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enseñaba que cualquiera podia quitar impunemente la vida á los hereges, infieles y renegados; que los reyes de España debian esterminar á los moros, ó á lo menos echarlos de sus dominios; ponia en cuestion si los hijos podian asesinar á sus padres hereges ó idólatras, y tenia por lícito y corriente hacerlo con los hermanos, y aun con los hijos. Si un prelado tenia estas ideas y enseñaba estas máximas á fines del siglo XVI. ¿cuántos las tendrian y enseñarian á principios del mismo siglo?

Sepamos hacer apreciacion de las ideas y del espíritu de cada época.

XI.

Hácese á los españoles y á sus reyes, á la nacion en general, dos gravísimos cargos, uno moral, otro económico, sobre una materia, en que si bien los mayores abusos y errores se refieren á los reinados siguientes, indudablemente tuvieron principio en el de los Reyes Católicos; á saber, las crueldades cometidas por los españoles con los habitantes del Nuevo Mundo, y su funesto sistema de administracion colonial.

Hay por desgracia en el primer cargo una buena parte de verdad, pero hay tambien por fortuna una buena parte de exageracion. ¿Cómo hemos de negar que los españoles no trataron á los indios con la con

sideracion que la humanidad, la religion, y hasta su interés propio les prescribian? ¿y que en vez de conducirse con ellos como civilizadores benéficos se condujeron como rudos conquistadores? Desgraciadamente se aunaron para esto las dos pasiones que endurecen mas el corazon humano, el fanatismo y la codicia: el fanatismo engendrado por la lucha religiosa de tantos siglos, y la codicia escitada por las riquezas mismas de aquel suelo. La idea fatal, entonces muy comun, de que era lícito disponer de las vidas de los infieles, y la sed de oro que aquejaba á los aventureros que iban á la conquista del Nuevo Mundo, los concitaba á hacer de los desgraciados indígenas meros instrumentos de esplotacion para su enriquecimiento. Esto es verdad, aunque verdad que está muy lejos de poder ser aplicada á los españoles solos. Pero tambien lo es que el tiempo ha venido á patentizar hasta qué punto se han abultado los escesos y demasías de los españoles en las regiones del Nuevo Mundo. No hay ya hombre de sano criterio que no considere como evidentemente exageradas las terroríficas relaciones de crímenes, el espantoso catálogo de horrores y las declamaciones hiperbólicas del célebre Fr. Bartolomé de las Casas y de los misioneros dominicos; de aquellos dominicos que despues de haber encendido en España las hogueras de la Inquisicion, se constituyeron en América en apóstoles de la humanidad, desplegando allá una especie de fanatisTOMO XI.

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mo humanitario en favor de los infieles del Nuevo Mundo, casi tan estremado como habia sido aqui su fanatismo religioso contra los infieles del Mundo Antiguo. Las relaciones del padre Las Casas han sido el arsenal de donde los escritores estrangeros han tomado las armas con que tan sin piedad nos han herido; y los accesorios horribles con que el religioso español creyó deber sobrecargar su historia, tal vez buscando por la exageracion el remedio, han hecho mas daño á la fama de los conquistadores de América que el fondo de verdad que hubiera en sus escesos,

Sabido es sin embargo y confesado por todos, incluso el mismo historiador dominicano, que aquellas demasías y crueldades no comenzaron sino despues del infausto suceso de la muerte de la reina Isabel. Mientras vivió esta magnánima reina, los naturales de la India tuvieron en ella una amiga constante y una protectora eficaz. Siendo todo su afan la civilizacion de los habitantes del Nuevo Mundo por la doctrina humanitaria del Evangelio, y su propósito el de hacer de los indios ciudadanos españoles y no siervos, súbditos y no esclavos, jamás salió de su boca ni palabra, ni ordenanza, ni ley, sino para mandar que los colonos de América fueran tratados con la mayor dulzura y consideracion; hasta en sus últimos momentos se acordó de sus infelices indios, y al despedirse del mundo les dirigió su postrera mirada de piedad, que para gloria suya quedó consignada en su

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testamento. Hay motivos para creer que al mismo Fernando se le ocultaron los escesos que comenzaron despues. El regente Cisneros quiso ya remediarlos y mejorar la condicion de los indios. ¿Pero era fácil á tan inmensa distancia?

El segundo cargo encierra tambien una grande y triste verdad. España no supo aprovecharse de las inmensas riquezas con que la brindaba la posesion de las feracísimas é ilimitadas regiones conquistadas por Colon y sus sucesores. Mejor diremos que tuvo el funesto don de empobrecerse con la superabundancia de la riqueza. Como un arroyuelo primero, y como un copioso rio despues, venia el oro y la plata de las fecundísimas minas de aquellas colonias. Inundando la España estos preciosos metales, y estancándose en su seno como una laguna sin desagüe, la nacion, al pa recer, mas rica de Europa, padecia una especie de plétora que la mataba, y se encontró pobre en medio de la opulencia, como el avaro rey de la fábula.

Creyendo los españoles, como entonces se creia comunmente, que la mayor riqueza de un pais consiste en la mayor abundancia de oro, descuidaron la riqueza positiva que tenian en la superficie de la tierra, y la iban á buscar en sus entrañas; sacaban de los subterráneos la plata y el oro, y los hombres quedaban sepultados en los subterráneos, ocupando el hueco de los metales que se extraian.

Veian que cuanto mas abundaban el oro y la pla

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ta subian mas los precios de los artículos de consumo, de los artefactos y de la mano de obra, y aun no comprendian que era menester dar salida al metal que los ahogaba, derramarle por Europa bajo todas las formas, en moneda, en muebles, en adornos y utensilios, y abrir en el mundo entero un vasto mercado en que consumir el sobrante de su oro y de su plata como una primera materia, de que hubieran podido hacer un monopolio inmensamente productivo. Al contrario, aplicando á los metales las fatales leyes restrictivas heredadas de sus abuelos, como á todos los demas productos, siguió prohibiéndose la estraccion de oro y de plata lo mismo que en los tiempos en que su escasez pudo haber hecho conveniente la prohibicion. En la ciencia económica, como en otras ciencias, un error engendra otro error. Y aplicando á las producciones y á las manufacturas para abaratarlas el mismo sistema prohibitivo, sucedia que no extrayéndose de España ni su oro ni sus productos indígenas, en vez de los remedios que buscaban, aumentaban los males: el valor del oro, que habia de crecer, disminuia, y el de las mercancías, que habia de abaratar, iba creciendo. De aqui la estincion de la actividad industrial, viniendo á ser la Península tributaria de la industria estrangera. Solo el interés individual buscaba instintiva y clandestinamente el equilibrio de la balanza mercantil, y el contrabando del dinero suplia en parte lo que no hacian las leyes.

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