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ques que el virrey intentó contra Játiva, y en las varias salidas que contra él hicieron los de la ciudad, perecieron de una y otra parte cerca de cuatro mil hombres. Recurrió el virrey á medios políticos para hacer venir la ciudad á una capitulación, y se vió envuelto por un ardid de los agermanados, con el cual se acreditaron de muy artificiosos, pero de nada nobles. Dijéronle que rendirían la ciudad con tal que se les permitiera entregarla á su hermano el marqués de Zenete, de quien tenían confianza. Accedió á ello el virrey; en su virtud el marqués su hermano fué llamado á Játiva (diciembre), y el conde, fiado en que se haría su rendición, se retiró á Montesa. Tan luego como se vieron libres los de la germanía, provocaron un motín dentro de la ciudad; trató de sosegarle el marqués de Zenete, echóse sobre él Vicente Peris, que parecía hallarse en todas partes, con doscientos de los suyos, el marqués se defendió briosamente, pero fatigado del largo combate hubo de rendirse, y le encerraron en la torre de San Jorge.

Justamente exasperado el virrey con tamaña deslealtad y tan pesada burla, antes de revolver contra los de Játiva, descargó primero sus iras en los de Onteniente, que sometidos ya, habían vuelto á rebelarse. Acometida la villa, y hechos fuertes los comuneros en la iglesia y en la casa del párroco, incendió el virrey la una y se apoderó á viva fuerza de la otra, hizo sobre quinientos prisioneros y mandó ahorcar en su plaza á más de setenta. Angustíase el alma y se estremece el corazón al tener que reseñar (y lo hacemos lo más compendiosamente que nos es posible) tan trágicas escenas. No sucedía así en verdad á los autores de aquellos dramas sangrientos, puesto que en la misma plaza de Onteniente un oficial del rey veía impasible y sereno ejecutar en la horca á un hermano suyo que militaba entre los agermanados.

Á reclamación de casi todo el vecindario de Valencia fué puesto en libertad el marqués de Zenete, que volvió á la capital con gran satisfacción de los nobles, y hasta de los plebeyos, que de todos era generalmente bienquisto el marqués. Pero aquella alegría se aguó pronto con la nueva de que el temible Vicente Peris había salido de Játiva con alguna gente y se dirigía á Valencia á reanimar á sus parciales. A prenderle ó impedirle la entrada salió con cien caballos el gobernador don Luis Cabanillas, que temiendo ser cortado por una columna de la germanía de Alcira, regresó á la ciudad sin otro fruto que ser insultado á la entrada por la plebe, contra la cual tuvo que dar algunas cargas de caballería.

No obstante la vigilancia y las prevenciones de las autoridades de Valencia, el diabólico y artificioso Peris tuvo maña para introducirse una noche en la ciudad (18 de febrero, 1522), y con una osadía que no puede menos de asombrar se instaló en su propia casa, en la calle de Gracia, donde inmediatamente congregó á los más resueltos de sus amigos, decididos todos á morir por defenderle. Con la noticia de su llegada puso el gobernador sobre las armas cinco mil hombres, de los cuales formó tres cuerpos; confió el mando del uno á su lugarteniente don Manuel Exarch, el del otro al marqués de Zenete, y él en persona había de dirigir el tercero. Todos habían de confluir simultáneamente por diferentes puntos á la calle en que moraba Vicente Peris. La guerra de las germanías se iba á decidir aquel día, pero tenía que ser un día de horror para Valencia. Se

abrieron todos los templos, se expuso en ellos el Santísimo Sacramento y se llenaron de gente. Las tres columnas avanzaron por diversas calles hasta penetrar á un tiempo en la de Gracia. Sobre las tropas del rey caían de todas las ventanas de aquella estrecha calle las piedras, los utensilios y enseres de las casas, y el agua hirviendo que desde ellas arrojaban las mujeres. Tres horas duró el combate y la defensa de la casa de Vicente Peris, y la calle estaba sembrada de muertos, heridos y moribundos. Pudieron al fin los soldados acercarse á la casa y ponerle fuego. Por entre las llamas salieron la mujer de Peris y sus hijos, quedándose él dentro con unos pocos. El fuego le abrasaba ya, desplomábase la humilde vivienda, y ya no tuvo otro remedio sino entregarse al capitán don Diego Ladrón, que tenía más inmediato. Entre el gobernador y el marqués de Zenete se hallaba el Vicente Peris á poco rato, cuando se lanzaron sobre él unos grupos y le asesinaron bárbaramente. Arrastrando llevaron su cadáver hasta la plaza del Mercado; medio despedazado su cuerpo le colgaron en la horca: bajáronle después, le cortaron la cabeza y la colocaron en una ventana del palacio episcopal, de donde más adelante la quitaron para clavarla en la puerta de San Vicente. Hasta otros diez y nueve de sus compañeros fueron ahorcados en las cárceles en aquel mismo día, y sus miembros se veían después en las puntas de los maderos en los caminos reales. La casa de Peris fué arrasada, y de su solar quedó la plazuela llamada de Galindo.

Parecía que vencida la revolución, de una manera tan trágica, pero tan definitiva en Valencia, debía haber quedado sosegado el reino; pero alentaba á los agermanados de Játiva un hombre misterioso, á quien habían recibido con entusiasmo, y que había logrado alucinar la gente crédula, diciendo que era hijo de unos grandes príncipes, pero que graves motivos de política le obligaban á ocultar su nacimiento y su nombre, por cuya razón le llamaban El Encubierto. Este singular personaje hablaba varias lenguas, seducía con la palabra, atraía con sus modales, mostraba valor en los peligros, dábase aire de apóstol, y se decía inspirado y como predestinado por Dios para acabar con la morisma del reino. Suponíase hijo del príncipe don Juan de Castilla y de Margarita de Flandes, y por consecuencia nieto de los Reyes Católicos. Decía que lo que había dado á luz la princesa Margarita no había sido una niña, como había figurado el cardenal Mendoza de acuerdo con la partera, sino un niño, que era él, y que no había muerto como se dijo entonces, sino que había sido trasportado á Gibraltar y dado á criar á una pastora, que le puso el nombre de Enrique Enríquez de Ribera. Al principio, cuando los agermanados le preguntaban su nombre respondía que se llamaba el Hermano de todos. «Vestía, dice un historiador valenciano, una hernia parda de marinero, un capotín de sayal abierto por los lados, calzones de lo mismo á lo marinesco, y el bonete, una gallaruza castellana: el calzado, una abarca de cuero de buey y otra de pellejo de asno. De cuando en cuando salía á predicar en público (1). >>

Con esto logró el Encubierto fascinar á muchos, se hizo un gran partido entre la gente popular, y había quien le reverenciaba como á verda

(1) Escolano, Historia de Valencia, lib. X, cap. XIX.

dero príncipe. Habíase hecho amigo de Peris, y cuando se levantó el sitio de Játiva, se trasladó á Alcira, donde fué espléndidamente agasajado. Presentóse el Encubierto como vengador de la muerte de Vicente Peris, y así se lo escribió desde Alcira á los de Valencia, anunciando su ida á la ciudad. Súpolo el marqués de Zenete, hizo vigilar las puertas y frustró su tentativa. Penetrado el marqués de la necesidad de acabar con aquel hombre, pregonó su cabeza, ofreciendo al que le cogiera muerto ó vivo doscientos ducados de oro. Abandonado por sus parciales en otra segunda tentativa que hizo sobre la capital, y retirado á Burjasot, le sorprendieron una noche en su casa dos plebeyos y le asesinaron (19 de mayo, 1522). Llevado el cadáver del Encubierto á Valencia, fué quemado de orden del Santo Oficio, y su cabeza y la del que había de haberle facilitado la entrada en la ciudad, fueron clavadas sobre la puerta de Cuarte (1).

Continuó, sin embargo, por algún tiempo la guerra entre las tropas reales y las de las germanías de Játiva y Alcira por la parte de Sueca, Carlet, Luchente, Albaida y Bellús. En este último punto tuvieron los agermanados un encuentro con el virrey, en que perdieron más de mil infantes y siete banderas. Con esto y con los refuerzos que al conde de Mélito envió el emperador, de vuelta ya en España, acometió otra vez la rebelde y obstinada ciudad de Játiva, en ocasión que se hallaban las mujeres casi solas en la población (6 de setiembre de 1522), las cuales hicieron una defensa varonil, dando lugar á que entraran los hombres que andaban corriendo la comarca. Pero el virrey, jefe de un ejército ya respetable, apretó tanto el sitio, que después de algunos días tuvieron que rendirse aquellos tenaces agermanados. Privada Alcira del apoyo de Játiva, y sola ya en la contienda, se entregó sin resistencia al vencedor, que pasó á plantar el estandarte imperial en el último baluarte de las germanías (2).

Terminada aquella sangrienta guerra y sosegado el reino, comenzaron los procesos contra los agermanados, como en Castilla contra los comuneros después de concluída la guerra de las comunidades. El famoso Guillem Sorolla, gobernador de Paterna y Benaguacil, que había sido traidoramente vendido y entregado á la justicia por un moro criado suyo, fué sentenciado a muerte y ejecutado en Játiva, sufriendo después igual pena el agermanado Oller, cuyo interrogatorio había servido para condenar á Sorolla, su cabeza fué llevada á Valencia, y colocada á una esquina de la casa de la ciudad. Su casa fué arrasada como la de Vicente Peris. El nombre de aquel famoso tejedor, individuo del gobierno de los Trece, y uno

(1) Este famoso embaidor parece era hijo de padres judíos y natural de Castilla, cuya lengua hablaba muy bien. Había estado algún tiempo en la Huerta de Valencia haciendo vida de ermitaño. Después sirvió en Cartagena á un rico comerciante llamado Juan Bilbao, en cuya compañía fué á Orán á asuntos mercantiles. Al cabo de algún tiempo sedujo la mujer ó la hija del comerciante, por lo cual fué despedido de la casa ignominiosamente y pasó á servir al gobernador de Orán. Habiéndosele descubierto otra fechoría semejante, fué azotado públicamente por las calles de aquella ciudad. Y desde allí se vino á Valencia, y tomó la parte que hemos visto en la guerra de las germanías.

(2) Allí recibió el virrey orden del emperador para que diera libertad al duque de Calabria don Fernando de Aragón, preso hacía diez años en el castillo de Játiva.

de los más audaces caudillos de las germanías, se conserva inscrito en la calle misma en que vivía, que desde entonces se ha llamado calle de Sorolla. Igual fin que Sorolla tuvieron Juan Caro y otros jefes de la germanía. La muerte, el destierro ó la fuga fueron haciendo desaparecer á todos los agermanados de alguna cuenta, y los gremios de Valencia, y en general todas las clases de menestrales y artesanos, todos los que se llamaban plebeyos, fueron objeto de una activa persecución, sufrieron la triste suerte de los vencidos, y fueron recargados de gravísimos impuestos. Un escritor valenciano hace subir á catorce mil el número de víctimas que costó la guerra de las germanías (1).

Así sucumbió casi á un tiempo y de un modo igualmente trágico la clase popular en Castilla y en Valencia, y en uno y otro reino quedó victoriosa y pujante la clase nobiliaria. Diversas en su origen y en sus tendencias las dos revoluciones, sobrábanles á los populares de ambos reinos motivos de queja, y aun de irritación, á los unos por las injusticias y las tiranías con que los oprimían los nobles, á los otros por la violación de sus fueros y franquicias que sufrían de parte de la corona. Para sacudir la opresión ó reivindicar sus derechos acudieron unos y otros á medios violentos, cometieron los excesos que acompañan de ordinario á los sacudimientos populares, fueron en sus pretensiones más allá de lo que consentía el espíritu de la época y de lo que convenía á ellos mismos; les sobró valor é intrepidez, y les faltó dirección y tino; ambos movimientos fueron mal conducidos, y entre sus muchos errores el mayor para ellos fué haber obrado aisladamente y sin concierto los de Valencia y los de Castilla. Aun así estuvo Carlos de Gante á peligro de perder su corona de España mientras ceñía en sus sienes la del imperio alemán. Pero una y otra revolución sucumbieron, y las guerras de las comunidades y de las Germanías dieron por resultado el engrandecimiento de la autoridad real y la preponderancia de la nobleza.

(1) La isla de Mallorca, donde se había propagado también la revolución de las germanías, con los mismos horrores que en Valencia, se rindió y sometió al poco tiempo á consecuencia de una armada que envió allá el emperador.

CAPÍTULO IX

CORONACIÓN DE CARLOS V.—PRIMERAS GUERRAS DE ITALIA

De 1520 á 1522

Salida de Carlos de España.-Va á Inglaterra.-Situación, carácter y relaciones de los reyes de Francia é Inglaterra.—El cardenal Wolsey.—Alianza de Carlos con Enrique VIII.-Coronación de Carlos V en Aix-la-Chapelle.-Entrevista de Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra en el Campo de la Tela de Oro.-Relaciones entre los monarcas y príncipes de Europa.-Guerra del Luxemburgo.-Rompimiento entre Carlos V y Francisco I.-Guerra de Navarra.-Toman los franceses á Pamplona y sitian á Logroño.—Son rechazados.—Guerra de Milán.— Alianza entre el emperador, el papa y Enrique VIII.-Los franceses expulsados de Milán.Muerte del papa León X.-Elección de Adriano, regente de Castilla. --Nueva guerra y derrota de franceses en Lombardía.-Vuelve Carlos V á Inglaterra.-Guerra entre ingleses y franceses.-Regresa cl emperador á Castilla.

Gana y deseo vehemente teníamos ya de dar algún desahogo al espíritu fatigado del sombrío cuadro de las guerras civiles, y de apartar nuestra vista de los campos de Castilla y de Valencia regados con sangre española, vertida por españoles mismos en batallas y cadalsos, y de esparcirla por más ancho horizonte, y de distraer nuestro ánimo y el de nuestros lectores con espectáculos de otra índole que estaban represen tándose en otro más vasto teatro.

Y en verdad, tan pronto como se tienden al viento las velas de la nave que desde la Coruña conducía á Carlos de Gante á los dominios del imperio que acababa de heredar (mayo de 1520), desde aquel momento no puede menos de desplegarse á los ojos de nuestra imaginación el cuadro general de la Europa, en que el regio navegante está llamado á representar el primer papel. En efecto, el nieto de los Reyes Católicos, joven de veinte años, pero rey ya de Castilla, de Aragón, de Navarra, de Valencia, de Cataluña, de Mallorca, de Sicilia, de Nápoles, de los Países Bajos, de una parte de África, y de las vastas islas é ilimitados continentes del Nuevo Mundo, va á agregar á tan grandes y ricas coronas la del imperio alemán, cuya elevadísima posición le ha de obligar á entenderse con todos los soberanos de Europa, y á tomar una parte principalísima en todas las grandes cuestiones y en todos los grandes intereses del mundo y del siglo; de un mundo y de un siglo en que encontraba ya dominando príncipes tan grandes como Francisco I de Francia, como Enrique VIII de Inglaterra, como Solimán el Magnífico de Turquía, y como León X, que desde la silla de San Pedro regía y gobernaba la cristiandad; «cada uno de los cuales, hemos dicho en otra parte, hubiera bastado por sí solo para dar nombre á un siglo (1).»

Francisco I de Francia, rival ya de Carlos desde sus frustradas pretensiones al imperio, con todo el resentimiento de un pretendiente desairado, (1) Discurso preliminar, t. I, pág. LIX.

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