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Ocioso es decir, que los representantes de la Nación y los principales comprometidos en los sucesos de la época constitucional, que pudieron hacerlo, se pusieron en salvo, emigrando á Francia é Inglaterra.

Continuaba Fernando lentamente su viaje á la Corte, siendo aclamado en los pueblos del tránsito por los realistas, que tiraban del coche real y ensordecían el espacio con los gritos de: ¡Muera la Nación!» y «¡Vivan las caenas!»

Disgustado el Duque de Angulema por las medidas de proscripción que se adoptaban, hubo de manifestárselo así al Monarca, recomendándole temperamentos de prudencia, como lo hicieron igualmente los embajadores extranjeros al llegar la Corte à Sevilla. Fué recibido su consejo con marcadas señales de desagrado, y entonces el Duque, para no ser cómplice de las violencias que se cometian, delegando en Bourmont las funciones de general en jefe del ejército francés, salió de España y se encaminó á París.

Desde el 27 de Octubre, hallábase encerrado en la cárcel de Corte de Madrid el general don Rafael del Riego. El proceso que se le formó basábase en el decreto antes referido, por el que se condenaba á muerte á los diputados que en la sesión del 11 de Junio votaron la destitución temporal del Rey. Pidió el fiscal para él la pena de horca y desmembración del cadáver, colocando la cabeza en el pueblo donde el año 1820 se dió el grito de libertad, y los pedazos del cuerpo en Sevilla, isla de León y Madrid; el tribunal no quiso acceder á esta profanación póstuma de los restos del caudillo de los liberales, y le impuso la pena ordinaria de horca, á la que sería conducido arrastrado por todas las calles del tránsito, confiscándosele sus bienes. Pusiéronle el 5 de Noviembre en capilla, y ya en ella, aprovechándose de la debilidad que sus padecimientos físicos le habían producido, llegaron á hacerle creer que obtendría indulto si firmaba una retractación de cuantos hechos politicos había realizado. El documento que por tan villano modo le hicieron suscribir decía lo que sigue:

«

<< Yo, don Rafael del Riego, preso y estando en la capilla de la real cárcel de Corte, hallándome en mi cabal juicio, memoria, entendimiento y voluntad, cual su divina Majestad se ha servido darme, creyendo, como firmemente creo, todos los misterios de nuestra santa fe, propuestos por nuestra madre la Iglesia, en cuyo seno desco morir, movido imperiosamente de los avisos de mi conciencia que por espacio de más de quince días han obrado vivamente en mi interior;

antes de separarme de mis semejantes, quiero manifestar á todas las partes donde haya podido llegar mi memoria que muero resignado en las disposiciones de la soberana Providencia, cuya justicia adoro y venero, pues conozco los delitos que me hacen merecedor de la muerte.

» Asimismo publico el sentimiento que me asiste por la parte que he tenido en el sistema llamado constitucional, en la revolución y en sus fatales consecuencias; por todo lo cual, así como he pedido y pido perdón á Dios de todos mis crimenes, igualmente imploro la clemencia de mi santa religión, de mi Rey, y de todos los pueblos é individuos de la Nación á quienes haya ofendido en vida, hon

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ra y hacienda, suplicando, como suplico, á la Iglesia, al Trono y á todos los españoles, que no se acuerden tanto de mis excesos como de esta exposición sucinta y verdadera, que por las circunstancias aún no corresponde á mis deseos, con los cuales solicito por último los auxilios de la caridad española para mi alma.

> Esta manifestación que hago de mi libre y espontánea voluntad, es mi deseo que por la superioridad de la sala de señores alcaldes de la real casa y Corte de S. M., se le dé la publicidad necesaria, y al efecto la escribo de mi puño y letra y la firmo ante el presente escribano de S. M. en la real cárcel de Corte y capilla de sentenciados, á las ocho de la noche del día 6 de Noviembre de 1823.RAFAEL DEL RIEGO. - Presente fué de orden verbal del señor gobernador de la Sala. JULIÁN GARCÍA HUERTA.»

Los infames verdugos de Riego consumaron su obra, después de desprestigiarle así ante la posteridad, conduciéndole al patibulo en la mañana del siguiente día, metido en un serón, y presentándole casi exánime á los ojos del populacho realista que aún le aturdía con procaces insultos.

No merecía Riego ciertamente la notoriedad que alcanzó, fuera del acto revolucionario de 1820, como tampoco era merecedor del suplicio. Este hizo de él un héroe legendario, no obstante haber muerto sin valor ni grandeza, consiguiendo que simbolizara su nombre la época de la libertad.

Llegó Fernando á Madrid seis días después, en medio del entusiasmo frenético de sus partidarios, y la guerra pudo entonces considerarse terminada, pues Mina, el único general que mantenía en Cataluña la resistencia, juzgándola ya estéril, ajustó una honrosa capitulación con el mariscal Moncey y embarcóse en un bergantin francés dirigiéndose á Inglaterra.

V

El absolutismo en acción. — Las comisiones militares ejecutivas. - Cuadro lúgubre. — El Ange exterminador. Los conventos. Francia y Rusia conciliadoras. Encargos de Chateaubriand al embajador francés en Madrid. — Otro ministerio..- División de los realistas. - Los apostólicos. El Infante Don Carlos. Los voluntarios realistas. - Medidas políticas y administrativas. - López Ballesteros. Calomarde, ministro de Gracia y Justicia. Su policia. Nuevas gestiones de Francia para una política de clemencia. — Amnistía risible. El púlpito y los liberales.

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Apenas hubo pisado Fernando el alcázar de Madrid, dió rienda suelta á su ansia de poder absoluto y procuró afianzarlo introduciendo el terror en las filas constitucionales. Se ha dicho, y así fué en efecto, que el emblema de su sistema político lo constituyó la horca, alzada siempre para cuantos no reconocieran y aclamasen la autoridad despótica del Monarca.

Un historiador refiere en estos términos el estado del País, cuando terminó el año 1823, el régimen de la libertad:

<< No es posible dar una idea aproximada de las demasías de la plebe y de la intolerancia del Gobierno, al realizarse el nuevo triunfo del absolutismo. Fascinada aquélla por las fanáticas peroraciones de frailes y clérigos, lanzábase á cometer toda suerte de desmanes. En la mitad del día, en los sitios más sagrados, no sólo en las aldeas sino en las más populosas ciudades, se acometía y apaleaba á los que habían pertenecido à la milicia nacional, llegando la barbarie en algunos puntos hasta el extremo de arrancarles á viva fuerza las patillas y el bigote, y pasearlos por las calles principales con un cencerro pendiente al cuello y caballeros en un asno. Más de una heroína liberal fué sacada entonces à la vergüenza y en igual forma, trasquilado el cabello y emplumada.

» La sociedad española, merced á la ceguedad de su Rey, que no veía ó no

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