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Los opositores fueron, los señores Benavides Cruz, Benítez y Olivares, Gre gorio Martínez, Mariano Los-Certales, López Dióguez, y Campillo. Benítez, Martínez y Los-Certales se retiraron. Benavides Cruz fué rechazado por el tribunal. Don Rafael López Diéguez obtuvo el segundo lugar y don Narciso Campillo y Correa el primero.

El 28 de Junio recibió don Narciso el nombramiento de catedrático de Retórica y Poética en el Instituto de Cádiz.

Desde el curso, que empezó el 16 de Septiembre de 1865, dió principio á las explicaciones en la cátedra el nuevo profesor, muy bien acogido por la fama que le precedía.

A consecuencia de la reforma de la 2.a enseñanza, decretada el 9 de Octubre de 1866 y de la Real Orden de 16 del mismo mes, cesó en el desempeño de la cátedra anterior, quedando de profesor numerario de la de Perfección del Latin y Principios generales de Literatura.

Por supresión de esta cátedra, según lo dispuesto en el Decreto, fecha 25 de Octubre de 1868, y habiéndose adoptado en el Instituto de Cádiz los dos sistemas de estudios para el bachillerato en Artes, quedaron á su cargo las asignaturas de Principios generales de Arte y de su Historia de España y de Elementos de Literatura.

Por orden del señor ministro de Fomento, fecha 18 de Mayo de 1869, fué nombrado en comisión para la cátedra de Retórica y Poética en el Instituto del Novi. ciado de Madrid. El 17 de Junio de dicho año tomó posesión.

Campillo era republicano y, como tal, tomó activa parte en la Revolución del 68, cuando tantos hombres conducíanse hipócritamente por no perder las posiciones conquistadas. Campillo no claudicó nunca; no era esto al día siguiente del triunfo, sino de antes y de siempre. No resellaba él su dignidad ni su carácter. Todo se lo debía á su iniciativa y talento; y los hombres que defienden ideas, no conveniencias y egoísmos, siempre son puros en los actos, magnánimos en los sacrificios.

El 17 de Junio, tomó posesión de la cátedra en Madrid. Fué nombrado por el director del Instituto para presidir la comisión de exámenes que fué al Colegio de San Ildefonso de Alcalá de Henares, á cargo de los PP. Escolapios en el magnífico edificio donde estuvo la célebre universidad fundada por el Cardenal Cisneros.

El 9 de Enero de 1871, anunció la Gaceta el concurso para la cátedra de Retó. rica y Poética del Instituto del Noviciado, terminando el plazo para la presentación de expedientes el 29 del mismo mes. Llegaban á 29 los aspirantes. La comisión examinadora, compuesta de don Ambrosio Moya, director del Instituto del Noviciado, don Sandalio Pereda, director del Instituto de San Isidro, y don Cayetano Rosell, director de la Escuela Diplomática, propusieron á don Narciso Campillo para la cátedra.

El Consejo Universitario aceptó y votó por unanimidad la propuesta el día 24 de Marzo.

TOMO VII

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Como recuerdo histórico curioso insertamos la lista que con los tres señores ya citados formaban la totalidad de los Consejeros Universitarios:

Don Lázaro Bardón y Gómez, Rector de la Universidad Central.

Don Carlos Rubio Rivera, director del Conservatorio de Música.

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Don Luis M. Utor, director del Conservatorio de Artes.

Don Jacinto Sarrasi, director de la Escuela Normal.

Don Simeón Avalos, director de la Escuela de Arquitectura.

Don Juan Antonio Andonaegui, decano de la Facultad de Derecho.

Don Antonio García Blanco, decano de Filosofía y Letras.

Don Juan Chavarri, decano de Ciencias.

Don José Camps, decano de Farmacia.

Don Pedro Mata, decano de Medicina.

Recibió el título el 24 de Abril. Y el 29 tomó posesión.

Campillo, que como periodista había demostrado sus aptitudes periodísticas, en el Demócrata Andaluz, que dirigió el famoso Roque Barcia y en El Diario de Cádiz, escribió en Madrid en El País, dirigido por don Francisco de P. Hidalgo, que inspiró el general Topete. Desde Agosto de 1869 quedó encargado del Museo Universal. Refundióse dicho periódico desde el año 70 en La Ilustración Española y Americana, de la que hemos ya hablado con el aprecio debido.

Dos colecciones de poesías existen de Campillo: una de Sevilla, 1858: otra de Cádiz, 1867.

En 1872 publicó su notable obra Retórica y Poética, obra de texto escrita con singular gusto y excelente criterio. Este libro está dedicado á don Juan Valera, quien tenía en gran estimación á tan distinguido literato. Notable y digno repre sentante le llamaba de la antigua y persistente escuela sevillana; añadiendo « que á la elegancia y perfección clásica de la forma, unió á veces la enérgica y viva pasión del demócrata, del librepensador y del enamorado creyente en el progreso.

Recuerda Valera, como clara muestra de su labor estética, las octavas al Vera no, que son realmente extraordinariamente bellas: algunos de sus felices rasgos de inspiración pueden competir con las más celebradas poesías de la famosa Es cuela, creada para el reflorecimiento de las Buenas Letras por Arjona, Roldán, Reinoso y el primero de todos, el sabio Lista:

Bajo el follaje de robusta encina
Por la segur y el tiempo respetado,
Asilo fiel del ave peregrina
Y verde pompa del feraz collado,
Miro cuán lento el sol y grave inclina
El ancho disco y resplandor sagrado,
Y sólo yo con la natura en calma
Melancólica paz siento en mi alma.

Ya vienes tú, consuelo y compañera En el sendero de mi triste vida,

Tú que engalanas la verdad severa
Y formas das à la ilusión querida,
Y nueva luz à la celeste esfera,
Y aromas à la selva florecida;
Inspiración, inspiración ardiente,
Con tu llama inmortal toca mi frente.

Del astro rey el moribundo rayo
Enagenado admire en torno mío,
El sauce mustio en lánguido desmayo
Besando el haz del transparente rio:

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Campillo no fué sólo famoso por el clasicismo peculiar de la forma, sino por el exquisito gusto con que cultivó todos los géneros, aunque no puede negarse que tenía predilección á Herrera, á Fray Luis de León, à Quintana y á otros poetas nacionales ó extranjeros.

Fué un vate originalísimo y á la vez muy feliz en la traducción de muchas poesías originales de Lamartine y Victor Hugo. Algunos de sus romances pueden competir con los mejores escritos por el Duque de Rivas. Hay odas suyas que tienen soberana inspiración.

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Descolló también como cuentista. Tuvo singular gracia para este género literario, y el mismo Valera le tributa, entre otros, el siguiente elogio que le honra mucho: Narciso Campillo es menos aplaudido de lo que merece por algunos cuentos suyos, como el graciosísimo y humorístico que lleva por título: La niña de los cinco pisos, y por su leyenda titulada La Monja que, aunque religiosamente deba condenarse por el sentir anticatólico que la inspira, quizás no valga menos, por el terror trágico que infunde, que la tan famosa Novia de Corinto del Júpiter de Weimar, más conciso en esta composición que nuestro vate, pero no menos brioso, correcto y fácil en el estilo.

Sus cuentos (dice en otro lugar) son un modelo de lenguaje castizo, natural

y llano, y su estilo no puede ser más propio para la narración. La malicia candorosa, la no rebuscada mezcla de inocencia y socarronería que hay en las reflexiones á que los cuentos dan lugar, no pueden menos de prestarle cierto hechizo, y hace que la lección moral, ó la regla de conducta, ó la doctrina li teraria ó filosófica que del cuento se induce, se acepte y reciba con docilidad y hasta con deleite..

Campillo fué desde joven, según ya hemos dicho, republicano y, como tal, defensor de la libertad de pensamiento. Un libro dejó de crítica referente à las leyendas piadosas. Debe conservarse por defender la verdad contra las preocupaciones. Historias de la Corte celestial se titula dicha obra.

El año 1896 colaboró Campillo en un tomo publicado en Madrid, que contenía Cuentos y chascarrillos andaluces de otros autores famosos, entre ellos Valera y el doctor Thebussem (don Mariano Pardo de Figueroa).

En 1899 publicó Campillo su última obra, un tomo de Cuentos y sucedidos, en colaboración con Javier de Burgos, el célebre autor gaditano, tan conocido por sus regocijados sainetes, autor de Los Valientes.

Murió Campillo á principios de 1900.

Sus hijos desearon coleccionar en un tomo los mejores trabajos del ilustre sevi. llano; de la tarea se encargó su gran amigo y justipreciador de sus altos méritos, don Juan Valera. Por desgracia, el pensamiento no llegó á realizarse.

Antes de citar á otros dignos representantes de la escuela sevillana, no he de olvidar el nombre de don Bernardo López García, autor de las celebradas déci mas Al dos de Mayo, cuya inspiración patriótica seduce al mismo tiempo que su

mérito artístico, por más que una crítica descontentadiza trate de negar la importancia de la composición.

Aquel mismo insigne vate soñaba noblemente en la unión de la razón con la fe.

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Bernardo López Garcia.

No hay que temer:

Siglo que en tan honda liza

Tan grandes obras realiza,

Sabe adorar y creer.

Mundo que de su ansia en pos

Vuela en tan rápido vuelo;

No está solo; desde el cielo

Le tiende su mano Dios.

Si los templos seculares
Cantan de ayer las creencias,
Hoy nuestras propias conciencias
Son templos y son altares.

Libre el pensamiento humano
A Dios ofrece su culto:

Ese templo tan oculto
Es el templo más cristiano.

Alzando en su utilidad
El siglo cuanto proclama,
No se ama á sí, sino que ama
A Dios, en la Humanidad.
Por eso la reflexión

Nos dice al vernos sentir,

Que la fe no ha de morir
Ahogada por la razón;

Sino que en vuelo fecundo
Las dos uniendo sus lazos,
Van á confundir sus brazos
Para redimir al mundo.

Aunque muy discutido y á veces con demasiado apasionamiento, debe citarse como excelente poeta á don José Velarde. Algunas de sus obras permanecerán como dechados de fogosa elocuencia. Prescindiendo de los errores en que pudo incurrir Velarde, soñando, como dice Valera, en que pudiese alguien en su tiempo ser principal y casi exclusivamente poeta lírico y narrativo, debemos hoy ha. cerle justicia. Preciosos son sus versos é interesantes sus narraciones. >>

El poema Alegría, en opinión del mismo Valera, es rico en delicados sentimientos, en colorido para pintarnos la hermosura del suelo y del cielo de Andalucía, y en talento de observación y artística flexibilidad de estilo para ver y representar la vida en aquellos lugares y las faenas, regocijos y pasiones enérgicas de sus rústicos habitantes. >

¡Qué hermosa descripción la que empieza así!:

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