiadores árabes, tales como Ibn Jaldon y Al-MaKari,

y en Córdoba, en Múrcia y en Sevilla por las armas de Don Jaime I de Aragon y Don Fernando III de Castilla, comenzó en aquellas regiones africanas el renacimiento literario y ar tístico, aunque muy lentamente desarrollado, que llegó á su complemento posible despues de la conquista de Granada.

Aún mucho ántes de este glorioso triunfo de los Reyes Católicos, los pueblos y los monarcas de Aragon consideraban la conquista del Africa septentrional como necesidad urgente para la integridad de sus dominios, y á la vez para la civilizacion de aquel país: no olvidaban, por cierto, que de allí salieron las hordas mahometanas que habian invadido muchas veces, desde el siglo VIII, la Península ibérica, los soldados de Tarik y Muza, los bereberes, los almoravides, los almohades, los beni-merines, y querian poner un valladar insuperable contra nuevas invasiones.

Así vemos que Don Alfonso I el Batallador amenaza en las aguas del Estrecho á la tierra africana; que Don Alfonso VII de Castilla y de Leon acaricia el pensamiento de pasar á la costa de Africa despues del triunfo de Almería; que Don Pedro III el Grande arriba con poderosa Armada á las cercanías de Túnez, ántes de dirigirse á la conquista de Sicilia; que el rey

Don Fernando III el Santo, apénas conquistada Sevilla, intenta armar una fuerte expedicion contra los moros de la Mauritania Tingintana.

Ayudaron á los pueblos y los reyes españoles, en preparar el camino para el logro de tan alta empresa, algunos varones piadosos, magnánimos y sábios que «anhelaban con ardor (dice un escritor extranjero), sacar de la esclavitud y convertir al cristianismo á tantos millo. nes de almas como militaban so el estandarte de Mahoma» y echar abajo el antemural poderoso con que protegian aquellos sectarios al paganismo de otras naciones del Oriente y del Mediodía; porque no es posible desconocer, sin negar asentimiento á la verdad de los hechos, que las Órdenes religiosas fueron el auxiliar más eficaz y más útil de las armas cris tianas, en los azarosos dias de la Reconquista.

Un Fr. Raimundo Martin, honra de la insigne Orden dominicana, autor de un excelente libro de controversia que produjo muchos beneficios en el siglo XIII, Pugio fidei adversus Mauros et Judaicos; un Fr. Raimundo Lulio, gala y honor de la ilustre familia seráfica, teó logo, filósofo, poeta, arabista insigne, gloria de Mallorca, su patria; otros animosos hijos de Santo Domingo y San Francisco de Asís, á los cuales se agregaron luégo los caritativos trinitarios,

ejercieron el santo ministerio de la predicacion y la enseñanza en Túnez, Argel, Trípoli, Berbería y otras comarcas africanas, y áun sufrieron glorioso martirio (1) en ellas, en defensa de la civilizacion cristiana; y aunque nuestras crónicas guardan silencio, cosa rara, acerca de las tentativas del conquistador de Córdoba y Sevivilla para clavar la Cruz de Jesucristo y el pendon castellano en las almenas de las principaes ciudades marroquíes, no se puede lógicamente dudar de este hecho, cuando le vemos consignado en los historiadores mahometanos de aquellos dias, tales como Ibn-Aljathid, IbnJaldon y otros (2).

Y tan arraigada estaba entre los españoles del siglo XV, la opinion de que era necesario pasar al Africa con las armas conquistadoras de Granada, que el sábio orientalista Fr. Pedro de Alcalá, el que compuso el Vocabulista arábigocastellano, por encargo del primer arzobispo de

(1) Notorio es que Fr. Raimundo Lulio murió apedreado en Túnez, en 1315.

(2) Véase la prueba de que son necesarios buenos arabistas en nuestra patria, para reconstruir ó completar la historia de España: esos escritores musulmanes, pocos años hace estudiados, revelan hechos que no cita ningun cronista castellano.

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