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cadalsos, y de espaciarla por mas ancho horizonte, y de distraer nuestro ánimo y el de nuestros lectores con espectáculos de otra índole que estaban representándose en otro mas vasto teatro.

ya

Y en verdad, tan pronto como se tienden al viento las velas de la nave que desde las aguas de la Coruña conducia á Cárlos de Gante á los dominios del imperio que acababa de heredar (mayo, 4520), desde aquel momento no puede menos de desplegarse á los ojos de nuestra imaginacion el cuadro general de la Europa, en que el régio navegante está llamado á representar el primer papel. En efecto, el nieto de los Reyes Católicos, jóven de veinte años, pero rey de Castilla, de Aragon, de Navarra, de Valencia, de Cataluña, de Mallorca, de Sicilia, de Nápoles, de los Paises Bajos, de una parte de Africa, y de las vastas islas é ilimitados continentes del Nuevo Mundo, va á agregar á tan grandes y ricás coronas la del imperio aleman, cuya elevadísima posicion le ha de obligar á entenderse con todos los soberanos de Europa, y á tomar una parte principalísima en todas las grandes cuestiones y en todos los grandes intereses del mundo y del siglo; de un mundo y de un sigle en que encontraba ya dominando príncipes tan gran des como Francisco I. de Francia, como Enrique VIII. de Inglaterra, como Soliman el Magnífico de Turquía, y como Leon X., que desde la silla de San Pedro regia y gobernaba la cristiandad; «cada uno de

los cuales, hemos dicho en otra parte, hubiera bastado por sí solo para dar nombre á un siglo ("),»

Francisco I. de Francia, rival ya de Cárlos desde sus frustradas pretensiones al imperio, con todo el resentimiento de un pretendiente desairado, y con toda la envidia que inspira el amor propio mortificado con la preponderancia alcanzada á los ojos de Europa por otro contendiente mas feliz (2); soberano de un reino grande, enclavado en el centro de Europa, y fuerte por la unidad que acababa de alcanzar; dotado de un espíritu caballeresco, que no cuadraba ya á la época; pero alimentado con la lectura de los libros de caballería; dueño del Milanesado, que el imperio aleman miraba como feudo suyo, y cuya investidura no habia logrado aun el monarca francés; con pretensiones todavía al reino de Nápoles, de que su antecesor habia sido desposcido por Fernando el Católico; conservándolas Cárlos al ducado de Borgoña que el astuto Luis XI. de Francia habia desmembrado de la herencia de Cárlos el Temerario; interesado Francisco en que se restituyera el reino de Navarra á Enrique de Albret, y, con aspiraciones el rey de Francia á dominar sobre las dos vertientes de los Alpes,

(4) Discurso preliminar, tomo I. pág. 138.

(2) Cuéntase que decia el monarca francés cuando se agitaban las pretensiones: «Cortejamos á una misma dama; empleemos cada cual para lograrla todos nues

tros esfuerzos; mas luego que ella haya designado al rival mas dichoso, toca al otro conformarse y quedar tranquilo.» Pronto habia de acreditar que tales propósitos se hacen mejor que se cumplen.

puédese discurrir cuán imposible era augurar ni prometerse que se mantuvieran amigos dos jóvenes príncipes, entre quienes tantos y tan graves y complicados motivos de rivalidad existian, á pesar del tratado de paz de Noyon. Para un caso de rompimiento, Cárlos contaba con mucho mayor poder y con mucho mas vastos dominios que Francisco, pero de tal manera desparramados, que no le habia de ser posible colocarse nunca en el centro, de modo que pudiera atender fácilmente á las necesidades que en los puntos estremos pudieran ocurrir. La Francia, mucho mas pequeña que la totalidad de aquellos inmensos estados, pero mas fuerte que cada uno de ellos, estaba en mas ventajosa posicion para defenderse y para ofender.

Enrique VIH. de Inglaterra, que habia reunido en su persona los opuestos derechos de las familias de Yorck y de Lancaster; que habia subido al trono en una de las épocas mas felices para su pueblo; que habia heredado paz y tesoros; activo, emprendedor, ambicioso, diestro en los ejercicios militares, y con un carácter acomodado á las inclinaciones de sus súbditos, se hallaba en una posicion de todo punto diferente de la del monarca francés. Separada la Inglaterra del continente europeo, al abrigo de una

(1) Ea este célebre tratado (13 de agosto de 1526), se habia concertado entre otras cosas el matrimonio de Carlos con Luisa, hija de Francisco de Francia, niña de

pocos meses; como en seguridad del auxilio y asistencia que se habian prometido, aun en sus respectivas conquistas.

invasion estraña, dueña del puerto de Calais, que le abria la entrada en Francia y le franquea ba el camino á los Paises Bajos, hallábase el rey Enrique en disposicion de mantenerse neutral, de poder ser media dor entre Cárlos y Francisco, y de impedir el desequilibrio europeo que pudiera ocasionar la prepon derancia de uno de los dos rivales. Pero no tenia Enrique ni la habilidad ni la calma necesarias para mantener tan ventajosa posicion, y sobrábale pasion y vanidad para conocer como debiera sus verdaderos intereses y los de su reino. Verdad es que tanto como á su carácter culpa la historia á los consejos y al influjo de su primer ministro y favorito el cardenal Wolsey, hombre devorado de la ambicion y de la codicia, y lleno de orgullo por la solicitud con que los príncipes mismos buscaban su amistad y le adulaban, como el mejor medio para congraciarse con el rey (1).

Habia logrado el rey de Francia granjearse el

(4) Hé aqui el retrato que hace Robertson de este prelado: «De la bez del pueblo, dice, habia este hombre subido á una elevacion que no habia podido alcanzar vasallo alguno, pues dominaba como amo imperioso al mas orgulloso é intratable de los reyes. Sus cualidades le hacian á propósito para sostener el doble papel de ministro y favorito. Un juicio profundo, una aplicacion infatigable y un conocimiento cabal del estado del reino, unido al de los intereses y miras de las córtes estrangeras, le hacian capaz de ejercer la autoridad absoluta que

se le habia confiado; mientras que sus finos modales, la gracia de su conversacion, su insinuante genio, su gusto por la magnificencia y sus progresos en el género de literatura que mas agradaba à Enrique, le captaban la confianza y el afecto del joven rey. Lejos estaba Wolsey de emplear en bien de la nacion, ó del verdadero engrandecimiento de su amo, la ámplia y casi régia autoridad de que gozaba, antes codicioso y prodigo á la vez, nunca se saciaba de riquezas, etc.» Historia del Emperador Carlos V., lib. II.

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favor del cardenal inglés, halagando su codicia con una considerable pension, y su vanidad consultándole en los mas árduos é importantes negocios, y por su mediacion habia ajustado el casamiento del delfin con la hija de Enrique, y concertado tener los dos monarcas una solémne entrevista, á que asistiera todo lo mas brillante de las córtes de Europa. Temiendo el rey Cárlos de España las consecuencias de esta union, determinó ganar á su rival por la mano, y desde la Coruña se dirigió á Inglaterra, desembarcando en Douvres (26 de mayo, 1520), sin avisar de ello á Enrique, á quien sorprendió y halagó tan inesperada visita. En solos cuatro dias que permaneció Cárlos en Inglaterra consiguió atraerse y separar de la amistad de la Francia al rey Enrique y á su ministro favorito; á éste, prometiéndole todo su valimiento para que un dia cambiara el capelo de cardenal por la tiara pontificia, que sabía ser el sueño dorado de Wolsey; á aquel, ofreciendo hacerle árbitro de todas sus diferencias con Francisco I. Seducidos ambos con tan bellas promesas, agasajaron á Cárlos á competencia, y Enrique le dió palabra de pagarle su atencion, volviéndole la visita en los Paises Bajos, tan luego como tuviera la acordada entrevista con el francés.

Despidiéronse con esto afectuosamente ambos monarcas, y Carlos se reembarcó para Flandes, donde permaneció poco tiempo, y de alli partió á Aix-laChapelle, ciudad designada en la Bula de Oro para la

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