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tambien pronto su vieja y escasa artillería, lo cual les bastó para gritar: «¡victoria!¡victoria¡ ¡Francia! ¡Francia!» y para que la nobleza y la gendarmería dejára sus atrincheramientos y se arrojára confiada al campo abierto. Pronto se aprovecharon los imperiales de su imprudencia. El marqués del Vasto estrecha sus líneas, penetra con ellas en las filas francesas por el lado que habia dejado descubierto la gendarmería, y da una mortífera carga á los suizos y á los alemanes. Los suizos, olvidando su antiguo valor, abandonan el puesto, y la guarnicion de Pavía penetra por medio de una division francesa, y se incorpora á la hueste del marqués del Vasto. El de Pescara, viendo venir á su frente un numeroso cuerpo de tropas: Ea, mis leones de España, les dijo á los suyos, hoy es el dia de matar esa hambre de honra que siempre tuvisteis, y para esto os ha traido Dios hoy tanta multitud de pécoras...» Hicieron una descarga los lansquenetes alemanes al servicio de Francia, mas como volviesen las espaldas, segun su costumbre, para cargar de nuevo. «Santiago y España! gritó el marqués, ¡á ellos, que huyen!» Y sin dejarlos respirar dieron sobre ellos los arcabuceros españoles, entre ellos los vascos, famosos por su certera puntería, de tal manera que en brevísimo tiempo sucumbieron mas de cinco mil hombres, cayendo los que pensaban salvarse en manos de la compañía del capitan Quesada, que venia en ayuda de sus compatriotas.

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Lannoy, Borbon, Alarcon, todos los gefes de los imperiales se conducian no menos bizarra y heróicamente, arrollando la hueste que á cada cual le tocó combatir. El veterano La Paliza, el mas ilustre de las capitanes franceses formados en la guerra de Italia, murió peleando en primera fila al frente del ala derecha. Diesbach, el gefe de los suizos, que habia desdeñado seguirlos en la retirada, buscó y halló la muerte en lo mas espeso de las filas imperiales; y Montmorency, que mandaba una de las alas del ejército francés, cayó prisionero. El bravo defensor de Pavía, Antonio de Leiva, que se hallaba enfermo, se hizo sacar en una silla á la puerta de la plaza, y allí con mil soldados españoles y tudescos tuvo entretenido un escuadron italiano de los del ejército francés, impidiendo que fuese á la batalla. El marqués de Pescara se metió de tal manera y tan adelante por, media hora no se

entre los enemigos, que en mas de supo de él, hasta que se le vió llegar herido en el rostro y en la mano derecha, y todavía sentia caliente entre el vestido y la carne una bala de arcabúz que le habia traspasado el coselete. En sus armas se conocian muchas mellas de alabarda y de pica, y su caballo Mantuano volvia acribillado de cuchilladas. «¡Oh Mantuano! esclamaba él pluguiera á Dios que con mil ducados pudiera yo salvarte la vida!» Pero el Mantuano murió á poco de esta esclamacion de su dueño.

Manteníase ya solamente el combate en el centro en que estaba el rey Francisco, el cual en una carga desesperada de caballería mató por su mano al comandante de un cuerpo de caballería imperial italiana. Mas los intrépidos montañeses de Vizcaya y Guipúzcoa se deslizaban y escurrian por entre las patas de los caballos, y fueron dando cuenta de los mas famosos capitaues franceses. Longueville, Tonnerre, La Tremouille, Bussy d' Amboise, el almirante Bonnivet, el causador de aquella catástrofe, y cuya muerte apenas fué sentida, todos fueron cayendo al lado de su rey. Solo el duque de Alenzon, que mandaba el ala izquierda, viéndolo todo perdido para los franceses, tomó, ó, cobarde ó prudentemente, la fuga, arrastrando consigo toda el ala.

El rey Francisco, decidido á no sobrevivir á su derrota, luchó hasta el último momento. Herido y fatigado su caballo, dió con él en tierra. Un soldado vizcaino que le vió caer corrió á él, y poniéndole el estoque al pecho le intimó que se rindiera sin conocerle. «No me rindo á tí, le dijo, me rindo al emperador: yo soy el rey.» En esto, llegóse alli un hombre de armas de Granada, llamado Diego Dávila, el cual le pidió prenda de darse por rendido, y el rey le entregó el estoque, que llevaba bien ensangrentado, y una manopla. Entre él y otro hombre de armas español, llamado Pita, le levantaron de debajo del caballo, y hubiéranle tal vez muerto los arcabuceros,

no creyendo á los que le llevaban y decian que era el rey, si á tal tiempo no se hubiera aparecido alli Mr. de La Motte, grande amigo de Borbon, que al reconocerle dobló la rodilla y le quiso besar la mano. Los soldados le tomaban los penachos del yelmo, le cortaban pedazos del sayo que vestia, y cada uno quiso llevar alguna reliquia del ilustre prisionero para memoria (1).

(4) Relacion individual de los personages franceses muertos ó prisioneros en la batalla de Pavía.

(Sacada de los documentos oficiales publicados de órden del rey Luis Felipe de Francia en 1847.)

Príncipes y señores muertos.

El duque de Suffolt, á quien pertenecia el reino de Inglaterra. Francisco, señor de Lorena. Luis, duque de Longueville. El mariscal La Tremouille. El conde de Tonnerre. El mariscal de Chabannes, primer mariscal de Francia.

El mariscal de Foix, hermano del almirante Lautrec.

El príncipe bastardo de Saboya, gran maestre de Francia.

El general Bonnivet, almirante de Francia y gobernador del Delfinado.

Mr. de Buxi d'Amboise.

Mr. de Chaumont d'Amboise.
Mr. de Sainte-Mesmes.
Mr. de Tournon.

Mr. Chataigne.
Mr. de Morette.

El bastardo de Luppé, preboste de palacio.

El señor de Saint-Severin, gran escudero de Francia.

El señor Laval de Bretagne.

Principes y capitanes prisioneros.

El rey de Francia.

El rey de Navarra (el príncipe Enrique de Albret.)

Luis, señor de Nevers,
Francisco, señor de Saluces.
El príncipe de Talemond.
Mr. d'Aubigny.

El mariscal de Montmorency,
Mr. de Rieux.

Mr. de Chartres.

El señor Galeas Visconte.

El señor Federico de Bauges.
El conde de Saint-Paul, her-
mano del duque de Vendôme.
El hijo del bastardo de Saboya.
Mr. de Brion.

El gobernador de Limosin.
El baron de Bierry.
Mr. de Bonneval.
El baile de París.
Mr. de Viot.

Mr. de Charrot.

El baile de Bugency.
El señor de la Chartre.
Mr. de Boise.

Mr. de Lorges.
Mr. de Moni.

Mr. de Crest.
Mr. de Guiche.
Mr. de Montigent.
Mr. de Saint-Marsault.
El senescal d'Armaignac.
El vizconde de Lavedan.

Divulgada la prision del rey Francisco, muchos caballeros franceses de los que se habian puesto ó pudieran ponerse en salvo, se dieron voluntariamente á prision de los españoles, ofreciendo grandes rescates y diciendo: «No quiera Dios que nosotros volvamos á Francia quedando prisionero nuestro rey.»> Todos los gefes imperiales se fueron uno tras otro presentando al prisionero monarca, é hincando ante él la rodilla en señal de acatamiento, y él recibió sucesivamente con buen semblante al marqués de Pescara, al virey Lannoy, al señor de Alarcon al marqués del Vasto, á quien manifestó los muchos deseos que habia tenido de conocerle, aunque no en aquella situacion. Llegóse por último el duque de Borbon, su pariente, y arrodillado delante de él como todos: «Señor, le dijo, si mi parecer se hubiera to>>mado en algunas cosas, ni V. M. se viera en la ne

Mr. de la Claïette.

Mr. de Poton.

Mr. de Changy.
Mr. de Aubijon.
Mr. d'Annebaut.

El hijo de Mr. de Tournon.
La Roche-Aymond.
La Roche du Meyne.
Mr. de Clermont.
Mr. de Saint-Jean d'Ambornay.
Mr. de Vatithieu.
Mr. de Silans..

Mr. de Boutieres.
Mr. de Barbesieux.
El poeta Clemente Marot.

Despojóse al rey prisionero de sus armas, y le fueron enviadas á Carlos V. como uno de los mas

TOMO XI.

y

preciosos trofeos de la victoria. La espada se depositó en el alcázar de Toledo, y la armadura del cuerpo fué llevada á Alemania. En 1806 se conservaba todavía en Inspruck, de donde la recobró en dicho año el príncipe de Neufchatel, y el emperador Napoleon la hizo colocar en el museo de artillería de París, donde se enseña todavía. La espada, cuyo puño en forma de cruz es esmaltado, con adornos de oro en que se distingue la salamandra emblemática, se hallaba en la Armería Real de Madrid, y de aqui la sacó Murat, gran duque de Berg, en 1806, y la hizo trasportar con gran ceremonia á Francia.

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