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ganando la extensa zona comprendida entre los 18 y los 30 grados de latitud, con territorios que, harto grandes para provincias, fueron denominados reinos con apelativos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo León, mejor conocidos hoy por los nombres parciales de Sinaloa, Sonora, Zacatecas, San Luis de Potosí y Chihuahua.

Acabando el siglo xvi, penetraba más allá el Adelantado D. Juan de Oñate y dejaba fundado el reino de Nuevo Méjico, precisamente en el soñado imperio de las siete ciudades, reducidas en la realidad á las casas enriscadas de los Zuñis y los Moquis, que ya había visto Vazquez Coronado, habitadas por gente vestida y sujeta á cierto régimen social. La principal agrupación era la del Peñón de Acoma, que fué necesario expugnar, y como había otras seis de alguna significación, el número conformaba con el de las exageradas indicaciones de los indígenas. En cuanto al nombre, vínose á saber que era el que daban allí al bisonte ó toro salvaje corcobado, abundantísimo en las llanuras, llamado al fin Cíbola por los mismos españoles.

Desde entonces Santa Fé, capital del reino, situada en 37° 15' de latitud, fué centro de organización y punto de partida de las sucesivas expediciones, como antes lo había sido Culiacán en Sinaloa. Nuevas expediciones, digo, advirtiendo que á la ilusión desvanecida sucedieron ilusiones nuevas con la información de los naturales, persistentes en ratificar hacia el Norte la existencia del emporio buscado. Los españoles achacaban el anterior desengaño á mala inteligencia de las explicaciones que, discutidas, indicaban á Cíbola sólo como tránsito en la ruta de las grandes ciudades debajo del Norte, frase ahora interpretada por muy lejos, y recordando que á este nombre habían unido los informantes los de Quivira y Teguayo, de que salieron los Tultecas y los Aztecas.

La escasa inteligencia de las indicaciones de los naturales no es de extrañar sabiendo que, á falta de intérpretes, ya que las tribus no se entendían entre sí, se hacía gran empleo de la mímica, sistema dado á graves errores. El primer capitán español que penetró en el territorio del rio Bravo, señalando al suelo primero y á los hombres después, preguntó: ¿Cómo se llama esta tierra? Texia, Texia, respondieron los indios llevando la mano al pecho; esto es, amigos, amigos, dando á entender que llegaban de paz. El capitán interpretó que ellos se nombraban Texas, y Tejas desde entonces se llama el territorio 1. Otra vez encontrado en el monte el misionero Juan Larios por una partida de indios cazadores es

1 Algo parecido sucedió en Yucatán, según refiere el P. Landa.

tableció la mímica relación por la que el fraile comprendió muy bien que le invitaban á ir con ellos: intentó persuadirles de que marchaba en cumplimiento de órdenes superiores que no podía infringir, pero que noticiaría el deseo que manifestaban y les sería enviada misión especial. Los indios escucharon respetuosamente el discurso de que no comprendieron una sola frase, y acabado, secuestraron al fraile, tratándolo amorosamente en el pueblo adonde le instalaron. Siendo Coahuila la primera palabra que oyó ó creyó oir el misionero, bautizó con ella el pueblo la región que andando el tiempo llegó á catequizar y que luego

y

se nombró Nueva Estremadura 1.

Estos ejemplos muestran cuán facilmente encuentra afirmaciones la buena voluntad. Fray Marcos de Niza vió por sus propios ojos lo que deseaba ver, y otros del mismo modo miraron á Quivira, á Copala y á Teguayo, justificando con apasionadas declaraciones la credulidad de los conquistadores.

A Rodrigo del Rio, gobernador de nueva Galicia, informó un marinero que pescando bacalao en Terranova sufrió la nao violento temporal, con el que embocó por un rio muy caudaloso. Echó el ancla frente á una ciudad grande cercada de murallas, y saltando en tierra el declarante con otros marineros, no les fué consentida la entrada; pero les aposentaron en sitio distante un tiro de arcabuz, junto á una fuente muy linda, y obsequiándoles con aves y frutas, diéronles á entender que el Rey deseaba verlos. Otro día salió de la ciudad tanto gentío que llenaba los campos, y al último traían al soberano vestido de pieles, con su corona, en andas de metal amarillo. El Rey los estuvo mirando con mucha atención, sin consentir que se llegaran á las andas á saludarle, como lo deseaban; se retiró mandando á sus vasallos que continuaran el agasajo de los huéspedes; mas á pocos días, como uno de los marineros se permitiera familiaridades con las mujeres que acudían á la fuente, llegaron muchos indios á decirles que se fueran á su barco, y prudentemente lo hicieron.

Otras muchas relaciones conformaban en que así Quivira como Teguayo eran ciudades muradas que medían por leguas la circunferencia; con calles que no se andaban en dos ni tres jornadas, casas de piedra provistas de galerías y corredores, de muchos altos; reyes de gran majestad

1 El modo de comunicarse los indios de estas regiones por medio de signos convencionales, ha sido últimamente objeto de un estudio especial hecho por el Teniente Coronel del ejército de los Estados-Unidos Mr. Garrick Mallery, publicado con el título de Sing language among North American Indians. Washington, 1881.

que comían en vajilla de oro, siendo este metal y las piedras preciosas, abundantísimos, y un indio ladino que solía servir de guía á los expedicionarios, aseguraba que en su país corrían ríos de más de dos leguas de ancho, con peces mayores que caballos. Los surcaban embarcaciones de vela y remo, las últimas con dosel en la popa, para comodidad de los señores, y águilas de oro en las proas. El soberano de aquel país dormía la siesta bajo un árbol, de cuyas ramas pendían campanillas de oro que el viento hacía sonar; los vasos más comunes eran de plata cincelada y los demás de oro. Con semejantes noticias se alimentaba el estímulo de las excursiones, y de aquí en parte, por sesenta años más, afanes, hambre, miseria, combates y muertes; de aquí tambien el avance costoso de la civilización, el conocimiento de nuevos horizontes, llevando el nombre español más allá de los 50° de latitud, por el interior, á la Sierra Nevada y á las inaccesibles Montañas Pedregosas. Como por allí no hubiera rastros imperiales, confuso el entendimiento en separar al Nordeste y Noroeste los dos reinos de Quivira y Teguayo, se dividieron los exploradores, corriendo unos los territorios que hoy se nombran de Misuri, Arkansas y Tennesse, hasta la Sierra; atravesando otros el desierto de Arizona, los cañones de las Sierras Blanca y Azul y la nueva California.

La comparación crítica de las opiniones emitidas en tantos años, persuade que con el nombre de Quivira designaban á una tribu ó agrupación fuerte establecida en tierra fértil que casi por mitad dividía el Misisipi en todo su curso: la capital ó población principal del mismo nombre estaba hacia los 40° de latitud, á orillas del Gran Río, consistiendo en casas aisladas por las milpas ó tierras en que los indios sembraban el maiz, en disposición algo semejante á la de la huerta de Murcia; y así, vista de lejos, ofrecía un aspecto de grandiosidad que el examen perspicuo desvanecía.

No es tan difícil fijar aproximadamente la situación del otro reino, porque los mapas antiguos lo ponen en las inmediaciones del lago Timpanogos y río de San Buenaventura, por los 39° de latitud. El Teguayo de los indios del Norte y Copaba de los de Méjico, era una misma cosa, y el padre misionero Escalante que lo visitó más de una vez, dejó consignado que las ruinas de pueblos que por allí se encuentran, la semejanza que tienen con las edificaciones de Méjico, los fragmentos de barros cocidos abundantes, y las muchas tribus distintas, abonan la tradición de haber sido el sitio por donde trasmigraron hacia el Sur los Tilmas, Tehuas y otros, recuerdo histórico en que se encierra toda su

No acuerda con estas presunciones razonables la relación que mandó escribir el gobernador del reino de Nuevo Méjico. D. Diego Peñalosa Briceño, narrando el viaje que dirigió en persona á la Quivira el año de 1662, ya que expresa que el reino de Teguayo está cercano á las tierras de los franceses que llaman de la Canada; verdad que no sólo en esto se aparta la relación de las que nos dejaron otros exploradores. Con lo que dice del origen y de los afluentes del Misisipi, de montes y pueblos; con la originalidad de las notas, la hiperbólica ostentación de calidad y méritos, y sobre todo la circunstancia de haber ofrecido tan ilustre caballero al rey de Francia, la conquista y posesión del riquísimo imperio que los españoles desdeñaban, ofrece el documento inédito, suficiente interés y motivo á la consulta dirigida á la Real Academia de la Historia; sobrada razón para el informe ordenado por ella. Así también, con los buenos deseos del que ha de cumplir el mandato, correspondiera su eficiencia.

De la inmensa mayoría de las expediciones privadas de que queda hecha mención somera, nada se escribió en toda probabilidad; sólo las organizadas con carácter militar, en obediencia de las instrucciones que recibían, daban cuenta que al regreso justificara el empleo del tiempo y de los recursos facilitados por las cajas reales. Rudos soldados, en general, los de aquel tiempo de la conquista de Nueva España, consignaban por datos topográficos en el Diario, las leguas caminadas, los ríos ó montes que embarazaban la jornada, y la indicación de uno de los cuatro puntos cardinales más próximo á la dirección de la ruta, fijando esencialmente la atención en los acaecimientos que afectaban á la seguridad ó alimentación de la compañía, dejando á la pluma más hábil y expedita de los misioneros que allí iban, el encargo de describir lo que digno de consideración les pareciera. Entre los frailes, muy pocos habían aprendido por entonces de los pilotos á pesar el sol con el astrolabio, y á enfilar con la ballestilla la cola de la Osa; así, aunque en la descripción de la naturaleza suplieran en mucha parte las omisiones de los compañeros de viaje, en poco ilustraban el itinerario topográfico.

No podían servir tales noticias á las expediciones sucesivas, ni de ellas se trasmitía el conocimiento reservado al Virey, salvo por la conversación familiar, fiando á los indios prácticos de la tierra la guía en la progresión, y acontecía que pasando distintos capitanes por el mismo sitio, poníanle á capricho nombres diferentes, multiplicándose la sinonimia y la confusión en tanto que uno prevalecía, en el caso de ser muy frecuentado el lugar que señalaba.

Menos sabían de las expediciones que se aprestaban en Nueva Espa

ña las de la Florida, ó éstas de aquéllas. Correspondiendo á gobiernos y asientos separados, que en un principio se correspondían más que con emulación con hostiles sentimientos; cruzadas muchas veces en la jornada, no se concertaron previniéndola en provecho común hasta que las sabias instrucciones del rey Felipe II pusieron gloriosos fundamentos á la geografía americana. Los mapas y las descripciones arregladas á formulario preciso, dieron desde entonces idea parcial que fueron compaginando y ensanchando los cosmógrafos de la Casa de Contratación y los inteligentes comisionados del Consejo de Indias.

Desgraciadamente el tesoro científico que se acumuló en largos años, fué consumido en pocos. Los mapas generales, el Padrón Real, se han perdido; de los particulares y de las relaciones descriptivas queda corto número, siendo más reducido aún el de las expedicionarias, porque en éstas la energía con la perseverancia del monarca del Escorial, no alcanzaron á modificar el carácter de los españoles, de atrás retratados por Pulgar al decir que eran

Largos eu fazañas

e cortos en des rebillas,

expresión que oportunamente fijó por lema el ilustrado escritor de los Estados Unidos de América, Buckingam Smith al publicar en castellano algunas de esas relaciones de descubrimientos, y aunque sin tanta elegancia la afirmó el P. Juan Amando Niel, de la Compañía de Jesús, exclamando en la región propia de que se trata:

que

<<Grande lástima causará á cualquiera, ver lo nada que esta gente americana se aplica á perpetuar los sucesos en anales ó décadas, omisión borra la noticia de lo que en este Nuevo Méjico acaece, porque en muriendo aquellos sujetos que, ó hicieron ó padecieron cosas memorables, con ellos se sepultan esos mismos sucesos; y si alguna memoria queda en uno ú otro de oidas, es tan oscura y desfigurada, que se avergüenza la ingenuidad de darle asenso.>>

Entre la nebulosidad que rodea los actos de los primitivos descubridores en Nueva España, se vislumbra que por los meridianos de Santa Fé y otros de los pueblos contiguos, subieron algunos hasta los 51° de latitud; por el Oriente avanzaron más allá del Misisipi, sin alcanzar las costas de Carolina y Virginia; pero en dirección Nordeste no cabe estimar el avance con las vagas anotaciones que nos quedan. Consignaron los capitanes, que atravesaban ríos de tal modo helados, que soportaban peso de las carretas, que el frío era intenso, que los naturales vestían

el

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