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Mejor podria contarse entre los verdaderos errores económicos de que no se eximió la reina Isabel, si por otros medios no le hubiera hecho provechoso, el afan de las leyes suntuarias para la reforma del lujo, providencias que ó no surtian efecto ni remediaban nunca el mal, ó producian otro mayor y no menos contrario á la intencion del legislador, ya dando un valor artificial y mas elevado á los objetos prohibidos, ya haciendo que los hombres buscáran otro campo en que hacer esos alardes de ostentacion y de vanidad á que es tan propensa la flaqueza humana.

En verdad el desmedido lujo que se habia desarrollado en España en los siglos XIV. y XV. y que formaba tan lamentable contraste con la miseria pública de aquellos tiempos, exigia de necesidad ser conte nido y reformado. El lector recordará el triste cuadro que en el cap. XXIII. del penúltimo libro presentamos del lujo escandaloso, loco y estravagante, que en los reinados de Enrique III., de Juan II. y de Enrique IV., se ostentaba en los trages, en las mesas, en los espectáculos, en los festines, en las empresas caballerescas, en las bodas, en los bautizos, en las misas, y hasta en los entierros: aquella profusion, aquellos dispendios, aquel desperdicio en los manjares, en las preseas y en las galas, en que se sacrificaba la fortuna ó la subsistencia de mil familias, ó al lucimiento de un día ó al vano deleite de algunas horas; lujo que naturalmente producia molicie y afeminacion, relaja

cion y corrupcion en las costumbres, envidias y aspiraciones inmoderadas en todas las clases, vicios y dessy arreglos en la córte y en las aldeas, miseria y penuria en el pueblo, apuros y descrédito en el gobierno, descontento, quejas y demasías en los gobernados.

Imposible era que no intentaran poner fuertes correctivos á tan inmoderado y pernicioso lujo monarcas tan económicos, tan sóbrios y tan modestos como Fernando é Isabel: como Isabel, que vestia las camisas hiladas por su mano; como Fernando, que renovaba mas de una vez las gastadas mangas de un mismo jubon. De aqui las varias pragmáticas y provisiones suntuarias espedidas en diversas épocas en Barcelona, en Segovia, en Burgos, en Sevilla, en Granada y en Madrid, sobre telas de seda, de oro y de brocado, sobre joyas, tocados y adornos en los trages, en los espectáculos, en el menage de las casas, sobre jaeces de caballos y su uso, sobre limitacion de gastos en bodas, en bautizos, en estrenos de casas, en misas nuevas, en lutos y funerales, todas encaminadas á moderar la profusion, á corregir el despilfarro y á contener la loca vanidad de que nacian.

Si Fernando é Isabel se hubieran limitado á la promulgacion de leyes suntuarias para la represion del desenfrenado lujo que hallaron dominando en todas las clases del reino, probablemente sus providencias hubieran sido tan ineficaces y tan infructuosas como todas las de igual índole de los reinados ante

riores. Pero estos prudentes monarcas no se circunscribieron á publicar pragmáticas y leyes, sino que les dieron fuerza y vigor con el eficacísimo y saludable medio del ejemplo en sus propias personas. Isabel, sin faltar á la magnificencia que en ocasiones solemnes exigían, ó la dignidad real, ó el justo júbilo de los pueblos en los faustos acontecimientos, como las recepciones de los embajadores estrangeros (que en aquel tiempo, como cosa nueva, se hacian con gran ceremonia), los nacimientos y bodas de los príncipes, ó la celebridad de un hecho brillante y de gloria nacional, en su método ordinario de vida reducia sus gastos y los de su familia y palacio á lo que indispensablemente requeria la calidad de las personas, á lo puramente decente y honesto. Indiferente al regalo, enemiga del boato y de la ostentacion, los atavíos de su trage eran modestos y sencillos; y en las fiestas que se dieron á los embajadores franceses en Barcelona, ni ella ni sus damas estrenaron vestidos, y no se desdeñaba de confesar que se habian presentado con los mismos que les habian visto ya otros embajadores franceses. El gasto diario en la real casa era tan frugal que se sabe importaba la décima parte de la suma á que subió mas adelante el de su nieto Cárlos V. Quien estaba siempre dispuesta á empeñar sus ricas alhajas para la guerra de los moros, y para la empresa de Colon; quien las distribuia despues entre sus hijas y las esposas de sus hijos cuando

tomaban estado, harto mostraba su generoso desprendimiento, y el poco atractivo que tenian para ella estos signos de opulencia, de vanidad 6 de lujo. Las damas de su córte seguian su ejemplo, y no era perdido para las demas clases, porque nunca es perdido el ejemplo que viene de lo alto.

Poco dada á distracciones y espectáculos, hizo cesar principalmente aquellos que ademas de una vana y dispendiosa ostentacion se ejecutaban con cierta peligrosa ferocidad, como los torneos con arneses de guerra y lanzas de puntas aceradas, y como las corridas de toros, de las cuales decia ella misma: «De los toros..... propuse con toda determinacion de nunca verlos en toda mi vida, ni ser en que se corran.» Lo que habia de gastar en costosos espectáculos de mero recreo, lo invertia en la construccion de hospitales ó iglesias, de colegios, caminos, puentes ó mercados.

A la severa parsimonia de los Reyes Católicos sucedió la dispendiosa etiqueta heredada de los duques de Borgoña, y la pomposa magnificencia de los príncipes de la casa de Austria; y las prudentes economías de Fernando é Isabel vinieron á ser un honroso, pero harto breve paréntesis, entre las locas prodigalidades de Enrique IV. y las ceremoniosas profusiones de Cárlos V. A los dos años de haber venido á España el austriaco, ya le suplicaban las Córtes ed Castilla «que ordenase su casa en la forma y manera que la habian tenido los Reyes Católicos, sus abuel os.>>

X.

Siendo el principio religioso el que unido al de independencia y libertad habia inflamado el corazon de los españoles, y armado sus brazos y mantenido su maravillosa perseverancia para luchar sin cansarse por espacio de ocho siglos, naturalmente tenia que ser tambien el alma de la política y el móvil de ́ las acciones de unos monarcas que merecieron del gefe de la Iglesia el sobrenombre de Católicos, que trasmitieron á sus sucesores como una preciosa vinculacion.

¿Correspondió siempre en Fernando al principio religioso la práctica de las virtudes cristianas? Al examinar, no ya sus acciones de hombre, que pudieran estar fuera de nuestra jurisdiccion, sino sus actos de rey, la severidad histórica nos ha obligado mas de una vez á ejercer una censura que no nos es grata, á vueltas de las muchas y bien merecidas alabanzas que con sincero placer hemos tributado al esposo de Isabel, como rey de Aragon y de Nápoles, y como regente de Castilla. Jamás en Isabel hemos dejado de hallar en perfecta armonía el principio religioso con el ejercicio práctico de las virtudes evangélicas en toda su estension y sin mezcla de hipocresía.

Permítasenos aqui, siquiera nos espongamos á traspasar las atribuciones del historiador, dejar con

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