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Toro, á las tres leguas de Torrelobaton. La gente de Padilla iba un poco suelta y desmandada, acaso por la lluvia que á la sazon se desgajaba copiosa. En vano trabajaba por ordenar su hueste el capitan de Toledo para dar la batalla: so pretesto de ganar el pueblo de Villalar, donde mejor podrian defenderse, y de que volviendo caras los azotaba en ellas el viento y el agua, perdieron formacion los que iban mas delanteros. Entonces los próceres soltaron algunos corredores, é hicieron algunos disparos de artillería con algunas piezas de fácil trasporte que llevaban, lo cual bastó para que los comuneros, otras veces tan valerosos y ahora estrañamente azorados, huyeran en desórden, atropellándose unos á otros, aunque mas despacio de lo que quisieran, á causa del lodo en que se metian hasta la rodilla: advertido lo cual por los imperiales, cargaron sobre ellos acometiéndolos en dos mitades por los flancos. La artillería pesada de los comuneros se quedaba atascada en los lodazales, y no parece que los artilleros hicieron los mayores esfuerzos por sacarla. Los soldados se arrancaban las cruces rojas de la comunidad, y se ponian las blancas de los imperiales para confundirse con ellos.

Desesperado Padilla de verse desobedecido de los suyos, y de no poderlos detener ni ordenar, «No per>>mita Dios, esclamó, que digan en Toledo ni en Va>>lladolid las mugeres que traje sus hijos y esposos á >>la matanza, y que despues me salvé huyendo.» Y

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poniendo espuelas á su caballo, y seguido de solos cinco escuderos de su casa, al grito de Santiago y Libertad! arremetió y se abrió paso por medio de un escuadron de lanceros imperiales, que á la voz de ¡Santa María y Cárlos! cargaron sobre aquellos valientes y los hirieron á todos. Todavía Padilla acometió otra vez al escuadron, haciendo pedazos su terrible lanza á fuerza de dar botes, de uno de los cuales derribó del caballo al señor de Valduerna don Pedro Bazan, hasta que él mismo cayó al suelo herido en una corva por don Alonso de la Cueva, entregándole su espada y su manopla. Llegóse entonces un caballero de Toro llamado don Juan de Ulloa, y al saber que el rendido era don Juau de Padilla, le hirió y ensangrentó el rostro de una cuchillada; accion villana é infame que los mismos del bando del cobarde agresor no pudieron menos de reprobar.

A este tiempo babian sido ya hechos tambien prisioneros los capitanes Juan Bravo de Segovia y los Maldonado de Salamanca, que intentaron defenderse abandonados de los suyos. Los imperiales seguian dando caza á los fugitivos por mas de dos leguas, matando y degollando impunemente, pisoteando sus caballos las desparramadas banderas de la libertad, y sin dolerse de los ayes de los moribundos, haciéndose notar el fraile dominico Fray Juan Hurtado, que corriendo desaforadamente por el campo en una pequeña cabalgadura, enronqucció á fuerza de exhor

tar á los imperiales á que no aflojáran en la matarza (1). «Matad, matad, les decia, á esos malvados; >>destrozad á esos impíos y disolutos: no haya per»don; eterno descanso gozará en el cielo el que » destruya esa raza maldita: no repareis en herir de >>frente ó por la espalda á los perturbadores del sosie» go.» «Pedian confesion algunos, dice el mismo obis>po cronista, y no se la daban, ni aun habia quien de » ellos se doliese; que era una gran compasion verlos >>padecer asi, siendo todos cristianos, amigos y parien»tes.» A todos los iban desnudando y dejando en carnes, y hasta al mismo Padilla le despojaron de la bordada y relumbrante ropilla de brocado que encima del arnés llevaba puesta. De los asi desnudos sc contaron mas de cien muertos, sobre cuatrocientos heridos, y prisioneros mas de mil. De los imperiales no se cuenta que muriese ninguno, lo cual no es de maravillar, pues aunque la derrota de los comuneros fué completa, no hubo batalla, y puede decirse que solo Padilla y sus cinco escuderos pelearon (2).

Llevaron aquella noche los cuatro capitanes pri

(4) Ratifica este hecho nuestra observacion de que los eclesiásticos eran los mas exaltados y furiosos de los dos bandos.

(2) Para la narracion de esta triste jornada hemos tenido presentes y cotejado las relaciones que de ella hacen Alcocer, el presbitero Maldonado, Ayora, Pero Mejía, Sepúlveda y Sandoval en sus respectivas historias, Anglería en su epíst. 720, Lopez de Go

mara en sus anales de Carlos V., las Cartas y advertencias al mismo por el almirante de Castilla, un MS. anónimo contemporáneo de la Biblioteca del Escorial, los documentos insertos en los tomos I. y II. de la Coleccion de Navarrete, Salvá y Baranda, y otros que nosotros hemos copiado del archivo de Simancas, Legajos de Comunidades.

sioneros al castillo de Villalba, propiedad de don Juan Ulloa, el que tan alevemente despues de. rendido hirió á Padilla, y á la mañana siguiente (24 de abril) los trasladaron á Villalar para juzgarlos y sentenciarlos. Bien quisieran algunos hombres de sentimientos generosos, como el almirante, que no enrojeciera el cadalso la sangre de tan valerosos capitanes, pero prevaleció el dictámen de los mas rencorosos y la dureza de la ley, que en los procesos políticos condena á los vencidos como traidores ""). Tomáronles, pues, declaracion jurada, y confesado por ellos haber sido capitanes de las comunidades, se condenó á los tres á ser degollados y confiscados sus bienes y oficios como traidores al rey (2). Don Pedro

(4) El mismo Sandoval lo reconoce asi, diciendo en una parte: «Por que, segun vemos, todas las acciones ó hechos de esta vida se regulan mas por los fines y sucesos que tienen que por otra causa. Si á Cortés le sucediera mal en Méjico cuando prendió á Motezuma, dijéramos que habia sido loco y temerario. Tu vo dichoso fin su valerosa empresa, y celébranle las gentes por animoso y prudente.» Y en otra parte: «D haber vencido, Padilla figurára entre los hombres de mas renombre..

(2) Sentencia contrà Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado.-En Villalar á vein»te é cuatro dias del mes de abril » de mil é quinientos é veinte é un »años, el señor alcalde Cornejo > por ante mi Luis Madera, escribano, recibió juramento en for

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» ma debida de derecho de Juan »de Padilla el cual fué pregunta»do si ha seido capitan de las Co»munidades, é si ha estado en »Torre de Lobaton peleando con »los gobernadores de estos reinos »contra el servicio de SS. MM.: di»jo que es verdad que ha seido

capitan de la gente de Toledo, é »que ha estado en Torre de Loba>>ton con las gentes de las comu»nidades, é que ha peleado con»tra el condestable é almirante de

Castilla gobernadores de estos »reinos, é que fué á prender á los »del consejo é alcaldes de sus Magestades.

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>>Lo mismo confesaron Juan »Bravo é Francisco Maldonado >> haber seido capitanes de la gente de Segovia é Salamanca.

>> Este dicho dia los señores al»caldes Cornejo, é Salmeron é »Alcalá dijeron que declaraban é

Maldonado Pimentel se libró de morir entonces, pero no mas adelante, como luego veremos.

Juan Bravo y Francisco Maldonado bramaron de corage al notificárseles la sentencia. Padilla recibió con la inalterable dignidad de un gefe que va á morir por una causa grande y noble. Pidió un confesor letrado para cumplir el último deber religioso y un escribano para hacer testamento, y ni uno ni otro le fué otorgado. Confesáronse todos con el primer fraile franciscano que al acaso se encontró, y despues de llenar esta sagrada obligacion de cristianos, Padilla pidió recado de escribir, é inflamado de patriotismo y de amor conyugal, escribió las dos siguientes cartas, que con razon han alcanzado una celebridad histórica.

CARTA DE JUAN DE PADILLA

á la ciudad de Toledo.

«A tí, corona de España y luz de todo el mundo, >>> desde los altos godos muy libertada. A tí, que por

>> declararon á Juan de Padilla, é >>Juan Bravo é á Francisco Mal»donado por culpantes en haber » seido traidores de la corona Real, » de estos reinos, y en pena de su »>maleficio dijeron que los conde>>naban é condenaron á pena de >>muerte natural, é á confiscacion »de sus bienes é oficios para la

cámara de sus Magestades, como »á traidores, é firmáronlo.-Doc»tor Cornejo.-El licenciado Gar»ci Fernandez.-El licenciado Sal>> meron.»-Archivo de Simancas, Comunidades de Castilla, n.o 6.

El señor Ferrer del Rio, el último y el que con mejor crítica ha escrito la historia del Levanta

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