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dientes de los muertos, ó personas que por oi das conocian, y los lugares desdichados.

Lo primero dieron en la parte donde paré la vanguardia con su capitan, por la escuridad de la noche, lugar harto extendido y sin más mortificacion que la natural, entre el pié de la montaña y el alojamiento de los moros; blanqueaban calaveras de hombres y huesos de caballos, amontonados, desparcidos, segun cómo y dónde habian parado; pedazos de armas, frenos, despojos de jaeces; vieron más adelante el fuerte de los enemigos, cuyas señales pare cian pocas, y bajas, y aportilladas: iban señalando los pláticos de la tierra dónde habian caido oficiales, capitanes y gente particular; referian cómo y dónde se salvaron los que quedaron vivos, y entre ellos el conde de Ureña y Don Podro de Aguilar, hijo mayor de Don Alonso: en qué lugar y dónde se retrajo Don Alonso, y su defensa entre dos peñas; la herida que el Ferí, cabeza de los moros, le dió primero en la cabeza, y despues en el pecho, con que cayó; las palabras que le dijo andando á brazos: yo soy Don Alonso; las que el Ferí le respondió cuando le heria: tú eres Don Alonso, mas yo soy el Feri de Benastepar, y que no fueron tan desdichadas las heridas que dió Don Alonso, como las que recibió.

Lloráronle amigos y enemigos, y en aquel punto renovaron los soldados el sentimiento; gente desagradecida, sino en las lágrimas. Mandó el general hacer memoria por los muertos, y rogaron los soldados que estaban presentes que reposasen en paz, inciertos si rogaban por deudos ó por extraños; y esto les acrecentó la ira y el deseo de hallar gente contra quien tomar venganza. »

Por algo era el insigne autor de este pasaje (1), grande amigo de Santa Teresa de Jesus.

CAPÍTULO V.

El testamento de Isabel la Católica.-Orden de sucesion á la corona.-La reina Doña Juana de Castilla y el archiduque D. Felipe de Austria el Hermoso.—Bosquejos biográficos.-Preliminares convenientes.

I.

Otorgó su testamento la excelsa Reina Católica el dia 12 de Octubre de 1504, mes y medio antes de su fallecimiento, acaecido, como dicho queda en otro lugar (2), «hácia la hora

(1) Diego Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, lib. IV, pág. 171.

(2) Véase el tomo Isabel la Católica, pág. 249.

de medio dia del 26 de Noviembre» del mismo año; y en aquel admirable documento, que es un magnífico resúmen de las especiales dotes que avaloraban el espiritu inteligente y previsor, y el corazon nobilísimo y piadoso de la egregia señora, expuso, con gran acierto, no sólamente su postrera voluntad con relacion al enterramiento de sus cadáver y obras pías en sufragio de su alma, ordenando que «las exequias hayan de hacerse de la manera más sencilla, y el dinero sobrante de esto, se reparta á los pobres> para que recen por ella, sino que tambien resolvió con notabilísima lucidez y acierto los grandes problemas políticos que, segun adivinaba su inteligencia superior, habian de presentarse, en órden á la sucesion á la corona y á la regencia del reino, desde el mismo dia de su fallecimiento.

Ante todo, aquella egregia patriota, aquella misma noble castellana que rechazó indignada, en momentos supremos para el éxito de su causa, la proposicion del Rey Don Alfonso de Portugal (quien la pedia (1) las plazas de Toro y Zamora, como precio de su renuncia á los derechos de la corona de Castilla), exclamando en un arranque de patriótico entusiasmo: ¡No cede

(1) Véase Isabel la Católica, pág. 80.

ré una sola piedra de las que habia en el reino de Castilla á la muerte de mi padre! aquella noble reina, decimos, recomendaba y encarecia vivamente á todos los sucesores suyos que considerasen los Estados de la corona de Castilla, como unidad sagrada, indivisible é inalienable de la patria, y fija siempre su mirada en la tierra africana, la tierra que lanzó á las huestes mahometanas sobre la Península ibérica; y quizá tambien, apreciando con su prudentísima y valiosa prevision, la importancia que habia de tener en lo sucesivo el angosto canal marítimo que sirve de lazo de union al Mediterráneo y al Atlántico, al mundo antiguo é histórico y al mundo moderno y del progreso, recomendóles enérgicamente, con frases que debian estamparse hoy en áureas letras en todos los establecimientos de enseñanza de la nacion española, para ilustracion de propios y ejemplo de extraños, que por nada ni por nadie, enagenasen ni perdiesen la plaza de Gibraltar.

¡Oh, angusta Reina! ¡Oh, nobilísima castellana! ¡Oh, insigne patriota! ¿Qué diria si un poder sobrenatural infundiese vida nueva á sus venerandos restos mortales, y pudiese ver con sus propios ojos, con aquellos ojos que lloraron lágrimas de alegría cuando la enseña de España y el lábaro santo de la Cruz, se levantaron er

guidos en la torre de la Vela, y en las murallas y torreones de la Alhambra; si pudiese ver, decimos, que encima del peñon de Gibraltar, conquistado á los moros con sangre española, ondea la bandera británica, enarbolada por traicion cobarde y pérfida, hace ya cerca de dos siglos, y sostenida por la debilidad y el abandono de reyes y de gobiernos y pueblos?

Diría, sí, que España, su patria idolatrada, no era ya tierra de héroes, ni solar de hidalgos.....

Indicaba luego en su testamento el órden de sucesion á la corona, previendo los grandes males que amenazaban, despues de su muerte, á su querida patria castellana, y deseando ardientemente alejarlos, dejaba como heredera del trono (reina propietaria), á la infanta doña Juana, y á su marido el archiduque Felipe, como rey consorte, presentándoles cual ejemplos, en especial á éste último, el feliz reinado de ella misma y de su esposo, y la prosperidad creciente que habian dado á la nacion; afrontando la gran cuestion que plantearon y no resolvieron las Córtes de 1503, declaraba que en caso de incapacidad ó fallecimiento de la infanta su hija, el único regente de Castilla, hasta la mayor edad de su nieto Don Cárlos, el hijo primogénito de los archiduques, habia de ser Don Fernando el Católico. «por las magnáni

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