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y désaciertos de los reyes y del pueblo español en este reinado. Es la primera, la ignorancia de los verdaderos y mas sencillos principios de economía política que generalmente habia en aquel tiempo en todas las naciones. Hay verdades que hoy nos parecen muy palmarias, y que sin embargo tardaron en descubrirlas los hombres; tales son las de la ciencia económica, creacion que podemos llamar de ayer, y que aun dista mucho de haber llegado á su perfeccion. El sistema restrictivo era el sistema de la edad media en toda Europa, y todo el mundo creia entonces que la ma¬ yor riqueza de una nacion consistia en la mayor masa ó suma de oro que poseyera. ¿Será, pues, justo asombrarnos de que lo creyera tambien la España?

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Es la segunda, que los errores del sistema de administracion colonial no hicieron sino comenzar en el reinado de los Reyes Católicos. El descubrimiento de América estaba muy reciente; apenas era conocido el continente americano; aun no se habia podido prever la revolucion monetaria mercantil que las inmensas conquistas de Cortés y de Pizarro habian de producir en el mundo. Los mayores errores y males vinieron despues, y el cargo pertenece mas á los reinados sucesivos de los soberanos de la casa de Austria, pre. cisamente cuando debia recogerse el fruto de las conquistas, y cuando habia ya mas ilustracion en materias económicas y mercantiles en Europa.

XII.

Antes de terminar la reseña crítica de este fecundísimo reinado, no podemos dejar de tributar el homenage de nuestra admiracion y respeto, al mismo tiempo que en ello participamos de un justo orgullo nacional (que harto tendrá que sufrir en otras épocas), á esa multitud de esclarecidos varones que en este periodo dieron gloria, lustre y engrandecimiento á nuestra patria, con su valor, con sus virtudes, con su ciencia y su erudicion, en casi todo lo que puede realzar una época y un pueblo.

Parecia que Fernando é Isabel poseian el privilegiado don de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes, y el de atraer y apegar á él los que otros paises producian, como un planeta que atrae otros astros formando en derredor de sí grupos luminosos que alumbran la tierra y embellecen el firmamento. Y es que si los malos monarcas son como los meteoros siniestros que esterilizan y secan, los buenos reyes son como el sol cuyo influjo fecundiza y produce. Porque no puede atribuirse á fenómeno casual la coexistencia de tantos hombres eminentes en todos los ramos como ilustraron este periodo.

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¿Necesitaba España del valor de sus hijos y te militar para recobrar su antiguo territorio y ensanchar sus límites? Pues aparecian, ya simultánea ya su

cesivamente, guerreros como Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cádiz, azote y terror de los moros granadinos; como don Alonso de Aguilar, el héroe caballeresco que acabó en Sierra Bermeja una vida sembrada de hechos heróicos; como Hernan Perez del Pulgar, cuyas proezas, que parecen fabulosas, le dieron el sobrenombre de el de las Hazañas; como Francisco Ramirez de Madrid, á quien tantos adelantos debieron la artillería y la tormentaria; como Pedro Navarro, el conquistador de Oran, de Bugía y de Trípoli, que pudo pasar por el inventor de las minas por lo mucho que perfeccionó el arte de volar las fortificaciones; como García de Paredes, el Vargas Machuca de las guerras de Italia; y como Gonzalo de Córdoba, que arrebató á los guerreros de los pasados tiempos y de las futuras edades el título de Gran Capitan.

¿Se necesitaban sacerdotes y prelados de ciencia y de virtud, que ilustráran instruyendo, y reorganizáran moralizando? Para eso hubo un Fr. Juan de Marchena, que acogió por caridad en un claustro al hombre insigne que habian rechazado con desden los monarcas en las córtes, y el primero que comprendió en una pobre celda el pensamiento inmenso del que habia de descubrir un mundo; un Fr. Fernando de Talavera, dechado de prudencia y de virtud como prelado, rígido y severo director de la conciencia en el confesonario regio, y apóstol dulce y humanitario como catequista de infieles; un don Pedro Gonzalez de

Mendoza, confesor, arzobispo y cardenal, lumbrera de la nacion como literato y como político, á quien llamaron, sin que el paralelo rebajara el mérito de dos grandes príncipes, el tercer rey de España; y un Jimenez de Cisneros, religioso, confesor, reformador, prelado, cardenal y regente, grande en la virtud, grande en el talento, grande en la ciencia, grande en la política, grande en la guerra, grande en el gobierno, grande y eminente en todo.

La nueva política inaugurada en aquel tiempo ¿requeria el empleo y cooperacion de diplomáticos diestros y astutos, dotados de dignidad, de firmeza y de energía, que sacaran á salvo los intereses de España de las complicaciones europeas? Pues España tuvo embajadores acomodaticios y pacientes como Alonso de Silva, que sabía sufrir y disimular los ásperos tratamientos de una córte estrangera, mientras asi convenia al servicio de su rey: enérgicos y duros como Antonio de Fonseca, que tenia espíritu y valor para hacer trizas un tratado original á presencia del rey de Francia, y encomendar á la decision de las armas la cuestion de las dos naciones: vigorosos y discretos como Garcilaso de la Vega, que supiera manejar los negocios de Roma é interesar al pontífice en favor de España sin comprometerse él mismo: firmes y enérgicos como el conde de Tendilla y Diego Lopez de Haro, que sostenian con entereza las regalías de la corona: políticos y mañosos como Francisco de Rojas, que sa

bía reconciliar á las dos mas enemigas y mas poderosas familias de Italia, y hacerlas trabajar unidas en favor de la causa española: prudentes y entendidos como Juan de Albion y Pedro de Urrea, que sabian conducir maravillosamente los tratos de relaciones y enlaces de las familias reinantes de Austria, InglaterJa y España: ladinos y reservados como Lorenzo Suarez de Figueroa, alma de la Santa Liga, que supo terminar una confederacion de cinco potencias, sin que se apercibiera de ello el astuto Felipe de Comines. Merced á tan diestros auxiliares diplomáticos pudo Fernando manejarse tan hábilmente con los papas Alejandro VI y Julio II, con los reyes de Francia Carlos VIII y Luis XII, con Maximiliano de Austria, con Enrique de Inglaterra, con Venecia y los Estados italianos, que mas de una vez los envolvió á todos.

Si Isabel deseaba ordenar y mejorar la legislacion de Castilla, encontraba jurisconsultos y compiladores como Montalvo y Ramirez, que ejecutaran en vida su pensamiento, y letrados como Galindez de Carbajal, á quienes dejar encomendada la obra de la recopilacion despues de su muerte.

¿Proponiase Isabel el fomento y progreso de las ciencias, de la literatura, del idioma, de las artes, en todos los ramos de la cultura intelectual? Bien cumplidos pudieron quedar sus deseos, y bien puede llamarse siglo literario el en que florecieron Cisneros, Mendoza, Talavera, Lebrija, Oviedo, Palencia, Valera,

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