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vios principios de la buena fé y del honor nacional;» él, Jimenez de Cisneros, cuya honradez y patriotismo nadie, ni áun el frívolo escritor francés que le ha comparado con el cardenal Richelieu, se atrevió á poner en duda.

Y es que la historia de aquellos dias se juzga como historia de nuestra propia época: no se trasladan con la imaginacion, los que así piensan, á los últimos años del siglo XV, es decir, á las postrimerías de la Edad Media, y ménos todavía á España, á la nacion que acababa de expulsar á tierra africana al último representan. te y mantenedor de la odiosa enseña que triunfó en los campos de Vejer, en el valle del Guadalete.

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Dos años apénas habian trascurrido desde que Jimenez de Cisneros tomó á su cargo la difícil empresa de dirigir la conciencia de Isabel I, cuando el Capítulo general franciscano, acordándose de las virtudes del austero guardian del convento de Salceda, eligió provincial de la Orden, en Castilla, al confesor de la Reina Católica.

Y un año más tarde, en 1495, habiendo fallecido el ilustre cardenal Gonzalez de Mendoza,

á la edad de sesenta y seis años, en Guadalajara, el dia 11 de Enero, la misma Reina Católica solicitó del Papa Alejandro VI, la Bula correspondiente para elevar á su confesor, el nuevo provincial franciscano, á la alta dignidad de arzobispo primado de Castilla.

Cuentan los historiadores coetáneos, que la reina Isabel, en cuanto recibió la Bula pontificia que habia solicitado, hizo que se presentase en la Real Cámara el humilde fraile observante, y le entregó el pliego, que aún estaba sellado, invitándole á que le abriese y leyese las letras apostólicas que contenia; y cuando el confesor acercaba á sus lábios dicho pliego, para besar reverentemente el sigillum pontificio, leyó en el sobrescrito las siguientes palabras: A nuestro hermano en Cristo, venerable Francisco Fimenez de Cisneros, arzobispo electo de Toledo...

Demudósele el semblante, sintió que las piernas flaqueaban, dejó caer los brazos, sus manos trémulas no pudieron sostener por más tiempo el inesperado Breve...

Y exclamó con acento resuelto y firme: ¡No puede ser! ¡No puede ser! ó, como dice Gomez de Castro, y repite Quintanilla: ¡Esto es una equivocacion! ¡Esto no habla conmigo! ¡Ese Cisneros no soy yo! saliendo inmediatamente del régio aposento, sin despedirse de la augusta

Señora, y dirigiéndose á pié, con el Breviario bajo el brazo y el báculo en la mano, hácia el convento de San Francisco de Ocaña (1).

Fué necesaria segunda Bula pontificia, órden terminante de obedecer y someterse al Jefe supremo de la Iglesia, para que Jimenez de Cis neros consintiese en ocupar la Sede de los Eugenios é Ildefonsos (2).

Desde entónces, convencido de que las Orde nes religiosas estaban necesitadas de urgentísima reforma, para atajar la corrupcion que inundaba los conventos, y secundando los nobles propósitos de la reina Isabel, emprendió con decision, con verdadero arrojo (que todo era necesario para luchar contra las soberbias co munidades de conventuales, en aquella época, la grandiosa empresa de restaurar la vida mo nástica, no obstante la sañuda oposicion que, encontró en el general y en los provinciales de

(1) Refieren este hecho casi todos los cronista contemporáneos, tales como Gomez de Castro y Quintanilla.

(2) Fué consagrado obispo en Tarazona, en l capilla de la Piedad, del convento de San Francisco. magnífico edificio del siglo xv, fundado por el obisp❤ de Lérida, Don Jaime Conchillos, y concluido po Don Pedro de Quintana, secretario del re 3 c nando y del emperador Cárlos V.

los franciscanos, y áun en el mismo Pontífice Alejandro VI (1).

III.

Llegaron los Reyes á Granada hácia mediados de Octubre de 1499, y acompañólos, segun costumbre, el primado de España y confesor de la Reina Católica.

Conviene, empero, recordar aquí (por lo mismo que algunos escritores poco escrupulosos han censurado al rey Don Fernando, suponiendo que habia quebrantado ya los principales artículos de la capitulacion de la ciudad), que hasta entonces eran mantenidas y cumplidas fielmente las promesas de respetar á los mahometanos el libre ejercicio de su religion, y los usos y costumbres que no se opusieran á la seguridad del Estado: buena prueba es de tal respeto, no sólamente la famosa Real Prag

(1) El lector que desee estudiar este interesantísimo asunto, consulte las obras siguientes: Gomez de Castro, De Rebus gestis; Quintanilla, A chetypo de virtudes y espejo de Prelados; Riol, Memorial á Felipe V'; Sempere y Guarinos, Historia del lujo; Marina, Ensa yo..... sobre la antigua legislacion, etc.

mática de 31 de Octubre de dicho año (1), mejorando en su situacion á los hijos de los mo ros que abrazasen el cristianismo, despues de haber rechazado el consejo de una Junta de teólogos y jurisconsultos que proponian á los monarcas el uso de su poder, y áun el de la fuerza, para dar lugar á la conversion de los mahometanos de Granada, pintándoles el caso (al decir de Luis del Mármol, escritor coetáneo) como asunto de conciencia, de deber casi imprescindible, «en beneficio de las almas de los obcecados moros, y para no ser ingratos á los favores que les concedia la Providencia. »

Eran, en verdad, respetados y áun queridos de los moros granadinos los dos hombres ilustres á quien la Reina Católica, más eficazmente que su esposo, habia encomendado la direccion de los negocios políticos y de los asuntos religiosos en la recien conquistada comarca: el conde de Tendilla, Don Iñigo Lopez de Mendoza (2), uno de los bizarros capitanes del sitio de

(1) Véanse las Pragmáticas del Reino, edicion de Alcalá, fólios 120 y 5.-Prescott las cita con oportunidad, y rectifica al informal y apasionado Llorente.

(2) Don Iñigo Lopez de Mendoza, conde de Tendilla, primer marqués de Mondéjar, y primer gobernador y capitan general de Granada despues de la reconquista de la ciudad, estaba casado con doña

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