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no duerma en tablas, sino en cama y entre så banas, que deje el sayal del fraile por las vestiduras prelaciales, que considere de una vez, ya que tantas se le ha dicho inútilmente, que ya no es fraile observante de San Francisco, sino arzobispo de Toledo (1),»

El mismo Quintanilla afirma que el virtuoso Cardenal, despues de leer humildemente el Breve del Papa, exclamó con acento de resolucion incontrastable «Conque los seglares se ponen vestiduras monásticas para morir, ¿y yo, que las he llevado casi toda mi vida, me las he de quitar ahora, tan cercano ya del sepulcro?>

El historiador Gomez de Castro refiere á este propósito una anécdota, de cuya autenticidad responde: en una funcion pontifical hallábase Jimenez de Cisneros vestido con magnífico traje de púrpura y armiño, que le habian regalado, escuchando el sermon predicado por un austero fraile franciscano, el cual clamaba enérgicamente contra el lujo de la época, y en especial contra el boato de los prelados; y cuando se terminó la funcion, el Cardenal llamó á la sacristía al osado fraile, y le hizo ver que llevaba el sayal de franciscano pegado á la

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carne, debajo de las vestiduras pontificales (1). Merecen copiarse estas palabras del protestestante Prescott:

<<Su conducta moral fué irreprensible, y conforme en un todo á los rígidos preceptos de su Orden, así en el bullicio de la córte como en el silencio del cláustro. Erá sóbrio, puro y casto, y en este último particular cuidó hasta el extremo de que no pudiera recaer sobre él la más leve sospecha de la licencia que tan generalmente mancillaba al clero de aquella época.

>>En una ocasion, haciendo un viaje, le invitaron á que pasara la noche en casa de la duquesa de Maqueda, diciéndole que esta señora se hallaba ausente; pero no era así, porque estaba en el palacio, y entró en la habitacion que Cisneros ocupaba, ántes de que éste se retirara. «Me habeis engañado, señora (la dijo el Cardenal indignado): si teneis algo que tratar con. migo, mañana me hallareis en el confesonario; > y esto dicho, se marchó bruscamente del palacio (2).

(1) Gomez, De Rebus gestis á Francisco Ximenez, etcétera, fől. 206.

(2) Refiere tambien esto el obispo M. Fléchier, Histoire de Ximenes, pág. 634.

III.

En los desdichados tiempos que ahora corren, cuando en nada se estiman la virtud y la moralidad, se ha pretendido establecer un paralelo ridículo entre el cardenal Cisneros y el cardenal Richelieu, ministro de Luis XIII de Francia.

No hay punto posible de comparacion entre uno y otro; no puede haberle entre el egoista mundano y ambicioso Cardenal francés, y el siempre virtuoso, siempre de conducta moral irreprensible, siempre desdeñoso con las grandezas humanas, el Cardenal español.

El escritor francés que ha sostenido semejante paralelo, el abate Richard, reconoce, sin embargo, que el cardenal Richelieu fué odiado, en vida y en muerte, por sus contemporáneos, y el Cardenal español «fué devuelto á la tierra (añade el norte-americano Prescott), entre los llantos y lamentos populares, su memoria ha sido honrada áun por sus enemigos, y su nombre es reverenciado por sus compatriotas, hasta el dia de hoy, como el de un santo.»

Si el dia de la muerte es el dia de las alabanzas, segun vulgarmente se dice con cierta exactitud gráfica, reconozcamos que el odio de los

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franceses al primer ministro de Luis XIII, y el amor de los españoles al Regente de Castilla y de Leon en nombre de Don Cárlos I, excluyen absolutamente el paralelo entre los dos carde

nales.

Se ha comparado tambien al Gran Cardenal de España, Don Pedro Gonzalo de Mendoza, con el ilustre Jimenez de Cisneros; pero hay que rechazar igualmente todo punto de comparacion entre ambos.

En primer lugar, el cardenal Mendoza, hijo del poderoso marqués de Santillana, vivió siempre en la opulencia y el fausto, y sabida es la frase de su contemporáneo el capitan Gonzalo de Oviedo: «Era (Mendoza) gran varon y muy experimentado y prudente en negocios; pero á vuelta de las negociaciones de esta vida, tuvo tres hijos varones, » que reconoció legalmente, con autorizacion de los Reyes Católicos, y de los cuales descienden algunas familias aristocráticas de España.

En segundo lugar, apénas influyó el cardenal Mendoza en los consejos de la Corona, despues de la conquista de Granada y del descubrimiento de América: habiendo fallecido en LI

de Enero de 1495, y vivido fuera de la córte, en su palacio de Guadalajara, en los últimos años de su existencia, agobiado por la enfermedad cruel que le llevó al sepulcro, fué extraño por completo al verdadero desenvolvimiento de-la sábia política de Don Fernando y Dona Isabel, en la plenitud gloriosa de su reinado.

Jimenez de Cisneros, por el contrario, gran político y varon virtuoso, tiene en la Historia lugar preferente por sus consejos y sus actos en dicho magnífico período, desde la reforma de las Ordenes monásticas y del clero secular, hasta la proclamacion del rey Don Carlos I en Madrid, á pesar de la resistencia pasiva de los magnates del reino.

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Cisneros influyó para que las Córtes de To. ledo reconocieran y juraran á la infanta Doña Juana como princesa de Astúrias y heredera de la corona de Castilla y de Leon, despues del fallecimiento prematuro del príncipe Don Miguel de la Paz; y como se ha puesto en duda recientemente la legalidad de dichas Córtes, no estará de más copiar á continuacion la cédula de convocatoria que se conserva original en el Archivo secreto de Toledo (cajon 8.o, leg. 1.o, número 65) y que es muy poco conocida áun de las personas ilustradas.

Dice así ese curioso documento:

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