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contra el rigor, inusitado hasta entónces (dadas la prudencia del conde de Tendilla y la apacible dulzura de carácter del arzobispo Talave ra), del primado de España, hicieron que los ánimos desasosegados y ofendidos» de los moros granadinos se exacerbasen con acritud y violencia hasta el mismo punto de la rebelion armada: el clamor general, entre ellos, era una viva lamentacion por haberse infringido los principales artículos de las capitulaciones, y á él se unia un deseo, arrogantemente expresado, de reivindicar sus lesionados derechos.

Los grandes tumultos populares, casi siempre tienen igual principio: hay en su orígen al. gun fondo de razon y de justicia, que se desvanece luego en actos de violencia, y muchas veces en oleadas de sangre.

Hervia la agitacion entre la gente mora, propagábase el descontento á los mismos conversos, los ánimos estaban dispuestos y las armas eran requeridas por los hombres más atrevidos, y tambien por los más significados entre los de su raza: rugia sordamente una mina muy cargada, y sólo faltaba la chispa que habia de producir la explosion.

Saltó esa chispa en una mañana de Enero del año 1500: ya ejercia en Granada el Tribunal de la Fé, porque el inquisidor general Fr. Diego de

Deza (el protector de Colon, y después arzobispo de Sevilla), habia delegado en Cisneros sus facultades más ámplias para proceder contra los renegados; y cuando un alguacil del Santo Oficio, llamado Barrionuevo, se presentó en el Albaicin con órdenes terminantes del prelado toledano para prender á dos moros conversos, que habian renegado y se hallaban en casa de su madre, los gritos de ésta conmovieron al pueblo, y fueron como la chispa que faltaba para que estallase el incendio; amotináronse las turbas, empuñaron las armas, cercaron la casa de los dos renegados, se apoderaron del mísero alguacil de la Inquisicion y le dieron horrible muerte, arrastrando su cadáver por las calles.

Este hecho violento, que fué el principio de la primera rebelion de los moriscos granadinos, ha sido referido de muy diversa manera por los historiadores modernos: Lafuente supone, que dos familiares del arzobispo, de aquellos que solian prender ó maltratar á los renegados ó á los moros pertinaces,» apresaron á una jóven sirviente, y la conducian á la cárcel, cuando los gritos de la desgraciada, irritando á la plebe, produjeron la sublevacion general del populacho morisco, muriendo aplastado uno de los familiares y salvándose el otro por haberse escon

dido á tiempo; Prescott dice, que «Cisneros habia enviado á tres de sus criados, con cierto encargo, al Albaicin.... y habiéndose suscitado una disputa entre ellos y algunos de los habitantes del barrio, se llegó de las palabras á las manos, muriendo allí mismo dos de los criados y escapando muy difícilmente el tercero. >

Lafuente sigue y acepta la relacion del cronista Luis del Mármol, y el historiador norte americano, la de Alvaro Gomez de Castro y Fr. Alonso de Quintanilla, panegiristas entusiastas de Cisneros: nosotros seguimos la de Hurtado de Mendoza, el cual pudo oirla á su hermano Don Luis, sucesor del padre de ambos, el conde de Tendilla, en la alcaidía y capitanía general de Granada, ó hallarla escrita en los papeles de familia.

II.

La rebelion apareció desde luego imponente: los moriscos, en número considerable, tomaron las armas; en pocas horas las calles se erizaron de barricadas y parapetos; una junta suprema de notables, compuesta de cuarenta miembros, fué elegida en el mismo dia, para que organi zase la defensa del barrio y fijase á la vez el plan de ataque.

Este fué, por de pronto, el asalto al palacio donde residia Cisneros, objeto principal del furor y ódio de los sublevados: turba inmensa rodeó y atacó la Alcazaba; la noche del siguiente dia, y durante largas horas, los familiares y criados del arzobispo se batieron con gran aliento y no poca fortuna, hasta que la primera luz del alba fué mensajera de algunas tropas que acaudillaba el conde de Tendilla, <quien concertó el motin del Albaicin. »

«Subió el conde de Tendilla (dice el historiador, su hijo), y despues de habérsele hecho alguna resistencia, apedreándole el adarga (que es entre ellos respuesta de rompimiento) se la tornó á enviar: al fin la recibieron, y pusiéronse en manos de los Reyes...» (1). ·

(1) Prescott, á quien copia Lafuente casi al pié de la letra, no ha entendido este pasaje de Hurtado de Mendoza: los sublevados del Albaicin no apedrea'ron al mensajero del conde de Tendilla; apedrearon el escudo del mismo conde, para significar así, segun usanza de los moros, que se mantenian en rebelion y aceptaban la lucha.-Guerra de Granada, lib. I, pá. gina 6.

Sabido que en los torneos caballerescos de la Edad Media estaba en uso una ceremonia semejante: el paladin que entraba en la liza, golpeaba con su espada

Pero esto sólo fué despues de una semana de resistencia armada, y cuando el buen prelado Talavera, respetado y querido de los moros, tanto como de los cristianos, se presentó en las plazas y calles del barrio morisco, montado en una mula, y llevando por todas armas la cruz arzobispal que le precedia, en manos de uno de sus familiares: hasta los más enfurecidos alfaquíes fueron los primeros en arrojar las espadas y lanzas; aclamáronle con frenético entusiasmo; se prosternaron á su paso, dando vivas muestras del amor que le profesaban, para besar el ribete de su morada sotana y recibir la bendicion de sus manos (1).

Y cuando el conde de Tendilla, que estaba preparado en la Alhambra con sus más fieles soldados, conoció, por mensajeros del arzobispo, la nueva fase que presentaba el alboroto del Albaicin, tan temible poco ántes, apareció en la plaza, y arrojó su birrete de grana en medio de las turbas, en señal de paz y sosiego,

ó con su lanza el escudo del mantenedor á quien retaba á singular combate.

suceso,

(1) Hurtado de Mendoza no indica siquiera este el cual está suficientemente comprobado con las relaciones de Gomez de Castro, Pedro Mártir, Quintanilla, Robles y otros cronistas.

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