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lución había sido más forzada que voluntaria; pero, aun sin este dato, opinaban los revolucionarios que no procedía prestar reconocimiento á una corporación relegada á un rincón de la Peninsula y desprovista del mandato popular. Examinó el cabildo municipal de Santiago el asunto y acabó por acordar reconocer el Consejo de Regencia, pero sin prestarle juramento. La proclamación se hizo con solemnidad y se acompañó de Te Deum y fiestas.

El poder de la metrópoli estaba caido. Ilustres é influyentes personajes de Chile solicitaron insistentemente del gobernador que accediese à la creación de una Junta de gobierno semejante á las formadas en las provincias de la Península. Acabó el de la Conquista por ceder á lo que se le pedía y consentir en la celebración de un cabildo abierto á que se invitó á cuatrocientas treinta y siete personas, de las que concurrieron, el día 18 de Septiembre, al gran salón elegido años antes para el Tribunal del Consulado, trescientas cincuenta. En la primitiva convocatoria se decía que se discutiría en aquella sesión «el sistema de gobierno que convenía adoptar». Varióse luego, á instancia de la Audiencia que la halló subversiva, esta fórmula diciendo que se convocaba al cabildo « para consultar y decidir los medios más oportunos para la defensa del Reino y pública tranquilidad».

Fué correcta y conciliadora la actitud del cabildo. Abundaron en la sesión las protestas de adhesión á la metrópoli, á los españoles y al Rey Fernando. La Junta quedó elegida nombrándose Presidente al Conde de la Conquista, vicepresidente á don José Antonio Martínez de Aldunate, obispo electo de Santiago, y vocales á don Fernando Marquez de la Plata, don Juan Martínez de Rozas, don Enrique Rosales y don Francisco Javier Reina, coronel de artilleria.

Tomaron en seguida posesión los elegidos y se hizo la Junta reconocer y jurar por todo el Reino. La instalación de la Junta fué recibida por el pueblo con grandes y entusiastas aclamaciones y, al terminarse la sesión en que fué designada, la muchedumbre acompañó entre vitores y aplausos á los individuos de la nueva institución hasta sus respectivos domicilios.

Jurada por todos, incluso por la Audiencia, comunicó la Junta su instalación á los Gobiernos de las demás colonias y al Consejo de Regencia de España. Cuando llegó la noticia à Buenos Aires se celebró con una salva de veintiún cañonazos y grandes explosiones de alegria.

Al tiempo que comunicaba su instalación, escribía una exposición justificativa de los motivos que habian dado origen á su establecimiento y hacía protestas de fidelidad á Fernando VII; pero también al mismo tiempo se ocupaba en la organización de un ejército para la defensa del territorio, en previsión de que el virrey lo atacase. No podía, en verdad, el reino de Chile temer otro mayor enemigo, dada su posición, enclavado entre la Cordillera, los países de los araucanos y el desierto de Atacames. Prueba fué tal previsión de que la Junta de gobierno habia comprendido su papel y el significado revolucionario de su instauración.

No olvidó la Junta que la Asamblea la había solamente investido de un poder

interino mientras se esperaba la reunión de los diputados de todas las provincias chilenas, y se apresuró á convocar un congreso nacional.

Decretó también la libertad de comercio en los principales puertos del Reino. Negóse á reconocer los nombramientos hechos para Chile por el Consejo de Regencia.

III

Paraguay. Belgrano. · Cabañas. — Negociaciones. - Promesa de libertad de comercio. — El tabaco. Fraternidad de los dos ejércitos.

Al relatar los acontecimientos de Buenos Aires hemos debido referirnos al Paraguay.

Hasta después de 1810 no se hizo allí la revolución. Gobernaba el Paraguay, cuando por encargo de la Junta de Buenos Aires fué alli con su ejército Belgrano, el coronel don Bernardo Velazco, persona que había conseguido hacerse querer de los naturales, que veían en él, por sus excelentes condiciones de carácter, el reverso de la medalla de su antecesor, el despótico y arbitrario don Lázaro de Rivera.

Antes de la expedición de Belgrano había sido enviado al Paraguay por la Junta revolucionaria de Buenos Aires el coronel de milicias don José Espinola, paraguayo de nacimiento, pero mirado con antipatia por sus paisanos que no podían olvidar que había sido el principal agente del gobernador Rivera. Espínola llevaba al Paraguay la misión de asegurarse la cooperación de aquella provincia del virreinato. No lo consiguió, y de ahí la ruptura entre Buenos Aires y el Paraguay y la expedición guerrera de cuyo mal resultado ya nos ocupamos. No volveríamos aquí á ocuparnos de aquel suceso, si no conviniera á nuestro propósito hacer notar cómo Belgrano, más político que hombre de guerra, fué el verdadero promotor de la revolución del Paraguay.

Derrotado en las batallas de Paraguay y de Tamary, expresó el general argentino que no había ido alli en són de conquista, sino con el carácter de libertador, pero que pues se rechazaba sus auxilios evacuaria la provincia. A la respuesta de Cabañas aceptando la cesación de hostilidades, á condición de que el ejército invasor se pusiera en marcha á las diez de la mañana, contestó á su vez Belgrano: «Me conformo en todas sus partes con cuanto usted me significa en su oficio de este día y al efecto daré principio á mi marcha mañana; pero si usted gustase que adelantásemos más las negociaciones para que la provincia se persuada de que no ha sido mi objeto conquistarla, sino facilitarle los medios para sus adelantamientos, felicidad y comunicación con la capital, sirvase usted decirmelo y le haré mis proposiciones. >

Cabañas, menos cauto que habilidoso su contrario, respondió que aguardaba las proposiciones anunciadas.

Envióselas entonces Belgrano. Comenzaban con un preámbulo encaminado á interesar á los paraguayos y despertar su adormecido amor propio. Decía en ese preámbulo que el objeto de su venida había sido auxiliar á los naturales del Paraguay, á fin de que, apoyándose en las fuerzas de la Junta, recobrasen los derechos que les correspondían y nombrasen un diputado, para que en Congreso general se resolviese sobre la suerte común, llegado que fuese el caso, muy probable, en que la metrópoli sucumbiese, hallándose como se hallaba reducida al estrecho recinto de Cádiz y de la isla de León; que en ese Congreso estaba indicado que promoviesen los paraguayos el libre comercio de sus producciones, especialmente del tabaco.

Seguía luego el articulado de las proposiciones, la 1.a de las cuales decia así: « Habrá desde hoy paz, unión, entera confianza, franqueza y liberal comercio de todos los frutos de la provincia, incluso el tabaco, con las del Río de la Plata y particularmente con la de Buenos Aires.»

Para comprender la habilidad de Belgrano es preciso saber que el tabaco era producto estancado en el Paraguay y las cosechas habían de permanecer fuera de todo comercio, mientras no se proveyese el estanco del que necesitase, lo que implicaba para los labradores graves perjuicios, pues los contraventores de la disposición eran severamente castigados como contrabandistas. «La factoría establecida en la Asunción, dice el doctor Somellera, pagaba dos pesos por cada arroba de tabaco elegido por ella, y lo revendía á nueve pesos dos reales, comprando por segunda mano á precios ínfimos las mismas partidas que desechaba, y que el cosechero se veía en la necesidad de vender por lo que le ofrecieran, pues era de su cuenta conducir el producto hasta la factoría, corriendo el riesgo de que no fuera aceptado. »

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Puede suponerse si era oportuno el medio de que Belgrano se valía para tentar á los paraguayos.

En otros artículos se aguijoneaba el espíritu local y se prometía imdemnizar á los perjudicados por la guerra. En uno de ellos se establecía que, elegido el diputado, debería la ciudad de Asunción formar su Junta, que había de presidir el propio gobernador don Bernardo Velazco.

No se atrevió el jefe paraguayo á rechazar ni aceptar estas proposiciones que, en conciencia, no podía menos de juzgar buenas, y contestó disculpándose con lo limitado de su autoridad.

La semilla estaba derramada y daría necesariamente sus frutos. Por de pronto no era Belgrano un enemigo. Los dos jefes quedaron en buenas relaciones. La amistad de los caudillos se transmitió á sus tropas y cuando Belgrano llegó al Paraná, dilató á propósito los preparativos para pasar el río, dando así tiempo y nueva ocasión á que los dos ejércitos se mezclaran y fraternizasen. Consiguió así hacer una fecunda propaganda de los nuevos ideales. Por si esto era poco, hizo repartir entre los oficiales paraguayos unas hojas manuscritas y en las que se exponía en pocas líneas las aspiraciones emancipadoras de Buenos Aires.

Apercibióse Velazco del juego y acudió á remediarlo, incomunicando los dos ejércitos. Belgrano repasó al fin con el suyo el río, y si pudo dolerse de haber perdido batallas, pudo alabarse de haber ganado para su causa multitud de conciencias.

IV

Venezuela.

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Motin. Emisarios de Murat. Reunión de personajes en Caracas. Reconocimiento de la Junta de Sevilla. · Protesta. Destierros. La Junta central nombra capitán general de Venezuela á don Vicente Emparán. Más destierros. — Conspiración descubierta. - El 19 de Abril. — Emparån asiste à la reunión extraordinaria del cabildo. Intimación á Emparán. Sesión borrascosa. José Cortés Madariaga. - Deposición de Emparȧn. - Primeras disposiciones de la Junta de Caracas. · Acuerdo de la Regencia en 1.o de Agosto de 1810. — Bloqueo de las costas de Venezuela. - Conspiración contra la Junta de Caracas. - Miyares y el Marqués del Toro. — Sitio de Coro. - Acción de Sabaneta. La comisión enviada á Inglaterra. — Bolivar y Miranda. - Desembarco de Miranda en la Guaira. — Reunión del Congreso venezolano. - Nombramiento de un triunvirato. — El club patriótico. Conspiraciones. - El 5 de Julio. - El Congreso vota la independencia de Venezuela. - Acta.

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Era capitán general de Venezuela, don Juan Casas, cuando llegó á Caracas la noticia de la invasión francesa en España.

Venezuela estaba minada ya de tiempo por propagandas revolucionarias. El 15 de Julio de 1808 desembarcaron en la Guaira dos agentes franceses que llevaban de Murat el encargo de hacerle reconocer como lugarteniente del Reino, en nombre del nuevo Rey de España, José Bonaparte. Esforzáronse los comisionados por convencer á Casas de cuánto le convenía acceder á los deseos que le manifestaban y le exageraron el poder de Napoleón, dueño ya, según ellos, de España. Vaciló el capitán general, y á punto estaba de hacer el reconocimiento que se le pedía, cuando enterado el pueblo de lo que secretamente se tramaba,

amotinóse contra los comisionados de Murat, y amotinándose, los obligó á salir aquella misma noche para la Guaira. Proporcionóles fuerte escolta el capitán general, y gracias á esta precaución salvaron sus vidas.

No terminó el motín con menos que con obligar á Casas á jurar que no reconoceria otro gobierno que el de Fernando VII.

Esta adhesión al Trono de España no era, en realidad, sino una precaución para los que, aspirando á la independencia de su Patria, vislumbraban el momento de conseguirla.

Su conducta era lógica. Si la Península caia en poder de los franceses, ¿por qué habían de seguir su suerte las colonias? Pronunciarse de momento por Fernando VII equivalia, no sólo á dejar abierto el porvenir, sino también á desligar la suerte de América de la de la Península y á recabar desde luego otro rango que hasta el hasta entonces disfrutado.

Vióse la previsión de los caraqueños confirmada con la noticia, llegada á poco con la arribada de un buque inglés á las costas de Venezuela, del levantamiento general de España contra los franceses, la creación de la Junta de Sevilla y la alianza de España é Inglaterra.

Dudoso Casas del partido que le convenía seguir, convocó á una reunión á los personajes más notables de Caracas. Acordóse en esta reunión aguardar los acontecimientos.

A principios de Agosto llegó á Caracas un comisionado de la Junta de Sevilla. Exhibió sus poderes y enteró al capitán general de que aquella Junta suprema de España é Indias confirmaba en sus empleos á todos los funcionarios públicos y les exigía el reconocimiento con el carácter que se había dado.

Casas y el Ayuntamiento, á su instancia, reconocieron á la Junta de Sevilla. El acuerdo no fué del agrado de todos. No pocos venezolanos entendieron que sin Gobierno central la Península, asistía á Caracas tanta razón como á Sevilla para constituir una Junta que durante la ausencia de los Reyes la gobernase. Protestaron, pues, del acuerdo y solicitaron la formación en Caracas de una Junta conservadora de los derechos de Fernando VII. Desestimó Casas la solicitud, y como la hubiese hallado la Audiencia subversiva, prendió y formó causa á los que la firmaron y los desterró, á unos, fuera de la capital, á otros, á la Península. Reconocida en 13 de Enero de 1809 la soberania de la Junta central instalada en la Península, nombró esta Junta gobernador y capitán general en propiedad al brigadier don Vicente Emparán, ya ventajosamente conocido por su mando en el gobierno de Cumaná.

Encargóse Emparán de la capitanía el 17 de Mayo.

Dedicóse Emparán, desde luego, á sofocar todo anhelo de independencia. Con razón ó sin ella, más es de creer, dados los antecedentes, que con ella, mostróse desde luego receloso, y, á pretexto de conservar el orden público, decretó por simples sospechas multitud de destierros.

Desagradó, como no podía menos, tal conducta y no tardó en traducirse el des

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