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Propuso la Junta y aceptó el presidente que todo volviese al anterior estado recuperando el presidente su autoridad, á cambio sólo de un completo olvido de lo pasado.

El 25 de Octubre entró otra vez Urries en Quito entre fingidas aclamaciones de entusiasmo.

Hábil y desleal á un tiempo, disimuló Urries sus enconos hasta que tuvo en la ciudad la columna peruana de Arredondo, doscientos hombres del batallón de Santafé que Dupré mandaba y 3,500 reunidos por Aymerich y otros jefes en Lacatunga. Creyóse entonces seguro y, mal aconsejado, mandó, el 4 de Diciembre, encarcelar á los más comprometidos en la revolución pasada. Pasaron los presos de sesenta. Lograron escapar á tiempo algunos de los señalados, entre ellos, Montúfar.

Dióse por prisión, á los que no tuvieron tanta suerte como el de Selva Alegre, el cuartel en que se alojaban los soldados limeños.

Condenados á muerte fueron los principales revolucionarios. Mientras daba á la sentencia su aprobación el virrey Amar, á quien se remitió para este fin, patriotas decididos atacaron el cuartel. No mitigó su esfuerzo la suerte de los condenados. Sorprendieron los revoltosos (2 de Agosto de 1810) á los soldados de la guardia del presidio, mataron al centinela, hirieron al oficial y, apoderados de los fusiles y dueños del campo, soltaron á los soldados presos y con ellos se encaminaron al cuartel de los limeños donde estaban los revolucionarios condenados.

Los soldados limeños, auxiliados por las fuerzas de Dupré que, alojadas en un cuartel inmediato, horadaron una pared para unirse á ellos, entablaron sangrienta lucha con los libertadores. Al mismo tiempo, una parte de los soldados realistas daba muerte á los prisioneros para quitar al combate su principal pretexto. Veintinueve patriotas, entre ellos Morales, Salinas, Ascásubi y Quiroga, hallaron así la muerte, que ya esperaban.

Siguió á aquella matanza otra en las calles. Los más pacíficos transeuntes aparecieron sospechosos á los ojos de los encolerizados realistas.

Estalló con esto la pública indignación y, armado el pueblo de toda clase de armas, acometió á los feroces soldados que á tal extremo llevaban sus enconos. Al mismo tiempo que la matanza, por una y otra parte, llenaba de luto las calles de Quito, muchos soldados realistas se entregaban al saqueo.

Ofrecióse al presidente el obispo de Quito, seguro de calmar los ánimos si se hacía al pueblo algunas concesiones. Llevaba ya la contienda causadas más de trescientas victimas cuando logró el obispo acallarla.

Convocada por el presidente, el 4 de Agosto, una Junta de notables, se publicó el 5 un bando en que se ofrecía dar al olvido todo lo pasado desde el 10 de Agosto de 1809, sobreseer todos los procesos aún pendientes de la resolución del virrey, no perseguir á los autores del asalto de los cuarteles del día 2 y hacer salir de la ciudad á las tropas limeñas de Arredondo, principales autores del inicuo saqueo, formando para substituirlas un cuerpo de tropas compuesto de vecinos de Quito.

El bando fué más tarde calificado de benigno por los españoles; olvidaban los criticos que la segunda revolución había sido por el propio presidente provocada y que la falta de lealtad de Urries al primer pacto no podía exigir menos como garantía que la última de las concesiones consignadas en el segundo, representado por el bando de 5 de Agosto de 1810.

Pasó Amar por todo. No le aconsejaba la. prudencia otra cosa. Comenzaba á notar cerca de sí que el ejemplo de Quito debía en breve hallar eco en todas par

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tes. Receloso ó previsor, halló motivos para la prisión y el envio á Cartagena de don Antonio Nariño y don Baltasar Miñano. Lo halló asimismo para la prisión del canónigo Rosillo, el presbitero Gómez y el doctor Estévez.

Otros incidentes de mayor gravedad habían ocurrido. La vida costó á los jóves Socorro y Rosillo el propósito de apoderarse de las armas del destacamento de Casanare, pues, denunciados al coronel don Juan Sámano, fueron por orden de éste fusilados. Enviadas sus cabezas á Bogotá, así el virrey como la audiencia

se opusieron á que se las colocara en los sitios públicos colgadas de escarpias. En Cartagena había también estallado la revolución. Excitados habían hallado allí los ánimos contra el gobernador militar don Francisco Montes por haberse éste negado á la constitución de una Junta popular, los comisionados de la metrópoli, Montúfar y el Condé de Villavicencio (Mayo de 1810).

En un cabildo abierto, contra la voluntad de Montes celebrado, acordóse la formación de un gobierno provisional compuesto del Ayuntamiento y presidido por el gobernador.

No quiso pasar Montes por tal acuerdo y, apenas tomó las primeras medidas para evitar su ejecución, se halló violentamente depuesto.

El Municipio, con el apoyo del pueblo y de la guarnición, decidió apoderarse del gobernador. Un oficial, acompañado de un piquete de soldados, ejecutó la orden. Varios negros trasladaron el equipaje del gobernador al puerto. Una numerosa comisión de la Junta acudió, al comenzar la noche, con hachas encendidas al palacio de la primera autoridad. Montes, en unión de todo su equipaje, fué con toda solemnidad embarcado para Puerto Rico.

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No fué destituido con tantas consideraciones el corregidor de Socorro, don Juan Valdés Posada, que en 9 de Julio hubo, huyendo de la población sublevada, de refugiarse con ochenta soldados en un convento. Sitiado, tuvo al fin que rendirse.

En el propio Santafé triunfó con escaso esfuerzo la revolución.

Sirvióla de último pretexto un insignificante incidente.

A la llegada del comisionado regio, don Antonio de Villavicencio, los patriotas de Santafé determinaron hacerle un entusiasta recibimiento y obsequiarle con un gran banquete. El acto no carecía de significación política, porque Villavicencio había aprobado semanas antes la conducta del cabildo municipal de Cartagena, que había depuesto al gobernador é instalado una Junta.

Uno de los organizadores del banquete solicitó del comerciante español don José Llorente que le prestara un centro de mesa. Negóse el solicitado con formas descorteses y con palabras ofensivas para el partido patriota. Era día de mercado y á la disputa llenóse la tienda de gente. Pusiéronse los más de parte del patriota y en contra del comerciante y la reyerta se convirtió en motín.

Al grito de « ¡mueran los chapetones!», creció por momentos el tumulto. Apedreó el pueblo algunas casas de españoles, pidió á voces la vida de Llorente y de los oidores Trillo é Infiesta y tocó las campanas á rebato, aumentando así la alarma de la población. Tomaron no pocas mujeres parte en el alboroto.

Como atacaran los amotinados á pedradas á la guardia de la cárcel, el comandante don Juan Sámano solicitó del virrey que le autorizase á ahogar en sangre la revuelta. No se atrevió Amar á que se hiciese uso de las armas. Se negó en cambio también á que el Ayuntamiento celebrase, como pedía, cabildo abierto. Obró prudentemente, conteniendo á Sámano. No le fué posible evitar, á pesar de su negativa, lo segundo. Aconsejado por el oidor don Juan Jurado, hubo

de acceder, ante la actitud de la población, á que se celebrase cabildo extraordinario, bajo la presidencia del mismo Jurado; pero el cabildo resultó abierto, como quería el pueblo, pues, apenas abierta la sesión, invadió la muchedumbre la casa. consistorial é influyó con su presencia y sus demostraciones en la deliberación.

Como hubiese aún quien, propuesta la formación de una Junta, se opusiese á ella, el regidor don José Acevedo asomóse al balcón y desde él excitó al pueblo reunido á que no dejase escapar la coyuntura, ni enfriar el calor revolucionario, porque de otro modo sería tratado por las autoridades como insurgente. Voces de «¡la Junta!, ¡la Junta!», respondieron á la invitación del regidor revolucionario.

Votóse, al fin, la formación de la Junta. Nombróse su presidente al virrey, y su vicepresidente al alcalde ordinario de primer voto don José Miguel Pey. En las primeras horas de la siguiente mañana, juraron ante el nuevo Gobierno el virrey y el jefe de guarnición, don Juan Sámano.

Diéronse desde aquel momento prisa los revolucionarios á consolidar su obra. Entró en el parque de artillería un número de hombres, equivalente al de los soldados. que lo custodiaban, redujo á prisión á los oidores de la Audiencia, detuvo al propio virrey en el Tribunal de Cuentas, encerró á su esposa doña Francisca Casanova en un monasterio y creó un cuerpo de caballería de quinientos hombres, al mando de don Pantaleón Gutiérrez. El mismo día en que creó este cuerpo (23 de Julio), dictó un bando declarando la integridad de la religión católica, apostólica y romana y el

reconocimiento de Fernando VII; pero el 26 acordó desconocer la autoridad del Consejo de Regencia de la Península y la del nuevo virrey don Francisco Javier de Venegas, ordenando su detención así que llegase á Cartagena donde se le esperaba. Tres días más tarde dirigia la Junta circulares à las provincias para que eligiesen diputados à las Cortes del Reino. Disgustó á muchas provincias la preponderancia que pretendía la de Santafé y que su Junta se titulase Suprema y comenzó una era de disensiones penosa de relatar.

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En previsión del riesgo que corrian ya, por el encono y las exigencias populares, los oidores y demás presos españoles, dispuso la Junta su expulsión, que se verificó el 1.o Agosto. Oportuna fué la medida; pero no tanto que impidiese el que se ejecutara contra la virreina un verdadero atentado. Los más exaltados patriotas, llamados chisperos, excitaron al pueblo para que exigiese la trasladación del virrey á la cárcel de hombres y la de la virreina á la de mujeres. Hubo de acceder la Junta y, aunque tomó algunas precauciones, no pudo evitar que la virreina fuese trasladada entre las mayores groserias é insultos. El 14 de Agosto fueron estos virreyes, con escolta segura á Cartagena. Desde allí embarcaron para España.

Secundada la revolución de Santafé, multiplicóse el número de Juntas guber

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nativas. La de Cartagena, sin que la detuviese la convocatoria hecha por Santafe. en 29 de Julio para la reunión de un Congreso, dirigió una circular á las otras provincias comunicándolas un proyecto para establecer el sistema federal, y convocó un Congreso que debía reunirse en Medellín, provincia de Antioquía.

La Junta de Socorro publicó también por este tiempo un manifiesto proponiendo la federación al modo de los Estados Unidos del Norte. En ese manifiesto se mostró esta Junta airada con la de Santafé, lo que debemos confesar poco politico.

Excusado es decir que los esfuerzos reaccionarios fueron grandes.

Las provincias de Panamá y Río Hacha, se negaron á secundar la revolución.

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