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Dirigían la conspiración el oidor Aguirre y el comisionado Jabat. Don Gabriel del Yermo, caballero vizcaíno muy prestigioso, púsose á la cabeza de los conjurados. Exigióles como condición de este servicio que no se derramase sangre. El 15 de Septiembre, á las 12 de la noche, previamente de acuerdo con el oficial que debía mandar la guardia del palacio del virrey, trescientos españoles, en su mayoría dependientes de comercio, asaltaron, á las órdenes de Yermo, la residencia del virrey.

La condición impuesta por Yermo no pudo cumplirse. Un centinela, desde la inmediata guardia de la cárcel hizo

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fuego contra los revoltosos. El cen

tinela fué muerto.

Sorprendido el virrey en su cama, fué conducido al palacio de la Inquisición. La virreina y sus hijos, encerrados en el convento de San Bernardo. Detenidos, permanecieron unos y otros hasta ser trasladados á España (1).

Depuesto aquella misma noche por las autoridades, fué substituído, con arreglo à un decreto que, en defecto del virrey, ordenaba entregar el mando al jefe militar de mayor graduación, por el mariscal de campo don Pedro Garibay.

Publicóse al día siguiente, por mandato del Real Acuerdo, el arzobispo y demás autoridades, una pro

clama, dando cuenta del cambio y atribuyéndolo á la iniciativa popular.

Se enteraba por primera vez al pueblo, observa un historiador, de que si en los sucesos de aquella noche no había tomado parte, «á él correspondía, según confesión de sus mismos dominadores, el derecho de derribar á los altos mandatarios y de substituirlos por sus elegidos».

Dióse entonces, en verdad, el caso de que los revolucionarios fuesen los españoles, y los mantenedores del orden los americanos. De parte de Iturrigaray estaban los mejicanos. De la de la Audiencia y los que habían depuesto al virrey, los españoles.

No por ser obra de los defensores de la tradición, dejaron de acompañar á

(1) Iturrigaray continuó en España preso, acusado de alta traición, hasta Octubre de 1810 en que le alcanzó el indulto general. Fué, sin embargo, condenado á pagar, en juicio de residencia, trescientos ochenta y cuatro mil pesos por perjuicios á particulares y por exhacciones ilegales cometidas durante su mando.

aquella revolución, persecuciones é iniquidades. El cuerpo armado de voluntarios de Fernando VII, compuesto de individuos del comercio, hizo insolentes alardes de su fuerza; cuantos habían abogado por la constitución de una Junta de gobierno, se vieron cruelmente perseguidos; y dos de ellos, el licenciado Verdad y el fraile Talamantes, reducidos á prisión, perecieron misteriosamente en sus encierros.

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Aunque reconocido sin dificultad por todas las autoridades, se sostuvo Garibay en el poder poco tiempo. Durante su breve mando, fueron enviados á la Junta de Sevilla, aunque sin reconocerla como suprema, cuantiosos auxilios en metálico. En poco tiempo se la remitieron once millones de pesos.

Constituída la Junta central, reconocióla ya sin dificultades el Gobierno de Méjico y la envió importantes cantidades.

La Infanta Carlota, como en las demás colonias, intentó en Méjico hacer valer sus pretendidos derechos á la gobernación del Reino. No obtuvieron en Méjico sus gestiones mejor resultado que en las demás partes.

A la llegada á Méjico, á mediados de 1809, de alarmantes noticias, estableció el virrey una Junta consultiva, formada de tres oidores que entendiesen en todas las causas de infidencia. Esta Junta no fué sino ardid del miedo, declaración de desconfianza, amenaza que había de soliviantar los ánimos. La Junta dictó, desde luego, arrestos y destierros.

Ni este rigor salvó á Garibay de ser depuesto. Convertido por la debilidad propia de su edad excesiva, en instrumento de un partido, todavía no se dió este partido por contento y solicitó de la Junta central el nombramiento de un virrey de mayor resolución y mayores arrestos. Atendido el ruego, designó la Junta por virrey al arzobispo de Méjico, don Francisco Javier de Lizana y Beaumont. Tomó Lizana posesión de su nuevo cargo el 19 de Julio de 1809.

Era Lizana hombre de entendimiento. Inauguró su mando con la renuncia del sueldo que le correspondía, como virrey y capitán general, en favor de España y para sostenimiento de la guerra con los franceses. Envió además á España no pocos recursos.

Mostróse pronto, como no podía menos, desconfiado con el partido español. No era lógico ni justo que un solo partido fuese árbitro de los intereses del país. No les salió, pues, bien la cuenta á los españoles, que por débil habían pedido el relevo de Garibay.

Aprovechando tan buenas disposiciones, rodearon al virrey consejeros que se cuidaron de ahondar, cuanto pudieron, sus diferencias con el partido acostumbrado á imponer su voluntad en todo.

Aquel partido había ya depuesto dos virreyes. El dato no podia ser muy tran- . quilizador para Lizana. Persuadido por sus consejeros de que se intentaba hacer con él lo que se había antes hecho con Iturrigaray, ordenó que la autoridad militar de la capital reforzara los cuerpos de guardia, y dispuso que se patrullase de noche, se prendiera á cuantos llevasen armas, se reconociera á todas las per

sonas que circulasen por la calle después de las once de la noche, se disolviesen por la fuerza los grupos de más de seis individuos, y no se abriesen sin una orden especial las puertas de su palacio ni las de la Casa de la Moneda, aunque se oyese disparos de fusil ó de cañón.

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Comprendió el partido español que eran todas esas prevenciones, contra sus asechanzas, y determinaron sus directores enviar á España un comisionado que informase al Gobierno central de su disgusto contra el virrey. El comisionado falleció del vómito en Veracruz. Otro comisionado que se envió en substitución del primero, falleció de igual enfermedad en la Habana.

La situación, entretanto, se hacía cada vez más critica. Entre los que con más acritud y menos disimulo censuraban la conducta del virrey, se distinguió el oidor Aguirre. Ordenó Lizana su prisión. La actitud del partido español le obligó á devolver la libertad al preso.

Al mismo tiempo que esto ocurría, en Valladolid, capital de la provincia de Michoacán, se tramaba una conspiración para preparar la independencia del país. La conspiración, de que eran principales directores el teniente Michelena y el capitán de un regimiento provincial, Garcia Obeso, fué descubierta antes del día señalado por los conspiradores para dar el golpe (21 de Diciembre). Uno de los conjurados fué preso por el intendente de Válladolid, don José Alonso de Terán. Los demás. consiguieron escapar.

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Dos reales fuertes.

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Aunque los promovedores de esta conspiración protestaron de que su objeto no era otro que resistir, en caso de que sucumbiera España, y conservar el país para Fernando VII, el partido español comprendió el verdadero alcance del movimiento y dió á la intentona extraordinaria importancia. No se la concedió tan grande el virrey; pero tomó, sin embargo, precauciones é hizo aprestos militares.

El 7 de Mayo de 1810, se llevó a cabo en la capital de Nueva España el juramento de obediencia y fidelidad al Consejo de Regencia elegido en la Península. En igual fecha se promulgó allí el decreto para proceder á la elección de diputados á las Cortes que debían reunirse en Cádiz.

Al mismo tiempo que estas nuevas y mandatos, llegó á Méjico el relevo del virrey Lizana, ordenándole con palabras para él muy laudatorias que declinase el mando en la Audiencia, interin llegaba el nuevo virrey. El partido español acababa con este relevo de obtener una nueva victoria.

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DEAMENAS PROUICION

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VII.

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ALPORLAS

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1813

3. Real fuerte ó medio duro.

4. Dos cuartos.

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Hasta Agosto no llegó á Veracruz el nuevo virrey, don Francisco Javier Venegas.

La Audiencia, en el corto período de su mando, no hizo cosa de notar fuera del envio de algunos concilios á la metrópoli y las elecciones de diputados para las Cortes.

El 13 de Septiembre se encargó Venegas del mando.

El 18 del mismo mes convocó el nuevo virrey una Junta de notables à la que legó varios documentos, entre ellos una petición de auxilios para España y una no corta lista de gracias y mercedes que rccayeron en su mayoría en gen

tes que habían tomado parte en la deposición violenta de Iturrigaray. Disgustaron estas concesiones, ya porque eran una prueba de predilección hacia los secuaces de un partido intransigente, ya porque no alcanzaban las gracias á hijos del pais. La petición de auxilios produjo también mal efecto.

No habían los americanos regateado sacrificios de aquella índole, y realmente, no po

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dían ya hacer más de lo que habían hecho. Creció el disgusto. En Querétaro estalló una sublevación. Venían preparándola hacía meses varios de los comprometidos en la abortada de Valladolid, entre ellos don Ignacio Allende, don Mariano Abasolo y don Juan Aldama. Figuraban, asimismo, entre los conspiradores, el corregidor de la provincia don Miguel Dominguez y el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla.

Fué Hidalgo, en verdad, el alma de aquel movimiento (1).

Aspiraba Hidalgo á la independencia de Nueva España y al establecimiento

de un gobierno democrático á imitación del de los Estados Unidos.

El movimiento debía iniciarse en Querétaro el día 1.o de Octubre.

Una delación estuvo á punto de malograr el plan. Fueron presos algunos de los principales comprometidos, pero Allen

de y Aldama pudieron llegar á Dolores y avisar á Hidalgo.

No era Hidalgo hombre que se dejase amilanar por las contrariedades. Decidió no desistir de lo fraguado, sino, antes por el contrario, precipitar lo proyectado aprovechando lo que después de la delación había quedado subsistente de la organización revolucionaria.

Allende y Aldama, conformes con el pensamiento del intrépido Hidalgo, salieron durante la noche con unos cuantos decididos partidarios, libertaron, después de breve lucha con el alcaide de la cárcel, á los presos, armáronlos con lanzas y espadas del cuartel de Dolores en que entraron ayudados por uno de los sargentos comprometidos que les franqueó las puertas, y, reunidos ya unos ochenta hombres, apresaron al subdelegado del pueblo y á algunos españoles. Ocurria esto el 15 de Septiembre. Al siguiente día, domingo, Hidalgo hizo tocar á misa antes de la hora acustumbrada, y, reunida la muchedumbre en el atrio de la iglesia, la arengó noticiándola los preliminares de la revolución y excitándola á secundar el movimiento. Acusó á los españoles de querer entregar al francés la patria. Era preciso sacudir todo yugo. En adelante viviría el pueblo libre de toda opresión y sin pagar tributos. Todo el que se alistase en el ejército revolucionario, llevando armas y caballo,

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El cura Hidalgo.

(1) Hidalgo, del que habremos en lo sucesivo de hablar no poco, tenia à la sazón cincuenta y siete años, y era natural del rancho viejo de San Vicente del pueblo de Corralejo. Se habia educado en el colegio de San Nicolás de Valladolid, del que fué algún tiempo rector. En 1779 pasó á Méjico donde recibió el orden sacerdotal y el grado de bachiller en teologia. Era hombre instruido. Extendió por la comarca de su curato de Dolores el cultivo de la uva y el desarrollo de la cría de gusanos de seda. Confió à un vicario el curato y fundó un horno de ladrillos, una fábrica de loza y varios talleres de diversos oficios.

En 1800 fué procesado secretamente por la Inquisición. Salvȧronle algunos testigos que afirmaron que había reformado sus teorias y costumbres.

Estaba Hidalgo sin duda influido por las ideas revolucionarias de Francia. Conocedor del francés y muy aficionado à la lectura, en obras francesas aprendió las teorias en boga desde la revo lución.

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