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llones y dos escuadrones, alli llegados por Castrourdiales y Somorrostro; el hallarse los fuertes de Burceña y San Mamés en poder de los carlistas le imposibili taba todo movimiento por el puente de Castrojana, así que hubo de pasar al lado opuesto de la ría. En ésta y otras varias operaciones, que originaron algunos encuentros con los sitiadores, transcurrieron bastantes días, durante los cuales en Bilbao llegó á faltar municiones para la tropa, escaseando también los víveres para sus moradores. San Miguel, herido, tuvo que entregar el mando al brigadier Arechavala.

Encontrábanse las tropas liberales acampadas en los puntos de Lezcona, Aspe y alturas de Evandio, cuando, á las cuatro de la tarde del 24 de Diciembre y para aprovechar la marea, ordenó Espartero, enfermo á la sazón, que comenzase el movimiento dispuesto por Oraá, jefe de su Estado Mayor, para arrojar á los carlistas de las posiciones que ocupaban. Proveyóse de balsas y las llenó de soldados decididos que avanzaron hacia la batería de la casa de la pólvora, fuerte principal del enemigo, apoderándose, al saltar en tierra, de esta temible posición bajo un fuego horroroso y sufriendo grandes pérdidas. Eran ocho compañías de cazadores, á cuyo frente iban los comandantes Ulibarrena y Jurado, los que inauguraron esta gran victoria. Dueños de las dos piezas que barrían el camino real, pudo arrojarse á los sitiadores del monte Cabras. Mantuviéronse firmes los cazadores aguardando algún refuerzo para emprender nuevo ataque, y envióles Oraá el primer regimiento de la guardia real de infantería, que se apresuró á correr á su lado, pasando la ría en las lanchas con la mayor decisión. El Barón de Meer tenía orden de apoderarse con ellos del monte de San Pablo, y el punto que habían de atacar primeramente era una posición formidable entre el monte Cabras y el fuerte de Banderas. Para el ejército de la Reina era la llave de Bilbao, y los carlistas, conocedores de su importancia, concentraron sobre él casi todas sus fuerzas con la obstinación que el interés de la defensa podía inspirarles. Emprendióse el ataque con bravura, y los rebeldes, para petados detrás de sus trincheras, vomitaban fuego sobre los cazadores y la guardia real, causándoles una enormidad de bajas é hiriendo á sus jefes los generales Barón de Meer y Méndez Vigo. A los horrores del combate se añadieron los del temporal, y la nieve y el granizo robaban el calor á los combatientes sin apagar su ardimiento.

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El Barón de Meer.

Hasta la una de la noche no había tenido Espartero más parte en esta acción

que las disposiciones que iba dando. Oraá estaba encargado de dirigirla; pero, al llegar aquella hora y sabedor de lo crítico de las circunstancias, el general en jefe saltó del lecho, donde le tenía postrado un padecimiento físico, montó á caballo y dirigióse al puente de Luchana, recompuesto poco antes por los ingenieros. Con apasionado acento arengó á sus soldados:

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Compañeros, - les dijo, la noche de este día se halla destinada á cubrirnos de gloria y á que conozcan los enemigos y el mundo entero que somos dignos de empuñar estas armas que la Nación nos ha confiado. Habéis sufrido con la constancia más laudable los trabajos y privaciones que ofrecen dos meses de campamento en medio de la estación más cruda del año. La Reina y la Patria necesitan que esta noche hagamos el último esfuerzo. Los soldados valientes como vosotros no necesitan más que un solo cartucho; ese sólo se disparará en caso necesario, y con las puntas de vuestras bayonetas, tan acostumbradas á vencer, daremos fin á tan grandiosa empresa; batiremos á los enemigos de nuestra idolatrada Reina, los arrollaremos, y tanto vosotros como yo, que soy el primer soldado, el primero delante de vosotros, los veremos morir ó abandonar el campo, llenos de ignominia y oprobio, corriendo precipitadamente á ocultarse en sus encumbradas guaridas. Marchemos, pues, al combate; marchemos á concluir la obra, á recoger la corona de laurel que nos está preparada; marchemos, en fin, á salvar y abrazar á nuestros hermanos, los valientes que con tanto denuedo han imitado nuestro ejemplo defendiendo la causa nacional dentro de los muros de la inmortal Bilbao. »

Una aclamación unánime acogió estas frases animosas, y los batallones de Borbón, Gerona, Infante, Soria y Extremadura, guiados por Espartero, lanzaronse á la bayoneta, tomando las alturas y el fuerte de Banderas y haciendo huir al enemigo precipitadamente. Oraá y Minuisir, al frente de sus columnas, cooperaron al avance, y el ejército carlista, perdida ya la esperanza, abandonó presuroso todas las posiciones de la derecha de la ría; los puentes de San Marcos y de Olaveaga, que habían construído, sirvieron para darles paso, dispersos y en el mayor desorden, presa del pánico que les sobrecogió. El tren de sitio, que consistía en veinticinco piezas de grueso calibre, armas, bagajes é infinidad de prisioneros perdieron los rebeldes en aquella jornada, que produjo en la ciudad loco frenesí. Espartero entró en ella á las nueve de la mañana del siguiente día, siendo recibido con delirante entusiasmo. Concedióle el Gobierno el título de Conde de Luchana, y las Cortes declararon haber merecido bien de la Patria los defensores de Bilbao y el general y las tropas á sus órdenes que hicieron levantar el sitio.

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EL GENERAL ESPARTERO REVISTANDO SUS TROPAS ANTES DE LA BATALLA DE LUCHANA.

III

Inmejorable ocasión habría sido aquélla para concluir con las facciones, si los directores de la campaña, residentes en Madrid, hubiesen dedicado sus esfuerzos á perseguirlas, en vez de dormirse, como lo hicieron, sobre los laureles de la victoria que acabamos de relatar.

Los carlistas, hasta entonces unidos en las ideas, comenzaron á manifestar opuestos criterios que llevaron la confusión á la Corte del Pretendiente. Unos, como el arzobispo de Cuba, el padre Gil, el general Cabañas y Valdespina, le aconsejaban que transigiera, formulando al efecto un programa en el que prometiera considerar á todos los españoles por igual, ofreciendo algunas reformas liberales. El obispo de León y los demás consejeros de Don Carlos se oponían á estos planes, considerándolos revolucionarios y pecaminosos. Los militares del partido dividiéronse también, achacándose mutuamente las culpas de los desastres, y de todo ello surgió un estado de recelos y desconfianzas que llegó á originar la prisión del general Eguía en el castillo de San Gregorio, de Navarra. Formáronse grupos con los nombres de transaccionistas, puristas, infantistas y eguiistas, que minaban sordamente la existencia de la rebeldía, cuyo elemento principal de vida no podía ser otro sino la cohesión. Mal podía inspirarla el Pretendiente, persona vulgar, sin arranques ni sentimientos elevados, juguete de los apostólicos y representante de un absolutismo teocrático del que se burlaba la mayoría de los militares del partido. He aquí cómo le juzgó el señor Fernández de los Ríos: Don Carlos no tenía vicios ni virtudes; era un fanático insensato, que hacia consistir la religión en una serie de actos rutinarios. Ayunaba muy á menudo, leía las vidas de los santos, llenaba la mesa y las paredes de su cuarto de imágenes de todas clases, rezaba el rosario en familia, confesaba todos los meses, escogiendo los curas más ignorantes, y descuidaba los negocios de más importancia para salir al encuentro de quien le traía una estampa bendita ó un hueso estimado como reliquia. Acompañábale siempre un gentilhombre cargado de santos y breviarios para presentárselos así que llegaba á su alojamiento; no hacía ningún caso de los actos de corrupción de los empleados, pero mandaba castigar rigurosamente al oficial que no oia misa los domingos. >>

A un hombre de esta naturaleza; en el estado, además, que alcanzó la guerra después de la victoria de Luchana; y traicionando á la nación liberal que tantos sacrificios hacía por ella y por su hija, acudió, Cristina, para entablar con él negociaciones á espaldas de su Gobierno. De acuerdo con los Reyes de Nápoles, propuso á Don Carlos reconocer los derechos que alegaba á la Corona de España, con la condición de que su primogénito se casase con la Reina Isabel, y que fuesen perdonadas las personas que por ella se habían comprometido. El Pretendiente contestó por medio de un documento donde se decía lo que sigue:

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