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tumultos, á prisión. Contóse entre ellos el general Santocildes. Encerrados todos aquella noche, se los embarcó al siguiente día para las Baleares.

Previendo el Ministerio San Miguel esta deplorable situación, había, con anterioridad, tomado algunas medidas. Nombró al brigadier don Juan de Palarea jefe político de Madrid; comandante general de Castilla la Nueva à don Ignacio Copons, á quien, á poco, reemplazó por don Demetrio O'Daly; confirió el mando superior militar de Galicia al general Quiroga y la jefatura de varios regimientos á probados liberales; dió, en fin, al general Mina el del ejército de Cataluña. Reclamaban ciertamente las circunstancias gran actividad y energía por parte del Gobierno. Corrían los campos de Aragón, por la causa absolutista, Rambla, Capapé, Chambó y otros; los combatían por los liberales, Zarco del Valle y el Empecinado. Los de Navarra, el general Quesada, don Santos Ladrón, Uranga, Juanito..., combatiéndolos López Baños; el cura Merino devastaba Castilla; el antiguo reino de León, Cuevillas; Andalucia, Zaldivar que había hecho de la Serranía de Ronda su cuartel general. Acaudillaban en Cataluña las facciones, Romagosa, el Trapense, Romanillos, Mosen Antón Misas, Miralles, el Conde de Calderón y otros más, todos bajo la superior jefatura del Barón de Eroles. Algunos conducían cuerpos de más de 2,000 hombres. La proximidad de la frontera ofrecía un asilo á los catalanes rebeldes y los hacía, los más, animosos. Recibían, además, abundantes auxilios de los Gabinetes enemigos de la Constitución española.

No es extraño que fuera la situación de Cataluña la que por más apremiante y apurada tuviese el Gobierno.

Llegado Mina á Lérida (10 de Septiembre), dictó desde allí una proclama dirigida á todos los habitantes del País. No reunía Mina sino fuerzas cinco veces menores que las acaudilladas por los facciosos; mas no le detuvo esta inferioridad numérica. Formó en Lérida la primera división, cuyo mando confió al brigadier Torrijos. Cayó esta división, el 14 de Septiembre, sobre Cervera, que abandonó antes de su llegada la facción, fuerte en aquel punto de 3,000 hombres, al mando de Eroles, Romanillos y Miralles. Allí acudió también Mina, hallándose como Torrijos con la novedad de que no sólo la facción había abandonado Cervera, sino también todos sus habitantes, con excepción de dos mujeres que pudieron explicar el motivo de tal general emigración. No había sido otro que el escarmiento de los pobres moradores ante los malos tratos de que en otras ocasiones habían sido objeto por parte de las tropas leales.

Mina dictó entonces un severo bando en que, sobre prometer seguridad y protección á los vecinos que tornasen á sus hogares, conminaba con los más rigurosos castigos á la tropa si se desmandaba, ó cometía el menor atropello.

CAPÍTULO XXVI

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(1822-1823)

I

Cortes extraordinarias.—Manifiesto.-En honor de los patriotas del 7 de Julio.—Honras fúnebres. --Banquete popular. - Se abren las Cortes. - Discurso de la Corona.- Propuesta del ministro de la Gobernación. - Decreto contra los conspiradores. Medidas contra las comunidades religiosas y contra el Papa.-Exaltación del patriotismo.

Fernando VII no fué ya un hombre malvado, fué un monstruo. Conspiró un día contra su padre, siempre contra su patria. Agasajaba á los liberales, adulábalos y al mismo tiempo alentaba á los enemigos del régimen, daba instrucciones á la Regencia de Urgel, y se entendía con los soberanos extranjeros que le hacían instrumento de sus ambiciones.

Dificilmente se hallará en la historia carácter más abyecto y despreciable que el de aquel funesto Monarca.

Decidido el Ministerio á gobernar constitucionalmente, propuso la celebración de Cortes extraordinarias y á ello accedió Fernando. Pareció asimismo al Gobierno, que el Rey debía dirigir un manifiesto á la Nación, y el Rey, que meses antes había dado poderes al Marqués de Mataflorida para presidir la facciosa Regencia de Urgel y que la había felicitado luego por conducto de su agente secreto, don José Villar Frontín, dirigió al País palabras como las que siguen:

« ESPAÑOLES: Desde el momento en que, conocidos vuestros deseos, acepté y juré la Constitución promulgada en Cádiz el 10 de Marzo de 1812, no pudo menos de dilatarse mi espíritu con la grata perspectiva de vuestra ulterior felicidad. Una penosa y reciproca experiencia del Gobierno absoluto, en que todo suele hacerse en nombre del Monarca menos su voluntad verdadera, nos condujo á adoptar gustosamente la ley fundamental que, señalando los derechos y obligaciones de los que mandan y de los que obedecen, precave el extravío de todos y deja expeditas y seguras las riendas del Estado, para conducirle por el recto y glorioso camino de la justicia y de la prosperidad. ¿Quién detiene ahora nuestros pasos? ¿Quién intenta precipitarnos en la contraria senda? Yo debo anun

ciarlo, españoles: yo, que tantos sinsabores he sufrido de los que quisieran restituirnos à un régimen que jamás volverá... Colocado al frente de una Nación magnánima y generosa, cuyo bien es el objeto de todos mis cuidados, contemplo oportuno daros una voz de paz y de confianza que sea, al mismo tiempo, un aviso saludable á los maquinadores que la aprovechen para evitar el rigor de un escarmiento.

» Los errores sobre la forma conveniente de Gobierno, estaban ya disipados al pronunciamiento del pueblo español en favor de sus actuales instituciones... Pero este odio contra ellas no llegó á ser extinguido; antes, cobrando vehemencia, se convirtió criminalmente en odio y furor contra los restauradores y los amantes del sistema. Ved aquí, españoles, bien descubierta la causa de las agitaciones que os fatigan... Las escenas que produce esta lucha entre los hijos de la Patria y sus criminales adversarios, son demasiado públicas para que no llamen mi atención, y demasiado horrorosas para que no las denuncie á la cuchilla de la ley, y no conciben la indignación de cuantos se precian del nombre de españoles. Vosotros sois testigos de los excesos á que se ha entregado, y se entrega, esa fracción liberticida. No necesito presentaros el cuadro que ofrecen Navarra, Cataluña y otras más provincias de este hermoso suelo. Los robos, los asesinatos, los incendios, todo está à vuestra vista... Fijadla sobre ese trono de escarnio y de ignominia erigido en Urgel por la impostura... La Europa culta mira con horror estos excesos y atentados. Clama la humanidad por sus ofensas, la ley, por sus agravios, y la Patria por su paz y su decoro. ¿Y yo callaría por más tiempo? ¿Vería tranquilo los males de la Nación magnánima de que soy jefe? ¿Escucharía mi nombre profanado por perjuros que le toman por escudo de sus crímenes? No, españoles; los denuncia mi voz al tribunal severo de la ley; los entrega á vuestra indignación y á la del universo. Sea esta vez el iris de paz, la voz de la confianza que aplique un bálsamo á los males de la Patria. Valientes militares, redoblad vuestros esfuerzos para presentar en todos los ángulos de la Península sus banderas victoriosas. - Ministros de la religión, vosotros que anunciáis la palabra de Dios y predicáis su moral de paz y mansedumbre, arrancad la máscara á los perjuros, declarad que la pura fe de Jesucristo no se defiende con delitos, y que no pueden ser ministros suyos los que empuñan armas fratricidas; fulminad sobre estos hijos espúreos del altar los terribles anatemas que la Iglesia pone en vuestras manos, y seréis dignos sacerdotes y dignos ciudadanos. — Y, vosotros, escritores públicos, vosotros que suplis tantas veces la insuficiencia de la ley y los errores de los gobernantes, emplead vuestras armas en obsequio de la causa nacional con más ardor que nunca... Curad llagas, no las renovéis; predicad la unión, que es la base de la fuerza...

> Las modernas Cortes españolas han reformado notables abusos, aunque queden otros por reparar. La sabiduría de sus deliberaciones ha acreditado con qué grandes fundamentos, las luces del siglo reclaman el régimen representativo. Nadie toca más de cerca las necesidades de los pueblos, nadie las expone con

más celo que los diputados por ellos escogidos. Yo me lo prometo todo del acierto de los vuestros, de vuestra unión intima y sincera, de la activa cooperación de las autoridades económicas y populares, de la decisión del ejército permanente y milicia nacional, para completar la grande obra de vuestra regeneración política y ascender al grado de elevación á que están destinadas las naciones que estiman en lo que vale la libertad. Mi poder, mi autoridad y mis esfuerzos concurrirán siempre á este fin. - Palacio, 16 de Septiembre de 1822. FERNANDO. » —

El día anterior á la publicación de este documento se dictó el decreto de convocatoria ȧ Cortes y se celebró solemnes fiestas religiosas en memoria de los fallecidos por la causa liberal en la jornada del 7. de Julio.

La ceremonia, á que concurrieron todas las autoridades y en que estuvieron representados todos los cuerpos de la guarnición, resultó espléndida.

A los pocos días, el 24, se completó la conmemoración de la jornada del 7 de Julio con un banquete, al aire libre, que se verificó en el salón del Prado, donde, bajo inmenso toldo, se colocaron hasta ochocientas mesas de 12 cubiertos cada una y cuatro de preferencia de á cincuenta cubiertos. Ocuparon las primeras de siete á 8,000 personas, cifra de las que aproximadamente habían, con las armas en la mano, defendido aquel día la libertad, viéndose en ellas confundidos los simples soldados que habían formado pabellones con sus fusiles y los jefes de todas clases del ejército. Junto á las segundas tomaron asiento las autoridades, individuos de corporaciones, los heridos en la lucha y los parientes de las victimas. Animaron la fiesta las bandas militares con sus acordes y abundaron los brindis elocuentes, las canciones patrióticas y los gritos entusiastas.

Siguió al banquete un baile popular, en que todas las clases se mezclaron. Madrid, que acudió en masa á presenciar la fiesta, lució aquella noche iluminaciones vistosas.

Inauguróse la legislatura extraordinaria el día 7 de Octubre de 1822.

En su discurso de rúbrica afirmó el Rey que circunstancias verdaderamente graves le habían decidido á rodearse de los representantes de la Nación, por tantos títulos merecedores de su confianza.

« Renace mi confianza, dijo á los diputados, al veros reunidos en este santuario de las leyes, porque van á ser remediadas prontamente las necesidades de la Patria. Los enemigos de la Constitución, no perdonando medio alguno de cuantos les sugiere una pasión bárbara é insensata, han logrado arrastrar á la carrera del crimen un número considerable de españoles. Pesan sobre mi corazón, y pesan sobre el vuestro, las desdichas que estos extravios producen en Cataluña, Aragón y otras provincias fronterizas. A vosotros toca emplear un remedio eficacísimo contra desórdenes tan lamentables. La Nación pide brazos numerosos para enfrenar de una vez la audacia de sus rebeldes hijos, y sus valientes leales, que la sirven en el campo del honor, reclaman recursos poderosos y abundantes que aseguran el éxito feliz en las empresas á que son llamados. Las naciones se respetan mutuamente por su poder, y la energía que saben desplegar en ciertas

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circunstancias. España, por su posición, por sus costas, por sus producciones y las virtudes de sus habitantes, merece un puesto distinguido en el mapa de Europa. Todo la convida á tomar la actitud imponente y vigorosa que le atraiga de

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Respondióle el presidente, que lo era el señor Salvato, diputado catalán, elegido para el mes en sesión preparatoria, con una oración de que son de notar los siguientes párrafos:

« SEÑOR: las presentes Cortes extraordinarias llamadas para proveer á las urgencias del Estado, desembarazar la Nación de las bandas de facciosos que infestan varios puntos de su territorio, arreglar negocios con algunas potencias extranjeras, y poner en armonía con las instituciones que nos rigen la ordenanza militar y el código de procedimientos criminales, tendrán la oportunidad de dar

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