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ligencias que precedieron á su apertura y publicacion; conviniendo al bien de estos reinos y señoríos que todos ellos se hallen instruidos de las preinsertas soberanas disposiciones y última voluntad del señor rey don Fernando, mi muy caro y amado esposo, que está en gloria, por las cuales se sirvió nombrarme é instituirme regenta y gobernadora de toda la monarquía, para que por mí sola la gobierne y rija hasta que mi augusta hija, la señora doña Isabel II, cumpla los diez y ocho años de edad, he tenido por bien mandar en su real nombre, que por el Consejo se circulen y publiquen con las solemnidades de costumbre como pragmática sancion con fuerza de ley, esperando yo del amor, lealtad y veneracion de todos los españoles á su difunto rey, á su augusta sucesora, y á sus leyes fundamentales, que aplaudirán esta prevision de sus paternales cuidados, y que Dios favorecerá mis deseos de mantener, auxiliada de las luces del Consejo de gobierno, la paz y la justicia en todos sus vastos dominios, y de llevar esta heróica nacion al grado de prosperidad y de esplendor á que se ha hecho acreedora por su religiosidad, por sus esfuerzos y por sus virtudes. Tendráse entendido para su debido cumplimiento. -Está señalado de la real mano.-Palacio, á 2 de Octubre de 1833.El duque presidente del Consejo Real.

Por lo que mira á sus intereses particulares, Fernando instituyó como acabamos de ver á sus hijas por herederas, legando á su esposa el quinto de todos sus bienes, entre los que debian contarse veinte y cinco millones de duros, ó sean quinientos millones de reales que tenía en el Banco de Londres. Dejó varias inandas y legados piadosos: en la cláusula 19 mandábanse decir por el alma del rey y de sus difuntas esposas veinte mil misas: en la 21 señalábanse

cien mil reales de limosna á los pobres de Madrid, y veinte mil á los de cada uno de los Sitios reales de San Lorenzo, San Ildefonso, Aranjuez, San Fernando y el Pardo; y en la 23 se ordenaba á los albaceas que diesen dos mesadas de gratificacion á los criados de la servidumbre de palacio.

Como la muerte de Fernando habia sido tan repentina, la reina quiso que no se tocase el cadáver hasta que transcurriesen cuarenta y ocho horas; mas en la madrugada del 30 era ya tanto el hedor y corrupcion que no pudo cumplirse su tierno deseo. Vestido el cuerpo con las ceremonias de estilo, y puestas las bandas y collares de las órdenes nacionales y estrangeras, colocáranlo en el féretro, cubierto en su parte inferior con los mantos de las reales órdenes, y entregáronlo al mayordomo mayor conde de Torrejon. Trasladaron en seguida á Fernando al salon de Embajadores, donde se habian levantado siete altares portátiles, y lo depositaron en una magnífica cama imperial que habia debajo del dosel sobre una tarima entapizada con terciopelo carmesí; y el mayordomo mayor hizo entrega del rey á la antigua guardia de los monteros de Espinosa para que lo custodiasen. Situáronse dos monteros á la cabecera del féretro con la corona y el cetro y otros tantos á los pies, y fuera del dosel dos maceros de la casa real: guardaban ademas el cadáver dos gentiles hombres de Cámara, dos mayordomos de semana, dos exentos, y la correspondiente guardia del mismo real cuerpo con el capitan de ella duque de Alagon, que no debia abandonar al rey hasta dejarlo en el panteon. El 1.o de Octubre acomodaron el cadáver en una caja de plomo con visera, y esta dentro de otra de madera forrada de tisú, cada una con dos llaves, y estuvo espuesto al público el cadáver de Fernando en los dias 30 de Setiembre y 1 y 2 de Octu

1833.

Ceremonias

del entierro.

bre, celebrándose el sacrificio de la misa en los altares, y cantando la música de la real capilla el oficio de difuntos.

A las seis de la mañana del 3, dispuesto todo para la traslacion del féretro, tomáronle en sus manos los gentiles hombres de Cámara y mayordomos de semana, á quienes correspondia llevarlo hasta el principio de la escalera principal, desde donde hasta su fin le condujeron los gentiles hombres de Casa y Boca, colocándolo en el coche que precedia á la estufa de respeto. Abrian la marcha los batidores de la guardia real: venian los monteros de Espinosa al lado del féretro, y delante montados y con hachas en la mano los gentiles hombres de Cámara, y detras un escuadron de la misma guardia: tambien concurrian las comunidades y el clero. Las tropas de la guarnicion estaban tendidas por la carrera, y al pasar el cadáver tributáronle los honores de ordenanza, juntamente con la artillería colocada en los puntos de costumbre. Asi ordenados y haciendo las paradas y pausas en los pueblos del tránsito para cantar los responsos, llegaron á la villa de Galapagar aquella tarde, cubriendo la retaguardia un escuadron de lanceros precedido de dos piezas de artillería. A la siguiente mañana llegó el fúnebre acompañamiento al real monasterio del Escorial, donde se celebraron las exequias con la pompa y aparato debidos á la alta dignidad del monarca.

Despues de laudes, los gentiles hombres de Cámara, los mayordomos de semana y demas de la comitiva acompañaron el féretro al panteon, donde le dejaron en una inesa que habia delante del altar: el mayordomo mayor conde de Torrejon abrió con dos llaves doradas la caja esterior, y levantando la puertecilla de la visera se vió por el cristal, á presencia del notario mayor de los reinos,

que el cuerpo que contenia era el del rey don Fernando de Borbon, VII de este nombre. Entonces el mayordomo mayor recibió juramento á los monteros de Espinosa de que aquel era el cadáver del indicado monarca que les habia entregado. Reconocido el cuerpo de Fernando, el duque de Alagon, capitan de guardias de la real persona, pidió silencio y gritó en altas voces, mediando de una á otra leve pausa: - Señor? -¿Señor?-¿ Señor?Y no habiendo respondido el rey, añadió su capitan: "Pues que S. M. no responde, verdaderamente está muerto." Y en seguida rompió S. E. en dos pedazos el baston del mando arrojándolos á los pies de la mesa donde yacía el que habia empuñado el cetro. El mayordomo mayor cerró luego la caja y puso las llaves en manos del padre prior del Escorial fray José de la Cruz, que se dió por entregado de los restos mortales del séptimo Fernando.

Al bajar al panteon el féretro rompieron con él una grada de piedra, para que hasta su muerte causase ruinas; y durante la última ceremonia era tal el hedor, que la comitiva no podia resistirlo, y algunos individuos se desmayaron. Imágenes vivas del reinado de Fernando; porque en el sepulcro exhalados los aromas de la lisonja solo queda la verdad, y la verdad de la tiranía es toda corrupcion.

Fin.

FIN DEL TOMO TERCERO Y DE LA OBRA.

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