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Ni aun siquiera se supo establecer el oportuno comercio de cambio entre la metrópoli y las colonias, entre las producciones naturales é industriales del nuevo y del antiguo mundo, que por mucho tiempo hubiera podido monopolizar España.

¿Culparemos á Fernando é Isabel de estos errores económicos?

En primer lugar, Isabel, con noble corazon y con miras mas altas que el interés y las ganancias materiales, habia cuidado mas de civilizar los indios que de esplotar su suelo. En segundo lugar, Isabel, en los doce años que mediaron entre el descubrimiento de América y su muerte, harto hizo en procurar que los habitantes de las nuevas regiones participáran de la cultura, de los productos, de las artes y de las comodidades de la metrópoli, trasportando para aclimatar en aquel suelo las semillas alimenticias y los vegetales mas preciosos de España, el trigo, el arroz, el lino, el cáñamo, el olivo y la viña; los animales que sirven de sustento al hombre, como las aves, el ganado de cerda, el lanar y el cabrio, y los que le ayudan al trabajo y laboreo de la tierra, como el buey, el asno y el caballo. Despues de la muerte de la reina fué cuando se empezó á cuidar menos del fomento y prosperidad de las colonias que de satisfacer la codicia de los pobladores castellanos y de traer á la península cuanto oro y plata se pudiese, de cualquier modo y sin reparar en los medios. No estamos

lejos de calificar de un error nacido de la mejor intencion de Isabel el haber dejado en herencia á su esposo la mitad de las rentas de las Indias, que pudo ser un estímulo á la codicia de Fernando para hacer subir cuanto pudiese sus productos. Despues fué cuando se reprodujo bajo el modesto nombre de encomiendas el sistema fatal de los repartimientos de indios que Isabel habia desaprobado, y que fué una de las mayores causas de la despoblacion de aquellos fértiles paises, de la degradacion y la ruina de sus naturales, de los malos tratamientos y crueldades de los españoles y del odio que contra estos se fué engendrando.

Pero dado que los monarcas erráran en el sistema de administracion que impidió el desarrollo de la mútua prosperidad de la metrópoli y de las colonias, el error no era de ellos solos, era de todo el pueblo, era de las Córtes mismas, que acostumbradas á las leyes restrictivas de épocas anteriores, que constituian una especie de educacion popular y tradicional, seguian proponiendo y abogando siempre por las medidas prohibitivas; y dos años despues de la muerte de Fernando las Córtes de Valladolid, deplorando la subida diaria de los precios de los productos y artefactos de Castilla, y atribuyendo este mal á las remesas que se hacian á América, proponian como único remedio la prohibicion de las exportaciones.

Tenemos no obstante dos observaciones que hacer, no en justificacion, pero sí en disculpa de los errores

y desaciertos de los reyes y del pueblo español en este reinado. Es la primera, la ignorancia de los verdaderos y mas sencillos principios de economía política que generalmente habia en aquel tiempo en todas las naciones. Hay verdades que hoy nos parecen muy palmarias, y que sin embargo tardaron en descubrirlas los hombres; tales son las de la ciencia económica, creacion que podemos llamar de ayer, y que aun dista mucho de haber llegado á su perfeccion. El sistema restrictivo era el sistema de la edad media en toda Europa, y todo el mundo creia entonces que la mayor riqueza de una nacion consistia en la mayor masa ó suma de oro que poseyera. ¿Será, pues, justo asombrarnos de que lo creyera tambien la España?

Es la segunda, que los errores del sistema de administracion colonial no hicieron sino comenzar en el reinado de los Reyes Católicos. El descubrimiento de América estaba muy recient e; apenas era conocido el continente americano; aun no se habia podido prever la revolucion monetaria y mercantil que las inmensas conquistas de Cortés y de Pizarro habian de producir en el mundo. Los mayores errores y males vinieron despues, y el cargo pertenece mas á los reinados sucesivos de los soberanos de la casa de Austria, precisamente cuando debia recogerse el fruto de las conquistas y cuando habia ya mas ilustracion en materias económicas y mercantiles en Europa.

XII.

Antes de terminar la reseña crítica de este fecundísimo reinado, no podemos dejar de tributar el homenage de nuestra admiracion y respeto, al mismo tiempo que en ello participamos de un justo orgullo nacional (que harto tendrá que sufrir en otras épocas), á esa multitud de esclarecidos varones que en este período dieron gloria, lustre y engrandecimiento á nuestra patria, con su valor, con sus virtudes, con su ciencia y su erudicion, en casi todo lo que puede realzar una época y un pueblo.

Parecia que Fernando é Isabel poseian el privilegiado don de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes, y el de atraer y apegar á él los que otros paises producian, como un planeta que atrae otros astros formando en derredor de sí grupos luminosos que alumbran la tierra y embellecen el firmamento. Y es que si los malos monarcas son como los meteoros siniestros que esterilizan y secan, los buenos reyes son como el sol cuyo influjo fecundiza y produce. Porque no puede atribuirse á fenómeno casual la coexistencia de tantos hombres eminentes en todos los ramos como ilustraron este período.

¿Necesitaba España del valor de sus hijos y del arte militar para recobrar su antiguo territorio y ensanchar sus límites? Pues aparecian, ya simultánea ya su

cesivamente, guerreros como Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cádiz, azote y terror de los moros granadinos; como don Alonso de Aguilar, el héroe caballeresco que acabó en Sierra Bermeja una vida sembrada de hechos heróicos; como Hernan Perez del Pulgar. cuyas proezas, que parecen fabulosas, le dieron el sobrenombre de el de las Hazañas; como Francisco Ramirez de Madrid, á quien tantos adelantos debieron la artillería y la tormentaria; como Pedro Navarro, el conquistador de Oran, de Bugía y de Trípoli, que pudo pasar por el inventor de las minas por lo mucho que perfeccionó el arte de volar las fortificaciones; como García de Paredes, el Vargas Machuca de las guerras de Italia; y como Gonzalo de Córdoba, que arrebató á los guerreros de los pasados tiempos y de las futuras edades el título de Gran Capitan.

¿Se necesitaban sacerdotes y prelados de ciencia y de virtud, que ilustráran instruyendo, y reorganizáran moralizando? Para eso hubo un Fr. Juan de Marchena, que acogió por caridad en un claustro al hombre insigne que habian rechazado con desden los monarcas en las córtes, y el primero que comprendió en una pobre celda el pensamiento inmenso del que habia de descubrir un mundo; un Fr. Fernando de Talavera, dechado de prudencia y de virtud como prelado, rígido y severo director de la conciencia en el confesonario régio, y apóstol dulce y humanitario como catequista de infieles; un don Pedro Gonzalez de

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