Imagens das páginas
PDF
ePub

Y SU DESCUBRIMIENTO DEL REINO DE QUIVIRA.

INFORME

PRESENTADO Á LA

REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

POR EL CAPITÁN DE NAVÍo

CESÁREO FERNÁNDEZ DURO

INDIVIDUO DE NÚMERO.

MADRID.

IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE MANUEL TELLO,

IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.

Isabel la Católica, 23.

I.

Desde el punto en que los soldados de Cortés creyeron asegurada la conquista del imperio de Moctezuma, á que ellos llamaron Nueva España, diéronse á reconocer las regiones contiguas, obligados en ocasiones por hostilidad de las tribus guerreras que las poblaban; estimulados en otras por la naturaleza vestida de encantadora novedad; movidos siempre por los hábitos de actividad adquiridos en el ejercicio de las armas y en el trascurso de una vida de aventuras reñida con el sosiego que les brindaban las tierras repartidas.

Una idea fija, la de hallar á través de la tierra firme interrupción que diera camino á las naves de España para la Especiería, tenía sin sosiego al egregio caudillo, que en arriesgadas y costosas expediciones por tierra y ambos mares, consumía la fortuna antes allegada, ávido de más gloria; Pedro de Alvarado al mismo objeto enderezaba el pensamiento, fabricando naves y pertrechando flotas de su hacienda; iban otros capitanes poniendo las ciudades de nueva planta á cubierto de las acometidas de los naturales, y al paso que la Fama y el Interés enseñaban caminos diversos á menos señalados conquistadores, la Fé los abría por todas partes á los misioneros, que con la humildad, el amor y la perseverancia allanaban obstáculos al parecer insuperables.

Pronto la multiplicación de las incursiones, por el conocimiento y relación de gentes de otras lenguas y costumbres, por lo que contaban del origen y tradiciones de los vencidos mejicanos, por consejas oscuras ómal interpretadas de éstos y aquéllos, el rumor vago en un principio de haber más allá, debajo del Norte, imperios de riqueza, de poderío, de civilización superiores al sometido, fué tomando cuerpo y creciendo hasta los grados de persuasión y certidumbre, porque las ruinas de edificaciones colosales, las esculturas, los fragmentos de alfarería pintada que se registraron, confirmaban al parecer las seguridades de los indígenas, unánimes en señalar aquella dirección á los que preguntaban por la proce

dencia del oro con que habían sido labradas las joyas del horrible ídolo Huitzilopochtli y las que adornaban á los Señores de Tenuchtitlan. En la progresión variaban notablemente las relaciones de los informantes: quién señalaba regiones habitadas por amazonas invencibles; quién ponía por medio montañas altísimas ó ríos que eran brazos de mar; quién hablaba por lo contrario, de llanuras inmensas, de prodigiosa fertilidad; pero como convenían en que al fin se encontraba una población innumerable é industriosa, regida por grandes soberanos, la dificultad del acceso servía de espuela al deseo de aquellos soldados avezados á superar las mayores, y el peligro les prestaba doble atractivo, trocándose por ello la afición anterior de las exploraciones en fiebre que arrastraba hacia el Norte á los simples arcabuceros, y á los más ricos en encomienda ó repartimiento, como si todos estuvieran imantados.

Nuño de Guzmán, el odioso perseguidor de Cortés, fué de los primeros en tentar la empresa, emprendiendo la marcha preparada desde el año de 1530 en que un indio de su confianza le inició en los secretos del país: no llegó, sin embargo, á donde se proponía. Igual suerte tuvieron otros conatos de particulares, faltos de medios ó de resolución, y el fracaso hubiera desacreditado del todo la aventura, á no revivirla Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, el compañero de Pánfilo de Narvaez, autor de la relación de los naufragios. Desde Panzacola, en la Florida, por resto de la expedición del desgraciado descubridor, llegó á Méjico en 1536 con dos compañeros, habiendo empleado ocho años en atravesar con inconcebi bles trabajos tan larga distancia. La relación que hizo de los pueblos de indios, de los ríos, de los animales, era de naturaleza para maravillar áun á los predispuestos á no sorprenderse de nada. El Virey D. Antonio de Mendoza, procediendo prudentemente, haciendo repetir la narración á los tres viajeros, no podía razonablemente negarse á la evidencia, y aunque sin alentar incursiones temerarias estimó de conveniencia obtener confirmación de las noticias estupendas de Cabeza de Vaca, eligiendo al efecto á Fr. Marcos de Niza, religioso franciscano, que había de ir en compañía de otro fraile, de un negro de la expedición Narvaez de algunos indios de servicio.

y

ya

Impresa anda la relación del buen Padre, asombro en su tiempo no de los aventureros de Nueva España, sino de Europa, que á poco la supo. Fr. Marcos consiguió pisar el soñado reino de Cibola; averiguó que en su primera provincia había siete grandes ciudades; que otros tres reinos nombrados Marata, Totonteac y Acus, eran contiguos, y aunque con riesgo de la vida, ya que no penetrara en las ciudades, logró ver

con sus propios ojos, desde una altura la de Cíbola, que le pareció muy hermosa, mayor que Méjico, con casas de piedra de muchos pisos que remataban en azotea y mostraban adornos de turquesas, con todo lo cual era inferior, según le informaron, á Totonteac, sin límites, por su mucha población y la más rica de las siete citadas.

Reanudada con la nueva la serie de las expediciones al Norte, entre muchas se organizó, por orden del Virey, la de Francisco Vazquez Coronado, que llevaba entre españoles é indios amigos un ejército más numeroso que el de Hernán Cortés al pisar la Nueva España. Marchó de Méjico á principios del año 1540; empleó dos en atravesar montañas y valles, sufriendo muchos trabajos, remontó hasta los 40° de latitud, y mermada la gente, regresó sin la fortuna de descubrir otra novedad que tribus belicosas de razas y lenguas distintas, que podían clasificarse en dos agrupaciones primordiales: los indios sedentarios con morada fija, que construían casas de piedra y cultivaban los campos, y los nómadas que se sustentaban de la caza y de la guerra incesante que hacían á los otros; los primeros asequibles, dóciles, aptos para conocer y adoptar las ventajas de la civilización; los segundos fieros, indómitos, fuertes, suspicaces, sólo dispuestos á tomar de los invasores el uso del fusil y del caballo, que cuadraban á sus condiciones guerreras.

Más de sesenta años trascurrieron sin que las exploraciones adelantaran este primer resultado; Cibola y las siete ciudades se desvanecían en el horizonte á la aproximación de los españoles, como las perspectivas del espejismo. Se vieron ciertamente y se tocaron casas de fábrica de uno y más pisos, ya extendidas por el llano formando espaciadas, población rural, ya en grupos sobre colinas ó peñoles, sin más acceso que el de escaleras talladas en la roca, ó adosadas á los escarpados y farallones de la montaña igualmente inaccesible, como nidos de águila, acreditando la prevención con que los habitantes se guardaban de sus enemigos (1)

No fué, sin embargo, estéril la fatiga de los exploradores; en ese tiempo se fué extendiendo la dominación del país desde Pánuco en el golfo mejicano, y desde Colima en el mar del Sur hacia el Septentrión,

(4) El Sr. Edwin A. Barber, de West-Chester, Pensilvania, presentó al Congreso de americanistas de Luxemburgo una Memoria que se imprimió en el tomo I de las Actas, pág. 23, con descripción y dibujos de estas curiosas construcciones, de que aún quedan restos en los territorios Colorado, Utah y Arizona. Posteriormente se han descrito en una publicación ilustrada, cuyo título es: Nord Amerika 1. Vara Dagar af E. von Hesse-Wartergg. Stockholm.

« AnteriorContinuar »