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conoce á Fernando de Aragon por rey de Nápoles; y la magnánima Isabel de Castilla muere aquel año agobiada de pesares domésticos, peró con la satisfaccion de dejar á su esposo y á sus hijos una corona mas, ganada por su predilecto amigo Gonzalo Fernandez de Córdoba.

V.

Una reina privada de razon y un príncipe escaso de juicio suceden á la reina mas discreta y mas sensata que ha ocupado el trono de Castilla. Felizmente el reinado de Juana y de Felipe pasa como una sombra fugaz, sin que sirva sino para que los castellanos conozcan y lamenten mas lo que han perdido con Isabel y para que aprendan á apreciar mejor lo que al menos les ha quedado con Fernando.

Nombrado regente de Castilla el rey de Aragon mientras él ha pasado á Italia á organizar el gobierno de Nápoles, hace desear su presencia á los castellanos para mejor subyugar despues á los magnates que se le han mostrado adversos. Dueño de Castilla como regente de este reino, y de Sicilia y Nápoles como rey de Aragon, hace de España la nacion mas poderosa de Europa, y sigue siendo el alma de la política europea: política egoista, dolosa y faláz como era la de aquel tiempo, en que nadie obraba de buena fé; y en que salia mas ganancioso el que era mas

astuto. La liga de Cambray no fué sino una inícua conjuracion de cuatro potencias para repartirse los despojos de otra que pasaba por amiga, pero que no les cedia en inmoralidad. Deshecha esta liga por el mismo interés individual que la habia dictado, concertóse otra que se llamó Santísima, por el papa que la inició y por el objeto religioso en que ostensiblemente se fundaba, pero que no teniendo de santa sino la apariencia y el nombre, en su fondo no era menos injusta que la primera. España hacía el principal papel en todas estas alianzas interesadas. Conjurábanse todos contra Venecia so color de ser una república mercantil, egoista y rapáz. La calificacion no era inesacta. Pero todos, asi Luis XII. de Francia como Maximiliano de Austria, como Fernando de España, y como el mismo papa Julio H., todos se aliaban con la república mercantil cuando á sus intereses convenia, aunque fuese contra los amigos del dia anterior.

La víctima de tan varias y tan inmorales confederaciones era siempre la desgraciada Italia, teatro escogido por las grandes potencias rivales para ventilar sus cuestiones en el rudo tribunal de las batallas. En vez de fertilizador rocío, regaba y enrojecia las amenas campiñas de Rávena, de Novara y de Vicenza la sangre de franceses, de suizos, de alemanes, de españoles y de italianos, para ver quien habia de quedar dueño y señor del pais de la cultura, de las letras y de las bellas artes.

En efecto (y es observacion que inspira lamentables reflexiones), la Italia era el pais en que habian hecho mas progresos los conocimientos humanos, la literatura, la industria, todas las artes de la vida civil y social, todos los adelantos intelectuales: era la patria de Ariosto y de Miguel Angel; era el pais de la elegancia y del buen gusto, del saber y del genio; era el centro de la civilizacion. Mas por una deplorable fatalidad la antigua cuna de los Escipiones y de los Escévolas lo era ahora de Maquia velo y de César Borgia. La sensualidad, el egoismo, la inmoralidad mas refinada habian reemplazado á las severas virtudes de sus mayores. El patriotismo habia desaparecido, no habia espírita de nacionalidad, las instituciones políticas habian perdido su fuerza, dividida estaba en pequeños estados envidiosos unos de otros, faltaba un centro de union, y Roma que podia haberlo sido participaba por desgracia de la corrupcion general. La Italia, en parte no sin fundamento, llamaba bárbaras á las otras naciones, como cuando Roma era la señora del mundo: mas ahora las naciones bárbaras hicieron presa y escarnio de la nacion débil, y los guerreros de Europa se burlaban de los literatos y artistas de Italia. Y sin embargo, la nacion oprimida civilizaba á las naciones opresoras.

El resultado material y político de aquellas alianzas y de aquellas guerras para España fué ganar el rey de Aragon en habilidad y sutileza á todos los

príncipes, vencer las armas españolas á las de otras naciones, arrojar por tercera vez del suelo italiano á los franceses y quedar España dominando en Italia. Pero Luis de Francia y Fernando de España dejaron en aquellos paises ancho campo abierto á las sangrientas rivalidades de sus sucesores Francisco I. y Cárlos V.

VI

Las conquistas de Aragon en Italia en este reinado no nos maravillan. Ya desde el siglo XIII. habia enseñado Pedro III. el Grande á los aragoneses el eamino de Sicilia, y Alfonso V. el Magnánimo á principios del XV. les habia franqueado la via de Nápoles. Los reyes de Aragon habian sido ya soberanos de las dos Sicilias, y Fernando el Católico no hizo sino reconquistar lo que habia sido patrimonio de sus mayores. Lo que nos asombra mas es el ensanche que toma Castilla.

Castilla, concentrada en sí misma por espacio de siglos y siglos, la primera vez que rompe los límites naturales que la circunscriben es para estender su dominacion á esa remotísima é ignorada parte del globo que se llamó América. La segunda vez que se arroja fuera de sí misma es para hacerse dueña de una gran porcion de esa otra parte del orbe ya conocido que se nombra Africa. Franqueando primero el Océano y cruzando despues el Mediterráneo, la bandera de los

castillos y los leones, respetada ya en Europa, va á ondear con orgullo en América y en Africa. A los pocos años de haber sido arrojados los africanos del suelo español, les han sido arrancadas las mejores posesiones del suyo. La cruz que los sarracenos vieron brillar con asombro en el palacio árabe de Granada, la ven resplandecer á poco tiempo con espanto en los torreones y adarves de Mazalquivir, de Oran, de Bujía, de Argel, de Tremecen y de Trípoli.

El cardenal Cisneros rindiendo las fortificaciones de Oran nos trae á la imaginacion la gran figura de Josué abatiendo los muros de Jericó. El sumo sacerdote español cruzando las aguas del estrecho al frente de una armada cristiana, arengando á los soldados de la fé desde lo alto de una colina de Africa, orando en el santuario de Mazalquivir mientras las trompetas de los guerreros castellanos retumban por los valles y cerros de la costa berberisca, y marchando con la cruz en procesion solemne á tomar posesion de la plaza ganada á los sarracenos, representa al gefe del pueblo hebreo cruzando las aguas del Jordan, marchando por el desierto, haciendo celebrar la pascua á los soldados, llevando el arca santa y circundando al son de las trompetas la ciudad de los amalecitas hasta hacer desplomar sus murallas. De uno á otro suceso mediaron treinta siglos: la mano que los dirigió era la misma.

Lo demas lo hizo el conde Pedro Navarro con los

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