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mandando él mismo hacer fuego á los soldados que cumplieron tan triste deber. En este intermedio había fallecido, á los sesenta y un años de edad, el Infante Don Antonio, tio del Rey. Al dar cuenta de su fallecimiento, pintábasele casi como una lumbrera de las ciencias y las artes. Era sencillamente un imbécil, lo que no impidió que le confiriese el titulo de doctor la universidad de Alcalá, por supuesto, sin examen alguno. Además, ejercía el cargo de almirante general de la armada de España y de Indias, lo cual le hizo decir en cierta ocasión: « A mí por agua y á mi sobrino por tierra, que nos entren.» Por esta frase y otras del mismo jaez que usaba, puede juzgarse de su ingenio.

Crecía el malestar del país, agobiado por los tributos, y de la miseria que al pueblo aquejaba era culpable aquella absurda administración. Las leyes prohibitivas y restrictivas de entonces impedían á los centros agrícolas productores la extracción de frutos y, no pudiendo darles salida, carecían de numerario y de todo otro recurso hasta para la mejora de las fincas y el cultivo de los campos. Llenáronse los caminos de salteadores y para perseguirlos hubo de restablecerse las escuadras, rondas y compañías de escopeteros en Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía.

La privanza que el embajador ruso ejercía con Fernando determinó que se comprase una escuadrilla al gobierno de la nación de aquél, compuesta de cinco navios y tres fragatas. Costó la adquisición varios millones de reales, y cuando llegaron á Cádiz los barcos advirtióse que sólo un navío y una fragata se hallaban en estado de servir, estando los demás apolillados y podridos. De esta manera se despilfarraba el dinero de los esquilmados contribuyentes.

Garay se esforzaba inútilmente por mejorar la situación de la Hacienda y dar valor al crédito público. Hizo la clasificación de la Deuda en dos secciones, una con el interés de 4 por 100 y otra con crédito reconocido, pero sin interés; prometió luego que los vales no consolidados reemplazarían, sorteándolos, á los consolidados que se extinguiesen, y esta medida aumentó la compra de ellos, considerándolos el comercio y los rentistas como una base de progresivas reformas y de positivo resultado para el porvenir. Por consejo suyo, entabló el Rey unas negociaciones con la corte romana que originaron expidiese el Papa la bula de 26 de Junio de 1818, permitiendo aplicar á la extinción de la deuda pública por espacio de dos años las rentas de las prebendas eclesiásticas que vacasen, y las de los beneficios de libre colación, que no habían de proveerse en seis años.

El clero y el bando absolutista criticaron acerbamente estas disposiciones, valiéndose de toda clase de armas para desprestigiar á su autor, é hicieron circular contra él la siguiente décima:

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Los liberales parodiaron esta décima del modo que sigue:

No es el honrado Garay
el que nos está engañando,
ni quien nos está sacando
el poco dinero que hay.
De Smith y Bautista Say
sabe muy bien la doctrina,
pero.

el Rey sólo es el que cobra

y el Estado se arruina.

Odiado, además, por la camarilla, que no le perdonaba sus antecedentes liberales, cayó del ministerio y fué desterrado, en unión de sus colegas los secretarios del despacho de Estado y Marina.

El señor Mesonero Romanos, al tratar del cambio de ministros que hizo Fernando desde 1814 hasta la revolución de 1820,

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se expresa así:

«Despidiendo á unos por cortos de vista (histórico), á otros por largos de manos (id.), á aquél por inepto, à éste por demasiado entendido (id. id.), enviándolos unas veces á tomar aires à Ultramar, ó poniéndolos otras á la sombra en los alcázares ó castillos de la Coruña ó de Segovia, vino á hacer tal consumo de ministros, que pasaron de treinta en sólo los seis años de aquel período, lo cual, atendiendo al número de los ministerios, que era el de cinco, viene å traducirse en seis juegos completos, ó sea en una duración de dos meses, por término medio, para cada ministro» (1).

La única esperanza del partido liberal se desvaneció con la muerte de la bondadosa Reina Isabel, suceso ocurrido el 26 de Diciembre de 1818. Aunque no había logra

Doña Maria Isabel.

Segunda mujer de Fernando VII.

do apartar del lado del Rey las influencias perniciosas ni cambiar las tendencias é inclinaciones de su carácter, mirábasela como un lazo que le contenía de

(1) Fuéronlo de Estado en dicho periodo, el Duque de San Carlos, don Pedro Cevallos, don José León y Pizarro, el Marqués de Casa Irujo y el Duque de San Fernando. De Gracia y Justicia, don Pedro Macanaz, don Tomás Muñoz, don Juan Esteban Lozano de Torres, don Manuel Abad y Queipo, el Marqués de Mataflorida y don José Garcia de la Torre. De Hacienda, don Luis Salazar, don Cristóbal de Góngora, don Juan Pérez Villamil, don Felipe Vallejo, don José Ibarra, don Manuel Araujo, don Martin de Garay, don José de Imaz y don Antonio González Salmón. De Guerra, los generales Freire, Eguia, Ballesteros, Campo-Sagrado y Alós. Y de Marina, Salazar, Hidalgo de Cisneros y Vázquez Figueroa.

precipitarse en mayores desaciertos. Con la muerte de Isabel quedó otra vez Fernando entregado á los hombres funestos de su camarilla.

IV

Era intolerable la situación de los valencianos, por la torpe conducta del general Elio que, con pretexto de la conservación del orden público, se entregaba á todo género de arbitrariedades y violencias. Consistía una de éstas en llamar á su despacho al que suponía mezclado en cualquier conspiración, ó desafecto al régimen imperante, escarneciéndole y abofeteándole por su mano misma, como hizo, entre otros, con el insigne poeta don Leandro Fernández de Moratin. Restableció el tormento y, sin sujetarse á tribunales ni procedimientos donde pudieran justificar su inocencia los denunciados por sus esbirros, decretó varias sentencias de muerte, bastando para ser ejecutadas una simple orden suya.

Acudió al Rey una comisión de Valencia quejándose de tan brutal proceder, siendo aquélla desatendida y aun conminada con castigo si entorpecia la marcha del general Elio, considerado por Fernando como uno de los más firmes puntales de su Trono.

Exasperados los valencianos, tramaron una conspiración contra aquel odioso procónsul; pero fué descubierta y se fusiló á trece de los principales comprometidos, entre ellos el coronel Vidal, don Diego María Calatrava y don Félix Bertrận de Lis.

Murieron en Italia, à principios del año 1819, los padres del Rey, y éste dió muestras de dolor, quizás recordando que había acibarado la existencia de aquéllos con su comportamiento reprobable.

Casóse algunos meses después el Infante Don Francisco de Paula, hermano menor de Fernando, con la Infanta Doña Luisa Carlota, hija de los Reyes de las Dos Sicilias, mujer varonil y resuelta, á quien veremos jugar un papel importante en el transcurso del reinado de Fernando VII, cuando violentamente deshizo una trama absolutista, consistente en hacer pasar la sucesión de la Corona al Infante Don Carlos.

Mal hallado Fernando con su segunda viudez, ó deseoso de dar un heredero al Trono, pensó en contraer terceras nupcias, y el 11 de Agosto del mismo año 1819 participó al Consejo haber concertado su enlace con la Princesa Maria Josefa Amalia, hija del Príncipe Maximiliano de Sajonia. Hizo su entrada en Madrid el 20 de Octubre la nueva Reina, y advirtióse pronto que era timida y apocada. Educáronla para el claustro y carecía de las condiciones que hubiesen sido necesarias á fin de influir en la voluntad de su marido, contrarreştando la influencia de los cortesanos palaciegos.

Tendían á aumentar los males del país y continuamente dirigianse al Rey las provincias, haciéndole representaciones que eran, por lo común, desatendidas. Decíase en una de ellas:

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