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verse dueño de la España oriental se considerase bastante poderoso por sí mismo y despidiese á sus cristianos auxiliares, aunque con mil protestas de respeto al emperacior, irritáronse los castellanos, fueron á poner sitio á Játiva, y encontrando á Safad-Dola con sus gentes cerca de Albacete, empeñóse una encarnizadá lucha en que los castellanos quedaron vencedores y en que pereció el mismo Safad-Dola. Holgóse mucho el emperador con la victoria de los suyos, pero entristecióle la muerte de su antiguo aliado.

Al tiempo que de esta manera se devoraban entre sí los sectarios del Islam en la península española, Abdelmumen, gefe de los Almohades de Africa, estendia sus conquistas en Marruecos y consolidaba su imperio con la rendicion de Fcz. Murió el emperador de los Almoravides Tachfin, y sucedióle su hijo Ibrahim Abu Ishak, que fué pronto asesinado á las puertas de su palacio de Marruecos. Ishak fué el último rey de los Almoravides. El gefe de los insurrectos del Algarbe español, Ahmed ben Cosai, invitó á Abdelmumen á que pasase á España, prometiendo facilitarle su conquista como en otro tiempo los emires de Andalucía y Algarbe habian brindado á Yussuf, gefe de los Almoravides, á que viniese á la península. Aunque al pronto no vino en persona Abdelmumen, ocupado todavía en asegurar en Africa su poder, envió un respetable ejército de infautería y caballería al mando de Abu Anrach Muza ben Said, que desembarcando cerca de Algeci

ras fué tomando sucesivamente á Tarifa, Jerez, Sevilla y otras poblaciones que ó se sometian con poca resistencia, ó abrian ellas mismas sus puertas á los Almohades. Aben Gania, el gefe y último sosten de los Almoravides, reconociendo que no podia resistir solo á los insurrectos del país, y á los nuevos invasores, acogióse á la proteccion del emperador Alfonso de Castilla, con cuyo auxilio recobró á Baeza y fué á poner sitio á Córdoba, donde imperaba el rebelde Hamdain, que estrechado en Córdoba se refugió á Andújar, desde donde imploró á su vez el auxilio del monarca cristiano. Apurados los cordobeses, hubieron de rendirse al ejército combinado de Aben Gania y del emperador, y entrando los castellanos en la antigua capital del califato convirtieron en caballeriza el patio de la grande aljama y gozáronse en profanar la mas preciosa reliquia de los musulmanes, el ejemplar del Coran escrito de la propia mano del califa Othman y traido de Oriente por Abderrahman I., como en desquite de las profanaciones ejecutadas en otros tiempos por los soldados de Almanzor en la gran basílica compostelana. Permanecieron allí muy poco por temor á los Almohades que venian avanzando desde Sevilla, y el pueblo de Córdoba los favorecia en secreto.

Encrudecíase y se ensañaba la guerra entre los sectarios de Mahoma, agarenos, almoravides y almohades, así en Algarbe como en Andalucía y Valencia. Hallábase la España muslímica en completa

descomposicion, y fácil era pronosticar las consecuencias de tal anarquía; disolucion del imperio almoravide, y triunfos y ventajas para Alfonso VII. Así lo comprendió tambien el monarca castellano, acometiendo á favor de aquellas revueltas una empresa que habia de constituir una de sus mayores glorias, la conquista de Almería.

Era Almería la ciudad mas opulenta que poseian los musulmanes en la costa del Mediterráneo. A su abrigo los piratas sarracenos inquietaban las ciudades litorales de Cataluña y de Italia, apresaban las naves de los cruzados que iban á combatir en la Tierra Santa, y no habia seguridad en el mar con aquellos atrevidos corsarios. Génova y Pisa, Provenza y Cataluña sufrian los insultos y los estragos de los infieles, y Roma tenia el mayor interés en que desapareciese aquella madriguera de piratas. Aprovechó Alfonso estas disposiciones, la paz en que entonces vivia con los demás príncipes cristianos, y las turbaciones en que andaban revueltos los sarracenos, para excitar á que concurriesen á esta grande empresa, así las repúblicas de Génova y Pisa, como los condes de Barcelona, Provenza y Urgel junto con el rey de Navarra, y en union con las fuerzas de Castilla, Leon, Galicia y Asturias. Concertáronse todos, y activó cada cual sus aprestos. Las escuadras italianas, unidas á la de Cataluña al mando del conde de Barcelona y príncipe de Aragon don Ramon Berenguer, cercaron por mar la

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plaza de tal modo, «que solo las águilas podian entrar en ella, dicen los árabes. Asediáronla por tierra los demás príncipes, conduciendo don García de Navarra y Armengol de Urgel sus respectivas gentes. Acaudillaba á los gallegos don Fernando, señor de Limia, á los asturianos don Pedro Alfonso, á los leoneses don Ramiro Florez de Guzman, á los estremeños el conde don Ponce, á los toledanos don Alvaro Rodriguez, á los de Castilla don Gutierre Fernandez de Castro: todos bajo el mando superior del emperador (1). Los historiadores árabes ponderan la muchedumbre de este ejército expedicionario diciendo, que cubria montes y llanos, que las fuentes y rios no daban bastante agua, ni las yerbas y plantas bastante mantenimiento para tauta gente, y que temblaban y retumbaban los montes debajo de sus piés.» Faltos los sitiados de víveres, y no esperando socorro de parte alguna, despues de tres meses de cerco se rindieron bajo el seguro de sus vidas al emperador (17 de octubre, 1147).

Quedó, pues, la opulenta Almería en poder de Alfonso VII. de Castilla (2). Dividióse el botin entre los príncipes confederados. Cuéntase que los genoveses no quisieron para sí otra parte de lo ganado en aque

(1) Solamente no concurrió á esta empresa don Alfonso Enriquez de Portugal. Era entonces cuando él tenia más interés en demostrar que ya no alcanzaban á los dominios portugueses las ór denes del emperador y que Portugal obedecia solamente à su rey

Alfonso I. Mas este príncipe estaba haciendo tambien por su partə conquistas importantes, como veremos en otro lugar.

(2) El autor de la Chrónica latina del emperador Alfonso refiere la conquista de Almería en verso ad removendum (dice) variatione

lla conquista que un plato de esmeralda, que llevaron y conservaron como un glorioso trofeo (1); y que el conde don Ramon se llevó á Barcelona las puertas de Almería, las cuales colocó en el antiguo portal de Santa Eulalia, como los blasones más preciosos de su triunfo (2).

pa

Regresado que hubo á sus dominios el conde de Barcelona, fuerte ya con una marina propia, robustecido con la alianza y amistad de los genoveses, y en virtud de un tratado que con estos habia hecho antes de la conquista de Almería, quiso dar cima á la empresa que habia sido el objeto preferente y constante de los pensamientos de su padre y abuelo, á saber, el recobro de la importante plaza de Tortosa. Habíase provisto tambien anticipadamente de una bula del pa Eugenio III., en que otorgaba los honores, gracias y privilegios de Cruzada á los que concurriesen ó coadyuvasen á aquella santa expedicion. Así fué que además de las naves y galeras de Genova, de los caballeros y barones italianos, catalanes y provenzales que acudieron á prestar ayuda al soberano de Cataluña y Aragon, hasta los prelados de Tarragona y Barcelona quisieron justificar con su presencia el título de sagrada que llevaba esta guerra, y los templarios no quisieron tampoco ser los últimos en contribuir á

carminis tædium. — Conde, parte III. cap. 41.

(1) Ellos tomaron el escodilla antes que el haber, que era muy grande, é tovieronse por pagados

con ella....... Hist. antigua ms. citada por Sandoval.

(2) Pujades, Chron. lib. XVIII. cap. 16.

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