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Enterado luego Fernando de que se le había sorprendido, concibió, lleno de ira, el propósito de vengarse de sus ministros. Entonces fué cuando comisionó al fraile Cirilo para entenderse con la masonería.

Pendientes aún estas negociaciones y próxima á su fin la legislatura, fuese el

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Rey al Escorial, en cuyo monasterio, exceptuado, á petición del propio Fernando, de la supresión, halló la cariñosa acogida que es de suponer.

Cerróse el 9 de Noviembre la primera legislatura. No asistió el Rey á la ceremonia. Pretextando hallarse indispuesto, encomendó al Gobierno la lectura del discurso de rúbrica, lleno de protestas constitucionales.

Para nadie fué un secreto que lo de la indisposición del Rey no pasaba de ser fácil disculpa.

Apenas cerradas las Cortes, era ya evidente para los liberales, que en el Escorial se preparaba un nuevo golpe contra el régimen constitucional. No tardó en hallar esta creencia confirmación completa. El día 16 se presentó al capitán general de Castilla la Nueva, don Gaspar Vigodet, el general don José Carvajal. El Rey, en una carta autógrafa que mostró Carvajal, ordenaba á Vigodet la inmediata entrega del mando. Carvajal había sido nombrado por el Rey capitán general de Castilla la Nueva, sin que ningún ministro refrendase tal disposición. Vigodet, en cumplimiento de su deber, se negó á cumplimentar la orden real. Insistió Carvajal, pero no consiguió nada. Juntos se encaminaron los dos al ministerio de la Guerra, cuyo ministro era á la sazón don Cayetano Valdés. Dió cuenta

Valdés á sus demás compañeros de lo que ocurría, y todos reputaron el mandato de anticonstitucional y resolvieron no ejecutarlo. Divulgóse el suceso y produjo en las gentes la indignación natural. Enardecido con aquel intento de golpe de Estado el público espíritu, surgió por todas partes la protesta; lanzáronse á la calle los más ardientes, abriéronse nuevamente, como por encanto, las puertas de las sociedades patrióticas y menudearon los gritos, los discursos y las representaciones. La milicia nacional, la guarnición, el Gobierno, aunque en sus puestos y atentos á lo que ocurría, ni trataban de impedirlo ni lo veían con malos ojos. La diputación permanente de Cortes, de que era presidente Muñoz Torrero, recibió multitud de mensajes excitándola á no consentir el menor atropello contra la Constitución. Por las calles, la multitud pedía la cabeza de Carvajal. Desunidos estaban los liberales el día antes. Aquel día los unió el común peligro. De poder á poder se atrevió el ayuntamiento de Madrid á dirigirse al Monarca. La diputación permanente le escribió también, para enterarle de la situación de Madrid y suplicarle que se deshiciese de sus malos consejeros, volviese á la capital en seguida y convocase cuanto antes Cortes extraordinarias.

El Rey, como de costumbre, apeló á la hipocresía y la bajeza. Separó de sus cargos á su mayordomo mayor y á su confesor, como se le había pedido; prometió á la diputación permanente volver á la Corte así que se hubiese calmado el motín y aseguró no tener inconveniente en convocar Cortes extraordinarias, así que se expresara el objeto único para que debía reunirselas.

Enteróse al pueblo de todo y se lo exhortó á volver á la quietud.

El 21 entró el Rey en Madrid, en medio de una muchedumbre que lo denostó sin piedad y muy merecidamente.

Llegado á Palacio, asomóse el Rey á presenciar el desfile de las tropas. La multitud continuó insultándole y atronando los aires con imponente vocerio. Muchos de los concurrentes, con un libro de la Constitución en la mano, se lo señalaban, acercándolo luego á su corazón y acabando por besarlo frenéticamente. De pronto, sobre aquella muchedumbre descolló la endeble figurilla de un niño, alzado sobre los hombros de un patriota, y las gentes prorrumpieron en terrible grito: «¡ Viva el hijo de Lacy! ¡Viva el vengador de su padre!»

Aquel grito era una promesa y una amenaza.

Cuando el Rey, encendido el rostro de ira y de vergüenza, se retiró del balcón, halló á la Reina anegada en lágrimas y llenos de consternación á los Infantes.

Aquel día quedó sellada la reconciliación entre los constitucionales, reconciliación que sobre los sucesos favorecia no poco la circunstancia feliz de hallarse en el ministerio de la Guerra don Cayetano Valdés, de quien ya hemos hecho, poco más arriba, mención, y en el de Ultramar, don Ramón Gil de la Cuadra (1). Elementos nuevos en el Ministerio no participaban de las enemistades originadas por las luchas entre los liberales nuevos y los doceañistas. Valdés, siendo

(1) Habian substituído al Marqués de las Amarillas y å don Antonio Porcel, respectivamente.

gobernador de Cádiz, había firmado la representación contra la disolución del ejército de la Isla.

Prenda de la reconciliación fueron, entre otros nombramientos, el de Riego para la capitanía general de Aragón, el de Velasco para la de Andalucía, el de López Baños para el mando de Navarra, el de Arco Agüero para el gobierno de Málaga y el del Marqués de Cerralbo para la jefatura política de Madrid. Firmó, á más, el Rey el destierro de algunos de los tenidos por sus consejeros y cómplices.

Creóse por entonces una nueva sociedad á imitación de la masonería, y aún formada de sus descontentos, que se tituló de los Comuneros ó hijos de Padilla. Imaginóse esta sociedad sobre una constitución de sociedad secreta, compuesta por don Bartolomé Gallardo, que afirmó haber hallado indicios de que los Comuneros de Castilla formaban parte de una hermandad á la masoneria semejante. La constitución de la nueva sociedad, calcada sobre la de Gallardo, difería sólo en los nombres de la masónica. Las logias y los capitulos llamábanse torres y castillos, las iniciaciones, alistamientos, y así por el estilo. La sociedad de Comuneros vino á ser la de los exaltados. Llegó á adquirir verdadera importancia. Compuesta, sin embargo, en su mayoría de gente joven, fué más de una vez instru

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mento de solapados agentes de Palacio. Por tal se señala á un don José Manuel Regato, organizador interesado de asonadas y motines desprestigiadores del régimen liberal.

Al mismo tiempo que las secretas, seguían funcionando, como antes de su su

presión, algunas de las llamadas sociedades patrióticas. La de la Cruz de Malta, única precisamente que habia contado siempre con la tolerancia del Gobierno, tuvo la culpa de que volviese á su vigor la ley prohibitiva. Entró en sus planes derribar al Gobierno y quiso indisponerlo con el Rey, por medio de una denuncia en que, resucitando el relato de los sucesos del 20 de Octubre, acusó al Gobierno de haberse entendido con la propia sociedad denunciante, para obtener por el tcrror la sanción real de la ley sobre monacales.

Tan poco noble conducta irritó justamente al Ministerio, y el jefe político, Marqués de Cerralbo, ordenó el cierre de las dos sociedades patrióticas que funcionaban, La Fontana y la Cruz de Malta. Como su orden no fuese de buen grado obedecida, ocupó con fuerza armada los locales (30 de Diciembre).

Excusado es á todo esto decir que la agitación producida en esa Corte por los meses de Noviembre halló cumplido eco en las más de las provincias, donde el mismo Gobierno contribuyó á la agitación con el envío de emisarios que fuesen á prevenir á las autoridades, por si la conspiración del Escorial tenia ramificaciones. Las sociedades patrióticas de Logroño, Valladolid y la Coruña enviaron al Rey representaciones en favor del sistema constitucional. Los jefes politicos y los ayuntamientos de infinidad de poblaciones obraron de igual modo. En Barcelona se produjo, el 27 de Noviembre, un motín en que, por primera vez, aparecieron las cintas verdes y se oyeron los gritos de Constitución ó muerte. En Cádiz hubo también un motín el 10 de Diciembre. En Valencia, el desorden alcanzó mayores proporciones; los amotinados, después de pedir contra Elio, hicieron venir preso al arzobispo de Valencia, de una casa de campo en que se hallaba y le hicieron embarcar á cumplir el extrañamiento del Reino á que el Gobierno le tenía condenado. En Ariñez, Vitoria, Burgos, en Santiago de Galicia, en Pola de Lena, Turón y Aller (Asturias) y en otros puntos, en fin, ocurrieron por entonces asonadas y disturbios á granel.

Luchando por, la Constitución terminó, como había comenzado, el año 20. No era menos dificil que proclamarla, sostenerla.

CAPÍTULO XXIV

I. Partidas realistas.—El cura de Tamajón.-El Rey desacatado.-Agresión al pueblo por los Guardias de Corps. Disolución de este cuerpo. El Rey y el Gobierno. - Sesiones preparatorias de las Cortes. Discurso de la Corona. - La coletilla del Rey. - Exoneración de seis ministros. - Debates parlamentarios con este motivo. II. Nuevo ministerio. Tareas de las Cortes. La ley de 17 de Abril de 1821. — Disposiciones legislativas. — Asesinato del cura de Tamajón. -Trabajos hechos por las Cortes antes de cerrarse la segunda legislatura. - III. Las potencias extranjeras ante el cambio politico en España.-Sucesos en Italia.- La nota de Rusia. -- Conspiraciones absolutistas. · Conducta del clero. — Exaltación de los liberales. -Conatos de República en Barcelona y Zaragoza. Bessieres. Destitución de Riego. - Batalla de las Platerias. - Divisiones entre los liberales. - Convocatoria de Cortes extraordinarias.

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I

Mientras los liberales con sus exaltaciones comprometían el éxito de la libertad, en aquel primer período de su restablecimiento, los absolutistas no dejaban de la mano los trabajos que, ya oculta ya abiertamente, hacían para echar abajo el sistema constitucional. El Nuncio, los obispos y el clero inferior contribuían, cada uno en su esfera, á mantener en la conciencia de los católicos el espíritu de rebeldía contra el nuevo régimen político.

El resultado de estas conspiraciones fué la formación de varias partidas de realistas en las provincias de Toledo, Asturias, Álava y Burgos à principios del año 1821; coincidió su lanzamiento al campo con la belicosa actitud de la llamada Junta Apostólica de Galicia, hechos que obligaron al Gobierno á adoptar enérgicas medidas de represión para contener aquella campaña facciosa.

Descubrióse en Madrid, á mediados de Enero del mismo año, una conspiración absolutista, fraguada por don Matias Vinuesa, capellán de honor del Rey y cura que había sido de Tamajón, con cuyo nombre era y siguió siendo conocido. La malicia popular achacó el origen de esta conspiración á maquinaciones palaciegas, y de aquí el odio contra el sacerdote mencionado, hombre de cortos alcances y celo fanático revelador de una monomania rayana en la locura. Encontrósele, entre otros documentos, el que sirvió para encausarle y retenerle preso en la cárcel de la Corona, hasta el desgraciado suceso que le privó de la vida. Lo

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