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Dirigido por dos jóvenes apellidados French y Berutti, amotinóse el pueblo, ganó para su causa parte de las tropas é invadió el 25 el Ayuntamiento en el instante en que se hallaba reunido, precisamente deliberando sobre lo crítico de las circunstancias. Obligaron los amotinados al Ayuntamiento que recibiese una comisión popular que puso en sus manos un ultimátum redactado previamente en casa de Azcuénaga, centro de los principales revolucionarios. En el ultimátum se afirmaba que habiéndose el cabildo excedido de las facultades que el pueblo le había conferido, las reasumía y no se conformaba ya con que se separase del mando à Cisneros, sino que se reemplazase la Junta nombrada con otra que había de constituirse del siguiente modo: Presidente y comandante de armas, don Cornelio Saavedra; vocales, don Juan José Castelli, don Manuel Belgrano, don Miguel de Azcuénaga, don Manuel Alberti, don Domingo Matheu y don Juan Larrea, y secretarios don Mariano Moreno y don Juan José Passo.

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Manuel Alberti.

No se limitaba á esto sólo el ultimátum. Pedia también que en el término de quince días se alistara y marchara á las provincias del interior una expedición militar de quinientos hombres, á las órdenes de jefes seguros, con el objeto de garantizar á los pueblos la libre elección de sus diputados.

Quiso aún el cabildo probar de sostenerse, y llamó á los comandantes de las milicias para consultarles si la petición popular respondía en efecto á la voluntad general de pueblo y tropas. La respuesta que obtuvo no dejó lugar á dudas; el cabildo se hubo de limitar á protestar de la violencia de que era objeto. Desde el balcón que daba á la plaza, propuso el Gobierno al pueblo las bases constitutivas del nuevo orden de cosas. Entre grandes aclamaciones fueron aprobadas. Convocó en seguida el cabildo á los individuos de la nueva Junta y, prestado

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Domingo Matheu.

por ellos juramento de desempeñar fielmente su cargo, de mantener la integridad del territorio bajo el cetro de Fernando VII y de guardar las leyes del Reino, tomaron posesión, instalándose en la fortaleza, hasta entonces morada de los gobernantes españoles. De la fortaleza habia salido, momentos antes de que entrara en ella la nueva autoridad de Buenos Aires, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, último virrey de las provincias del Rio de la Plata. Cisneros hubo de alojarse en una casa particular.

Prisa dióse la Junta, de que era alma el doctor don Mariano Moreno, en propagar por todas partes el fuego de la insurrección. Respondieron desde luego, adhiriéndose á la Junta, la Colonia del Sacramento, el puerto de Maldonado, Corrientes, Misiones, la Bajada, Santa Fe, San

Luis, Mendoza y San Juan, Salta y Tucumán, en suma, todas las provincias y pueblos en que no había fuerzas españolas.

Resistieron las proposiciones de Buenos Aires la provincia del Paraguay, de que era gobernador don Bernardo de Velazco, y la plaza de Montevideo que reconoció la Regencia de España.

Liniers, retirado á Córdoba, se puso de acuerdo con el gobernador intendente don Juan de la Concha y comenzó á reunir fuerzas para marchar sobre la capital. Despachó al mismo tiempo emisarios al Paraguay para que Velazco se le uniese con las suyas y avisó á la escuadrilla de Montevideo á fin de que, posesionándose de las costas del Paraná, apoyase desde allí el ejército de tierra, que debía reconcentrarse en Rosario de Santa Fe.

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Juan Larrea.

No se descuidaba entretanto la Junta y, después de enviar infructuosamente á Montevideo al doctor Passo, sabedora de que Hidalgo y los oidores de la Audiencia de Buenos Aires se entendian secretamente con el gobernador brigadier Soria y el comandante de marina Salazar, citó al ex virrey y oidores al palacio del Gobierno y cuando los tuvo reunidos les participó su resolución de deportarlos, realizándolo así en un buque inglés que los condujo á Gibraltar. Pero no era éste, como sabemos, el mayor peligro. Soplaban de Córdoba amenazadores vientos. La Junta reunió en pocos días una columna de 1,300 hombres, púsola á las órdenes del comandante del batallón de arribeños, don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo y de don Antonio González Balcarce y la envió contra Córdoba (13 de Julio).

Si la Junta encontró fácilmente soldados que la defendiesen, Liniers no fué

tan afortunado. Trabajada la población por el revolucionario deán Funes, no hallaban eco los llamamientos del ex virrey español. Cuando llegaban ya las fuerzas de Ocampo á Córdoba, cundió el desaliento y el pánico entre los pocos que secundaban á Liniers y demás jefes españoles. Ante la imposibilidad de resistir, decidióse abandonar la ciudad y retirarse con la gente reunida á la de Salta. Alli podrían reunirse con las tropas de Potosí y Chuquisaca que, mandadas por Nieto, debían avanzar. Activa anduvo la Junta, y apenas conoció esta retirada despachó al doctor Vieytes con órdenes para Ocampo de que persiguiese á los fugitivos, prendiese á Liniers y las autoridades que con él iban y los fusilase á todos inmediatamente.

Destacó, apenas llegado á Córdoba, Ocampo algunas fuerzas en distintas direcciones, y el 6 fué Liniers preso, con seis compañeros más, por la gente que mandaba don Antonio Balcarce. Los presos con Liniers fueron el obispo don Antonio Rodrigo de Orellana, el gobernador intendente don Juan de la Concha, su asesor don Victoriano Rodriguez, el coronel de milicias don Santiago Allende, el primer oficial real don Joaquín Moreno y el presbitero don Pedro Alcántara Jiménez. Fué sorprendido Liniers cerca del paraje de las Piedritas.

Mariano Moreno.

Conducidos los prisioneros hasta la pampa conocida con el nombre de monte de los papagayos, pocas leguas distante del sitio denominado Cabeza del Tigre, llegaron en la mañana del 26 el doctor don Juan José Castelli, segundo vocal de la Junta de Buenos Aires, don Nicolás de la Peña, asociado en clase de secretario, el coronel French, el teniente coronel don Juan Ramón Balcarce, varios oficiales y unos cincuenta soldados. Castelli intimó el cumplimiento de la orden de la Junta. Los presos debían ser en el término de dos horas fusilados. Excluídos de tan terrible pena el obispo y su capellán, Liniers y sus cuatro compañeros fueron pasados por las armas. Liniers no consintió que se le vendasen los ojos.

Afirma el presbítero Alcántara Jiménez, uno de los testigos presenciales del horrible drama, que humeante aún el cadáver de Liniers, el propio French, que debía al vencedor de Withelocke sus grados, le asestó un pistoletazo en la cabeza.

Digno era en verdad Liniers de mejor fin que el que la suerte le deparó. No debemos, sin embargo, mostrarnos excesivamente rigurosos con la Junta. Era al cabo una Junta revolucionaria que aspiraba á conquistar la independencia del

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país, y Liniers, leal servidor de la causa española, era por sus prestigios y sus condiciones quizá el único que hubiera podido conseguir rápidamente el triunfo de la contra-revolución.

-Hemos decretado el sacrificio de estas víctimas á la salud de tantos millones de inocentes, - dijo después la misma Junta.

La voluntad popular había triunfado en Buenos Aires. Liniers estaba dispues

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to á sofocarla y lo habría hecho à haber podido. En instantes de tanta agitación y apasionamiento ¿hubiera sido con los revolucionarios menos cruel que lo fueron ellos con él y los suyos? El proceder de la Junta representaba un acto de energía. Era la demostración de que estaba dispuesta á todo. No faltaban en ella además los tibios, los que eran materia abonada para detener la revolución, los que acaso no habían contribuído á realizarla sino para aprovecharse personalmente de ella, y era preciso obligarlos á caminar hacia adelante, impedirles que volviesen atrás la vista, comprometer la revolución para que no pudiese vacilar, hacer imposibles las transacciones con el pasado. La muerte de Liniers ahondaba las diferencias, pedia represalias, justificaba odios, dificultaba reconciliaciones.

Encargó la Junta á Pueyrredón el gobierno de la provincia de Córdoba y substituyó en el mando del ejército expedicionario con Balcarce á Ocampo, encargando á éste la organización de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Catamarca y la Rioja.

Balcarce se dirigió al Alto Perú. La ejecución de Liniers habia producido aqui el efecto que la Junta deseaba. Los jefes españoles lo habian confiado todo en Liniers y nada habían hecho de utilidad por su parte. Era ya inminente el peligro para Potosí, cuando su intendente don Francisco de Paula Sanz, reclamó auxilios al presidente de Charcas, general Nieto. Nieto los pidió á Goyeneche, gobernador del Cuzco. Revistió el virrey del Perú don José Fernández Abascal á Goyeneche de facultades omnimodas y declaró provisionalmente anexionadas á su virreinato las provincias del Sur del Alto Perú.

Estableció Goyeneche un campamento de concentración á orillas del lago Titicaca. En Tupiza tenían los españoles un campamento. Los mandaba allí Córdova. Enviado Ramírez à reforzar á Nieto y trasladado Córdova á Cotagaita, llegó Balcarce á la vista de este último punto el día 27 de Octubre. Trabado combate, fué adversa la suerte á los argentinos que con grandes pérdidas hubieron de retirarse á Tupiza, donde recibieron refuerzos importantes de Jujui y otros puntos. Resolvió Córdova, contra el parecer de Nieto, que opinaba que era mejor esperarlos de nuevo en Cotagaita, perseguirlos. Trabóse el 7 de Noviembre reñida acción entre españoles y argentinos á orillas del rio Suipacha. Fueron alli vencidos los españoles. Dispersas las tropas, cayeron Córdova y Nieto en poder de los argentinos. El ayuntamiento de Potosi redujo también entonces á prisión al intendente Sanz. Los tres prisioneros fueron en Potosí fusilados el 10 de Diciembre.

Una división de las fuerzas de Ramirez, enviada delante al mando del coronel Pierola, fué deshecha por los sublevados cochabambinos en la pampa de Aroma.

La insurrección cundia por todas partes. El virrey del Perú se había visto imposibilitado de proporcionar á Goyeneche buen número de fuerzas, por impedirselo la sublevación de Quito, ocurrida precisamente cuando Nieto demandaba socorros. Cochabamba se había sublevado. En Oruro y Chuquisaca la agitación precursora del movimiento insurreccional era inmensa.

A consecuencia de la derrota de Pierola se replegó Ramírez al Desaguadero ordenando á don Domingo Tristán, gobernador intendente de la Paz, que abandonase la ciudad salvando los caudales públicos, subsistencias y pertrechos de guerra. Tristán se pasó al bando contrario. Puesto de acuerdo con el Ayuntamiento proclamó la adhesión de la Paz á la Junta de Buenos Aires.

Excepto el Paraguay y Montevideo, los revolucionarios eran dueños de todo el virreinato. Contra el Paraguay, en el que gobernaba el coronel don Bernardo de Velazco, envió la Junta en Septiembre una división de quinientos hombres al frente de la cual puso á don Manuel Belgrano. Consiguió Belgrano aumentar su gente en el camino y al llegar, á principios de Diciembre, á las riberas del Paraná, río que sirve de frontera al Paraguay, contaba con más de 1,000 hombres. Llevaba además Belgrano seis piezas de artillería.

Rechazó Velazco todas las proposiciones que Belgrano le hizo, y el 19 de Enero de 1811 á orillas del arroyo Paraguay, se libró el primer combate. Perdieron en

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