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L. descender al sepulcro Jaime el Conquistador, se hallaba el reino de Valencia envuelto en los horrores de la mas desoladora confusion, por la sublevacion que lejos de sucumbir con el caudillo Alazarach ó Azadrach, parecia por el contrario haber alentado á los moros, resueltos á sostener una lucha á muerte con los cristianos, cuya dominacion les arrojára de su patria y de sus hogares. Do quiera circulaban partidas sueltas, que cruzando el pais en varias direcciones, sorprendian los pueblos indefensos, arrebataban sus ganados, talaban sus mieses, y derramaban el espanto por medio de sus rápidas é imprevistas algaradas; sin que los musulmanes pacíficos pudieran salvarse tampoco de las irupciones de los rebeldes. Mientras estos guerreros atrevidos burlaban la persecucion de los cristianos guareciéndose entre las breñas de la parte áspera y montuosa del reino, vagaban tambien, cometiendo iguales escesos, los bandoleros, los criminales y los vagamundos, que aprovechan en todos tiempos estos desórdenes para perpetrar sus delitos. Sorprendíanse los caseríos aislados, y dego

llábase al tranquilo habitante de los campos, entre las lágrimas de sus hijos, y las canas de sus abuelos. Encontrábanse en lo profundo de los valles casas incendiadas, cadáveres insepultos, hombres colgados de los árboles, y gran parte del pais ofrecia el sombrío espectáculo de un desierto, en que la vida del transeunte se hallaba á punto de perecer á cada paso ό por la cimitarra de un rebelde musulman, ó por el cuchillo del sanguinario bandido, oculto en las grietas de los montes. El centro de la sublevacion se encontraba sin embargo en Montesa, al que a fluian los rebeldes como á un centro seguro de reunion, y desde donde dominaban los valles inmediatos, conservando sus comunicaciones con los moros de Granada, donde Mohamed II, hijo y sucesor de Mohamed-Aben-Alhamar, fundador de aquel reino poderoso y respetable, no solo conservaba pacíficamente los estados de su padre, sino que temido por la corte de Castilla, podia admitir ó desechar su alianza, segun conviniera á los intereses del nuevo reino. El monarca castellano Alfonso X, que habia trabajado con tanto ahinco por ceñir la corona imperial de Alemania, como hemos visto en otra parte, se veia tambien por este tiempo en la necesidad de hacer frente á la poderosa coalicion que se habia formado contra él, en la que entraron la reina, los infantes, los altos dignatarios de la corte, reconociendo por gefe á D. Sancho, su hijo segundo, proclamado heredero de la corona en las córtes de Segovia en 1284. Vencedora por fin la coalicion y abandonado de sus vasallos y de su misma familia, imploró Alfonso sucesivamente el socorro de los reyes de Portugal, de Aragon y Francia; y todos, incluyendo el mismo papa, le negaron políticamente su proteccion. En este estado el monarca castellano impetró en su desesperacion el apoyo del emir de Marruecos, y este príncipe bárbaro no dudó dispensar al hijo de San Fernando un asilo que le negaban los potentados cristianos. Dicese que al recibir el emir al monarca destronado en medio de su egército, le dirigió estas memorables palabras: «Os trato así, porque sois desgraciado, y me uno á vos, solamente por vengar la causa comun de todos los reyes y de todos los padres." Algun tiempo despues, moribundo Sancho, obtuvo, humillándose, el perdon de su padre, que no tardó en seguirle, llevando á la tumba el título de Sábio.

Tal era el aspecto que ofrecia nuestro reino y los negocios de Castilla, cuando subió al trono D. Pedro III de Aragon, I de

Valencia (1), llamado despues el Grande (2), verificando su coronacion el diez y seis de Noviembre de este mismo año en la iglesia de San Salvador de Zaragoza, con una pompa desconocida hasta entonces. Este príncipe fue el primero que dió á este acto solemne un aparato verdaderamente magnífico, cuyo ceremonial adoptaron sus sucesores, y cuyos pormenores efrecemos con gusto, estractándolos de un periódico bien acreditado que se publica en la corte (3).

Desde que se anunciaba la coronacion del nuevo monarca, la ciudad de Zaragoza se inundaba de gente forastera, que acudia ansiosa á gozar de tan brillante espectáculo. El palacio donde se hospedaba el príncipe se adornaba con esquisito lujo y ostentacion; entapizados los pisos y las paredes con riquísimas alfombras, fabricados toldos en los descubiertos de sirgos ó damascos, y en diferentes puntos elevados asientos que componia un sillon sobre gradas ocultas en recamados paños, y por remate un dosel de seda y oro, con destino á la real persona.

Concurrian á la funcion los magnates y prelados, los caballeros y ricos-hombres, tanto del reino como de las provincias comarcanas, con lucidas y numerosas comitivas en que rivalizaba la gala de los adornos con el capricho y buen gusto de la invencion. La ciudad y el rey, cada cual por su parte, esponian diversas telas para justar, nombrando mantenedores que las defendiesen, y los nobles forasteros se las disputaban un dia tras otro, en tanto que los moros aliados, vestidos de albornoces y aljaubas y armados con sus adargas y ginetas, rompian cañas entre sí: ofuscando la vista de los espectadores la agradable y confusa variedad del entretenimiento.

Al mismo tiempo discurrian por las calles danzas y coros de jóvenes de ambos sexos que daban animacion al público regocijo; los oficiales de la ciudad, dirigiendo otros grupos de músicos en que alternaban las trompetas con los instrumentos de cuerda y órganos de mano, se entraban diariamente en los palacios del rey

(1) Seguiremos en aplicar á los soberanos de Aragon el número que les corresponde como reyes de Valencia; como lo hemos hecho al analizar nuestra antigua legislacion.

(2) Años de J. C. 1276.

(3) EL LABERINTO.

á saludarle enloqueciendo de alegría; repitiendo igual festejo los judíos residentes en la ciudad, ciñendo el trage con cintas de plata y formando armoniosos cantos con sus voces y salterios.

Entre los juegos y diversiones que se encontraban por las plazas y calles, era notable por lo militar y pujante el que llamaron bohordo, en donde los caballeros hacian alarde de su brio y pujanza en los combates. Consistia este aparato en un lienzo de tablas bien sujetas en sus estremos en dos robustos troncos á conveniente altura. Los que tomaban parte en él, rompian á todo el escape de sus caballos adornados por fuera con pretal de cascabeles, y levantada una lanza corta en que estaba severamente prohibido ningun género de punta, ni aun formada en la misma madera sin embargo habia señalados premios al que consiguiera taladrar arrojándola al espesor del tablado, teniéndose con justicia en mucho el esfuerzo del tirador. Despues de tan maravillosa prueba, no parecerá fabuloso que al impulso de brazos tales atravesára un dardo en la guerra el acerado arnés ó la cota del enemigo.

Llegada la noche, admitian los reyes en su cámara á los principales señores que asistieran á la celebridad del dia, y como en demostracion de agrado les mandaban repartir de sus arcas preciosos vestidos y joyas: estendiéndose esta munificencia á sus Criados y personas de clase inferior, á quienes acostumbraban dar dinero en vez de galas.

Tres dias antes de la coronacion se consagraban los príncipes al retiro y al ayuno, sin dejarse ver mas que sin dejarse ver mas que de sus domésticos; y era indispensable requisito que se hubieran de bañar en ellos, confesando además y comulgando el último, para que la limpieza del alma acompañára á la del cuerpo en tan solemne ocasion. Llegada la hora, una inmensa concurrencia de grandes y de prelados obstruia los salones del alcázar; el nuevo rey ataviado con deslumbrante riqueza y cubierto con su manto venia á saludar á los que le esperaban, y sentándose en un sitio elevado, donde el pueblo le divisára, recibia sus aclamaciones acompañadas con el músico estruendo de clarines y chirimías, que en su escesivo número se confundian y desconcertaban. Allí, y por empezar autorizando la fiesta, armaba caballeros á algunos de sus escogidos; y montando despues en brioso caballo, encubierto del mismo paño de sus vestiduras, se dirigia á la iglesia, acompañándole los

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