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guerra está hoy por parte de los insurrectos mejor organizada que en 1868? Antes de sacrificar los 150,000 hombres que entonces sacrificamos, exige la humanidad que, en vez de pelear, tratemos.

Revelan los mismos partes del Gobierno que cada día van tomando parte en la insurrección gentes de más valía; ¿habremos de soportar otra lucha de diez años? La tenacidad en los americanos es característica.

Hace mal el País en guardar silenció. Hable y no perdone medio de detener á esos que se llaman hombres de Estado, y no oyen otra voz que la de un insensato orgullo. Como reses mandan esos hombres uno y otro día al matadero á millares de nuestros soldados: enseñeseles que vale algo más la sangre de nuestros hijos. ¿Invocan la Patria? Invoquemos nosotros los fueros de la humanidad y los de la justicia, que están por encima de los de todas las naciones.

Insurrecta Cuba, recibe los más contradictorios consejos. No depongas las armas, le dicen unos, hasta que consigas tu total independencia. Entrégate á los Estados Unidos, le dicen otros; triunfarás de tus enemigos, serás libre y autónoma en tu vida interior y formarás parte de la primera nación del mundo. No te ofusques, le dicen los que más la quieren: conténtate con vivir árbitra de tus destinos bajo el pabellón de España; lucha en hora buena por serlo; en cuanto lo consigas, depón no sólo tus armas, sino también tus odios.>

Se ha levantado ahora otra voz y le ha dicho: «Tienes cerca de ti la la confederación de Méjico. La constituyen pueblos que pertenecen á tu raza, que hablan tu idioma, que participan de tus creencias, que han establecido y arraigado ya las libertades y los derechos á que aspiras. Hazte miembro de esa confe. deración, serás feliz, y pesarás, como ningún otro, en la balanza de sus destinos. Ensancharás tu comercio, aumentarás tu riqueza, tendrás barata la vida. No queremos que entres aquí por la violencia, sino por tu propio consentimiento y aun con el consentimiento de España: Méjico indemnizará, metálicamente, á tu nación y le otorgará por el tiempo que se convenga las mayores ventajas. Ganaréis España y tú; ganará Méjico: España, viéndose libre de luchas que la arruinan y la desangran y no podrán menos de retoñar si por acaso vence; tú, evitando los peligros que con la independencia te amenazan; Méjico, haciéndose dueña del golfo y disponiendo para el desarrollo de su marina de los mejores puertos. >

Esta voz no ha partido, como algunos suponen, del Gobierno mejicano. Hoy por hoy, este pensamiento no ha salido allí, que sepamos, del círculo de la prensa, donde, según parece, es más combatida que aceptada. Nosotros, inútil sería decirlo, no lo aplaudimos. Podemos dar á Cuba lo que Méjico, y con esta concesión hacer imposible que la guerra retoñe. Vemos en los pobladores de Cuba hermanos y no queremos romper los lazos del parentesco y la sangre.

España, se dice, no puede conceder á Cuba lo que niega á las regiones de la

TOMO VII

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Península. Hay aquí, en primer lugar, un partido poderoso que reconoce autó nomas, no sólo las regiones, sino también las colonias.

El régimen unitario de la Metrópoli no es, en segundo lugar, obstáculo para que las colonias, apartadas por anchos mares, obtengan el régimen autonómico. Inglaterra no quiere autónoma la vecina Irlanda, y hace autónomas sus posesio. nes ultramarinas. «Si Irlanda estuviese al otro lado del Océano, dicen aun los más furiosos unionistas británicos, no nos opondríamos á que se le confiase su propio gobierno.

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Del año 1837 acá viene, por fin, escrito en todas nuestras Constituciones que las colonias se han de regir por las leyes especiales: el régimen político de la Península no obsta para que sea otro el de Cuba y el de Puerto Rico.

Cuba autónoma dentro de España, ésta es hoy para nosotros la solución del problema antillano, y el término inmediato y natural de la guerra.

Madrid, 28 de Setiembre de 1895.

¡Cuánto abuso de nombres! ¡Cuánta mistificación! ¡Cuánto sofisma! Ahora, según los diarios ministeriales, deberíamos los demás hacer alto en nuestra oposición al Gobierno. ¿Por qué? Porque hay una guerra en Cuba, y está allí interesada la suerte de nuestras armas. «No es el Gobierno, se dice, es la Patria la que exige la tregua.»

¡La Patria! La Patria exige, por lo contrario, que hoy más que nunca velemos porque no se malverse los fondos públicos, ni se vierta inútilmente la sangre de nuestros soldados, ni asentistas sin decoro busquen en la prolongación de la lucha el aumento de sus caudales, ni se finja hazañas con el fin de satisfacer insensatas ambiciones, ni se oculte la verdad á nadie, ni se nos acaricie con locas esperan zas. Nada como la guerra da margen å la mentira y el abuso; nunca como en la guerra han de ser los poderes políticos objeto de severa vigilancia y severísima

censura.

La guerra ¿es, por otra parte, cosa tan fácil y segura, que haga imposible el error en los que la dirijan? ¿Han empleado siempre los generales la mejor táctica, ni han concebido los mejores planes estratégicos? Es sumamente compleja la atención que exige un ejército en campaña: aquí flaquea la administración, alli la sanidad, acullá la combinación de las diversas armas, en otros puntos la disci plina, en otros el conocimiento orográfico ó hidrográfico del terreno en que se pelea. Abunda en esas y otras faltas la historia de las pasadas y las presentes guerras, y son frecuentemente debidas, no á los generales, sino á los Ministros. ¿Puede nunca exigir el interés de la Patria que se las oculte? ¿No exigirá mejor que se las denuncie y se las anatematice?

Donde estén más comprometidos los intereses nacionales debe con preferencia fijar su atención la prensa toda. Si así lo hiciese, de otra manera hablaría en la cuestión de Cuba, de otra manera vería y juzgaría los acontecimientos, en otras medidas que las que hoy se adopta descubriría el término de tan ruinosa y deplo rable guerra.

¡Una tregua patriótica! Esto no es posible que se ocurra sino á gentes sin seso. ¿La pide, ni por lo más remoto, Francia, ahora que lucha en Madagascar y ve incierta la suerte de sus soldados? ¿La pidió nunca la Revolución de Setiembre? Por largas guerras civiles hemos pasado en el presente siglo: ¿cuándo se dejó aquí de censurar al Gobierno, ni de examinar y criticar las operaciones militares? No porque haya una guerra dejan por fin los Gobiernos de dirigir los demás ramos de la Administración, donde caben y son por desgracia harto frecuentes los abusos, las violaciones de ley, los atropellos, las violencias de todo género; ¡estaría bien que por una guerra seguida allá á 1,000 leguas de distancia hubiésemos de dejar al Gobierno franca la puerta para la conculcación de los derechos y las leyes! Aun censurándolo, no podemos evitar que renazca el funesto polaquismo del año 1854, que todo lo sacrificaba al compadrazgo: ¿qué no haría si le prometiéramos callarnos mientras no acabase la insurrección de Cuba?

Esa mal llamada tregua patriótica no la puede otorgar dignamente oposición alguna á ningún Gobierno.

Según palabras que uno y otro día se le atribuyen, no quiere el Sr. Cánovas ni disolver las Cortes de hoy, ni reunir las de mañana, interin no termine la guerra de Cuba. Si contra sus convicciones y sus esperanzas la guerra se prolonga, allá por los meses de Febrero y Marzo convocará Cortes nuevas para que discutan los presupuestos, examinen importantes cuestiones de Hacienda, acudan en auxilio de las Compañías de ferrocarriles, y se hagan cargo de proyectos que él y sus colegas maduran en estas forzadas vacaciones.

Para que en todo anden al unísono liberales y conservadores, sigue ahora, como se ve, el Sr. Cánovas la conducta del Sr. Sagasta, que tampoco quiso reunir las Cortes interin duraron los sucesos de Melilla. Es evidente que para esos grandes hombres de Estado, no sirven las Cortes en casos difíciles, y á lo sumo á que en casos tales pueden aspirar es à debatir si se hizo mal lo que ya no tenga remedio. Para todo lo demás, ¿cómo han de necesitar de nadie varones tan emi. nentes? Ellos se bastan y se sobran. ¡Qué lástima que en lugar de ser Sanchos Panzas, sean todos Quijotes!

La guerra de Cuba impone á la Nación grandes y dolorosos sacrificios: sacrificios de dinero, sacrificios de sangre. La guerra de Cuba podría indudablemente hallar solución y término en un régimen político más acomodado á la razón y á la justicia que el que por ajena y propia desgracia aplicamos hace siglos á nuestras colonias. Nunca más necesario que ahora oir á la Nación reunida en Cortes; nunca más necesario que ahora saber si la Nación consiente que por no conceder á Cuba la autonomía á que tiene derecho, se agrave su crisis y se inmole por millares á sus hijos.

La guerra no puede nunca ser obstáculo para que se abran las Cortes. Se las abrió el año 1810, cuando la mitad de la Nación estaba en poder de los Bonapartes y tronaba el cañón en todos los ámbitos del Reino. Se las abrió el año 1836,

cuando estaba en su apogeo la guerra de D. Carlos. Se las tuvo abiertas sin inte· rrupción durante la pasada guerra de Cuba hasta que cayó la República. Se las abrió el año 1876 cuando distaba aún de su término esa misma guerra colonial y devastaba la de D. Carlos las provincias del Oriente y las del Norte.

¿Cómo ahora se las quiere aplazar para después de concluída la guerra? Se ve así en los conservadores como en los liberales una marcada tendencia á tenerlas reunidas el menor tiempo posible. De cualquier pretexto se valen para mante. nerlas cerradas. Antes de disolverlas las suspenden por más o menos meses. Como puedan prorrogar los presupuestos, los prorrogan, y se apresuran á cortar las sesiones.

Si tan inútil y molesto les es el parlamentarismo, ¿por qué no lo combaten? ¿Por qué no lo transforman, como lo queremos transformar nosotros, en régimen puramente representativo? ¿En todo ha de verse debilidad é hipocresía?

Madrid, 5 de Octubre de 1895.

Siempre nos han parecido vagas y algún tanto contradictorias las aspiraciones de los autonomistas de Puerto Rico. Nos lo parecen más después de habérnoslas expuesto El Correo de Ultramar en términos bastante explícitos.

Según este periódico, que se refiere á un programa discutido y aprobado por una asamblea, aquellos hombres se contentan con la autonomía administrativa. No sienten entusiasmo por la autonomía política ni están siquiera seguros de que les convenga. Quieren una Diputación con algunos más derechos que los de nuestras provincias, y desean ser gobernados por nuestras leyes locales. ¿Estará seguro El Correo de Ultramar de que hoy, después de ocho años, no aspiren á ser más autónomos?

¡Nuestras leyes locales! Pues ¿son éstas más que la mistificación, cuando no la negación, de la autonomía? Por ellas el gobernador, brazo del Ministro, es árbitro de la vida de las Diputaciones y los Ayuntamientos. Dentro de la ley, los puede suspender hasta por simples abusos en la administración de los fondos públicos; fuera de la ley, los suspende con toda impunidad, siempre que lo estime conveniente, hayan cometido ó no abusos económicos ó extralimitaciones de ca. rácter político. ¡Si no sabrán aquellos autonomistas lo que aquí con la ley provincial y con la ley municipal sucede!

El gobernador preside la Diputación y puede presidir todos los Ayuntamientos de su provincia; inspecciona por sí, y hasta por delegados, la caja, los archivos, los libros de contabilidad y cuanto de los Ayuntamientos ó de la Diputación dependa; suspende los acuerdos de una y otras corporaciones, y las tiene todas bajo su pie hasta el punto de que nada se atreven á realizar ni proponer sin su consentimiento.

¿Vienen unas elecciones generales y no son adictas al Gobierno tales Diputa ciones ó Ayuntamientos? Se los suspende con ó sin motivo. ¿Qué importa que á los sesenta días se haya de reponerlos si se los suspendió ilegalmente? A los

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sesenta días están las elecciones hechas y ha vencido el candidato del Gobierno. No tenemos nosotros relaciones con los autonomistas de Puerto Rico. Se nos antoja que por lo menos hoy han de ser algo más exigentes de lo que El Correo de Ultramar supone. Deberíamos, de no, formar muy pobre idea de aquellos autonomistas.

Madrid, 12 de Octubre de 1895.

Al fin se hizo la anunciada operación de crédito. De aquí á fines de Febrero recibirá del Banco de París el Gobierno 75 millones de francos. El día 20 de Setiembre daban ya los periódicos franceses por realizado este empréstito, tanto, que le atribuían la brusca oscilación que en la Bolsa de París sufrieron por enton. ces nuestros valores; están indudablemente mejor enterados que los nuestros de lo que en España ocurre, sobre todo de lo que ocurre en el Ministerio de Hacienda. No discutiremos las condiciones del préstamo. A condiciones más onerosas habremos de sucumbir como la guerra de Cuba continúe. Seguimos un camino funesto y llevamos la Nación á la ruina; cosa tanto más de sentir cuando se obser. va en el mismo Cánovas un cambio de ideas sobre el régimen de nuestras colo. nias. No asusta ya como antes el principio de la autonomía, ni deja de reconocerse por muchos que Cuba se queja con razón de que le mandemos peninsulares codiciosos ó hambrientos, así para los más altos como para los más bajos destinos. Lo que habremos de hacer al fin, si no nos vencen los insurrectos, ¿no es un crimen que no lo hagamos desde luego ahorrando sangre y dinero?

Puede que mañana sea tarde: de no hacerlo hoy, pesará sobre el Gobierno una responsabilidad tremenda. Los mismos insurrectos, desde los primeros días de su alzamiento, presentaron la autonomía como solución del conflicto: viendo cómo la guerra crece, y se desarrolla, y lleva camino de ser larga y sangrienta, se debió negociarla y aceptarla. Por un conjunto de circunstancias que hemos atentamente examinado y por la lectura de periódicos que no defienden la causa de los separatistas, hemos llegado á sospechar si Martínez Campos piensa aquí con nosotros. Salvo lo de Sagunto, le absolveríamos de sus faltas y le aplaudiríamos si realmente tuviera y realizara tan humano pensamiento.

Lo abonan, á no dudarlo, el interés nacional, el de Cuba, la razón, la equidad, la justicia.

Madrid, 26 de Octubre de 1895.

No hay sistema como el que nosotros defendemos. Por él cabe agrupar desde los municipios á las naciones, sin que ninguno sienta menoscabada su personalidad ni padezcan las libertades de que goza. ¡Con qué facilidad se resuelve por él los más difíciles problemas! Ved el problema de Cuba. Los demás partidos no aciertan á resolverlo sino por las armas. Nosotros por la sola aplicación de nuestro principio lo resolveríamos. Daríamos á Cuba la autonomía á que tiene derecho. <Depón tu espada, le diríamos; serás autónoma como las regiones de la Península. Tendrás tu Constitución, tu Gobierno, tus Cortes, tus milicias, tu Hacienda, el régimen administrativo que mejor te parezca. Estarás unida á la Metrópoli sólo

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