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mas el mar ardiente de sus odios, y atumultuadas las olas, un soplo bastaba para que estallase la tormenta. En tan críticos momentos amaneció el 15 de Junio, y habiendo los tambores de realistas de Madrid esperimentado violentos cólicos de resultas de unas cabezas de cordero que cenaron aquella noche, divulgóse á la mañana siguiente la noticia de que habian sido envenenados, y que igual suerte aguardaba á todos los individuos del mismo cuerpo. Creciendo de boca en boca el número de las víctimas y los rumores de una conjuracion que atribuían á los vencidos liberales, alborotóse la plebe, y los vecinos de los barrios bajos inundaron las calles pidiendo venganza y la muerte de los supuestos conjurados. Mas la actitud imponente de la guarnicion, las medidas enérgicas que adoptó el gobierno para apagar la comenzada sedicion y el descubrimiento de la verdad contuvieron á los revoltosos y se restableció la tranquilidad, no obstante los esfuerzos de los fanáticos para convertir en incendio aquella llamarada.

1825.

Estincion de las comisiones

El Consejo de Castilla, sufocando esta vez los crueles sentimientos que abrigaban sus individuos, y no pudiendo desoir el grito de tantas víctimas juridicamente asesinadas, espuso al monarca en respuesta al informe pedido que las comisiones militares. no guardaban armonía con la legislacion española; y en 4 de Agosto, conformándose el rey con su dictámen las estinguió en sus reinos, mandando militares. que las causas pendientes pasasen á los tribunales ordinarios. Respiraron los buenos ciudadanos viendo embotada la cuchilla de la venganza; mas los enemigos de la paz y de la felicidad de la patria, que seguian el pendon del esterminio, juzgáronse perdidos si asomaba el iris de la bonanza, y llena la copa de su indignacion rebosó con esta gota de la real piedad y se derramó por el suelo.

1825.

Las sociedades secretas de los fanáticos terroristas creyeron que habia sonado la hora de ondear al viento la bandera negra, y eligiendo por cabeza de la revuelta al osado y bullicioso mariscal de campo don Jorge Bessieres, el antiguo republicano, se prepararon para la lucha. Tenia la conjuracion hondas raices en palacio, las cuales tendiéndose por todo el reino debian echar sus renuevos á un tiempo mismo en puntos opuestos y remotos: con el abono del clero, empeñado en que el arbol de aquella revolucion prosperase y creciese, y con el cultivo y apoyo de los numerosos cuerpos de realistas, florecerian sus ramas y darian el amarguísimo fruto del terror y de la muerte de los españoles mas ilustrados. Hallábase la familia real en San Ildefonso, cuando en la noche del 15 de Agosto salió Bessieres de la corte y se dirigió á la provincia de Guadalajara, enviados delante varios emisarios para que divulgasen la falsa nueva de que en el alcázar real mandaban los masones, y que se habia vuelto á coRebelion de locar la lápida de la Constitucion. Recorrió el gefe de la trama distintos pueblos concitando los ánimos de los voluntarios, quienes empuñando las armas respondieron alegres al proyectado alzamiento, mientras que al amanecer del 16 los trompetas del regimiento de caballería de Santiago, acantonado en Getafe, sonaron generala por orden del comandante don Valerio Gomez, y partieron en número de tres compañías á Brihuega, punto de reunion de los conjurados, donde habia llegado de antemano el general Bessieres. Mas los soldados de caballería apenas conocieron el objeto de la marcha retrocedieron, abandonando al comandante, que con cuatro oficiales corrió á reunirse con el gefe de los sublevados. Habia éste á su llegada á Brihuega tropezado con la resistencia de cincuenta provinciales de Cuenca que guarnecian el pueblo,

Bessieres.

y que consintieron antes ser desarmados que alistarse en las filas de los sediciosos. Circuló Bessieres por los contornos una orden tomando el nombre del monarca, en la que convocaba á los voluntarios realistas, de los que obedecieron algunos presentándose al pie de la bandera del fanatismo, con lo que logró juntar sobre cuatrocientos hombres.

Sabida en palacio la sedicion, y que los soldados del ejército le habian dado la espalda, conocieron los astutos cortesanos que Bessieres con solos los realistas no podia tardar en sucumbir, y aunáronse sus propios instigadores para acelerar su vencimiento y ponerse á cubierto de las resultas del malogro de la empresa. Rodeado por ellos, y de acuerdo con los consejeros moderados, espidió Fernando en 17 un decreto en que ordenaba: 1.° Que Agosto de 1825. si á la primera intimacion no se rendian los rebeldes fuesen todos pasados por las armas. 2.° Que cuantos se reuniesen á los sediciosos perdiesen la vida. 3.o Que á los aprehendidos con las armas en la mano no se les diese mas tiempo que el necesario para morir como cristianos. 4.° Que igual pena se aplicase á los que en otros puntos se sublevasen; y 5. que se perdonase á los sargentos y soldados que entregasen á sus gefes. Tras esto envió Fernando primero á los mariscales de campo don Vicente Osorio y don Carlos Sexti en persecucion de los revoltosos, y despues al conde de España, que tomó el mando de todas las tropas ofreciendo dar breve cuenta de ellos.

Desconcertados los primeros planes, Bessieres intentó apoderarse de Sigüenza, mas pusiéronse sobre las armas los oficiales indefinidos y retirados, los empleados de todos los ramos, y los realistas no osaron dar el grito de rebelion acobardados con el aspecto amenazador de los vecinos. A cada paso crecia la desercion de los de Bessieres;

Fúgase.

y al acercarse á Sigüenza entrególe un parlamentario los decretos espedidos por la corona, que no poco le sorprendieron: no tardó en despedir la mayor parte de su fuerza, y solo con algunos caballos quiso salvarse con la fuga dirigiéndose á la sierra y pinares de Cuenca. La tranquilidad pública no se alteró en la corte, y las autoridades compitieron en celo por conservarla: el Consejo real envió una circular á los tribunales y justicias del reino encargando la paz y pintando con enérgicos colores las miras ambiciosas y turbulentas del bando levantado que tantas veces habia intentado enarbolar su estandarte. Confirmó el monarca el Agosto de 1825. 21 el decreto que habia espedido el 17, declarando traidor á don Jorge Bessieres, condenando al suplicio á cuantos le auxiliasen, aunque fuese indirectamente, ó mantuviesen correspondencia con él, y encargando la formacion de la causa de los cómplices al alcalde de Casa y Corte don Matías de Herrero y Prieto. Queríase cortar la cabeza á la hidra de la discordia, porque el gobierno conocia su poder y sus numerosos satélites, prontos á secundar el movimiento si llegaba á señorearse de un solo punto; y adoptábanse medidas sangrientas que ni en las ásperas circunstancias que corrian hallan disculpa. Nunca la crueldad es laudable: toca á los gobernantes deshacer las tramas cuando se urdan, y no amedrentar con horrores despues que salen á la luz.

Volando el conde de España en pós de los gefes sediciosos llegó á Molina de Aragon mientras que una partida de granaderos de la guardia real á las órdenes del coronel don Saturnino Albuin perseguia á los reos, á quienes alcanzó y aprehendió el 23 en Zafrilla, trasladándolos al momento á Molina, donde entraron el 25 á las nueve de la noche. A la hora de haber llegado, el conde de España

Su muerte.

(* Ap. lib. 12. núm. 18.)

mandó intimnar á Bessieres y á sus siete compañeros, todos oficiales, los decretos del rey, y los puso en capilla sin dar oidos á sus justos lamentos, pues esponian que obedientes á la real orden del 17 Agosto de 1825, se habian rendido á la primera intimacion sin oponer resistencia. Ni las leyes, ni la justicia, ni la regia palabra empeñada importaban al conde: su interes estribaba en cerrar con la muerte los labios de Bessieres para que no descorriese el velo á la horrible máquina, y apareciesen en su verdadera forma los artífices de ella. No consintió que se tomase á Bessieres declaracion sino por lo respectivo al alzamiento, sin esplicar los promotores ó las causas que le habian impulsado. A las ocho y media de la mañana del 26 Bessieres y los demas oficiales sufrieron tranquilos la muerte (*), escapándose al primero varias palabras que denotaban su asombro y el laberinto de complicaciones que tenia la trama, en cuyos hilos estaban enredados obispos, generales, el clero y los realistas de todo el reino. El conde de España quemó acto contínuo los papeles encontrados en el equipage del corifeo sedicioso, y voló ufano á poner a los pies del solio la sangrienta palma que habia arrancado de mano de sus propios partidarios, y á recibir en premio la gran cruz de Isabel la Católica. Tambien ornó el monarca con la de San Fernando los pechos del conde de San Roman, comandante de los granaderos de la guardia real, del marques de Zambrano, ministro de la Guerra, que mandaba la caballería, y del conde de Montealegre, capitan de guardias. Otros muchos premios estimularon á los cortesanos que rodeaban el solio, viéndose por un prodigio de la astucia y la insolencia galardonados algunos que habian soplado la llama ó puesto el hacha incendiaria en manos de los sacrificados.

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