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AMOS á entrar en una época de nuestra historia, en que los acontecimientos se suceden , con rapidéz, y se multiplican de una manera simultánea y portentosa. Nobles son los altos hechos con que los españoles ilustraron este memorable período de nuestras glorias; período, al cual nos complacemos en volver la vista á cada paso; período, á que recurrimos por término de comparacion siempre que se trata de magnanimidad y de heroismo; período, cuyo recuerdo no han podido amortiguar los trastornos y estraordinarios sucesos de tres siglos; y período, en fin, que ha hecho el nombre español inmortal para siempre; pero que en Valencia dejó un recuerdo eterno en sus anales.

Hallándose el rey D. Carlos I en Barcelona con el objeto de reunir las cortes y celebrar su proclamacion, comenzó Valencia á esperimentar uno de aquellos espantosos sacudimientos que suelen azotar á los pueblos, cuando conmovidas sus masas por un impulso estraño y misterioso, se lanzan por una senda ensangrentada, cuyo término no está en la política del hombre preveer. Los historiadores de aquel tiempo, en particular Beuter y Viciana, antes de dar principio á la relacion de la guerra de la Germania, refieren algunos casos estraños que la credulidad y la inmensidad TOM. I. 44

de las calamidades que se esperimentaron entonces en Valencia hacian creer eran avisos del cielo, que anunciaban á este pais los espantosos desastres que iba á lamentar. Beuter, testigo ocular, dice, que hallándose el dia cinco de Abril de mil quinientos catorce en la iglesia catedral, fue interrumpido el solemne sacrificio de la misa por la súbita aparicion de un labrador de Chirivella llamado Pedro Sancho, que penetrando por la multitud y avanzando hasta el sacerdote que celebraba la misa, le ofreció dos velas, una colorada y otra blanca, y dirigiéndose á D. Luis de Cabanilles, gobernador entonces de la ciudad, le entregó una espada desnuda, y esclamó en alta voz: «haz justicia, ó juez;" y los murmullos del pueblo no dejaron oir lo que añadió en voz baja el labrador. En seguida arrojó éste su capa á los pies del justicia criminal D. Juan Onofre Cruilles, y, «alerta, le dijo, D. Juan, que la ciudad y reino están amenazados de una gran calamidad;" y en el acto desapareció sin que se supiera mas de él.

En el año siguiente mil quinientos diez y siete llovió en Valencia por espacio de cuarenta dias, causando grandes estragos y desplomándose mas de cien casas, sepultando en sus ruinas varias personas. A consecuencia sin duda de este aluvion, salió el Turia de madre, y despues de inundar la mayor parte de nuestra huerta, derribó varios puentes, y llegó hasta el estremo de penetrar por Valencia, destruyendo casas y arrastrando en su corriente los cadáveres de los que perecian, en medio de la consternacion de todo el pueblo, que precipitándose en los templos, creia para siempre perdida la ciudad. En esta confusion cerró la noche, y se aumentó por consiguiente el horror de aquella inundacion, cuya memoria se conservó en una lápida que se colocó en la pared esterior del convento de las monjas de la Trinidad (1) á la parte del rio, y que desapareció en mil ochocientos once.

En diez y nueve de Febrero de mil quinientos diez y nueve

(1) HUC USQUE SUPRA HOMINUM
MEMORIAM INUNDANS

TURIA, MAXIMA URBI REGNO
QUE VALENTIE DAMNA INTULIT
ANN. M.DXII

QUINTO K. OCTOBR.

HORA POST MERIDIEM III.

cayó una exhalacion en la torre de la catedral, é incendió el capitel de madera que le cubria (1). Poco tiempo despues se declaró la peste en la ciudad, y esto acabó de consternar á la poblacion, ya preocupada con las calamidades que habia sufrido durante la inundacion del Turia. En tan críticas circunstancias, y precisamente en los dias en que la mayor parte de las autoridades y personas notables de la ciudad la habian abandonado huyendo del contagio, circuló la noticia de que los argelinos, en combinacion con los moriscos del reino, preparaban un desembarco en nuestras costas; y en consecuencia de este amago, y cumpliendo con una órden que el señor rey D. Fernando el Católico habia espedido para estos casos, se armaron los artesanos poniéndose en estado de defensa. En esta crisis se hallaba la ciudad, cuando predicando un dia en la iglesia catedral el P. maestro Fr. Luis Castellví, y lamentándose este orador de las desgracias con que la Providencia azotaba á la capital, declamó contra los vicios en general que atraian la cólera de Dios, y en particular de la sodomía, de cuyo delito habian sido convencidos algunos y mandados quemar de órden del justicia criminal D. Gerónimo Ferragut. Concluido el sermon, se esparció entre el pueblo, que un panadero estaba mancillado con el delito contra el que acababa de declamar el predicador, é inmediatamente se dirigieron algunos grupos casa (2), y prendiéndole de sorpresa lo condujeron á las cárceles eclesiásticas por estar tonsurado aquel infeliz. El vicario general D. Antonio de Luna (3), á pesar de no encontrar pruebas bastantes para condenar al panadero, mandó sin embargo que fuese puesto á la vergüenza durante la misa mayor en la catedral, condenándole luego á cárcel perpetua en el castillo de Chulilla. Concluida la misa y tratando de conducir al penitente á la cárcel, no fue posible sacarlo de la iglesia, porque á las puertas se hallaba esperando, con objeto de apedrearle, una multitud de muchachos, alentados por algunos hombres vagamundos, que con siniestras intenciones fomentaban aquel motin. Llovian ya las piedras sobre

á su

(1) Entonces no habia otro reloj que el de la catedral, y el primero que se puso despues fue el del hospital, costeado en mil quinientos noventa y dos por el conde de Concentaina, ilustre bien hechor de aquel establecimiento. (2) Se hallaba situada en la calle de la Nave.

(3) Algunos manuscritos le llaman D. Cristóval de la Torre.

las ventanas de la sacristía, cuando oportunamente se presentaron á calmar aquel tumulto algunos caballeros, y entre estos, D. Manuel Exarch, del hábito de Santiago, subdelegado del gobernador, que se hallaba entonces en Murviedro, y el obispo de Gracia, que durante la ausencia del arzobispo gobernaba la diócesis, disponiendo en el acto custodiar al penitente en la sacristía, cerrando las puertas de la iglesia. Por un momento se retiraron aquellos grupos y parecia terminado el motin; pero reuniéndose mayor número de gente, comenzó el pueblo á sitiar el palacio arzobispal, llevando á su frente enarbolada una bandera de lienzo. A sus voces salió del palacio el nuncio Juan Sapena, y acometiendo al que llevaba la bandera y arrebatándosela, causó nueva confusion irritando á aquella multitud, cuyas disposiciones eran tan hostiles. Apenas se habia entrado el nuncio, cuya accion fue tan rápida como imprevista, comenzaron á apedrear las puertas y las pusieron fuego, exasperados por un escopetazo que se disparó casualmente desde el palacio. Mientras los familiares y un tal Gorge, criado de D. Pedro Ladron, vizconde de Chelva, se ocupaban en cortar el incendio, el pueblo se dirigió á la catedral, y derribando un portijo penetraron algunos en la iglesia en busca del panadero, y despojando de paso algunos altares, se encara maron en el retablo mayor con objeto sin duda de arrebatar algunas imágenes de plata (1). En este desórden mandó el vicario general tocar la campana del Entredicho, declarándolo en la ciudad; pero el pueblo que llenaba la inmensa nave de la iglesia, y cuya gritería se aumentaba por instantes, despreció el anatema y continuó en pedir la cabeza del panadero. En vano salieron en procesion las parroquias de Sto. Tomás, S. Estévan y S. Salvador, llevando el augusto Sacramento, atravesando aquella multitud completamente desordenada; el pueblo continuó en reclamar su víctima, y viendo inútiles estas disposiciones religiosas, se convocaron en la casa del consejo los clavarios de los oficios de órden del subdelegado del gobernador y del jurado Tomás Vivax de Cañamás. Presentáronse con efecto los clavarios elegantemente vestidos, y recibieron la órden de reunir inmediatamente sus gentes de armas para apoyar á las autoridades. Los clavarios solo respondieron, que la iglesia no debia proteger á los sodomitas, y con esta respuesta evasiva,

(1) Viciana, part. 4.

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