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bres y las bestias rodaban á la par de precipicio en precipicio; allí hubo muchos que recurrieron á sus propios orines para mitigar su mortal sed, y con igual fin mascaban otros las áridas cortezas de algún arbusto que por fortuna encontraban; alli varios bravos desesperanzados se tendían en el suelo, como resignados con su fin, mientras otros se esforzaban por continuar el descenso con la lisonjera idea de hallar agua en el fondo de la quebrada. En tan azarosa situación, si los jefes y oficiales mandaban, eran á veces obedecidos y otras apenas escuchados; basta decir, en prueba, que, reunidos el brigadier Monet y el coronel Carratalá, viendo una porción de tropa tirada al suelo, incierta de si el resto seguía ó iba adelante, ó si quedaba rendido de sed y cansancio, ofrecieron en nombre del Rey un grado al individuo que, continuando la bajada, pudiera avisar de si se hallaba luego agua, y no hubo á su inmediación quien se sintiese en estado de ganar la recompensa prometida, siendo de advertir que cuando se hizo este ofrecimiento faltaría poco más de un cuarto de legua para llegar al río que toma luego el nombre de Lurin.

» El comandante en jefe, Canterac, que llevaba la cabeza de aquella inexplicable dispersión, fué de los primeros que gozaron del placer de descubrir la deseada agua; é inmediatamente hizo retroceder á los que le acompañaban de cerca con cantimploras llenas para auxiliar á sus afligidísimos compañeros.

» La nueva de este hallazgo salvador, comunicada de unos en otros hasta los más rezagados, como por ensalmo reanimó sus espíritus abatidos y puso en movimiento hasta á los casi resignados á no levantarse del paraje que su mala estrella les había deparado. Uno de los que se hallaban al borde de este triste extremo era el coronel don Jerónimo Valdés, jefe del Estado Mayor que cubría la retaguardia. Fatigado por el continuo afán de reanimar á la tropa, después de haber apelado á su orina, á las cortezas de los áridos arbustos y aún á ponerse plomo en la boca para mitigar algo la sed que lo consumía, rendido y falto de fuerzas se acostó al fin en el suelo, al lado de una gran peña, donde lo acompañaban algunos leales oficiales y soldados, y allí les alcanzaron primero el descubrimiento del agua y poco después algunas cantimploras.

Por el triste y gráfico relato de Garcia Camba se deduce las terribles penalidades y torturas que sufrió aquel ejército hasta conseguir reunirse con la caballería en Cienaguilla. Por fin, el 8 de Septiembre, dió el ejército realista vista á las fuerzas de San Martin, que, seis días antes, noticioso del ayance de Canterac, había salido con 5,000 hombres al encuentro del general realista.

También es inexplicable la conducta del Protector en esta ocasión, pues disponiendo de casi doble número de combatientes y todos ellos aguerridos y ansiosos de pelear, en vez de dar la orden de ataque se contentó con presenciar el táctico movimiento de flanqueo que Canterac ejecutaba para eludir un encuentro que le hubiera sido funesto. Burlado el caudillo chileno, ordenó á Las Heras que, con parte de sus fuerzas, fuese á situarse de nuevo frente à Canterac; pero este astuto y prudente general, en vez de aceptar batalla, fingió un ataque con parte

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de sus tropas mientras con el grupo de su ejército entraba triunfante en el Callao, siendo recibido por los sitiados con delirantes muestras de satisfacción y en medio de salvas de la artilleria de los fuertes. Poco después se le reunieron también las tropas que habían entretenido á Las Heras simulando un ataque à uno de sus flancos.

El día 10 de Septiembre entró Canterac en el Callao, pero si por su parte se cubrió de gloria, llevando á cabo una operación militar tan ardua, no obtuvo fruto alguno de su esfuerzo y valor, porque las pocas provisiones que logró introducir en la plaza, no bastaban para sus propias fuerzas, viniendo así á agravarse la situación de los sitiados.

Decidió entonces emprender la retirada, volando antes los fuertes. y llevándose cuantas armas y municiones pudiera al acampamento de Jauja. Pero su propósito de destruir los fuertes encontró ruda oposición entre los vecinos del Callao y aun en el mismo comandante La Mar, que veía en las fortalezas una garantía de más ventajoso resultado para cualquier convención que tratase de realizar con el enemigo. Canterac, entonces, reunió unos 4,000 fusiles que halló en los arsenales y los cargó en hombros de sus soldados, emprendiendo la retirada hacia el Norte; pero al llegar á Bo

canegra se encontró interceptado en su marcha por las lanchas cañoneras de la escuadra enemiga que le cortaban el paso, y hubo de volver de nuevo al Callao.

Presentóse en esto don Fernando del Mazo, comerciante español, y prometió que por medio de buques ingleses, especialmente de la fragata mercante Lord Luidoek, abastecería de víveres al Callao si se le entregaban al contado cien mil duros y 400,000 más sobre la plaza de Arequipa, conforme fuese entregando los viveres. Aceptó gozoso Canterac la proposición é hizo un llamamiento al vecindario y emigrados residentes en el Callao, llamamiento al que todos respondieron en tal forma, que aun los mismos soldados que el día anterior habían recibido una paga se privaron de ella para engrosar el fondo recaudado. La señora del ex presidente de Quito, teniente general Ramírez, entregó en su nombre 1,000 onzas de oro, y otras 1,600 en nombre de otro emigrado. Don Fernando del Mazo salió con 80,000 duros á alta mar para cerrar el convenio con los barcos

ingleses que debían aprovisionar la plaza, pero ni encontró á los tales barcos ni á nadie que le pudiera dar noticias de su paradero, con lo cual, desesperado, volvió al puerto, perdida toda esperanza de conseguir viveres, devolviéndose á los donantes todas las sumas entregadas.

Entretanto, Canterac, con el propósito también de buscar viveres para sus tropas, salió del Callao el 16 de Septiembre con ánimo, según ofreció, de volver á la plaza sitiada á los siete días, y en garantia de su palabra dejó los 4,000 fusiles que se proponía llevar á Jauja y todos sus equipajes; avanzó hacia la Legua, en donde se encontraba el enemigo; pero luego, con un hábil movimiento de flanqueo, se salió del campo de acción sin disparar un tiro, continuando su marcha por Oquendo hacia el Norte. Mandó San Martín á las Heras que persiguiese & Canterac, pero á los tres días de marcha volvieron los republicanos grupas, á pretexto de que carecían de provisiones, destacándose sólo una columna de setecientos hombres que, al mando de Miller, picó la retaguardia del enemigo sin gran resultado.

Entretanto, el general La Mar, gobernador del Callao, viendo frustrados sus intentos de aprovisionar la plaza por mar y comprendiendo, por otra parte, que la salida de Canterac por siete días no era más que una fuga disfrazada para eludir el compromiso de tener que rendir la plaza, se resolvió á dar oídos á la sexta intimación del general San Martin. Lord Cochrane, que con su escuadra bloqueaba la plaza, había también hecho proposiciones á La Mar para que la rindiera á él, pero La Mar, peruano de nacimiento y no del todo desafecto á la causa de la independencia, como luego se vió, prefirió rendirse à San Martin que al almirante inglés, porque éste la quería para anexionarla á Chile y San Martin para unirla al Perú á donde siempre había pertenecido.

Decidida la rendición por la Mar, nombró representantes suyos al brigadier don Manuel Arredondo, al capitán de navío don José Ignacio Colmenares y secretario al capitán de infantería don Ramón Martínez de Campos, quienes en 19 de Septiembre firmaron un tratado cuyas cláusulas principales eran:

1. La guarnición de la plaza del Callao saldría por la puerta principal con todos los honores de la guerra, dos cañones de batalla con sus correspondientes tiros, bandera desplegada y tambor batiente.

2. La tropa de línea conservaría el derecho de incorporarse al ejército español de Arequipa; los batallones civicos el de regresar á sus casas, y los marinos al servicio de los castillos tendrían cuatro meses para arreglar sus asuntos particulares y retirarse del Perú.

4. Los individuos que existiesen en las fortalezas podían extraer los bienesque tuviesen guardados.

5. El Protector prometía un olvido completo por las opiniones que hubiesen manifestado los defensores de la plaza, y se obligaba á ponerlos á cubierto de cualquier ataque ó atropello.

6. Los buques fondeados en la bahía del Callao pertenecerían á sus dueño

y el Gobierno de Lima se obligaba á prestarles los auxilios que se franquean entre si las naciones amigas, para que pudieran emprender viaje à los puertos de España ó de Méjico.

Y por fin:

12. El día 21 de Septiembre, á las doce de la mañana, la plaza debía ser entregada por inventario.

Este tratado, cumplido en todas sus partes, demuestra que los revolucionarios apreciaron en su justo mérito el valor y la lealtad de los españoles defensores del Callao, que tras de largo asedio lograron unas tan ventajosas condiciones para su honor militar. El mismo día que San Martin tomaba posesión del Callao, su antiguo gobernador La Mar se pasó en compañía de muchos jefes y soldados á las filas de los chilenos. Peor hubieran ido aún las cosas para los realistas si San Martín no hubiera dejado, una vez más, pasar la oportunidad para atacarles en Jauja, donde La Serna se ocupaba en reorganizar su debilitado ejército. Y no debe tenerse en cuenta como disculpa de la conducta del general patriota el argumento de que San Martín creyese terminada la guerra con la rendición del Callao y las enormes pérdidas sufridas por Canterac á causa de las deserciones y enfermedades; pues de sobra sabia que en los valles de Jauja se entretenía el virrey del Perú en formar un nuevo ejército con el que en breve produciría serios trastornos.

Llegó por esta época á Lima, en calidad de comisionado chileno, el senador don José María Rosas, con el encargo de gestionar de la república peruana el pago, entre otros créditos, de 460,000 pesos que el vecindario de Santiago de Chile había adelantado para gastos de la expedición que libertara al Perú. No pasó San Martín de más o menos sinceras promesas, á pesar de que Rosas le hizo ver lo precario de la situación de la Hacienda chilena y la miseria por que atra

vesaba el país. Tanta era, que muchas personas perecieron de hambre à causa de la penuria que reinaba. Esta negativa á acudir en socorro de Chile enajenó á San Martín las simpatías de aquel país.

No habían faltado, en verdad, al Libertador contrariedades de todo género. Con Cochrane ocurrió durante el bloqueo del Callao un grave incidente.

Fiado el Gobierno de Chile en las dotes personales del almirante inglés al servicio de la República, habíale concedido cierta libertad de acción para que obrase

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con independencia de San Martín en todo aquéllo que no fuese cooperar con sus buques un plan de antemano por San Martín concebido y combinado. Pretendia San Martín que el almirante le estuviese subordinado en todo y por todo. El carácter inquieto y emprendedor de Cochrane no era el más á propósito para una sumisión tan incondicional, y así desobedecia, algunas veces abierta y otras disimuladamente, el cumplimiento de órdenes emanadas del caudillo patriota.

Surgian con frecuencia agrias disensiones que siempre terminaban amenazando el lord con retirarse con toda su escuadra..

Cuando el ejército patriota entró en Lima, se apresuró Cochrane á exigir de San Martín el pago de los sueldos atrasados de los marinos, según acuerdo estipulado al formarse la escuadra.

Recibió el Protector en forma un tanto destemplada al almirante y alegó para no satisfacer los sueldos que, siendo la escuadra de Chile, Chile debia sostenerla, á reserva de que luego el Perú, reconociendo como reconocía la deuda producida por su causa, la satisficiere.

Salió Cochrane furioso de la entrevista y montando á caballo se dirigió á Bocanegra, donde se embarcó, dispuesto á retirar la escuadra á los puertos de Chile. Pero San Martín, que abrigaba por entonces el deseo de apoderarse del Callao, deseo irrealizable sin la cooperación de la escuadra, se avino á transigir por lo menos de palabra y con grandes ofrecimientos para cuando aquella plaza se rindiese; logrando disuadir, por el momento, de sus propósitos al irritado almirante.

Sin embargo, los tripulantes de la escuadra que, en realidad, sufrian grandes privaciones por el atraso de sus sueldos, no se conformaron á esperar á tan largo plazo; y noticiosos de que San Martin había sacado de la casa de la moneda de Lima grandes cantidades de oro y plata en barras por valor de 285,000 pesos para trasladarlas á Ancón, á bordo de navíos mercantes, en vez de depositarlas en la fragata chilena, la Lautaro, fondeada en aquel puerto, trataron de amotinarse, creyendo fundadamente que de lo que San Martín trataba era nó de poner los valores á cubierto de cualquier golpe de mano de los españoles, como decía, sino de hacer que desapareciesen de la vista de los tripulantes de la escuadra.

Al tener noticia Cochrane de este principio de sedición pasó al puerto de Ancón é hizo trasladar esos tesoros á su barco almirante y, después de reservar una cantidad para atender al aprovisionamiento de su escuadra, satisfizo con el resto un año de atrasos á sus tripulantes. Conminó en vano San Martín al almirante á que devolviese la suma sustraída en Ancón; no estaba Cochrane de humor de obedecer al Protector, y así, en vez de tomar el rumbo de Chile, como le ordenaba, para allí ser residenciado, caso de no devolver dicha cantidad, zarpó del Callao con rumbo al Norte, rompiéndose de este modo toda relación entre el lord almirante y San Martín.

Cochrane dispuso en Ancón que la Lautaro y el Galvarino volviesen á Valparaiso; mientras él con la Independencia, la Valdivia (antigua Esmeralda), la

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