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contento en una conspiración que le hubiera derribado del mando sin la traición de algunos de los conjurados.

Habían éstos, para atraerse á las masas, todavía indiferentes, propalado que trataba Emparán de vender el país á los franceses y tramaron un plan que consistía en reducir al batallón de milicias de Aragua, que mandaba el Marqués del

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Toro, y con su ayuda destituir al capitán general y apoderarse de su persona en la noche del 1 al 2 de Abril. Todo estaba ya dispuesto, cuando una denuncia determinó la detención de los principales conspiradores, que se limitó á desterrarlos á diversos puntos de la provincia.

Es muy de notar que Emparán se condujera en esta ocasión prudentemente. Se ve que quiso huir del derramamiento de sangre.

Pero estaba visto que era inútil todo el esfuerzo de las autoridades. Desde la propia Península llegaban á América á cada paso los vientos que habían de soplar más y más el fuego que se trataba de extinguir.

Los gobiernos eran de una inestabilidad alarmante. Los franceses ganaban rápidamente el terreno.

Cuando llegó á Venezuela el anuncio de que la Junta central se había disuelto

y de que los franceses, dueños del resto de España, invadían la Andalucía, creció, como no podía menos, la inquietud.

Excitó el elemento criollo al cabildo municipal á que acordase con el capitán general las medidas que lo crítico de las circunstancias exigía y el Ayuntamiento, compuesto por mitad de españoles y americanos, no pudo menos como en seguida se verá, de acceder á este deseo. En la mañana del 19 de Abril, dia de Jueves Santo, reunióse el Ayuntamiento con el pretexto de asistir en corporación á los oficios religiosos que se celebraban en la catedral. Concejales comprometidos en la conspiración insinuaron la necesidad de aprovechar la ocasión para ocuparse de los sucesos del día y ver el medio de evitar los trastornos que la efervescencia popular venía anunciando. Constituyóse sin más el cabildo en sesión extraordinaria, acto para el que no estaba facultado por la ley, que sólo al capitán general reconocía atribuciones para convocar sesiones extraordinarias, y decidió en seguida avisar á Emparán para que se presentase á presidir la sesión.

¿Pudo éste en uso de sus atribuciones negarse á asistir? Pudo sin duda; ¡pero á qué contingencias no le hubiera expuesto la negativa!

Estaba, en circunstancias tan azarozas como aquéllas, bien justificada á los ojos del menos razonable la conducta del cabildo. Representante del pueblo, ¿no estaba obligado á interesarse como el que más en su ventura? Indudable la excitación popular, ¿no abonaba la medida el natural celo del Ayuntamiento en previsión de males cercanos?

Por otra parte, ¿no se hubiera tomado la negativa de Emparán como injustificado y mortificante acto de desdén hacia los representantes populares?

Aunque Emparán sospechara que todo obedecía á un plan preconcebido y sedicioso ¿quién le respondía de que los conjurados no hubieran previsto también la negativa y tomado sus medidas para este caso?

Lo prudente, lo político, era cerrar los ojos al defecto legal de aquella convocatoria y asistir. Emparán se presentó al cabildo. Pronto fué planteada la cuestión. Era urgente organizar en Venezuela un gobierno propio. El de la metrópoli había sido dispersado por las tropas francesas.

Defendióse Emparán manifestando que no se hallaba el Reino sin gobierno, pues si se había disuelto la Junta central, habíala ya substituido un Consejo de Regencia; que la no existencia en Venezuela de partidos enemigos, era garantia de que no habían de producirse desórdenes; y, en fin, que convenia ante todo aguardar la llegada de los comisionados de la Regencia, señores Montúfar y Villavicencio, desembarcados ya en el puerto de la Guaira.

No dió lugar Emparán, después de estas manifestaciones, á que ninguno las contestase, pues levantándose, salió de la sala capitular para dirigirse á la catedral. Siguiéronle todos.

Si creyó Emparán conjurado con esto el conflicto, se equivocó.

Llegaba la comitiva á las puertas de la catedral, cuando varios grupos de conjurados salieron al encuentro de Emparán deteniéndole. Uno de ellos, llama

do Francisco Salías, puñal en mano, cogió por un brazo al asombrado capitán general y le intimó á que volviese con el cabildo á la Casa Consistorial.

Habían previsto los conspiradores la negativa y lo que ahora ocurría hubiera ocurrido de igual modo sin la asistencia de Emparán al cabildo.

Una compañía del regimiento de la Reina que estaba junto à la catedral para escoltar la procesión, preparó las armas en defensa de Emparán. Depúsolas y se dispersó por mandato de su capitán don José Ponte.

Emparán, empujado por la muchedumbre, tornó al Ayuntamiento. Halló en el camino un cuerpo de guardia. Le negó este cuerpo los honores militares. Emparán estaba irremisiblemente perdido. La

revolución triunfaba. Era preciso resignarse á obedecer.

La sesión que celebró el Ayuntamiento fué borrascosa. Quedó acordada la formación de una Junta suprema gubernativa, subordinada á la Regencia que funcionaba en la Península. Emparán fué designado como su presidente.

Extendíase ya por el doctor don Juan Germán Roscio el acta de la sesión, cuando entrando en la sala el sacerdote chileno don José Cortés Madariaga, canónigo de la catedral de Caracas, impugnó con elocuencia el acuerdo acabado de tomar, en cuanto á la presidencia de Emparán se refería. Confiar la presidencia de la Junta á Emparán era en efecto hacer la revolución y deshacerla á un tiempo mismo. Se había mostrado Einparán contrario à la formación de la Junta. Hacerle su presidente no era lo mismo que poner en sus manos el medio de

echar por tierra todo lo conseguido? Equivalía tal medida á consagrar el triunfo del despotismo. Conspiraría Emparán desde su altura, con los mismos medios que se le daban, contra el nuevo orden de cosas y no tardaría en llegar la hora de las represalias. La vida y la libertad de todos quedaría á merced del seguro triunfo de la contra-revolución. Convenía, sin consideraciones de ningún género, deponer inmediatamente á Emparán.

Tales fueron los razonamientos del fogoso canónigo, y en verdad que no iba descaminado. Revolución timida, es revolución perdida; revolución que se detiene en sus primeros pasos, es nube que descargará sus rayos contra los mismos que la produjeron.

Dijo Cortés Madariaga que hablaba en nombre del pueblo y á él apeló como último recurso Emparán.

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: Asomóse al balcón y preguntó en alta voz á la muchedumbre si estaba contenta con su mando. Madariaga, colocado detrás del capitán general, apuntó al pueblo por señas la respuesta.

-No le queremos, — gritó el pueblo.

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- repuso.

Y Emparán, retirándose: - Pues yo tampoco quiero mando, Consignadas estas palabras en el acta, fueron consideradas como expresión de una renuncia voluntaria.

Constituyóse después de esto el Ayuntamiento en Junta gubernativa, asociada de algunos representantes de corporaciones y de personajes notables de la capital.

Declaró la Junta que las provincias de Venezuela procedían al establecimiento de un poder que ejerceria la soberanía en nombre y representación de Fernando VII, y dispuso el arresto del capitán general, del intendente y de los contadores de Hacienda, á quienes trasladó á las bóvedas del castillo de la Guaira, encomendando el mando de la fuerza armada á don Fernando Toro, hermano del Marqués del mismo nombre.

No se durmió la revolución en sus laureles. Adoptó la Junta algunas medidas que la atrajesen la simpatía de los pueblos, como la abolición de los derechos de alcabala sobre los artículos de primera necesidad, la del tributo de los indios, y la de la introducción de esclavos en Venezuela; pero, al mismo tiempo que estas disposiciones, envió comisionados á las provincias para excitarlas à secundar el movimiento; se incautó de los fondos públicos, reuniendo, además de otros recursos, dos millones y medio de pesos duros que había en la Tesoreria general de Caracas, ochocientos mil de la renta de tabacos y los importantes fondos destinados á levantar la nueva catedral; decretó la libertad de comercio, á fin de acrecentar los ingresos del Tesoro, y, para que la medida fuese pronto conocida, despachó emisarios á los Estados Unidos y á Inglaterra.

No tardaron los hechos en demostrar cuán previsoras eran todas estas medidas.

Por de pronto hubo de tropezar la Junta con la resistencia de algunas provincias. Las de Maracaibo, Coro y Guayana se declararon sometidas á la Regencia de España. Coro y Guayana hicieron más: prendieron á los comisionados. del gobierno de Caracas y los enviaron á la Habana y Puerto Rico.

Contra Coro, donde el comandante don José Ceballos se dispuso á resistir los mandatos de la Junta, envió ésta una división al mando del Marqués del Toro. La división hubo pronto de retroceder. Ceballos con 2,000 hombres la derrotó sin gran esfuerzo.

A todo esto la Junta, en previsión de futuras contingencias, ofició á la Regencia de España anunciándole la revolución realizada y justificándola en la igualdad ante las leyes de españoles y americanos. Habían en las mismas circunstancias procedido unos y otros de manera idéntica. El Gobierno provisional establecido en Caracas, lo había sido hasta que se formase otro sobre bases legitimas

para todas las provincias del Reino. Aun desconociendo la Regencia, protestaba la Junta de que Venezuela proporcionaria á sus hermanos de Europa cuantos auxilios pudiera para sostener la lucha en que la Nación se hallaba empeñada. En Venezuela hallarían, agregaba la Junta, patria y amigos los que desesperasen de la salud y la libertad de España.

En 1.o de Agosto de 1810, declaró la Regencia vasallos rebeldes á los venezolanos, decretó el bloqueo de todas las costas de la colonia, á fin de privar de ingresos á los insurrectos, y nombró comisario regio á don Antonio Cortabarria, quien debía cumplir tales disposiciones puesto de acuerdo con don Fernando Miyares, gobernador de la provincia de Maracaibo, nombrado ahora capitán general de Venezuela.

Peligro corrió entretanto, la Junta de Venezuela, de que fuese innecesario el acuerdo de la Regencia. Gracias á la denuncia de dos capitanes del regimiento de la Reina, descubrió una vasta conspiración en que esos dos mismos capitanes estaban comprometidos. Varios españoles, entre ellos don Francisco y don Manuel González de Linares, acaudalados comerciantes de Caracas, el ex intendente de ejército don José Dominguez Diaz y el doctor caraqueño don José Bernabé Díaz, se habían propuesto promover la contra-revolución. Contaban con un batallón de mulatos, dos compañías de artillería, un escuadrón de lanceros, 1,200 hombres armados y tres buques ancla

dos en la Guaira para deportar á los direc

tores de la insurrección.

Prendió la Junta venezolana á los principales promovedores de la conjura. Condenados á muerte, se les conmutó la pena por la de seis años de prisión correccional.

En Diciembre dirigió Cortabarria, desde Puerto Rico, un despacho á la Junta y al pueblo de Caracas exigiendo el reconocimiento de las Cortes españolas, poco antes instaladas, y el restablecimiento del antiguo régimen. De conformidad con el decreto de las Cortes de 15 de Octubre, de que ya dimos en otro lugar cuenta, prometió el perdón y olvido de todo lo pasado. Negóse la Junta de Caracas á todo arreglo y Cortabarria expidió patentes de corso para establecer el bloqueo, y Miyares reunió en Maracaibo

fuerzas con que combatir á las mandadas

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Simón Bolívar.

por el Marqués del Toro, á la sazón sitiador con 5,000 hombres de la plaza de Coro.

Bastó que Miyares se acercase al del Toro con ochocientos hombres, para que

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