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mente te respondería, porque siendo tú mi Rey y Señor eres al mismo tiempo mi hermano, y tan querido toda la vida, habiendo tenido el gusto de haberte acompañado en todas tus desgracias. Lo que deseas saber es si tengo ó no tengo intención de jurar á tu hija por Princesa de Asturias: ¡ cuánto desearía el poderlo hacer! Debes creerme, pues me conoces y hablo con el corazón, que el mayor gusto que hubiera podido tener sería el de jurar el primero y no darte este disgusto y los que de él resulten, pero mi conciencia y mi honor no me lo permiten; tengo unos derechos tan legitimos á la Corona, siempre que te sobreviva y no dejes varón, que no puedo prescindir de ellos; derechos que Dios me ha dado cuando fué su voluntad que yo naciese,

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Don Pedro I de Portugal.

y sólo Dios me los puede quitar concediéndote
un hijo varón, que tanto deseo yo, puede ser
que aún más que tú; además, en ello defien-
do la justicia del derecho que tienen todos los
llamados después que yo, y así me veo en la
precisión de enviarte la adjunta declaración,
que hago con toda formalidad á ti y á todos
los Soberanos, á quienes espero se la harás
comunicar. Adiós, mi muy querido hermano
de mi corazón; siempre lo será tuyo, siempre
te querrá, siempre te tendrá presente en sus
oraciones éste tu más amante hermano,
M. CARLOS.>

La protesta que acompañaba á la carta decía así:

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« Señor. Yo, Carlos Maria Isidro de Borbón y Borbón, Infante de España. Hallándome bien convencido de los legitimos dercchos que me asisten à la Corona de España, siempre que sobreviviendo á V. M. no deje un hijo varón, digo: que ni mi conciencia ni mi honor me permiten jurar ni reconocer otros derechos y así lo declaro. Palacio de Ramalhao, 29 de Abril de 1833. Señor. etc., A. L. P. de V. M. Su más afecto hermano y fiel vasallo. El Infante, DON CARLOS.>

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Colocado ya éste en tal actitud de rebeldía, hizo conocer su protesta á los gobiernos extranjeros, y dió motivo á que le contestase el Rey, siguiéndose entre los dos hermanos una correspondencia importante; por su mucha extensión no la insertamos aquí, reservándola para incluirla en los Apéndices que publicaremos á continuación del presente capítulo.

Hora es de volver la atención á los sucesos de Portugal, que durante un año próximamente no habían tenido alteración sensible, continuando Don Pedro encerrado en la plaza de Oporto, sin poder desalojarle de ella el Rey intruso. Consiguió aquél, con el poderoso axilio de Mendizábal, organizar en Inglaterra otra

expedición, mandada por lord Napier, cuya flotilla destrozó en el cabo de San Vicente á la escuadra lusitana; desembarcaron las tropas expedicionarias y en combinación con las de Oporto batieron cerca de Setubal á los miguelistas, logrando Don Pedro apoderarse de Lisboa, donde fué aclamada Doña Maria de la Gloria como Reina de Portugal. Encargóse Don Pedro de la Regencia en su nombre, no tardando en obtener el reconocimiento oficial de los gobiernos de Londres y París, en tanto Don Miguel se refugiaba en Coimbra, reuniéndosele después el pretendiente á la Corona de España.

Influyeron estos sucesos en el ánimo de los partidarios de Don Carlos y manifestaron pronto su impaciencia promoviendo algunos motines, cuya preparación se efectuaba en los conventos, sitios inviolables donde los absolutistas tenían sus conciliábulos y sus almacenes de armas. Reprimiéronse los alborotos, aunque nó con la energía que antes se empleaba tratándose de las conspiraciones de los liberales, y todos los síntomas eran de una próxima é inevitable conflagración. El día 29 de Septiembre, murió Fernando de un ataque violento de apoplegía; á las pocas horas despedía su cadáver un insoportable hedor. Cinco días después se le condujo al regio panteón del monasterio del Escorial.

La Historia le ha juzgado con el rigor que merecia, como hijo, como padre, como amigo, como Rey y aun como hombre. Su muerte alivió de una inmensa pesadumbre al pueblo español, que le debe, entre infinitas desgracias, la de haber retrasado durante muchos años la cultura nacional.

El balance de tan funesto reinado se ha hecho en esta forma:

La guerra de la Independencia costó trescientas mil vidas.

La de 1823, para restablecer el absolutismo, y las civiles que luego se siguieron con motivo de la sucesión al Trono, más de cien mil.

En la reacción de 1814, fueron proscriptas por liberales, quince mil personas; en la de 1823, veinte mil. Perecieron en el cadalso, seis mil; fueron asesinados sin forma de proceso, ocho mil; murieron á consecuencia de los tormentos, privaciones y penalidades sufridas en las cárceles, diez y seis mil; fueron condenados á presidio, veinticuatro mil.

Perdió España: Méjico, Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Nueva Granada, Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay; en una palabra, toda la América continental española. La Deuda pública aumentó en mil setecientos cuarenta y cinco millones, ochocientos cincuenta mil seiscientos reales. En cambio, dejó al morir á su mujer y á sus hijas, solamente en el Banco de Londres, quinientos millones de reales, fortuna escandalosa, labrada á costa de la miseria de la Nación.

Un notable escritor contemporáneo consigna en estos términos lo que heredó España de aquel funesto déspota:

« Fernando VII nos dejó una herencia peor que él mismo, si es posible: nos dejó á su hermano y á su hija, que encendieron espantosa guerra. Aquel Rey que había engañado á sus padres, á sus maestros, á sus amigos, á sus ministros, á sus

partidarios, á sus enemigos, á sus cuatro esposas, á sus hermanos, á su pueblo, á sus aliados, á todo el mundo, engañó también á la misma muerte, que creyó hacernos felices librándonos de semejante diablo. El rastro de miseria y escándalo no ha terminado todavía entre nosotros. >>

Abrióse el testamento de Fernando, otorgado en Aranjuez en 12 de Junio de 1830 y, con arreglo á sus cláusulas, encargóse Cristina de la Regencia y gobernación del Reino hasta que cumpliese Isabel la edad de diez y ocho años. Lo primero que hizo fué confirmar en sus respectivos cargos y empleos á los secretarios de Estado y del Despacho, así como á las demás autoridades de las provincias.

Incierto se presentaba el porvenir para Cristina, cuya causa llegó á ser entonces la del partido liberal. Una y otro tenían que unirse forzosamente ante el enemigo común; su divorcio hubiera sido el triunfo de Don Carlos. El buen sentido se impuso, y olvidando los liberales que amparaban á la viuda y á la hija de su mortal enemigo, rodearon el Trono de Isabel II. Vieron en él un símbolo de la libertad y se dispusieron á ofrecerle sus vidas. Ya tendremos ocasión de ver la ingratitud con que pagó después Cristina á sus generosos y entusiastas defensores.

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CAPÍTULO XXX

MOVIMIENTO LITERARIO Y ARTÍSTICO EN EL PERÍODO COMPRENDIDO DESDE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA HASTA LA MUERTE DE FERNANDO VII

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I.-La Oda de Quintana A España, después de la Revolución de Marzo.- Elegías de Nicasio Gallego y Arriaza al Dos de Mayo de 1808. — Canciones populares contra los franceses durante la gue” - Enmudece la Poesia con el absolutismo. - Don Diego Rabadán. — Chabacanas composiciones suyas. - Himnos y canciones de la época constitucional de 1820 al 23. - Soneto de Gorostiza al caudillo liberal Arco Agüero.- Despertar de la musa castellana al subir al Trono Maria Cristina. - Una octava de Ventura de là Vega. - Oda de Gil y Zárate. - Otra octava de Espronceda. - II. El Conde de Toreno. - Los presbiteros don Joaquín Lorenzo Villanueva y don Sebastián Miñano. - Obras de Geografia publicadas por don Fermin Caballero. - Los teatros de la Cruz y del Principe en 1812 y 1813. - Isidoro Maiquez. - La causa de su muer te. - Bretón de los Herreros. — Martínez de la Rosa.- El Conservatorio de música y declama. ción fundado por Cristina. - El Parnasillo. El curioso parlante, El solitario y El pobrecito hablador. Los periódicos durante las épocas constitucional y absolutista. — Diez años de silencio impuestos à la prensa periódica. - Renacimiento de la España intelectual la muerte de Fernando VII. — Una décima del catedrático don Saturnino Lozano.

I

El alzamiento nacional contra los franceses el año 1808, conocido en la Historia con el nombre de «Guerra de la Independencia», fué cantado en versos inmortales por el gran Quintana. Su magnifica composición, que es una oda titulada: A España, después de la Revolución de Marzo, empieza así:

¿Qué era, decidme, la nación que un dia

reina del mundo proclamó el destino,

la que á todas las zonas extendia

su cetro de oro y su blasón divino?
Volábase á Occidente,

y el vasto mar Atlántico sembrado
se hallaba de su gloria y su fortuna.
¡Doquiera España! En el preciado seno
de América, en el Asia, en los confines
del Africa, alli España. El soberano
vuelo de la atrevida fantasía
para abarcarla se cansaba en vano;
la tierra sus mineros le rendía,
sus perlas y coral el Océano,
y donde quier que revolver sus olas
él intentase, á quebrantar su furia
siempre encontraba costas españolas.

Con frases de una inspiración jamás superada excita á la guerra contra el déspota invasor, evocando las sombras de los antiguos héroes españoles, á quienes hace hablar pidiendo que se jure ante el altar de la Patria:

¡Antes la muerte

que consentir jamás ningún tirano!

Y termina con estas estrofas grandilocuentes:

Si, yo lo juro, venerables sombras;
yo lo juro también, y en este instante
ya me siento mayor. Dadme una lanza,
ceñidme el casco fiero y refulgente;
volemos al combate, à la venganza,
y el que niegue su pecho á la esperanza
hunda en el polvo la cobarde frente.
Tal vez al gran torrente

de la devastación en su carrera

me llevará. ¿Qué importa? ¿Por ventura
no se muere una vez? ¿No iré, expirando,
á encontrar nuestros inclitos mayores?
Salud, ¡oh padres de la patria mia!
yo les diré: Salud. La heroica España
de entre el estrago universal y horrores
levanta la cabeza ensangrentada

y, vencedora de su mal destino,
vuelve á dar å la tierra amedrentada

su cetro de oro y su blasón divino.

La epopeya del Dos de Mayo en Madrid inflamó el corazón de nuestros vates. Don Juan Nicasio Gallego y don Juan Bautista Arriaza dedicáronla sendas elegías. La del primero es verdaderamente notable:

Noche, lobrega noche, eterno asilo

del miserable que esquivando el sueño

en tu silencio pavoroso gime,

no desdeñes mi voz.

El poeta pide á la noche que le preste su letal beleño para pintar con colores fatídicos el día de la hecatombe, á fin de irritar el odio de la Patria y servir al universo de escándalo y terror. Describe magistralmente la pavorosa escena de matanza, entona un himno de gratitud y de elogio á Daoíz y Velarde, y termina con estos sonoros versos:

que ya la voz rehusa

Treguas ¡oh musa,

embargada en suspiros mi garganta!
Y en ignominia tanta,

¿será que rinda el español bizarro

la indomita cerviz à la cadena?

No, que ya en torno suena

de Palas fiera el sanguinoso carro,

y el låtigo estallante

los caballos flamigeros hostiga.

Ya el duro peto y el arnés brillante
visten los fuertes hijos de Pelayo.

Fuego arrojó su ruginoso acero:

¡Venganza y guerra! resonó en su tumba;

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