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empuje. Embarcóse el 27 de Abril en la Guaira, designando para reemplazarle durante su ausencia al coronel Tizcar. Al frente de 1,000 hombres se presentó, en Mayo, á la vista de Maturín. Atacó la plaza y fué completamente derrotado, con pérdida de cerca de quinientos hombres.

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A reponerse del descalabro, volvió Monteverde á Caracas. Esperábanle allí gravísimas nuevas.

Don Simón Bolívar, uno de los pocos revolucionarios que no había sido objeto de las persecuciones de Monteverde, había concebido un proyecto semejante al que más tarde realizó, con sus expediciones á Chile y Perú, San Martín, expediciones de alguna de las cuales hemos tenido ya ocasión de dar cuenta. Por medio de Nueva Granada conseguiría la independencia de Venezuela.

Ayudado por algunos de sus amigos, pasó desde Curazao, isla á la sazón en poder de los ingleses, á Cartagena y ofreció sus servicios á los revolucionarios neogranadinos. Publicó allí un manifiesto en que se declaró contrario del sistema federal y de toda política de tolerancia.

Aceptó el Gobierno patriota de Cartagena el ofrecimiento y destinó á Bolivar y sus amigos al ejército que operaba en el territorio del Magdalena. Mandaba este ejército el francés don Pedro Labatut.

La fortuna acompañó al venezolano. Mientras la provincia de Santa Marta

caía en poder de Labatut, Bolívar entraba en la villa de Tenerife, se hacía dueño de alguna artillería y buques, y batía las partidas españolas que defendían la margen oriental del Magdalena. En poco tiempo alcanzó Bolívar numerosos triunfos. Tomó la ciudad de Ocaña y extinguió los realistas en todo el Estado del Magdalena. Previa autorización del Gobierno de Cartagena, acudió en auxilio del jefe militar de Pamplona, amenazado por las fuerzas españolas que mandaba Correa. Atacó al español en la villa de San José de Cúcuta de que se apoderó, haciéndose con rico botín. Agradecido el Congreso neogranadino dióle, con el título de ciudadano, el grado de brigadier y aumentó considerablemente las fuerzas á sus órdenes.

Quiso entonces Bolivar aprovechar el prestigio alcanzado para poner en práctica su plan de invasión de Venezuela. Envió emisarios al Congreso en solicitud de apoyo. Obtúvolo modesto, después de no pocas instancias. El Congreso le autorizó para arrojar á los españoles de Mérida y Trujillo, á condición de que se mantuviese siempre à las órdenes de la Unión neogranadina, á cuyo Congreso y poder ejecutivo había de prestar juramento de obediencia. No podría, además, avanzar en sus marchas, sin que un consejo de guerra dictaminase acerca de la probabilidad de la empresa, ni su ejército podría tener otro carácter que el de libertador de Venezuela, ni establecer en este pais otra clase de gobierno que el que tenía al tiempo de la invasión de Monteverde.

Con 1,000 hombres emprendió su marcha Bolívar. Logró pronto nuevos laureles en Grita y Bailadores; pero, à pesar de ellos, la magnitud de la empresa asustó á los jefes neogranadinos que le acompañaban, y se vió de pronto abandonado por ellos y reducido á proseguir su atrevido plan con sólo quinientos hombres.

A pesar de este contratiempo, el 1.o de Junio entró Bolívar en Mérida y restableció el gobierno republicano.

Según algunos historiadores, la resolución de los jefes neogranadinos, al abandonar á Bolivar, no obedeció solamente á desconfianza en el éxito de la empresa; obedeció no poco al carácter feroz que tomaba aquella guerra. Confirman, en verdad, tal aserto, las crueldades del coronel venezolano, don Antonio Nicolás Briceño.

Había formado Briceño una división de voluntarios, conviniendo con sus oficiales en castigar con la muerte á cuantos españoles cayeran en sus manos. Hacíase en este convenio especial mención de los canarios, se ofrecía un premio á los esclavos que mataran á sus amos y el grado de capitán á todo el que presentara cincuenta cabezas de españoles. ¡A qué horribles extravios conducen la pasión y encono!

Cierto es que no aprobó Bolívar tan horribles propósitos, cierto que ordenó á Briceño que desistiera de ellos, cierto que cuando el feroz venezolano publicó en San Cristóbal un edicto declarando la guerra á muerte á los españoles y mató á dos de ellos, enviando la cabeza de uno al cuartel general, Bolívar quiso prender

y someter å Briceño á un consejo de guerra; pero no lo es menos, tampoco, que la conducta del propio Bolívar no pareció confirmar la completa sinceridad de los anatemas por él contra Briceño lanzados.

Derrotado á poco Briceño por una columna española mandada por don José Yáñez, fué preso, y, con otros siete compañeros de desventura, pasado por las armas. No era muy de sentir tal desgracia, dada la deshonrosa conducta de aquel jefe y aquellos oficiales sin entrañas. No pareció, sin embargo, á Bolívar necesario, para vengarlos, menos que reproducir la recomendación de sus odiosos procedimientos en un decreto inicuo. Comenzó por publicar, en 8 de Junio, una proclama amenazando á los realistas con una guerra de exterminio y, después de una marcha triunfal sobre Trujillo, de que se apoderó sin resistencia, expidió allí, el 15 de Junio, el decreto en que se leían estas terribles palabras: « Españoles y canarios: contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos: contad con la vida, aun cuando seáis culpables.»

Siguieron luego las tropas de Bolívar una nueva serie de éxitos y los españoles fueron sucesivamente derrotados en Niquitao, en Horcones y en Talmanes. En Niquitao, el mayor general Urdaneta y el coronel don José Félix Ribas derrotaron al realista Martí, haciéndole cerca de quinientos prisioneros y cogiéndole armas y municiones en abundancia; en los Horcones, el vencido fué el español don Francisco Oberto y el vencedor el propio Ribas. Poco antes, Girardot había logrado desalojar de Barinas á Tizcar.

Pero la victoria de más trascendencia fué la de Talmanes. Alcanzaronla todas las tropas de Bolívar juntas, á las que había pasado el propio Bolivar revista en San Carlos, en junto unos 2,500 patriotas. Retiråbase el coronel don Julián Izquierdo, con fuerzas casi iguales á las de Bolívar, hacia Valencia, cuando le alcanzaron los venezolanos en Talmanes. La derrota fué completa y pudieron contarla pocos españoles. El propio Izquierdo cayó en la refriega herido de tal gravedad, que sobrevivió poco á su desventura.

En Valencia se hallaba Monteverde cuando se libró aquella batalla. Al conocer su resultado huyó á Puerto Cabello. El coronel Fierro, que quedó en la plaza imposibilitado de defenderla, hubo de abandonarla, y Bolivar entró el 2 de Agosto en Valencia.

A Puerto Cabello se dirigió Fierro en busca de Monteverde y contra Puerto Cabello envió Bolívar á Girardot, dirigiéndose él á Caracas. En Victoria salió y a al encuentro de Bolívar una comisión de personas notables de Caracas para hacerle proposiciones respecto á la entrega de la capital. Comprometióse el conquistador á no molestar á nadie por sus pasadas opiniones, y á permitir que saliesen de Venezuela, con sus bienes muebles, cuantos españoles lo deseasen. El 7 de Agosto entró Bolívar en Caracas.

Había en Caracas unos quinientos españoles, y era para ellos urgente la ratificación por Monteverde de lo convenido con Bolívar. Bolívar envió al general

español comisionados. Monteverde se negó neciamente á ratificar lo pactado y, libre entonces de todo compromiso, encarceló Bolívar á los españoles y les confiscó los bienes.

No fué aqui tan mal á los españoles como en otras partes. En Cumaná de que, como de Barcelona, se apoderaron después de la acción de Maturín Mariño y sus compañeros, fueron fusilados cuarenta y siete españoles. En Margarita, después de entregado á las fuerzas revolucionarias el castillo de Pampatar, fueron fusilados el gobernador don Pascual Martínez y otros veintiocho prisioneros. En Carúpano, Cariaco y Río Caribe, el hermano de don Bernardo Bermúdez hizo matar multitud de españoles. Don Bernardo Bermúdez había sido fusilado por los realistas en Yaguaraparo.

Entretanto, Bolívar reorganizaba en Caracas el Gobierno; pero no ya bajo el sistema federal, sino bajo una verdadera dictadura. Una Junta de notables, por él convocada, decidió que el poder ejecutivo fuese ejercido por el general en jefe, dependiendo de él magistrados á cuyo cargo habían de correr todos los ramos de la administración.

En Caracas se establecería un supremo tribunal de justicia, y en cada provincia habría un gobernador militar y otro político, además de varios corregidores.

Como si temiese por la estabilidad de tal organización, hizo Bolívar saber que sólo regiría hasta la conclusión de la guerra, participándoselo asi al Congreso de Nueva Granada y disculpándose, como pudo, de no haber restablecido la federación.

Un émulo de encumbramiento le salió á Bolívar, en Mariño, que también se dedicó á reorganizar desde Barcelona la administración de las provincias orientales. En ellas se hizo reconocer como jefe supremo.

Es claro que los realistas no se dieron con todo lo pasado por vencidos. Los venezolanos no eran aún dueños de todo el país. En Puerto Cabello estaba Monteverde; en Coro y su provincia mandaba don José Ceballos, don José Tomás Boves y don Francisco Tomás Morales; el primero asturiano, canario el segundo, y ambos un día al servicio de la revolución, estaban ahora afiliados al bando realista, y hacían sus correrías por las provincias orientales. Mariño tenía en ellas malos enemigos. Inquietaba, al mismo tiempo, la jurisdicción de Bolívar un guerrillero temible, el indio Reyes Vargas.

Contra Reyes Vargas envió Bolivar seiscientos hombres; otros seiscientos envió á Calabozo contra Boves y fuese en persona, con ochocientos, contra Monteverde. El sitio de Puerto Cabello no se presentó tan fácil como Bolívar había presumido. El 31 de Agosto de 1813 perdió en él dos compañías que amagaron un asalto. Compensó, en parte, esta pérdida la prisión que logró del jefe español Zuazola, á quién mandó fusilar. De este fusilamiento fué realmente responsable Monteverde, pues se negó al canje, que se le propuso, con el coronel patriota Jalón, prisionero de los realistas.

Auxilios llegados de España hicieron à poco desistir á Bolívar del sitio comenzado y emprender la retirada.

A punto estuvo de malograrse la expedición española, fuerte de 1,200 hombres, al mando de don Miguel José Salomón. Debía desembarcar la expedición en

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la Guaira, y el coronel venezolano Ribas, gobernador de Caracas, trasladóse á aquel punto, arrió la bandera tricolor en los fuertes, substituyéndola por la española, y vistió é hizo vestir á sus oficiales uniformes españoles. Anclada la escuadrilla, comenzó el desembarque, al mando del segundo jefe, Marimón. Iba ya desembarcada alguna gente cuando Marimón sospechó la infamia, á pesar de las fingidas muestras de amistad con que fué recibido, y trató de reembarcar. Trabóse entonces lucha, y en ella perecieron más de la mitad de los pocos españoles desembarcados, una veintena. Marimón, con cinco ó seis, hubo de rendirse. Salomón, enterado de la felonía, levó anclas y dirigióse á Puerto Cabello. A su llegada á este puerto (16 de Septiembre) emprendió su retirada Bolivar dirigiéndose á Valencia. Dos veces intentaron detenerle los españoles, y las dos fueron

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