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< Tomando en consideración el estado de cautiverio de la Reina viuda Doña María Cristina, y el deseo que ha manifestado de refugiarse con sus hijas en el seno de su augusta familia, S. M. C. es del mismo sentir que S. M. el Rey de las dos Sicilias; que la combinación más feliz para salvar á la Reina viuda de los peligros que la amenazan, y poner término á una guerra tan desastrosa para España, sería que ella y sus hijas pudiesen venir cerca de S. M. C.

» Para la ejecución de este proyecto, el Rey, después de haber oido el dictamen de su Consejo de Estado, ha decidido que se den las órdenes convenientes á los generales que operan sobre Madrid, para que hagan todo lo posible para sa!var á la Reina viuda y á sus hijas, y las faciliten los auxilios y ayuda que puedan necesitar, à fin de que se junten con los ejércitos de S. M. C.

» Luego que S. M. la Reina viuda haya hecho en el cuartel general, á presencia del general que mande sus tropas reales, el acto formal de reconocimiento de los derechos legítimos de S. M. C. el señor Don Carlos V, como Rey de España y de las Indias, reconocerá S. M. los suyos como viuda de su augusto hermano (Q. G. H.), y los de sus hijas como Infantas de Castilla.

» La posición de la Reina viuda será la misma que si se hallase en España y gozará de las mismas ventajas que en Nápoles.>>

Fuese que á Cristina la doliera ver rechazada con el silencio su proposición

de casar á Isabel II con el Conde de Montemolin; fuese que entonces ya comenzasen las inteligencias suyas con los moderados para expulsar del poder á los progresistas, las negociaciones se interrumpieron sin pasar más adelante. Se ha abrigado, sin embargo, la sospecha de que estuviesen relacionadas con la expedición que organizó poco después Don Carlos para dirigirse sobre Madrid.

Dejó el Pretendiente á Uranga con fuerzas bastantes para mantener la insurrección en las provincias Vascongadas, y reuniendo 15,000 hombres, al frente de los que puso á su sobrino el Infante Don Sebastián, salió de Estella el 17 de Mayo de 1837, marchó sobre el Arga, pasó por Echaurri, Monreal y Lumbier y entró en Aragón. En los primeros días siguientes al de esta marcha encontró á los expedicionarios el general Ceballos Escalera, cerca de Orio, causándoles algunas pérdidas, pero no pudo detenerles. Ya en Aragón, dirigióse Don Carlos á Huesca, en cuyas inmediaciones fué derrotado el general Iribarren, que le perseguía, siguiendo aquél á Bar

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Ceballos Escalera.

bastro, donde libró un reñido combate con Buerens, viéndose luego rechazado al querer cruzar el Cinca. Tomó entonces la vuelta de Cataluña, rechazándole, el 12 de Junio, en los campos de Grá, el Barón de Meer, secundado por el brigadier don Diego de León y el coronel don Juan Zavala. Continuó á Solsona, recibiéndole bajo palio el clero de aquella catedral y alojándole el obispo en su palacio. Allí se le unió el cura Tristany con su partida.

En el Priorato recibió aviso de Cabrera, que le esperaba al otro lado del Ebro, para lo cual había dispersado à Nogueras y Borso di Carminati, teniendo franca la entrada en el reino de Valencia; fué en su busca Don Carlos, reuniéndose con Cabrera, que le acompañó á Cherta, proponiéndole la toma de Castellón. Los de esta ciudad los rechazaron, y no atreviéndose los expedicionarios á llegar hasta Valencia, corriéronse & Chiva, donde los dispersó Oraá con las divisiones de Nogueras, Borso é Iriarte, teniendo aquéllos que guarecerse en Cantavieja.

La acción de Herrera, que fué un desastre para la columna de Buerens, quedando deshecha con pérdida de casi todo el material de campaña, reanimó el espíritu del Pretendiente y obligó al Gobierno á llamar á Espartero, al frente entonces del ejército del Norte, en cuyo lugar quedó Ceballos Escalera.

Otro suceso más grave aún para la causa liberal ocurrió entonces. Don Juan Antonio Zariátegui, mandando una fuerte división rebelde que sacó de las provincias Vascongadas, se propuso cooperar al movimiento de Don Carlos y, pasando el Ebro, entró en la Rioja, dirigiéndose por Peñafiel y Fuentidueña á Segovia, tomando esta ciudad y entregándola al saqueo. Llegó á la Granja, donde recibió pliegos de Cabañas, ministro del Pretendiente, ordenándole permanecer cerca de la Corte por si Cristina se presentaba. Avanzó hasta Torrelodones y el 11 de Agosto tuvo un encuentro con los liberales, retirándose al saber la llegada de Espartero á Madrid. Encargóse Méndez Vigo de perseguirle, haciéndole retroceder más allá de Segovia y derrotándole en Nebreda; sin poder continuar su obra, porque en el desbarajuste con que se dirigía la guerra desde la Corte, recibió en aquellos momentos un oficio del ministro de la Guerra admitiéndole la dimisión del cargo de capitán general de Castilla la Vieja, que tenía presentada muchos días antes. Zariátegui se rehizo y entró victorioso en Valladolid, de donde hubo de salir para Roa, llamado por Don Carlos, en retirada ya de las inmediaciones de la Corte.

La acción de Herrera permitió que el Pretendiente, por la sierra de Albarracín, llegase á Castilla la Nueva y atravesando el Riánsares entrara en Tarancón. El 12 de Septiembre, presentóse en Arganda, y dos columnas mandadas por Cabrera avanzaron por la derecha del camino de Vallecas hacia los altos de Vicálvaro, tiroteándose en el arroyo Abroñigal con los granaderos de caballería de la guardia. Recibió Cabrera orden de retroceder, en vista de que Espartero con su ejército se dirigía á Alcalá de Henares, punto elegido por Don Carlos para establecer su cuartel general. La caballería liberal encontró á la retaguardia del Pretendiente en Anchuelo, el 19 de Septiembre, causándole grandes pérdidas, y

después volvieron los facciosos á ser batidos en Retuerta, apresurando su marcha hasta unirse en Roa con Zariátegui. Desde allí fueron á las Encartaciones y regresaron á las provincias Vascongadas, despidiéndose de ellos Cabrera, que volvió al Maestrazgo.

Mientras se desenvolvian estos acontecimientos, ocurrían otros en el Norte, indisciplinándose los soldados de algunas fuerzas del ejército por no recibir sus pagas, alentándoles la impunidad en que quedaron la sedición de los legionarios ingleses y el pronunciamiento de los jefes y oficiales en Aravaca y Pozuelo. Negóse por los soldados en Bilbao la obediencia á sus jefes, llegando á hacer fuego sobre el general Conde de Mirasol, que pudo escapar con vida. El bravo general Ceballos Escalera sucumbió en Miranda á manos de unos soldados del provincial de Segovia. El gobernador militar y el presidente de la Diputación perecieron también asesinados en Vitoria; allí la soldadesca y varios paisanos impusieron á los ricos una contribución de 200,000 pesetas, que se cobró en pocas horas. Dos batallones de tiradores entraron en Pamplona, instalaron una comisión de sargentos en la casa consistorial y convocóse por ella á los regidores, banqueros y otras personas notables. El general Sarsfield acudió inmediatamente al sitio donde estaban reunidos los sargentos; éstos se quejaron de la prevención con que los había mirado, le pidieron que les entregaran en el acto las pagas vencidas, le pidieron que los dejase de guarnición en la plaza, y pretendieron que, como en Vitoria, se impusiese una contribución á la gente adinerada.

Al salir del municipio encontró Sarsfield la muerte. Insultáronle, amenazáronle, entraron en la casa donde un amigo le procuró refugio, persiguieronle hasta el cuarto piso y le cosieron á bayonetazos.

Hubo aún otra sedición en Gayangos, el día 19 de Septiembre; sublevóse un batallón contra sus jefes, á uno hirió, á otro dió muerte, á otro puso en peligro de la vida.

Un estado tal, era la disolución del ejército. La contuvo Espartero el día 30 de Octubre. Fué á Miranda, hizo formar en cuadro las tropas, puso detrás de la infantería cañones destinados á ametrallarlas á la menor señal de indisciplina, entró solo en el cuadro é hizo una notable arenga con voz fuerte y vibrante; enhiesto sobre su caballo, al que tenía en constante movimiento. Después de haber oído de sus soldados que le servirían de égida y coraza, dijo que se le había presentado en sueños la sombra de Escalera y le había pedido que reparase su agravio y salvase la Patria. La espada de la ley, sostenida por las invencibles bayonetas de mis camaradas, dijo, va á caer como el rayo sobre los culpables de los asesinos. En ese regimiento se ocultan, dijo señalando al de Segovia: «ó delatan los inocentes á los culpables ó los diezmo á todos en el acto.» Fueron delatados los culpables y pasados allí mismo por las armas.

Los sediciosos de Vitoria, de Gayangos y de Pamplona, fueron sometidos à consejos de guerra; unos pagaron también con la muerte, otros con la pena de presidio.

Así se restableció la disciplina del ejército.

En ésto duraban aún las Cortes constituyentes del año 36. Además de la Constitución hicieron leyes de importancia. Para la guerra, pusieron á disposición del poder ejecutivo toda la plata, el oro y las piedras preciosas de las iglesias, cofradías y hermandades, y decretaron que se formara en Jaén un ejército de reserva, cuya organización se confió á Narváez.

Reformaron la ley de imprenta del año 23, estableciendo, nó la previa censura, pero sí la obligación de entregar en las capitales de provincia á los jefes politicos y en los pueblos á los alcaldes los dos primeros ejemplares de cada número de los periódicos. Retrocedieron aquí y retrocedieron más en fas elecciones. Adoptaron el voto directo; mas no lo otorgaron sino á los que pagasen doscientos reales de contribución ó tuviesen 1,500 de renta. Suprimieron el sufragio universal establecido por los magnánimos législadores de Cádiz y excluyeron de los comicios á muchos millares de ciudadanos.

El fracaso de la expedición de Don Carlos produjo en sus huestes y en su Corte un desconcierto grande, agravándose con este motivo la discordia que separaba á los transaccionistas de los intransigentes. Fué separado de su cargo de generalísimo el Infante Don Sebastián, reemplazándole Guergué; desterróse á Villarreal y á La Torre; á Eguio, Cabañas y Zariátegui se les redujo á prisión, y del ministerio de la Guerra carlista se encargó el abogado don José Arias Tejeiro. Como si no se conociese el escaso fruto que daban las expediciones á otras provincias, dióse orden á don Basilio García para que saliese nuevamente de las Vascongadas, haciéndolo á fines de Diciembre con ochocientos hombres. Pasó á Aragón, de allí á Castilla, la Mancha y Andalucía, teniendo que regresar en Mayo del año siguiente, después de no pocas derrotas, siendo la más completa la que le hizo sufrir en Béjar el general Pardiñas. Hecho señalado de esta expedición fué el de haber dispuesto en la Calzada de Calatrava el incendio de la iglesia, donde habíanse refugiado los nacionales con sus familias, pereciendo allí ciento sesenta personas, la mayor parte mujeres y niños. A tan infame hazaña instigóle el prior de la parroquia, don Valeriano López de Torrubia.

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Pardiñas.

Siguió á la de don Basilio otra expedición mandada por et italiano Conde de Negri, que si bien logró entrar en Segovia, vióse aniquilada por Espartero en el Fresno, cayendo en poder de aquél casi toda su infantería, más de doscientos oficiales y todos sus equipajes y municiones. Por este hecho de armas obtuvo Espartero el ascenso á capitán general.

Corría el año 1838 y la suerte se había decidido por el ejército liberal. En Belascoain se cubrió de gloria el intrépido don Diego de León, secundado por don Manuel de la Concha, tomando sin artilleria alguna aquellas fuertes posiciones defendidas por numerosas fuerzas y por una triple línea atrincherada con reductos y fortines. Al propio tiempo vencía Espartero á Guergué, desalojándole de Peñacerrada.

Volvió á llamar entonces Don Carlos al general Maroto, disponiendo se pusiera en seguida al frente de las tropas, acuerdo que fué acogido con hostilidad por el bando apostólico. Comenzó éste una serie tal de intrigas contra el único hombre que podia servirles de algo, que acabando con su paciencia le condujo á la catástrofe del partido.

Mientras tanto Urbiztondo en Cataluña no levantaba el espíritu carlista y, com batido por la Junta del Principado, hubo de ceder el puesto al Conde de España Distinguióse éste por la guerra vandálica que hacía, cometiendo y dejando co

meter á sus hordas toda suerte de infamias en las poblaciones y con los prisioneros que tenían la desgracia de caer en sus manos. Nada adelantó, sin embargo, y la pérdida de Solsona, que rindió al Barón de Meer, capitán general de Cataluña, destruyó la opinión de invencible en que se le tenía.

Cabrera era el único jefe carlista que triunfaba. Hizose dueño de Morella y Benicarló, en la provincia de Castellón, y llegó á autorizar á uno de sus subalternos, don Juan Cabañero, para que tomase por sorpresa la ciudad de Zaragoza, poniendo bajo sus órdenes 2,200 infantes y trescientos caballos. Con una audacia increible entró Cabañero en la capital de Aragón durante las primeras horas de la madrugada del 5 de Marzo; sufrió un considerable descalabro por el valor y la serenidad de sus habitantes que, corriendo á las armas, rechazaron á los facciosos, causándoles doscientos diez y siete muertos, sesenta y ocho heridos y veintinueve jefes y oficiales y setecientos tres soldados prisioneros.

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Marcelino Oraá.

Encargado el general Oraá de la conquista de Morella, tuvo que levantar el sitio, constituyendo este hecho un triunfo para Cabrera; logró otro el 30 de Septiembre, destrozando en Maella la columna del general Pardiñas, que murió defendiendo cara su vida.

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« Cabrera dice el señor Chao hablando de esta última acción no supo recoger sus mejores laureles sin mancharlos de sangre. Tuvo la crueldad inaudita

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