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la refriega no poca gente los argentinos y Belgrano hubo de replegarse precipitadamente, batido por 6,000 paraguayos hasta las orillas del río Tacuari, setenta leguas más allá. Sorprendido allí, el 9 de Marzo, por 2,500 hombres de tropas paraguayas al mando de don Manuel Cabañas, después de siete horas de combate, hubo de capitular enviando á Cabañas un parlamentario que le manifestase que las armas de Buenos Aires habían ido á auxiliar y no á conquistar el Paraguay; pero que puesto que rechazaba con la fuerza á sus libertadores, había resuelto evacuar la provincia, repasando el Paraná con su ejército, para lo cual proponía una cesación de hostilidades que contuviese la efusión de sangre entre hermanos». Aceptóse la proposición, á condición de que las hostilidades cesaran perpetuamente y de que los argentinos se

pusiesen en marcha á las diez de la mañana del siguiente día. Aún hizo Belgrano á Cabañas algunas proposiciones, después de lo cual, el ejército argentino, reducido á menos de la mitad, pues no pasaba de cuatrocientos hombres, se puso el 10 de Marzo en marcha y repasó el 15 el Paraná.

No resultaron en Montevideo más afortunados los esfuerzos de la Junta. El comandante de marina Salazar reunió el mayor número que le fué posible de fuerzas navales y con ellas bloqueó en Septiembre la capital del virreinato. Consiguió Moreno que Inglaterra, fundada en su neutralidad, no reconociese el bloqueo, y la escuadrilla española hubo, al cabo de dos meses, de retirarse.

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Manuel Belgrano.

Antes de los sucesos que depusieron á Hidalgo, había nombrado el Consejo de Regencia, gobernador de la Banda Oriental á don Gaspar Vigodet. Cuando tuvo noticia de la revolución, nombró virrey á don Francisco Javier de Elio. Comenzó Elio por mostrarse conciliador; pero era ya tarde. La Junta de Buenos Aires se negó á reconocerle. La suerte estaba echada. La Junta organizó un nuevo ejército bajo la base del regresado del Paraguay y creó una escuadrilla de tres buques con treinta y tres cañones que puso al mando de Azopardo. La escuadrilla tuvo efímera vida. Los españoles lograron á poco apresarla en el Paraná..

Siguió cundiendo la insurrección. Las poblaciones rurales de la Banda Oriental se sublevaron en su mayoría. Belgrano recibió el encargo de fomentar y mantener este movimiento y se le encargó, poniendo á sus órdenes una división de más de 1,000 hombres, de las operaciones contra Montevideo. Llegó á tiempo Belgrano de acallar las disensiones que entre los propios jefes sublevados habían surgido

en la Banda Oriental. Consiguió rápidamente Belgrano no pocas ventajas sobre los españoles. Ocuparon los suyos á Maldonado, tomaron Canelones, y obtuvieron en San José una victoria que costó al ayudante de Belgrano la vida. Quedó el virrey Elio reducido casi á la plaza de Montevideo.

Esperaba Belgrano el premio á que le hacían acreedor estas victorias, cuando un nuevo movimiento revolucionario ocurrido en Buenos Aires, le separó del mando de su ejército.

Chile.

II

Primeras noticias de los sucesos de la Península. José Antonio Rozas. Declaración de Bonaparte. Los diputados de Chile en las Cortes de 1810. Dimisión de Carrasco. - El Conde de la Conquista. - Reconocimiento del Consejo de Regencia. — Cabildo abierto. - Junta popular.

Llegaron á Chile el uno de Febrero de 1808 las primeras noticias de los sucesos de la Península. El aislamiento en que unas de otras vivían las provincias americanas, impidió que la efervescencia por tales nuevas producida diera sus naturales frutos hasta muchos meses después. Bien es verdad que à tanta distancia lo ocurrido en la metrópoli, hasta donde podían alcanzar las noticias recibidas, si acusaba un cambio radical de politica, no podía poner aún en pleito la vida de España como nación ni sus tradicionales derechos al gobierno de América.

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Súpose à poco los sucesos más graves que ocurrieron hasta el cautiverio de los Principes en Bayona; pero aún pudieron los interesados quitarles importancia y seguir haciendo cálculos optimistas.

El 10 de Septiembre, un correo extraordinario de Buenos Aires, llegado á Santiago, enteró á las gentes de la exaltación al Trono de José Bonaparte y del lcvantamiento de la Nación contra el nuevo Rey.

Continuó pacífico Chile durante todo el año y la mayor parte del siguiente. Se hacia ya, sin embargo, á las calladas, propaganda revolucionaria muy activa. Los sucesos de España eran tan inesperados que bien puede decirse que sólo lo propicio de la ocasión engendró las aspiraciones tan ardientemente expresadas luego. La opinión en general estaba por hacer.

Así se explica que durante mucho tiempo las protestas de lealtad á Fernando VII fueran repetidas y hasta entusiastas.

El ayuntamiento de Santiago afirmó solemnemente su fidelidad y hasta votó nuevos impuestos para poner el país en estado de defensa.

Hasta muy entrado 1810 no comenzó la revolución en Chile. Fué alma de ella, en sus preliminares, don José Antonio Rozas, durante mucho tiempo el hombre de confianza del brigadier don Francisco Carrasco que, por muerte del teniente general de marina, Muñoz, se hallaba interinamente á la cabeza del reino. Rozas, en secreta connivencia con los revolucionarios de Buenos Aires, trabajó por aumen

tar las atribuciones del Ayuntamiento y por componerlo casi en su totalidad de gente de su partido.

Contribuyó no poco á dar alientos á los revolucionarios la declaración de Napoleón, hecha en 3 de Diciembre de 1809, y según la cual el Emperador afirmó que vería con gusto la emancipación de las colonias españolas de América, declaración artera que el Emperador francés lanzaba, después de haber fracasado su intento de que se reconociese allí á su hermano y acaso deseoso de ver si lograba aislar más y más la Península privándola de los auxilios que de América pudieran llegarla. Napoleón habia concebido la esperanza de hacer suya América. Impidióselo la inesperada resistencia que halló en la Península, que le obligó á entretener en ella un exagerado contingente de tropas.

Ya entonces comenzaron á preguntarse los americanos si la Junta de Sevilla tenía poderes para representar legalmente á España y sus colonias, y si, caída España en poder de los franceses, subsistia en América la obligación de la obediencia, toda vez que las provincias del Nuevo Mundo sólo habían jurado fidelidad á los Reyes de España y no eran así vasallos de los habitantes y provincias de la Península, que no tenían sobre ellos autoridad, jurisdicción, ni mando. Si la Peninsula pasaba á poder de otros Reyes, si los Reyes de España renunciaban sus derechos, América debía quedar libre y dueña de sí misma. Así razonaban los criollos.

Disgustó mucho á los chilenos la confirmación de Carrasco en el cargo que interinamente desempeñaba.

La nube iba engrosando. No pudo detenerla ni la reunión de las Cortes de 1810 en que Chile tuvo ya representación. No la había tenido en la asamblea de Bayona. Sus diputados, don Miguel Riesco y Puente, comerciante chileno avecindado en Cádiz, y el doctor don Joaquín Fernández Leyva, llegado en 1809 á España como delegado del cabildo municipal de Santiago, trabajaron, particularmente el último, por obtener algunas concesiones favorables á América. Leyva, que había contribuído á la aprobación de las leyes sobre igualdad de representación de las provincias de Ultramar con las peninsulares y sobre exención del tributo de capitación que pagaban los indios, fué de los que formaron parte de la comisión que redactó el proyecto de Constitución.

En 16 de Diciembre de 1810 presentaron á las Cortes los diputados americanos un capítulo de las reformas que juzgaban indispensables para América, y entre ellas incluyeron la supresión de las trabas y prohibiciones que pesaban sobre la agricultura, la abolición del estanco, la protección á la minería y que la mitad de los empleos de cada colonia se debiera proveer necesariamente en naturales de su territorio. Cuando pudo llegar á América la noticia de estas peticiones, habia el espíritu revolucionario hecho demasiados adeptos para que no se las encontrase timidas é insuficientes.

Por lo que á Chile respecta, meses antes de esas peticiones, había sido forzado á dimitir el presidente Carrasco. Hombre de carácter débil, no comprendió el

peligro hasta que vió la obra de la revolución en otras provincias. Los sucesos de Buenos Aires le llenaron de espanto. Quiso entonces mostrarse enérgico, y considerando principales promovedores de la agitación que en Chile anunciaba graves disturbios, á don José Antonio Rozas, don Juan Antonio Valle y don Bernardo Vera, decretó su arresto y su extrañamiento á la capital de Lima por el puerto de Valparaíso. Llegó á Santiago en la noche del 10 de Julio el parte de haber quedado embarcados Rozas y Valle. A consecuencia de sus achaques quodó en tierra Vera.

Esta violenta medida produjo en el pueblo deplorable efecto. Inauguraba, en verdad, una era de persecuciones, y de consentirse sin protesta, dejaría consagrado el derecho de las autoridades á imponer crueles castigos sin sujetarse á formalidad alguna que los diese visos de legalidad.

En la mañana del 11 se reunió gran muchedumbre en la plaza, pidiendo la inmediata reunión del Ayuntamiento. Reunido, fué citado el Presidente para que diese cuenta ante la corporación de los motivos que le habían decidido á conducirse tan violentamente con personas que gozaban de generales simpatías. Indignose Carrasco y ordenó que se disolviese el Ayuntamiento; pero el cabildo, en vez de atender la orden, se consideró por ella ofendido y se quejó ante la Real Audiencia de la desusada conducta del Presidente. Por temor al enojo del pueblo ó por convicción, inclinóse la Audiencia á favor de los peticionarios, y dos de los que la formaban se encargaron de convencer al Presidente de la necesidad de que acudiese á la Sala Capitular. Cedió Carrasco.

Entonces, el sindico, doctor Argomedo, pronunció un caluroso y elocuente discurso, demostrando la injusticia con que se había procedido en la prisión y deportación de Rozas, Valle y Vera y pidiendo su libertad con la declaración de su inocencia, la casación del proceso y la separación de sus destinos del asesor y del secretario del Gobierno. Argomedo terminó diciendo entre otras cosas: «Si no se ataja este engaño, señores, ¿cuál será el ciudadano que no tenga su vida y honra pendiente de la delación de un enemigo, ó de un vil adulador de aquellos que aspiran á elevarse sobre la ruina de sus semejantes? »

Convencido Carrasco de que era inútil toda resistencia, se resignó al dictamen popular. Quedó resuelta en el cabildo la traslación de los reos à la capital, la deposición del asesor doctor Ocampo, del secretario Reyes y del escribano de gobierno Meneses, y se nombró para substituir al asesor, al oidor decano Concha, con la humillante condición para Carrasco de que sin la firma de Concha no pudiera llevarse á efecto ninguna providencia gubernativa.

La revolución acababa de conseguir en Chile su primer triunfo. El pueblo asumía el poder. Lo mismo que ahora limitaba las facultades del Presidente, nombrándole asesor que refrendase sus resoluciones, le destituiria mañana.

Así fué en efecto. No dejaron ya de circular rumores del todo contrarios á la continuación de Carrasco en su puesto.

El 13 de Julio hizo el Presidente una visita al cuartel de artillería, Vióse en

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ella un acto encaminado á atraerse aquel cuerpo, y la primera autoridad fué reconvenida por los alcaldes y por el mismo oidor Concha. Tres días después era por el cabildo depuesto el Presidente. Se le había convocado á una sesión extraordinaria y en ella declaró Argomedo que ya no podía darse medio entre la renuncia ó deposición del Presidente y la libertad de la Patria ». Comisionaron los capitulares à un religioso de la confianza de Carrasco para que le exhortase á la renuncia del empleo, por convenir á su propia seguridad y á la de la ciudad. Convocó entonces Carrasco al Real Acuerdo, que le aconsejó la resignación. Aún

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quiso Carrasco hacer otra prueba y pidió su dictamen á los oficiales de graduación y á los jefes de cuerpos. Le contestaron lo que la Audiencia. Vióse así abandonado y presentó su renuncia. Fué nombrado para reemplazarle interinamente don Mateo de Toro Zambrano, Conde de la Conquista (16 de Julio).

Era el de la Conquista hombre de edad avanzada, (nonagenario y decrépito, le llama Torrente), y quizá esta circunstancia contribuyó á que no fuese mal recibida su designación, pues ella daba mayor fundamento á las esperanzas de los revolucionarios, que podían temer poco de hombre de tan escasas energías. Favoreció además al de la Conquista el hecho de haber nacido en aquel territorio.

A principios del siguiente mes llegó á Chile la noticia oficial de haberse insta- lado en la Península el Consejo de Regencia. La legitimidad de ese Consejo fué objeto de empeñadas discusiones. Había declarado la Junta central que su diso

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