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Cuando al fin se señaló el día de la vista de la causa en el Supremo Consejo de Guerra y Marina, la campaña de protesta contra los tormentos era europea. Aquí, en España, periódicos monárquicos y nada sospechosos de radicalismo como Heraldo de Madrid, El Correo y La Correspondencia rompieron su silencio. Se había celebrado reuniones públicas de protesta. En el mundo entero, incluso en algunos de sus parlamentos, como el francés, el inglés y el alemán, había despertado el asunto gran interés y sido objeto de elocuentes comentarios.

No podría alegarse ignorancia por nadie. Por eso la espectación era inmensa y se esperaba la vista y el fallo con ansiedad (1).

Disentimientos del auditor y capitán general de Cataluña con la sentencia dictada por el Consejo de Guerra, habían motivado la revisión de este proceso ante el Supremo.

Reunido aquel cuerpo jurídico, los fiscales La Cerda y Urdangarin pidieron la revocación de la sentencia del inferior, y modificaron las conclusiones agravando las penas. Pidieron la pena de muerte para diez procesados, 20 años de cadena para cinco, 19 años 1 mes y 1 día para otros ocho, 18 años 7 meses y 1 día para 33 y la absolución para el resto.

Tradujo así Pi y Margall el sentir de la opinión:

«Se vió al fin ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina la causa de los anarquistas. Hubo brillantes defensas, y en el Tribunal grande atención y, al parecer, vivo deseo de aquilatar quiénes son los verdaderos autores del crimen de la calle de los Cambios, y quiénes han sido objeto de injustos cargos. Nos hace esperar todo que sabrá el Consejo sobreponerse á las pasiones, prescindir de mal entendidas conveniencias y oir sólo la voz de la justicia.

Más de nueve meses de duro encarcelamiento llevan ya multitud de hombres, de quienes se ha podido sólo probar que asistían á reuniones públicas de carácter anarquista. Pretender que en esas reuniones se recaudase fondos para compra de explosivos y lo supiesen los que los daban en cantidades mínimas, es soberanamente absurdo. Lo es más que para cometer un crimen como el que se persigue se concertaran, no dos ni tres personas, sino ochenta ó ciento.

(1) He aquí la lista de algunos de los periódicos extranjeros que se ocuparon más del célebre proceso y de los tormentos: Fraukfurter Zeitung, alemán; L'Intransigeant, Temps Nouveaux, Le Jour, L'Eclaire, La Petite Repúblique, L'Echo de Paris, La Justice, franceses; Daily Chroniche, inglės; La Tribuna, L'Avvenire Sociale, italianos; Miscarea Sociala, rumano; El Despertar, de Nueva York; El Oprimido, La Revolución Social, L'Avenire, argentinos; A Libertade, O Trabalhador, O Caminho, portugueses... y otra infinidad.

Un grupo de escritores franceses publicó un número único de L'Incorruptible, que alcanzó varias ediciones. Contiene notables trabajos de Carlos Malato, Eliseo Reclus, Mad. Severine, Eduard Cousin, Bernard Lazare, P. Kropotkine, Adolfo Retté, Carlos-Alvert, Andrés Girard, J. Ferriere, Juan Grave, Luisa Michel, Emilio Pouget, Sebastián Faure, Pepita Guerra, Constant Martin, Leo Kady, Bernat Metje, Luciano Descaves, L. Portet, J. B. Lavaud, Fernando Tarrida, Honoré Bigot y cartas y documentos de Barcelona.

Y en cuanto à la prensa de España repetiremos que El País, El Socialista, El Nuevo Régimen, La Justicia, Las Dominicales, todos de Madrid; La Antorcha y El Pueblo, de Valencia; El Pueblo, de Cádiz; El Pueblo, de Coruña; La Unión, de Pontevedra, y La Autonomía, de Reus, se distinguieron por su activa campaña entre los muchos que la secundaron y ayudaron,

Crímenes como el de la calle de los Cambios se los ha cometido en otras nacio nes de Europa. En ninguna se ha descubierto ni aun presumido que fuesen muchos ni sus autores ni sus cómplices. Un solo autor ha figurado en los más de los proce sos. Ni se ha soñado jamás con que para la compra de los instrumentos del delito se haya recogido públicamente fondos. Es de suyo sigiloso y medroso el crimen, y se oculta desde su concepción hasta su cumplimiento.

Anarquistas los hay ya en casi todas las naciones de Europa y América; anarquistas capaces de tan horrendos crímenes hay afortunadamente pocos. No confundamos los unos con los otros; no sea que con confundirlos los llevemos todos por la desesperación á violar las más santas leyes, las leyes de la humanidad y de la naturaleza.

Con impaciencia esperamos la sentencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina,

El fallo inapelable del alto Tribunal fué, sin embargo, cruel.

Fueron por él:

Condenados á muerte: Tomás Ascheri, Antonio Nogués, Juan Alsina, José Molas y Luis Mas.

A veinte años de cadena temporal y accesorias à Francisco Callís, Jaime Vile lla, José Vila, José Pons, Antonio Ceperuelo, Sebastián Suñer, Jacinto Melich, Baldomero Oller, Rafael Cusidó y Juan Torrens.

A diez y ocho años de cadena temporal y accesorias á Epifanio Cans Vidal, Juan Bautista Oller y Juan Casanovas.

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A diez años de presidio mayor á Juan Salas, Cristóbal Soler, Mateo Ripoll, José Mesa, Francisco Lis Arbiols, Antonio Costa y Lorenzo Serra.

Se absolvió á Corominas y à sesenta y dos más. (Apéndice XII.)

Don Pedro Corominas era un joven y distinguido abogado que, queriendo estudiar de cerca los problemas sociales, había asistido y aun dado alguna conferencia en el Centro Obrero de Carreteros. Este era todo su delito. Interesáronse desde el primer momento por este ilustrado joven todas las clases sociales.

El señor Corominas escribió luego un libro en que, bajo el título de Prisiones imaginarias, narró todas las amarguras sufridas durante su largo cautiverio. Este libro, de carácter eminentemente subjetivo, escrito en bella prosa, contiene påginas de infinita ternura.

Aún encontró el Gobierno del señor Cánovas benigna esta sentencia, y la agravó acordando, en Consejo de Ministros, la deportación á la Colonia de Rio de Oro de los 63 absueltos.

El día 4 de Mayo fueron fusilados los condenados á muerte.

Suplamos la tarea ingrata del triste relato con la inserción del telegrama publicado por La Correspondencia de España de aquellos días:

Barcelona, 4 (7 m.)

A las tres de la madrugada empieza á notarse animación en las inmediaciones del castillo de Montjuich y en los caminos que conducen á la montaña.

Por la carretera suben fuerzas de policía y de la Guardia Civil, destinadas á vigilar el recinto donde va á verificarse la ejecución.

Los regimientos de caballería de Borbón y Tetuán toman posiciones para formar el cuadro.

Acude una inmensa multitud, en la cual las mujeres están en mayoría.

Suben por la cuesta de Montjuich los dos furgones destinados á trasladar al cementerio los cuerpos de los ejecutados.

La noche ha sido obscura y nublada.

Corre un fresco impropio de estos días, y lo desapacible del tiempo acaba de hacer triste y negro el paisaje, dándole aspecto pavoroso.

Empieza á amanecer.

Gracias á la amabilidad del jefe de vigilancia Sr. Plantada consigo al fin penetrar en el sitio en que ha de ejecutarse á los condenados.

Forma este lugar un extensísimo foso, dominado por la muralla inmediata. El camino está atestado de gente, y los agentes apenas pueden contener al público, que se sitúa junto á la muralla, cubriendo materialmente los alrededores del castillo.

A las cinco de la mañana salen por la poterna que da al foso dos compañías de cazadores de Figueras, encargadas de la ejecución.

Algunos minutos después aparece por la misma poterna la fúnebre comitiva. Ascheri lleva blusa y va junto à un sacerdote, que empuña un Crucifijo. Siguen Mas y Nogués, vestidos de americana.

Molas viste una blusa azul, y Alsina blanca y larga.

Todos llevan la cabeza descubierta... y las manos atadas á la espalda por una cuerda que cogen los soldados.

Acompañan á los reos todos los hermanos pertenecientes á la cofradía de Nuestra Señora de los Desamparados, el piquete encargado de la triste misión, el médico forense y el juzgado municipal.

La comitiva sigue á lo largo del foso.

La presencia de los reos produce en el numeroso público profunda impresión. Los reos miran impávidos á la gente y no contestan á las frases de consuelo que los cofrades les dirigen.

Mas ríe y mueve sarcásticamente la cabeza.

Nogués anda con gran soltura.

En cuanto llegan á la pared del foso señalado para la ejecución, el oficial del piquete llama á los sentenciados por sus nombres para que adelanten tres pasos, como así lo hacen con rara seguridad.

Molas grita: ¡Soy inocente! ¡ Asesinos!

Mas añade: ¡Viva la anarquía!

Alsina prorrumpe también con firmeza: ¡Muera la Inquisición! ¡Esto es un asesinato!

El público oye estos gritos sobrecogido de terror. La escena es imponentísima.

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FUSILAMIENTO EN LOS FOSOS DEL CASTILLO DE MONTJUICH DE BARCELONA, EN EL DÍA 4 DE MAYO DE 1897.

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