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El gobernador de Popoyán, disolvió por la fuerza las Juntas formadas en aquella provincia. La de Santa Marta, que habia elegido por su presidente al gobernador español don Tomás Acosta, fué por su propio presidente disuelta, apenas contó éste con fuerza bastante.

La Junta de Cartagena supo defenderse contra todo conato reaccionario.

Deseosos los hombres más importantes de la capital de dar unidad al movimiento, precipitaron la reunión del Congreso anunciado y llegaron á reunirlo con sólo los representantes de seis provincias que habían ya acudido al llamamiento. Celebróse la solemne instalación del Congreso el 22 de Diciembre de 1810 en la sala de acuerdos de la Real Audiencia. No era, Congreso tan escaso en representaciones, viable. Sobre carecer del necesario prestigio, halló dificultades en la propia Junta gubernativa. Disolvióse, pues, sin que su final interesase más que su principio, y la Junta se vió forzada á aceptar el principio federal que tanto repugnaba y que, adoptado desde el primer instante, tan de acuerdo hubiera estado con el sentir del pais, tanto entusiasmo hubiera despertado y tanta unidad hubiera impreso á la revolución.

Convocó la Junta una Asamblea compuesta de representantes elegidos por el pueblo para que constituyesen el Estado. Tomó esta Asamblea el nombre de Colegio constituyente electoral y discutió y aprobó, de Marzo á Abril de 1811, una Constitución, aún ¡oh absurdo! á nombre de Fernando VII. Dispúsose por esa Constitución que la provincia llevara el nombre de Estado de Cundinamarca, y que fuera gobernada, durante la ausencia del Monarca, por un presidente y dos gobernadores; durante la ausencia, porque cuando Fernando saliese de su pretendido cautiverio, había, para ser reconocido por el nuevo Estado, de trasladarse á Santafé. Esta imposible condición descubría bien à las claras las intenciones de los patriotas. Era el último velo con que cubrían la declaración de su independencia. Fué elegido presidente don Jorge Tadeo Lozano, persona muy prestigiosa.

Consignóse también en la Constitución la división de poderes, encomendando el legislativo á dos Cámaras y el judicial á un Tribunal supremo. La Constitución garantía las libertades individual, de conciencia y de imprenta.

Preparóse desde luego el Colegio constituyente electoral á futuras contingencias y, además de pedir armas á los Estados Unidos y tomar otras medidas encaminadas á asegurar la defensa, realizó un acto de verdadera habilidad y alto sentido y trascendencia políticos. Con don José Cortés Madariaga, comisionado de la Junta revolucionaria de Caracas, firmó la de Bogotá, el 24 de Marzo de 1811, un tratado de confederación por el cual Venezuela y Nueva Granada se garantizaban mutuamente la integridad de su respectivo territorio, dejando para la hora del triunfo la designación de capital de la confederación y echando así las raíces de la futura república de Colombia.

No duró mucho tiempo en la presidencia de Cundinamarca don Jorge Tadeo Lozano. Al tiempo que las ideas federales ganaban todas las conciencias y hubieran acabado por consolidar rápidamente la obra revolucionaria, don Antonio

Nariño dió con sus talentos y prestigios vida á un partido unitario que no tardó, gracias á la habilidad y acometividad de su jefe, en ser poderoso.

Dedicóse Nariño desde su periódico La Bagatela á ridiculizar y combatir sanudamente todos los actos de Lozano. Poco sufrido el presidente, perdió la paciencia y cayó en la imperdonable debilidad de ceder el campo á su contrario, que no otra cosa fué renunciar á su cargo. Sucedióle Nariño con facultades dictatoriales, que dieron por primer resultado la suspensión de algunos artículos de la recientemente acordada Constitución.

Bajo la presidencia de Nariño continuó, sin embargo, el Congreso la discusión del acta federal. Estaba demasiado arraigada ya la idea, para que fuese posible combatirla ni detenerla por medios francos y directos. El acta federal quedó sancionada en 27 de Noviembre de 1811 con solo dos votos en contra; los de dos diputados que por instigación de Nariño se negaron á firmarla, alegando que solamente la aplicación del sistema unitario podía salvar la revolución.

El Congreso, cuyos demás diputados firmaron el acta, no sin que durante la discusión se hubieran manifestado también criterios diversos, no creyendo segura la corporación en Santafé, la trasladaron á la ciudad de Ibagué.

En el mismo mes de Noviembre ocurrió en Cartagena una nueva asonada de cuyas resultas el gobierno revolucionario, no sólo apoyado sino instigado por las fuerzas armadas, proclamó su independencia de la monarquía española.

Veamos ahora lo que había ocurrido en Quito. Había llegado allí don Carlos Montúfar, uno de los dos comisionados de la Regencia de la Peninsula para gestionar en Nueva Granada su reconocimiento.

Era Montúfar hijo de la población, y preciso es reconocer que no era su situación la más desembarazada para llevar á cabo la misión que se le había encomendado. Sobre el terreno pudo convencerse de que la revolución habia adelantado lo bastante para hacerse difícil detenerla. Quiso contemporizar. Procuró así hermanar su misión con los deseos de sus compatriotas y apoyó la formación de una Junta de gobierno bajo la presidencia del Conde Ruiz de Castilla; Junta de la que había de ser el propio Montúfar vocal nato y habia de serlo también el obispo Cuero.

Formaron la Junta, con los indicados, los revolucionarios principales, y así consiguieron los patriotas compensar sobradamente la imposición de Montúfar. Nada significó en verdad en ella el presidente Ruíz de Castilla. La Junta obró desde el primer instante con libertad completa. Despidió á las tropas que había en Quito, levantó otras nuevas, por completo adictas á la causa revolucionaria, y en 9 de Octubre (1810) declaró que reasumia sus derechos soberanos y ponía el reino de Quito fuera de la dependencia de la capital del virreinato. El 11 se declaró, con algunas tímidas reservas, separada de España.

Ruiz de Castilla optó por retirarse al santuario de la Merced, desde donde continuó siendo presidente puramente nominal.

Las provincias de Cuenca, Loja y Guayaquil se negaron á reconocer la autoridad de la Junta superior. La de Ibarra nombró á su vez una Junta.

Substituído por la Regencia de España el Conde Ruiz de Castilla, en la presidencia de Quito, por don Joaquín Molina, aún continuó figurando como presidente de la Junta formada á instigación de Montúfar, hasta 11 de Octubre del año siguiente,

Molina llegó á Guayaquil en Noviembre de 1810. Reconcentró Molina en Cuenca un buen cuerpo de ejército, bien armado y equipado, gracias á los auxilios del virrey de Lima.

La Junta no se descuidó y formó otro ejército de 2,300 hombres al mando del coronel don Carlos Montúfar. Inició éste las operaciones; pero limitándose á ahuyentar de Guaranda al coronel Arredondo, que se unió al ejército realista de Cuenca. Súpose por entonces la sublevación de Santafé y la derrota de Tacón, gobernador de Popoyán, por Caicedo, en Palace. Habíase replegado Tacón á Pasto, donde se ocupaba en reunir tropas. Contra él fueron Montúfar y un batallón de patriotas salido de Bogotá y mandado por don Antonio Baraya. Atacado así por Caicedo, Montúfar y Baraya, Tacón se retiró á la costa de Chocó. Abandonado Pasto, no sólo por las tropas de Tacón, forzadas á salir de allí, sino hasta por sus moradores, todos monárquicos, entraron en él el 22 de Septiembre de 1811, las tropas de Quito. Llegó luego Caicedo, y Montúfar volvió á Quito.

VI

Mėjico. — Iturrigaray. — Agitación. - Representación de los regidores - La Audiencia. - Junta de autoridades y notables. - Jura de Fernando VII. — Reconocimiento de la Junta de Sevilla. - Convocatoria á los Ayuntamientos. - Conjuración contra el virrey. El virrey preso.Don Pedro Garibay. - Don Francisco Javier de Lizana. - Comisionados á España. - Conspiración en Valladolid. - Reconocimiento del Consejo de Regencia. - Gobierno de la Audiencia. - Don Francisco Javier de Venegas. - Conspiración en Querétaro. - Don Miguel Hidalgo. Revolución sangrienta.

Era don José de Iturrigaray, virrey de Nueva España, hechura de Godoy. Sorprendiéronle así y apenáronle las noticias de los primeros sucesos de España en 1808. Temeroso de su propia suerte, pretendió ante todo ocultar tan terribles nuevas. Inútil fué, naturalmente, su precaución.

Sobre que fueron abundando las noticias malas, su misma magnitud dificultó su disimulo. Propaladas, al fin, produjeron el consiguiente efecto, y la idea de la independencia ganó muchos espiritus, si bien y juzgándolo todavía prematuro, suspendieron sus partidarios todo directo intento.

Comenzaron, sin embargo, por conducto del regidor del Ayuntamiento de Méjico, Azcárate, que gozaba de gran influencia cerca de Iturrigaray, por convencer á éste de que lo que por el pronto más convenía, era conservar el país á

Fernando VII, creando un gobierno supremo provisional á cuya cabeza debía colocarse el mismo virrey.

Aprobó en consecuencia el Ayuntamiento una representación al virrey, escrita por Azcárate, y el 19 de Julio de 1808 se la entregaron á Iturrigaray con gran solemnidad los quince regidores. Pasóla el

virrey á informe de la Audiencia, que reprobó la formación del gobierno provisional y propuso al virrey que contestase al Ayuntamiento agradeciendo sus buenos deseos y alabando su patriotismo, pero advirtiéndole que en lo sucesivo aguardase, para dar opinión en asuntos que como aquél no le incumbian, á que la Audiencia ó el propio virrey le consultasen.

Otros Ayuntamientos, soliviantados por la conducta de el de Méjico, ofrecieron al virrey su cooperación en la Junta que suponían próxima á constituirse y protestaron de su adhesión á la persona de Iturrigaray. Entre estos Municipios debe contarse los de Veracruz, Querétaro y Jalapa.

La noticia de la constitución de las Juntas en la Península acabó de decidir á los

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José de Iturrigaray.

patriotas. El Ayuntamiento de Méjico insistió en nuevos escritos en sus anteriores proposiciones, pidiendo que fuera convocada una Junta de notables que acordara la formación de un gobierno provisional y ejerciera la soberanía en nombre de Fernando VII.

Simpatizaba el virrey cada vez más con estas opiniones y el no ocultar esta simpatía, comenzó á enajenarle la de los españoles.

Contra el Consejo del Real acuerdo convocó Iturrigaray la Junta de autoridades y notables. Celebróse la reunión el 9 de Agosto. Defendieron en ella con calor los individuos de la Audiencia su opinión adversa á la constitución de un nuevo gobierno, y los patriotas, y con ellos Iturrigaray, quedaron derrotados. La reunión acordó el no reconocimiento de otras Juntas en clase de supremas « que de las que estuviesen inauguradas, creadas, establecidas y ratificadas por la Católica Majestad del señor Don Fernando VII ó por los que tuviesen sus poderes legitimos, y que las autoridades establecidas en Nueva España debían tenerse por legales y subsistentes ».

¿Había guiado á Iturrigaray, al mostrarse, siquiera fuese tibiamente, conforme con las pretensiones de los Ayuntamientos, el egoísta propósito de asegurarse en el poder? ¿Procedía de buena fe desconfiando de la salvación de España?

Diverso y contradictorio ha sido el juicio de los que han comentado su conduc

ta. Lo cierto es que sus vacilaciones le acarrearon su perdición. Consiguió sólo con ellas disgustar á los españoles sin acertar á aprovechar el momento para asegurarse al auxilio y la fuerza de los patriotas.

Comunicó Iturrigaray al pueblo, en una proclama, lo ocurrido en la Junta de autoridades y notables, y señaló el 13 de Agosto para la solemne proclamación y jura de Fernando VII.

Los sucesos que siguieron á este acto acabaron á los pocos días de poner en evidencia el desacuerdo del virrey con el partido español. Llegados á la capital dos comisionados de la Junta de Sevilla, don Juan Jabat y don Manuel Jáuregui, en solicitud del reconocimiento de la Junta y la remisión de fondos para hacer frente á la guerra empeñada, reunió nuevamente el virrey, el 31 de Agosto, la Junta de autoridades y notables.

Dos proposiciones fueron tema de discusión en la Junta: una, favorable á los deseos de la de Sevilla; otra, contraria á esos deseos y encaminada á que se convocase una Asamblea de diputados de Nueva España para que instalase un gobierno. En esta proposición se insistía, además, en la formación de un gobierno provisional, en tanto la Asamblea formaba el definitivo. La primera proposición fué presentada por el oidor Aguirre, la segunda por el alcalde de corte Villaurrutia. Mostróse Iturrigaray en la discusión, que fué acalorada, contrario á lo pretendido por la Junta de Sevilla; esto es, á su reconocimiento. Con él estuvieron los patriotas. Fueron nuevamente vencidos. Se aprobó la primera de las proposiciones.

Iturrigaray no consiguió, en este nuevo intento, sino ponerse en mayor evidencia ante el partido español europeo.

Aún agravó esta situación en que se habia colocado, convocando el 1.o de Septiembre otra vez à la Junta para manifestarle que había recibido pliegos de la Junta de Asturias, pretendiendo, como la de Sevilla, ser reconocida en calidad de soberana, hecho que le inspiró frases de reprobación que no podían menos de ser más que sospechosas para el partido español. Dijo, entre otras cosas, que reinaba en España la mayor anarquía y que todas eran Juntas y á ninguna debía obedecerse ». Por si fuera esto poco, porque algunos oidores defendieron el reconocimiento acordado de la Junta de Sevilla, Iturrigaray disolvió la reunión, profiriendo amenazas contra los oidores.

Todavia dirigió á los Ayuntamientos todos una convocatoria para que los de las capitales de las provincias, con poder de los demás, nombrasen representante en la capital.

La caída del virrey quedó desde aquel momento decretada por el partido. peninsular. Algunos nombramientos é inversiones de fondos, decretados por Iturrigaray, sirvieron de pretexto para acusarle de pretender asumir un poder absoluto que no se le había conferido por nadie. De traidor y desleal á la causa española se le calificó por sus numerosos enemigos. Colmó la medida saber que había llamado à la capital tropas de los acantonamientos de Aguascalientes y Celaya.

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