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defenderse con buen éxito dentro de los muros de la ciudad, algo intentarian, aunque fuese á la desesperada.

A las doce de la noche del 28, Blake, á caballo, rodeado de su Estado mayor, cerca del baluarte de Santa Catalina, dió la orden de marcha, y por la puerta y puente inmediato de San José, camino de Burjasot, en dirección á Cuenca, donde se hallaban Freire y Bassecourt, comenzó á moverse la división de vanguardia mandada por Lardizabal. Al frente de ella iba el intrépido brigadier Michelena; traspuso el puente sin peligro, pasó por entre los centinelas franceses que tomaron á él y á los que le seguían por gente suya, y hasta que estuvo en Beniferri no fué descubierto. Logró salvarse, llegando á Liria ileso con cuatrocientos hombres, después de sufrir infinitas descargas de fusileria. Lardizábal, menos animoso, no marchó con la celeridad que el caso requería, y sus vacilaciones hicieron titubear á la tropa, que se detuvo en el puente, teniendo que repasarlo precipitadamente ante el fuego del enemigo. Frustrado el plan, Blake ordenó que las tropas ocupasen otra vez sus atrincheramientos, sin perder la esperanza de repetir la salida en otra ocasión más favorable.

Sintomas de gran inquietud se manifestaron á la mañana siguiente en la población; los habitantes de ella comenzaron á manifestar desconfianza del ejército y de su caudillo, y no faltaron oradores en las calles y plazas que creyeron posible la defensa encomendada sólo á los paisanos. Llegaron á proponer que el pueblo en masa saliese á combatir con los sitiadores, y consiguieron que una Junta popular quisiera asumir el mando, comenzando por reconocer los cañones, examinar los servicios de la tropa é imponerse al general en jefe. Estas disidencias enervaban el ánimo de los soldados y contribuían á hacer más dificil la situación de Valencia.

En tanto, Suchet estrechaba el cerco y preparaba el ataque, iniciándolo en la mañana del 2 de Enero (1812) contra el monte Olivet, el frente de Cuarte y el arrabal de San Vicente. Sostúvose el fuego con cortos intérvalos por ambas partes durante tres días consecutivos, y Blake hubo de retirarse al recinto de la ciudad con pérdida de algunos cañones. Los franceses se apoderaron de los puestos abandonados y el bombardeo siguió con verdadera furia contra la ciudad, causando gran destrozo de edificios y no pocas víctimas en las calles. La defensa quedaba reducida al antiguo muro, y entonces diferentes comisiones de vecinos suplicaron á Blake que capitulara. Él, que había rechazado una propuesta de rendición hecha por Suchet el dia 6, viendo la esterilidad de una resistencia sin objeto alguno y privado de medios para evitar á la población su ruina completa si prolongaba el combate, envió el 8 varios parlamentarios al campamento enemigo. Imponía la condición, al abandonar la ciudad, de llevarse todo su ejército con armas y bagajes; pero fué rechazada. Blake reunió á los generales y jefes superiores y tratóse de lo que había de hacerse; los pareceres se dividieron; la mitad de los reunidos optó por resistir á todo trance, y la otra mitad por aceptar la capitulación. Del voto de Blake, como presidente, dependia el acuerdo deci

sivo. No vaciló aquel esforzado guerrero; entre el sacrificio de Valencia y el de su amor propio, optó por este último. ¡Ejemplo digno de ser imitado por cuantos se encuentren en iguales circunstancias!

La capitulación se firmó el día 9, suscribiéndola en primer término los generales Zayas y Saint-Cyr-Nugues, encargados, respectivamente, por Blake y Suchet. En la tarde del mismo día, conforme à lo estipulado, ocuparon los franceses la ciudadela y el barrio del Remedio. A las siete de la mañana siguiente se envió á Alcira una columna de 1,640 hombres, que habían de canjearse por otros tantos franceses, y una hora después el resto del ejército depuso las armas. Inclusos los enfermos y quintos sin instruir, eran 16,141 soldados, si bien útiles para la defensa no llegaban á 14,000. Los mandaban cuatro generales, cinco brigadieres, noventa y tres jefes, ciento noventa y ocho capitanes y quinientos sesenta y ocho subalternos.

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Blake comunicó lo sucedido á la Regencia, en estos términos: «Aunque la pér- · › dida de Valencia ha sido prevista y anunciada hace mucho tiempo, me es imposible tomar la pluma para dar parte de ella á V. A., sin experimentar el más > profundo dolor. Se debió esperar y se esperaba en efecto este funesto acon> tecimiento, luego que cayó en manos de los enemigos la plaza de Tarragona.» Referia el sitio de Sagunto y todo lo acontecido hasta la rendición de la ciudad y terminaba así: «Yo espero que V. A. tendrá á bien ratificar el canje convenido » de los prisioneros y enviar en consecuencia las órdenes á Mallorca. Por lo que › á mi toca, considero el canje de los oficiales de mi grado sumamente lejano; me > creo condenado á la cautividad por el resto de mi vida, y miro el momento de > mi expatriación como el de mi muerte; pero si mis servicios han sido agrada» bles à la Patria, y si hasta este momento no he dejado de contraer méritos por > ella, suplico encarecidamente á V. A. se digne tomar bajo su protección mi nume> rosa familia.»

El infortunado general fué muy bien acogido por Suchet, que hizo justicia á su valor. Condujéronle con los demás prisioneros á Francia y le destinaron al castillo de Vincennes, inmediato á París. Allí permaneció dos años en absoluta incomunicación, privado de recibir noticias de su patria y hasta de su familia.

Los historiadores han juzgado á Blake con distintos criterios. Hay quien le ha atribuído todas las desgracias que sobrevinieron durante la guerra, apurando los calificativos desfavorables para un general en jefe, censurándole de tibio, lento, irresoluto, desacertado en unas disposiciones, desatentado en otras, imprevisor y aferrado en su parecer. No falta en cambio quien, además de reconocerle virtudes privadas, se las reconoce cívicas no comunes, aún en aquella época de civismo, y de que pocos dieron tantos y tan sublimes ejemplos, por cuanto le elevaron al más elevado puesto de la Nación, al de presidente de la Regencia. Hay, por último, quien hablando de sus prendas militares las ensalza, asegurando que era un jefe de inteligencia y de prestigio para la dirección de un ejército en las circunstancias y en las empresas más difíciles, como lo prueba el haberse

dispensado hasta por dos veces la ley que hacia incompatible el mando activo de las tropas con el cargo de Regente.

Es cierto que la suerte no acompañó á este caudillo de nuestra independencia, pero tampoco debe negársele su buen deseo, unido á su intrepidez, así como la serenidad del juicio que demostró en Valencia cuando, comprendiendo que iba á ser arrasada y á perecer con ella millares de hombres sin provecho alguno para la causa que defendía, á pesar de los requerimientos y amenazas de algunos fanáticos, firmó la capitulación impuesta por Suchet. Este hecho ha de enaltecerle siempre, porque revelaba en él sentimientos humanitarios.

El vencedor hizo su entrada pública en Valencia pocos días después de la marcha de Blake. Refiere Boix la vergonzosa escena ocurrida al presentarse á

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aquél una comisión numerosa, compuesta de personas principales de la población, y dirigirle una arenga concebida en términos por todo extremo bajos y serviles. Principiaba así: « General conquistador, bien venido; la ciudad más rica y opu>> lenta de España, dolorida, quebrantada y moribunda, estaba esperando este » feliz y afortunado día. Entrad en ella, excelso Conde, y dadle vida... etc.» Esta innoble conducta fué seguida por el clero secular, dándole ejemplo en adular á los franceses el arzobispo Company, que durante el sitio había permanecido oculto en Gandía y cuando supo la toma de Valencia apresuróse á volver á la ciudad para recibir instrucciones de sus nuevos amos.

El clero regular, que se había distingido por su odio á los invasores, no siguió

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este comportamiento, y como supiese Suchet que los frailes habían instigado al pueblo valenciano contra sus tropas, prendió á cuantos pudo haber de todas las órdenes religiosas, reuniendo un total de 1,500. Entre bayonetas se les condujo á Murviedro, donde fueron arcabuceados cinco delante de las paredes del convento de San Francisco. Los restantes entraron en Francia como prisioneros de guerra.

La conquista de Valencia valió à Suchet el título de Duque de la Albufera y la propiedad de la laguna del mismo nombre, con más cuantiosas rentas, que igualmente concedió Napoleón á sus soldados, sacadas de las fincas de aquella provincia. Con esto despojaba de sus bienes á los vencidos y de su soberanía al Rey José.

IV

La guerra en Cataluña. - Lacy. - El Barón de Eroles. Incursión en Francia - Aragón. — El Empecinado y Durán. - Mina en Aragón. - Vuelve ȧ Navarra. · - Su decreto de 24 de Octubre. - Wellington sobre Ciudad-Rodrigo. - Captura del gobernador de esta plaza. - Derrota de Girard en Arroyo. - Molinos. - Suicidio del general Oudinot. - Critica situación de José I.

Convertida como estaba la Península en un campo de batalla y resueltos los patriotas á no cejar en su empeño de resistir tenazmente á los invasores, el resultado de la lucha variaba constantemente. Una provincia que se creía dominada por haber ocupado los últimos sus más importantes poblaciones, resultaba de improviso en armas otra vez, y á ello contribuían con su movilidad los incansables caudillos de la causa del pueblo que no se daban punto de reposo para molestar al enemigo.

Uno de ellos era Lacy. Llevaba de segundo al enérgico Barón de Eroles y entre los dos reanimaron el espíritu público en Cataluña durante los últimos meses de 1811. Aquél reconquistó las islas Medas, sitas en la embocadura del Ter, å las que puso el nombre de islas de la Restauración, fortificándolas convenientemente. En Igualada atacó á los franceses causándoles una pérdida de doscientos hombres, y más tarde, el 5 de Diciembre, en las alturas de la Garriga derrotó al general Decaen, desorganizando el cuerpo que éste mandaba, compuesto de 5,000 infantes, cuatrocientos jinetes y cuatro piezas, y obligándole á evacuar la comarca de Vich.

El Barón de Eroles, siguiendo las instrucciones de su jefe, sorprendió un convoy que iba á Cervera y se apoderó de esta ciudad, obligando á rendirse á más de seiscientos franceses atrincherados en la Universidad. De allí pasó á Bellpuig el 14 de Octubre, entregándosele la guarnición, y corriéndose al Norte del Principado organizó la incursión que hizo en Francia el gobernador de la Seo de Urgell don Manuel Fernández Villamil. Al frente éste de una columna de soldados y

paisanos pasó la frontera, incendió algunos pueblos y regresó al punto de partida trayendo prisioneros y el importe de las contribuciones que había exigido.

Desconcertados los franceses, fueron abandonando los puntos donde no contaban con fortificaciones que les librasen de estas acometidas, entre ellos Montse

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rrat, cuyo monasterio quemaron, y refugiáronse en Barcelona. Mientras tanto se organizaban los cuerpos francos y los somatenes bajo la inteligente dirección de Lacy, consiguiendo que la jurisdicción del enemigo no alcanzase más allá de las ciudades y plazas donde tenía guarniciones numerosas.

Favorable igualmente era para nosotros el éxito de la campaña que hacían en Aragón el Empecinado, Durán, Tabuenca, Amor y otros jefes, logrando algunos de ellos reunir bajo su mando fuerzas importantes en número. Las subdividian en pequeñas columnas, según lo aconsejaban las necesidades de la guerra, y volvian

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