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APENDICES.

NOTAS, ILUSTRACIONES

Y FRAGMENTOS DE OBRAS ANTIGUAS.

1.

Los moros principales de Granada prefirieron salir de España ántes que permanecer bajo el yugo de los vencedores. El califa de Fez los recibió gustoso, y aun confió á alguno mandos militares de suma importancia. Otros se fijaron en Túnez, en Alejandría y en otras ciudades del Oriente, conservando sus nietos todavía los mismos apellidos españoles, y algunos los títulos de sus fincas y llaves de las casas que poseian en Granada. Hernando de Zafra, en su Correspondencia publicada en la Coleccion de documentos inéditos por los Sres. Navarrete, Baranda, Sal

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vá y marqués de Pidal, decia á los Reyes Católicos en carta de fin de diciembre de 1492: Los abencerrajes llevaron sus mujeres al Alpujarra. Despues de haber vendido aquí todas sus haciendas, aderezan para partir en fin de marzo, y á mi ver toda la mas de la gente hace talegas para partir para este tiempo. Y crean vuestras Altezas que venido el verano no quedarán aquí, ni aun creo que en el Alpujarra, sino labradores y oficiales, que á lo que veo todos los mas están de camino, y no por malas obras que reciban, que creo que nunca gente se trató mejor.»

2.

Los corsarios ayudaban á los moriscos, no solo en las empresas de estos contra los cristianos, sino tambien haciendo por su parte cuanto mal les era posible. El solo nombre de corsario intimidaba de tal manera á los ciudadanos y campesinos de las costas, que les retraia de salir fuera de sus poblaciones marítimas alejándose de sus muros, cuando solo era para divertirse y solazarse, pues atisbando continuamente desde sus naves ocasion oportuna, saltaban en tierra los piratas, y arrebataban cuanto llegaba á sus manos, sin perdonar mujeres, ancianos ni niños. Estos, en cambio, cara pagaban su inadvertencia en las tristes y oscuras mazmorras argelinas, llenas de cautivos cristianos que tenian la dicha de encontrar asilo en ellas, pues ¡ay del que aguardando crecido rescate, remaba sin descanso obedeciendo el terrible látigo del cuatralbo de alguna galera! De estos tiempos datan las fortalezas y torres cuyas ruinas vemos todavía junto las orillas del mar en muchos puntos de la península, pues desde muy antiguo hasta el reinado de Cárlos II no pudimos librarnos de los corsarios codiciosos de la poca riqueza que nuestras poblaciones tenian en el siglo XVI, arruinadas lentamente por las guerras extranjeras y por el gobierno de los favoritos. No pocas

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veces las naves de guerra surtas en los puertos levaban áncoras precipitadamente, dirigiéndose en busca de algun corsario que osaba presentarse á su vista, y sostenian sangrientos combates que daban por resultado la fuga del enemigo, ó su presa, regresando victoriosamente con la atrevida nave desmantelada del todo, sus flámulas y gallardetes arrastrando por encima de las olas. Grande era entonces la alegría de los cautivos rescatados y vueltos al seno de sus familias, como feroz la rabia de los piratas, que expiaban sus crímenes en la horca, ó de forzados en las galeras reales. Y este bien le hacian, no solo nuestros navíos, sino aun los extranjeros, interesados todos en el exterminio de los corsarios berberiscos, pues abundan los ejemplos en la historia de presas hechas en nuestras costas por naves florentinas y venecianas, y aun francesas, portuguesas y de otros países. Merece citarse, entre otras, durante el reinado de Felipe IV, la que hicieron

en 9 de abril de 1626 las galeras del gran duque de Florencia y algunas de Sicilia, de una gran nave mon➡ tada por turcos, moros y renegados, que con treinta piezas de artillería se defendió valerosamente hasta el último trance, junto las costas del principado de Cataluña. Inútil es decir que las correrías de los piratas

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