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se ladearon del todo. Los religiosos ya no exhortaban como antes á la defensa de las libertades del reino, sino que predicaban la paz: arrimábansele cada dia partidarios al prior Zúñiga, y numerosas partidas realistas bloqueaban á Toledo, y casi la incomunicaban con las demas ciudades. El vecindario sin embargo se mantenia fogosamente decidido, y en venganza de los contratiempos de Mora y del cerro del Aguila, incendiaba y destruia dentro y fuera, siempre que podia, pueblos, casas y haciendas de los desafectos.

Cada vez mas entusiastas del obispo Acuña los toledanos, quisieron darle una nueva prueba de su estimacion, haciendo que el cabildo sancionára y legitimára con su voto el nombramiento popular para la mitra primada. Un dia se apostaron los mas turbulentos en las calles contiguas á la catedral, y á la hora que los canónigos concurrian al santo templo se iban apoderando de ellos individualmente, y los conducian y encerraban en la sala capitular. Cuando hubo ya número suficiente, presentáronse las turbas y exigieron la confirmacion del nombramiento sin escusa ni réplica. Conservaron su dignidad los prebendados, y negaron con entereza, hasta los mas pacatos y tímidos, tan injusta é incompetente demanda. Noticioso de esta resistencia el díscolo prelado, á instigacion de sus parciales, depuso ya todo miramiento, y colocándose á la cabeza de los peticionarios ultrajó de palabra á los capitulares. Cuanto mas arre

ciaba el empeño de Acuña y de sus desatentados aclamadores, mas inflexible se mantenia el cabildo. Treinta y seis horas duraron los debates, y todo este tiempo estuvieron los canónigos sin comer ni beber, sin que las conminaciones ni el material desfallecimiento quebrantaran su espíritu ni amansáran sus ánimos. Por último, aunque con repugnancia y de mal talante, los puso Acuña en libertad, no sin darse el placer efímero y pueril de engalanarse con las vestiduras y atributos arzobispales, de que tan poco tiempo, por fortuna y para honra de la Iglesia española, habia de gozar.

Semejantes escesos de parte del mas fogoso sostenedor de la causa de las comunidades hubieran bas_ tado para desnaturalizarla y perderla, si ya por otra parte no le estuviera amagando el último golpe, no en el claustro de una iglesia y en la persona de un prelado bullicioso y desaconsejado, sino en los campos de batalla y en la persona de un capitan esforzado y generoso, lo cual nos conduce á referir lo que pasaba allá por donde hemos dejado á Juan de Padilla (1)

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(4) Maldonado, lib. VI,-Mejía, lib, II. c. 15.-Sepúlveda, libro IV.-Sandoval, lib. IX.-Mártir de Angleria, epíst. 749.

Ocúrrenos, con motivo del bárbaro incendio de la iglesia de Mora, una reflexion bien triste, y que en vano querríamos apartar de nuestra imaginaciou.

En la guerra de las comunidades, los eclesiásticos que tomaron parte en pró ó en contra, ya con la predicacion ó con las negociaciones, ya con las armas en la mano, escedieron á todos en exaltacion, en fogosidad y en reprobadas y criminales acciones. Entre otros muchos que pudiéramos

nombrar citaremos solo los siguientes.

Fray Antonio de Guevara, partidario de los imperiales, mas amigo del mundo que del claustro, por mas que predicaba las ventajas y escelencias del retiro; mas palaciego que religioso, por mas que reprendia los vicios de la córte; orgulloso de su cuna aristocrática y despreciador del pueblo, por mas que hiciera profesion de humilde hombre que no carecia de erudicion, aunque indigesta y de mal gusto, fué el que preparó, instigó y negoció en Villabráxima la traicion de don Pedro Giron á la causa de los comuneros. Este famoso franciscano, intrigante infatigable y realista furibundo, en sus cartas al obispo Acuña, á Padilla, á la esposa de éste, doña María Pacheco, y á otros personages, exhortándolos á que abandonaran la causa de la comunidad, usaba siempre de un lenguaje el mas destemplado, el mas violento y grosero que puede salir de la boca ó de la pluma del hombre mas deslenguado. Omitieudo las insultantes frases de sus escritos á los gefes del movimiento popular, sirva de muestra de su impudencia, de su grosería y de su encono la manera como trataba á la esposa de Padilla, sin considerar siquiera que escribia á una señora, y señora de tan noble cuna y limpia sangre como pudiera serlo cualquiera otra. Si las historias (le decia en una ocasion) no nos engañan, Mamea fué superba, Medea fué cruel, Marcia fué envidiosa, Populia fué impúdica, Zenobia fué impaciente, Helena fué inverecunda, Macrina fué incierta. Mirtha fué ma»liciosa, Domicia fué mal sobria; >mas de ninguua he leido que sea desleal y traidora sino vos, señora, que negásteis la fidelidad que debíades y la sangro que tenia

D

» des....» «Suelen ser (le decia >> luego) las mugeres piadosas, y »>vos, señora, sois cruel; suelen »ser mansas, y vos, señora, bra»va; suelen ser pacíficas, y vos sois revoltosa; y aun suelen ser »>cobardes, y vos sois atrevida...>> Asi, poco mas o menos en todas las cartas.

Por el contrario, el dominico Fr. Pablo de Villegas, comunero acérrimo, uno de los enviados por la Santa Junta al emperador con el Memorial de Capítulos, cuando volvió de Flandes y vió que so andaba en tratos de concordia y de paz, lleno de indignacion, y como le pinta un escritor de nuestros dias, «saliéndosele de las órbitas los ojos, pálido el semblante y trémulo de ira,» pronunció en las conferencias los mas vehementes y coléricos discursos contra toda idea de paz, de tregua ó de transaccion. Peroraba á los corrillos en las calles, concitaba á las turbas y provocaba á tumultos. El padre Villegas proclamaba a guerra á todo trance hasta acabar con todos los nobles, y quedar los comuneros y los procuradores de la Junta dueños únicos y absolutos de Castilla.

El incendio de la iglesia de Mora, donde se hallaba encerrada toda una poblacion, la mortandad de mas de tres mil personas, entre ellas una gran parte ancianos decrépitos, debiles mugeres é inocentes párvulos, aplastadas por los escombros ó derretidas por las llamas, tragedia horrible, propia solo de los tiempos de la mayor barbarie, ordenada por el prior de San Juan don Antonio de Zúñiga, revela harto tristemente toda la negrura de alma de este caudillo de los imperiales.

No tuvieron los comuneros entre todos sus capitanes y caudilos uno que igualara en decision, en energía y en entusiasmo por su

causa al obispo de Zamora. Abominable en su conducta como prelado de la iglesia, pero sin ser cruel como su competidor el prior Zúñiga, era Acuña, como comunero, mas exaltado, mas fogoso, mas avanzado, mas comunero en fin que el mismo Padilla. De seguro sus ideas en punto á libertad iban mas adelante que las de todos los castellanos, y si él hubiera sido el intérprete de la Junta no hubiera mostrado tanto respeto como

aquella mostraba en todos sus memoriales y escritos á la autoridad del emperador.

Lo mismo pudiéramos decir en menor escala de otros eclesiásticos que militaban en los dos opuestos bandos, y duélenos por lo mismo observar que los hombres de la iglesia fuesen los mas apasionados y mas fogosos en cuestiones políticas y en contiendas profanas.

CAPITULO V.

VILLALAR.

1521.

Justas reclamaciones de las ciudades.-Falta de direccion en el movimiento.—Cómo se malograron sus elementos de triunfo.-Errores de la Junta y de los caudillos militares.-Dañosa inaccion de Padilla en Torrelobaton.-Cómo se aprovecharon de ella los gobernadores. Célebre jornada de Villalar, desastrosa para los comuneros.-Prision y sentencia contra Padilla, Bravo y Maldonado.-Ultimos momentos de Juan de Padilla.-Suplicios.-Sumision de Valladolid y de las demas ciudades.-Dispersion de la Junta.-Derrota del conde de Salvatierra.-Rasgo patriótico de los comuneros vencidos.

Con dificultad causa alguna política habrá sido mas popular, ni contado con mas elementos de triunfo que la de las comunidades de Castilla. Por desgracia eran sobradamente ciertos los desafueros y agravios de que los castellanos se quejaban; asaltado habian visto su reino, esquilmado y empobrecido por una turba de estrangeros, sedientos de oro y codiciosos de mando, que les arrebataron voraces sus riquezas y sus empleos: el rey, de quien esperaban la repa

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