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éstas prorumpieron en unánime aplauso, y la rebelion quedó vencida desde aquel momento.

Algo más hizo el varon insigne en beneficio de la tranquilidad pública: «dióles el conde» (escribe sencillamente su hijo el historiador, como si tratase de la accion mas insignificante), «dióles el conde por seguridad sus hijos en rehenes. > ¡Noble manera de inspirar confianza á aquellos alborotados infieles, de concertar voluntades para que los «desascsegados y ofendidos,» se entregasen á sus ordinarias y pacíficas ocupaciones!

Dice el cronista Luis de Mármol (á quien sigue Lafuente), que el alfaquí principal del Albaicin, hombre respetable y de grande influjo para con los suyos, entregó á la justicia del conde de Tendilla, á cuatro de los principales alborotadores, acusados del asesinato del alguacil Barrionuevo, los cuales fueron ahorcados en la plaza del Béiro; pero debemos consignar que otros cronistas coetáneos, de más autoridad que el autor de Rebelion de los moriscos, no mencionan este suceso, el cual, por otra parte, nada tendria de extraño, por significar el merecido castigo de un asesinato.

Dícese tambien, que cuando los Reyes Católicos, á la sazon en Sevilla, recibieron noticias detalladas de los sucesos (con gran retraso, por

cierto, á causa de la tardanza del mensajero que les dirigió Cisneros), el Rey Don Fernando, cuyo carácter empezaba á sufrir la trasformacion que le distinguió, singularmente en los últimos años de su vida, exclamó, con mal reprimido enojo, dirigiéndose á su egrégia esposa: Caro nos ha de costar vuestro arzobispo! (1).

No fué así, ciertamente; pocos dias despues se presentó Cisneros en la córte, y refiriendo los sucesos con verdadera franqueza, sin las exageraciones con que les habian abultado la distancia y la mala voluntad, y haciendo valer sus propios servicios y su ferviente deseo por la con

(1) Refiere esta anecdota, que por tal la tenemos, Luis del Mármol, y la cita, como es consiguiente, Prescott; pero este historiador incurre en grave equivocacion y apunta una cita falsa, presentando la autoridad de Hurtado de Mendoza para comprobarla: el autor de la Guerra de Granada no hace siquiera la menor alusion á tal suceso, ni en el libro I de su obra, citado por el historiador norte-americano, ni en nin gun otro.-Por lo demás, el lector recordará que no fué del agrado del Rey Católico el nombramiento de Cisneros para la Silla primada de España: Don Fernando la pretendió para su hijo natural Don Juan de Aragon, arzobispo de Zaragoza, jóven de poco morigeradas costumbres; y la reina Isabel prefirió, con buen acierto, al humilde fraile franciscano.

version de los moros, la cual habia de ser, segun su creencia, la mejor garantía de quietud y prosperidad para el reino granadino, consiguió que los Reyes aprobasen por completo sus planes, que consistian principalmente en considerar como rotas por los mismos moros las condiciones de la capitulacion de Granada, y en obligar á éstos á recibir el bautismo, ó á salir del Reino en breve plazo.

Aquellos desdichados mahometanos, sin patria y amenazados del rigor de las ordenanzas dictadas, se convirtieron, aunque aparentemente, al cristianismo: algunos centenares de familias, empero, no queriendo hacer abjuracion de la fé de sus mayores, abandonaron el suelo en que habian nacido y emigraron al Africa, donde pocas se salvaron de la rapacidad de las desalmadas tribus berberiscas (1).

(1) No están acordes los cronistas contemporáneos en fijar el número de los moros granadinos que entónces recibieron el bautismo: mientras Luis del Mármol señala, tal vez sin exageracion, la cifra de 50.000, el cura Bernaldez, contemporáneo y casi testigo presencial, puesto que residia en un pueblo cercano á Sevilla, y era familiar y protegido del inquisidor general, Fr. Diego de Deza, apunta el número de 70.000.-Lo indudable es que todos, incluso el tolerante Pedro Mártir, elogiaron la firmeza de carácter

Digan lo que quieran los modernos detractares de aquella época de grandeza y poderío de la patria (que los hay, aunque parezca increible), el resultado inmediato de todo, esto es, la conversion, aunque aparente y simulada, de 70.000 moros de Granada y sus cercanías, como indica sagazmente el cura de los Palacios, fué un triunfo supremo y brillantísimo para Jimenez de Cisneros; un triunfo conseguido, á pesar de tan grandes contrariedades, por el carácter enérgico y firmemente tenaz de aquel hombre extraordinario; y es inútil que la soberbia de nuestra época, juzgando los hechos despues de cuatro siglos, y á la sombra desconsoladora y fria de un criterio anti-católico, intente censurar, empequeñecer, reducir á mezquinas proporciones y áun calificar de injusto y fanático, aquello mismo que los escritores de entónces elogiaron, enaltecieron y consideraron como efecto sublime de la rectitud y justicia de Cisneros, y de su ardiente, incomparable celo religioso.

del arzobispo Cisneros, y se felicitaron de la conversion de los moros, los cuales fueron llamados desde entónces moriscos. Este aplauso unánime de los contemporáneos, es el mejor elogio del insigne prelado toledano.

Los que lean las páginas históricas que, recogiendo tales sucesos, han legado a la posteridad los hombres más ilustrados de aquella época, tendrán prueba plena de esta última afirmacion nuestra: ni uno solo de los cronistas contemporáneos, con haber algunos tan libera. les en sus opiniones, como el ilustre Pedro Mártir y el arzobispo Talavera, y áun varios eminentes hombres de Estado, como el secretario Almazan, y capitanes de universal nombradía y respeto, como el Gran Capitan Gonzalo de Córdoba, dejó de aplaudir vivamente, hasta con entusiasmo, la grande obra de la conversion de los moros granadinos, realizada por Cisneros.

Y es que, segun hemos dicho anteriormente, los juicios erróneos que dicta la soberbia en nuestros dias, tienen por base deleznable y falsa, el desconocimiento casi absoluto de la época, del país y de las circunstancias especiales en que aquellos sucesos acaecieron: se juzga hoy de ellos como si acontecieran en nuestros propios dias, y muchas veces, sin conocerlos siquiera, superficialmente (1).

(1) Un ejemplo que muchas personas podrian confirmar, si quisieran: pocos años há, pronunció un discurso, sobre la intolerancia religiosa, cierto orador muy popular y muy considerado en una asociacion

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