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>> derramamientos de sangres estrañas como de las tu»yas cobraste libertad para tí é para tus vecinas ciuda >>des. Tu legítimo hijo Juan de Padilla, te hago saber >>como con la sangre de mi cuerpo se refrescan tus vic»lorias antepasadas. Si mi ventura no me dejó poner > mis hechos entre tus nombradas hazañas, la culpa fué >en mi mala dicha y no en mi buena voluntad. La cual >> como á madre te requiero me recibas, pues Dios no » me dió mas que perder por tí, de lo que aventuré. > Mas me pesa de tu sentimiento que de mi vida. Pero >>mira que son veces de la fortuna que jamás tienen sosiego. Solo voy con un consuelo muy alegre, que >> yo el menor de los tuyos morí por tí; é que tú has >criado á tus pechos á quien podrá tomar enmienda de >>mi agravio. Muchas lenguas habrá que mi muerte >>contarán, que aun yo no la sé, aunque la tengo bien » cerca: mi fin te dará testimonio de mi deseo. Mi áni>>ma te encomiendo, como patrona de la cristiandad: > del cuerpo no hago nada, pues ya no es mio, ni puedo > mas escribir, porque al punto que esta acabo, lengo »á la garganta el cuchillo, con mas pasion de tu eno»jo que temor de mi pena. »

miento y guerra de las Comuninidades, indica equivocadamente haberse condenado á los tres caudillos sin forma de proceso. Hist. de las Comunid. lib. X. pág, 251. Lo mismo viene á decir Sandoval, de quien sin duda lo ha tomado. «En la justicia que se hizo de es

te caballero (Padilla) no se hizo, dice, proceso ni auto alguno judicial de los que suelen hacerse en cosas de otros crímenes.>> Hist. de Cárlos V. lib. IX. párr. 19. Pero contra estos asertos está la letra de la sentencia, que sin duda Sandoval no conoció.

A DOÑA MARIA PACHECO,

su esposa.

«Señora: si vuestra pena no me lastimára mas que >> mi suerte, yo me tuviera enteramente por bien>>aventurado. Que siendo á todos tan cierta, señalado >> bien hace Dios al que la da tal, aunque sea de mu»chos plañida, y de él recibida en algun servicio. >>Quisiera tener mas espacio del que tengo para es>>cribiros algunas cosas para vuestro consuelo: ni á mí >> me lo dan, ni yo querria mas dilacion en recibir la >>corona que espero. Vos, Señora, como cuerda llorad >> vuestra desdicha, y no mi muerte, que siendo ella »tan justa de nadie debe ser llorada. Mi ánima, pues >> ya otra cosa no tengo, dejo en vuestras manos. Vos, >>Señora, lo haced con ella como con la cosa que mas »os quiso. A Pero Lopez mi señor no escribo porque >>no oso, que aunque fuí su hijo en osar perder la vi»da, no fuí su heredero en la ventura. No quiero mas dilatar, por no dar pena al verdugo que me espera, » y por no dar sospecha que por alargar la vida alar» go la carta. Mi criado Losa, como testigo de vista é » de lo secreto de mi voluntad, os dirá lo demas que » aqui falta, y asi quedo dejando esta pena, esperando >> el cuchillo de vuestro dolor y de mi descanso (").»

(4) Hay quien ponga en duda la autenticidad de estas cartas,

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Llegada la hora salieron los tres sentenciados camino del lugar donde habia de ejecutarse el suplicio,

que era al pie del rollo de la villa. Iban en mulas cubiertas de negro, y auxiliados de sacerdotes. Como en la carrera fuese gritando el pregonero: «Esta es » la justicia que manda hacer S. M. y los gobernado>>res en su nombre á estos caballeros, mándanlos degollar por traidores.....» «Mientes tú, y aun quien »te lo mandó decir, esclamó altiva y fieramente Juan Bravo: traidores nó, mas celosos del bien público y D defensores de la libertad del reinó.» A lo cual le contestó con noble entereza Padilla: «Señor Juan Bravo, ayer fué dia de pelear como caballeros, hoy lo es » de morir como cristianos.» El capitan segoviano guardó silencio, y asi llegaron á la plaza.—«Degüé – Ilame á mi primero, le dijo al verdugo, porque no »vea la muerte del mejor caballero que queda en Cas>> tilla,» Y la cuchilla segó su garganta. Llegóse al cadalso Padilla, y quitándose unas reliquias que llevaba al cuello las entregó á don Enrique Sandoval y Rojas, primogénito del marqués de Denia, que se hallaba á su lado, para que las trajese mientras durase la guerra, suplicándole las enviase despues á doña María Pacheco, su esposa. Vió el cadáver de Juan Bravo y esclamó: «¡Ahí estais vos, buen caballero!» Levantó los ojos al cielo y pronunció el: Domi

pero nosotros no hallamos razon de ellas.

ni motivo fundado para sospechar

ne, non secundum peccata nostra facias nobis,» é instantáneamente le fué cortada el habla y la vida separándole la cabeza del cuello. Lo propio se ejecutó con Francisco Maldonado, y las tres cabezas fueron clavadas en escarpias y puestas á la espectacion pública en lo alto del rollo (4).

Asi acabaron los tres mas bravos caudillos de las comunidades. Su suplicio fué tambien la muerte de las libertades de Castilla. La jornada de Villalar en el primer tercio del siglo XVI. no fué de menos trascendencia para la suerte y porvenir del reino castellano, que la de Epila para el aragonés al mediar el siglo XIV. En esta quedó vencida la confederacion de las ciudades, como en aquella quedó vencida la Union, con la diferencia que alli, el vencedor de Epila, Pedro IV. de Aragon, si bien rasgó con el puñal el privilegio de la Union, fué bastante político y prudente para conservar y confirmar al reino aragonés sus antiguos fueros y libertades: aqui, un monarca que ni corrió los riesgos de la guerra, ni se halló presente al triunfo de los realistas en Villalar, despojó, como veremos

(1) «E luego incontinente se >> ejecutó la dicha sentencia é fueron degollados los susodichos. »E yo el dicho Luis Madera, es»cribano de sus Magestades en la >>su córte é en todos los sus rei>>nos é, señoríos que fui presente á »lo que dicho es, é de pedimiento »del fiscal de sus Magestades lo >>susodicho fué escrebir é fiz aqui >>este mio sino atal.-En testimonio de verdad.-Luis Madera.»

Alcocer, Mejía, Sepúlveda, Maldonado, Sandoval, en sus cítadas obras.

En el tomo I. de la Coleccion de Documentos ineditos, páginas 284 y siguientes, se hallan unas notas biográficas muy curiosas de Juan de Padilla y de su muger, sacadas de los documentos originales que existen en el archivo de Simancas por el penúltimo archivero don Tomás Gonzalez.

luego, al pueblo castellano de todas las franquicias que á costa de tanta sangre por espacio de tantos si glos habia conquistado. Por siglos enteros quedaron tambien sepultadas en los campos y en la plaza de Villalar las libertades de Castilla, hasta que el tiempo vino á resucitarlas y á hacer justicia á los campeones de las comunidades. Al tiempo que esto escribimos, los nombres de los tres mártires de Villalar, Padilla, Bravo, y Maldonado, por una ley de las Córtes del reino, se hallan decorando, esculpidos con letras de oro, el santuario de las leyes y el sagrado recinto de la representacion nacional española.

El desastre de Villalar infundió, como era consiguiente, el desaliento en las ciudades de Castilla. Sin obstáculo pudieron llegar los vencedores hasta las puertas de Valladolid, y la junta de los comuneros se dispersó intimidada. A la voz de perdon se abrieron las puertas de la ciudad á los imperiales, que entraron ostentando orgullo en una poblacion que con su silencio, con la soledad que se notaba en sus calles, con las ventanas de las casas cerradas, significaba la tribulacion que la afligia. Doce solos fueron esceptuados del perdon, que al fin tuvieron la fortuna de salvarse escondiéndose ó huyendo, á escepcion de un alcalde y un alguacil que fueron habidos y justiciados (1).

(1) Sandoval inserta el edicto del perdon que se concedió á Valadolid, fechado en Simancas el

26 de abril. La entrada de los imperiales fué el 27.

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