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glos de combates, la ley del progreso no habla en favor de la opinion de tales críticos: apreciando imparcialmente, severamente, mejor dicho, los sucesos ocurridos en la sublevacion de los moros granadinos, nadie se atreverá á censurar al arzobispo Jimenez de Cisneros, por su opinion absoluta acerca de aquellos «desasosegados» súbditos de los Reyes Católicos.

Podrá censurársele por los medios que empleó para realizar su propósito, considerados y vistos desde nuestra época, á través de cuatro siglos, y, por lo tanto, sin verdadero conocimiento de causa.

¿Es que habria sido mejor, en opinion de esos críticos, que la civilizacion española en el presente siglo hubiera estado al nivel de la turca ó de la egipcia?

II.

La rebelion no habia sido vencida, á pesar de la sumision del Albaicin y de las Alpujarras: palpitaba el espíritu de la venganza, de la fiera barbarie africana, entre los habitantes de la Serranía de Ronda, últimos restos de las salvajes tríbus berberiscas que habian acudido á Málaga, en las postrimerías del efímero reinado de El Zagal.

A principio del año 1501, los feroces rondeños se sublevaron de nuevo (1): asesinaron á los habitantes cristianos, vendieron en Africa á las mujeres y á los niños, saquearon é incendiaron las casas.....

Y á la voz patriótica de los Reyes, que entónces residian fuera de la comarca andaluza, juntóse en breve tiempo, en la ciudad de Ronda, una hueste numerosa, guiada por esforzados capitanes: Don Juan de Silva, conde de Cifuentes y asistente de Sevilla, que era el jefe principal; Don Juan Tellez Giron, conde Ureña; Don Alonso Fernandez de Córdoba, señor de Aguilar, hermano mayor y émulo del Gran Capitan, y su hijo primogénito Don Pedro, despues marqués de Priego; Don Francisco Ramirez de Madrid, el inteligente ingeniero que tanta celebridad habia alcanzado en los sitios de Alhama, Baza y Granada; Don Alvaro Fernandez de Córdoba, y otros muchos.

Los montañeses, sublevados á las órdenes del Feheri de Ben Estepar, valiente defensor de Málaga, se habian refugiado con sus familias

(1) En un año, tres sublevaciones. Véase cómo el arzobispo Jimenez de Cisneros conocia mejor la indole aviesa y el genio desasosegado de los moros, que los filantrópicos pensadores de nuestros dias.

y sus tesoros en las abruptas escabrosidades de Sierra Bermeja, coronando las alturas y parapetados en los riscos y las tajadas rocas.

El dia 18 de Marzo (1), al romper el alba, salió de Ronda el ejército cristiano, que habia de sufrir derrota y matanza tan horribles como la tristemente célebre de la Ajarquía; mandaba la vanguardia el de Aguilar, cuyos soldados persiguieron á los moros imprudentemente hasta las más oscuras revueltas de la sierra; al llegar la noche, que era lóbrega y medrosa, penetraron los perseguidores en el escondido refugio de las mujeres y los tesoros de los fugitivos montañeses (los cuales observaban todos los movimientos desde las alturas), y se cegaron á la vista del riquísimo botin que ya consideraban como suyo...

Entónces, arrojando las armas para hacer mayor presa, y rompiendo las líneas, y desordenados, y verdaderamente locos, vieron de pronto, á la luz de tétrica é inmensa llamarada que produjo la explosion de un barril de pólvora, que los astutos moros, enardecidos por la venganza, caian sobre ellos, espada en mano, como lobos carniceros, sedientos de matanza y de

(1) No el 16, como dice Lafuente.-Edicion de Barcelona, tomo II, pág. 359.

sangre; los precipicios de la sierra, las hondonadas, las escuetas peñas, los riscos erizados de maleza fueron la tumba de los insensatos cristianos, que habian desoido los consejos de Don Alonso de Aguilar, quien les gritaba en vano, pocos momentos ántes, que el enemigo no estaba derrotado, sino oculto y en acecho.

Allí quedaron tendidos muchos bizarros capitanes y soldados que habian salido ilesos y con gloria de la guerra de Granada, y fueron á morir en «el rincon de Sierra Bermeja:» el ingeniero Ramirez de Madrid, el jóven hijo del conde de Ureña, el mismo valeroso y noble Don Alonso de Aguilar.

Batíase este caballero, dice un romance contemporáneo,

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Todos los fieles que le rodeaba n cayeron exánimes á sus piés; su mismo hijo Don Pedro, atravesado el muslo por una saeta, apénas tenía fuerza para levantar el acero, cuando su tio Don Alvaro le arrancó á viva fuerza de aquel lugar de matanza, y pudo ponerle en salvo. «Véte, hijo mio (cuenta la historia, que le dijo el de Aguilar), véte, para que no perezcan hoy las esperanzas todas de nuestra casa, y vive

como buen caballero cristiano, y consuela y á tu madre.>

ampara

Y al punto mismo trabóse singular combate (1) entre el valeroso adalid castellano y el fiero y vengativo Feherí de Ben Estepar, que acudió á aquel sitio por el rumor de la pelea; la espada del esforzado moro se abrió camino por el pecho del de Aguilar, que se habia descubierto en el ardor del combate, y arrojando éste su acero, abalanzóse con supremo esfuerzo contra su más ágil adversario, quien pudo hacerle caer á tierra y quedar él encima; en aquel instante decisivo, el cristiano caballero exclamó con desesperado acento: ¡Yo soy Don Alonso de Aguilar!, y el moro contestó con eco de saña: ¡Yo soy el Feheri de Ben Estepar!,

(1)

"Don Alonso en este tiempo
Muy gran batalla hacía,

El caballo le habian muerto,
Por muralla le tenía,

Y arrimado á un gran peñon

Con valor se defendia;

Muchos moros tiene muertos,

Pero poco le valia,

Porque sobre él cargan muchos

Y le dan grandes heridas..."

Otro romance contemporáneo.-Perez de Hita, Guerra de Granada, parte I, pág. 64.

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