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Pero los escritores franceses no pueden perdonar al rey Don Fernando que las tropas españolas vencieran á los ejércitos de Cárlos VIII y Luis XII, como no perdonan al emperador Cárlos V y al rey Don Felipe II que vencieran tambien, andando el tiempo, á los ejércitos de Francisco I y de Enrique II, en Pavía y en San Quintin.

II.

Partidarios tuvo muy fervientes el Rey Católico, en los momentos dolorosos que subsiguieron á la muerte de su excelsa esposa: permanecieron fieles, entre otros, los arzobispos de Sevilla y de Granada, Deza y Talavera; los duques de Alba y de Medinaceli; los condes de Tendilla, de Cifuentes y de Ureña; y presidia á todos ellos, por su gran fama de virtud, por su poderosa inteligencia, por su noble patriotismo, el arzobispo de Toledo Fr. Francisco Jimenez de Cisneros.

El P. Mariana, que llamó á Jimenez de Cisneros <prelado de gran corazon y de pensamientos altos, dice á este propósito:

No se apartaba del lado del Rey Católico el Arzobispo de Toledo; ántes en todas estas diferencias le acudió siempre con gran lealtad,

y fué gran parte para que muchos reprimiesen sus malas voluntades» (1).

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Ocasiones tambien hubo en que, instado el Rey vivamente por muchos de sus partidarios que veian con gran zozobra el porvenir, y preñado de oscuras nubes el horizonte político, pudo fácilmente prescindir en absoluto de su hija y heredera Doña Juana, por la incapacidad de es ta Señora, y hacerse proclamar Rey propietario de Castilla; habria quizás bastado para lograrlo, la reivindicacion de sus derechos á la corona, como descendiente en línea masculina de la casa de Trastamara, reivindicacion que, segun hemos dicho en otro libro (2), quiso hacer, ó hizo en realidad (que sobre esto no hay buen acuerdo entre los historiados), cuando la Reina Isabel, muerto su hermano Enrique IV el Im potente, fué proclamado en Segovia.

No sería tan ambicioso y pérfido el Rey Don Fernando, por lo ménos en aquel entónces, cuando él mismo, deseyendo las halagüeñas indicaciones de sus partidarios, publicó la Cédula Real de convocatoria para las Córtes de Toro, las cuales, reunidas en Enero de 1505, en pre sencia del Rey viudo, acataron el testamento

(1) Historia de España; tomo II, lib. 28, cap.
(2) Véase Isabel la Católica, pág. 61.

XV

de la Reina difunta, en lo relativo á la sucesion en el trono, y prestaron juramento de fidelidad á la reina Doña Juana, como propietaria; al archiduque Felipe de Austria, como Rey consorte, y al mismo rey Don Fernando como regente y gobernador del Reino, en ausencia de su hija y su yerno, despachando diputados á Flandes para que enterasen de los acuerdos de las Córtes á los dos príncipes ausentes.

Los sucesos que acaecieron inmediatamente, no son para descritos á la ligera, ni atañen principalmente al objeto de este libro: reclamó el archiduque su mejor derecho á la gobernacion del Reino, sin tener en cuenta para nada el testamento de la reina Isabel, y aguijoneado por su ambicion y por los astutos consejos de su privado Don Juan Manuel; las intrigas, los amaños innobles, las deslealtades más indignas hervian en la misma córte de Castilla; aprestos de guerra y amenazas de Francia, al mismo tiempo que surgia el descontento en los diversos Estados de la Península itálica, obligaron á pensar en su propia seguridad, ántes que en otra cosa, al rey Don Fernando, quien liegó á dudar ya entónces, mal aconsejado de la envidia ó por encubiertos enemigos, de la lealtad de Gonzalo de Córdoba, el cual, disponiéndose á comenzar en seguida la tercera série de sus

grandiosas campañas en Italia, fué ya para siempre objeto de recelo y constante pesadilla para el Rey Católico.

Este, empero, tuvo la desgracia de recurrir, buscando su propio interés, al peor partido que hubieran podido presentarle sus mismos adversarios: despachó embajadores (1) de su confianza al rey Luis XII, su más acerbo enemigo, para que pactasen alianza en condiciones ventajosísimas al francés; y como base de ella, y ́en garantía de la sinceridad de sus propósitos, pidiesen la mano de la jóven y alegre vizcondesa de Narbona, Germana de Fox, hija del vizconde Juan de Fox y de una hermana de Luis XII. y sobrina, por lo tanto, de este monarca (2),

(1) El primero de estos embajadores, fué el inquisidor de Cataluña, Fr. Juan de Enguera, monje bernardo de Poblet; despues fueron dos: el conde de Cifuentes y el regente de la Chancillería de Valladolid, Tomás Mafferit, consejero íntimo del Rey.

(2) La princesa Germana de Fox tenía á la sazon diez y ocho años de edad, y era, segun refieren cronistas que la vieron repetidas veces, «buena y muy bella,» aunque de carácter frívolo y amiga de entretenimientos y placeres mundanos, «como educada (dice Prescott) en la alegre y licenciosa córte de su tio,” el rey de Francia. Sandoval afirma que era muy poco hermosa, y algo coxa."

Y este pacto, que se llevó á cabo y se firmó en Blois á 12 de Octubre, y en Segovia á 16 del mismo, cuando todavía faltaba cerca de mes y medio para cumplirse el primer aniversario del fallecimiento de la reina Isabel I, de aquella lustre Reina que aún lloraban y cuya bendita memoria bendecian todos los españoles; este pacto, decimos, enajenó por completo á Don Fernando el amor que hasta entonces le profesaron los castellanos, y la mayoría de los magnates se dispusieron á formar en el partido del archiduque Felipe; y áun llegaron algunos, andando el tiempo, á cerrar las puertas de sus ciudades al que habia sido por espacio de treinta años rey de Castilla y esposo de la reina Isabel.

Hay quien defiende, además de los escritores franceses, este impolitico, imprudente y casi antipatriótico Tratado, y no tiene, sin embargo, defensa posible: el rey Don Fernando consiguió, es cierto, desbaratar la alianza que intentaban fraguar en contra suya el emperador Maximiliano, el rey de Francia y su propio yerno el archiduque; pero además de perder, en virtud de una de sus claúsulas, «el precioso fruto (dijo el mismo Rey en una carta al archiduque) de mis conquistas de Nápoles, y dere chos legítimamente adquiridos, perdió en Cas

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